Héctor Pedro Blomberg (n. 18 de marzo 1889 - m. 3 de abril de 1955) fue un poeta, guionista, comediógrafo y periodista argentino. Autor de famosos tangos junto al guitarrista Enrique Maciel entre los que se destaca El caballero cantor y La pulpera de Santa Lucía que cantara su amigo Ignacio Corsini.
Pedro Blomberg era hijo de una escritora paraguaya, sobrina del mariscal Francisco Solano López y nieto de un marino noruego.
En 1912 publicó su primer libro de poemas La canción lejana. A fines de la década del '20 comienza a desarrollar una poesía y narrativa popular, vinculada al radioteatro, el sainete y el tango. Escribió obras en las que mezclaba realidad y ficción, ambientadas en las luchas políticas del siglo XIX entre unitarios y federales.
Entre sus obras teatrales exitosas pueden mencionarse Barcos amarrados, La Mulata del Restaurador, La sangre de las guitarras, Los jazmines del ochenta. Esta última fue estrenada por la compañía de Teatro del Aire que encabezaban Pascual Pellicciota y Eva Duarte de Perón.
La amistad con el destacado cantor de tangos Ignacio Corsini lo vinculó al guitarrista Enrique Maciel con quien escribió gran cantidad de canciones, entre las que se destacan: El adiós de Gabino Ezeiza (milonga), La pulpera de Santa Lucía (vals), La mazorquera de Monserrat (vals), Violines gitanos (tango), Tirana unitaria (tango), La viajera perdida (tango), La que murió en París (tango), Siete lágrimas (canción), La guitarrera de San Nicolás (vals), No quiero ni verte (vals), Los jazmines de San Ignacio (canción), La canción de Amalia (vals), La china de la Mazorca (canción) y Me lo dijo el corazón (tango).
Sus tangos fueron cantados fundamentalmente por Corsini.
Hace algunos años, Juan "Tata" Cedrón musicalizó un poema inédito de Blomberg titulado "Las 2 Irlandesas".
Héctor Pedro Blomberg es uno (otro más) de los grandes olvidados de la literatura argentina, hecho, a todas luces, inexplicable. Su foja de servicios es realmente soberbia: narrativa, periodismo, literatura infantil, dramaturgia, canción popular, poesía desfilaron por su pluma incansable y precursora. Influyó en la poesía de Raúl González Tuñón y Nicolás Olivari, prefiguró la aparición del grupo literario de Boedo y marcó para siempre la narrativa urbana que llevaría a su máxima expresión Roberto Arlt. Muchos otros, con menos chapa, cotizan alto en las marquesinas del canon vernáculo por caprichos académicos. Pero como no somos resultadistas, simplemente apreciamos el trabajo genuino de nuestros buenos poetas, hoy le presentamos a un verdadero peso pesado, capaz de derribar cien Dempseys con una sola frase.
Blomberg pasó su infancia en Paraguay; su madre, Ercilia López era una dama de la alta sociedad paraguaya, reconocida escritora y traductora, sobrina de Francisco Solano López, mientras que su padre era el ingeniero noruego Pedro Blomberg, hijo de Juan Blomberg, un prestigioso marino nórdico, descendiente de varias generaciones de hombres de mar; de esta rama paterna heredó Blomberg esa vocación viajera que lo llevó a recorrer todos los mares del mundo, entregado a derivas aventureras que foguearon sus relatos y su poesía. La obra poética de Blomberg alternó entre la cancionística de entonación patriótica y revisionista y un lirismo arrabalero, buceador de almas perdidas entre las penumbras pecaminosas del puerto de Buenos Aires. Por los años 20 se asoció al guitarrista moreno Enrique Maciel con el que compuso una buena cantidad de canciones que la voz de Ignacio Corsini ayudó a popularizar; “La pulpera de Santa Lucía” es su canción más recordada.
La obra narrativa de Blomberg tampoco tiene desperdicio, basta con leer “El chino del Dock Sur”, un apasionante relato que narra las andanzas de un inmigrante chino que frecuenta un fumadero de opio en el barrio de La Boca; fue publicado en el primer libro de relatos de Blomberg Las puertas de Babel (1920) y antes había aparecido por entregas en “La Novela Semanal”, una exitosa publicación folletinesca que se publicaba en Buenos Aires en las primeras décadas del siglo.
Tommy´s Bar, familiar y melancólico.
El humo azul de los cigarros griegos
dibujaba extrañas pesadillas. Duerme
bajo los rostros fatigados del puerto.
Es la alta noche, y el antiguo piano,
bajo los dedos del pianista ciego
entona la canción de Tipperary.
Madrugadas de alcohol, noches sin sueño,
nostalgia de las noches taciturnas
bajo los rostros de extranjeros cielos;
melancolía gris de los errantes,
amaneceres trágicos de tedio,
y el suspiro profundo
de los buques inmóviles e inquietos,
trágicos ojos de mujeres trágicas,
miran sobre las copas de veneno,
y despiertan visiones de lujuria
en las turbias pupilas de los ebrios.
El alba estaba cerca,
y clareaba en el barrio marinero.
Calló el piano el cantor de Tipperary.
Guardó la noche sus idilios negros,
aletearon las brisas de la aurora,
se oyó el confuso sollozar de un ebrio,
suspiraron las naves su nostalgia,
y al morir las estrellas del cielo,
de Tommy´s Bar las amarillas luces
en el amanecer palidecieron
LA PULPERA DE SANTA LUCÍA
Era rubia y sus ojos celestes
reflejaban la gloria del día
y cantaba como una calandria
la pulpera de Santa Lucía.
Era flor de la vieja parroquia
¿quién fue el gaucho que no la quería?
Los soldados de cuatro cuarteles
suspiraban en la pulpería.
Le cantó el payador mazorquero
con un dulce gemir de vihuelas.
En la reja que olía a jazmines
en el patio que olía a diamelas:
“Con el alma te quiero, pulpera
y algún día tendrás que ser mía”,
mientras llenan las noches del barrio
las guitarras de Santa Lucía.
La llevó un payador de Lavalle
cuando el año cuarenta moría;
ya no alumbran sus ojos celestes
la parroquia de Santa Lucía.
No volvieron los trompas de Rosas
a cantarle vidalas y cielos;
en la reja de la pulpería
los jazmines lloraban de celos.
Y volvió el payador mazorquero
a cantar en el patio vacío
la doliente y postrer serenata
que llevábase el viento del río :
“¿Dónde estás con tus ojos celestes
oh pulpera que no fuiste mía?
¡Cómo lloran por ti las guitarras,
las guitarras de Santa Lucía!”.
LAS DOS IRLANDESAS
Aquí estoy con los chinos y las dos irlandesas
que llegaron a bordo del Jamaica Marú;
Maggie, la mayor, tiene ojos como turquesas
y bebe gin en este viejo bar del Dock Sur.
Nancy, la menor de ellas, parece una gitana,
pero nació en el barrio más pobre de Dublín;
arde en sus ojos negros una pasión lejana
y en su pálida frente hay una cicatriz.
De dónde las trajeron los chinos taciturnos
Maggie me habló al oído: “los conocí en Shangai…”
(En el bar se morían los murmullos nocturnos
y en los labios de Nancy se apagaba un cantar…)
El Marú había partido con rumbo a Yokohama.
Maggie me amó en las noches siniestras del Dock Sur;
Me hablaba de su vida errante, y una llama
de pasión palpitaba en su mirada azul.
Nancy, junto a nosotros, cantaba dulcemente
canciones misteriosas de la China y del mar.
(Quién las llevó de Irlanda al infierno de Oriente,
y por qué las trajeron los chinos de Shangai).
Pero yo amaba a Nancy, la irlandesa morena;
los chinos, silenciosos, miraban a las dos;
las casuchas dormían bajo la luna llena
y en los negros navíos temblaba un resplandor.
¡Nancy! ¡Nancy! Una noche su canción quedó trunca;
los chinos dormitaban borrachos de chandú…
¡Pobre Maggie! Esa noche bebió más gin que nunca
y se arrojó a las aguas oscuras del Dock Sur.
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