José María Castiñeira de Dios (Ushuaia, 30 de marzo de 1920) es un poeta argentino.
Castiñeira de Dios es miembro de la Academia Argentina de Letras, miembro correspondiente de la Real Academia Española, de la Academia Nacional de Periodismo y de la Academia Sanmartiniana. También ha sido presidente de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores).
Fue alumno del poeta y novelista Leopoldo Marechal (1900-1970) y desde los 18 años, produjo una veintena de libros. Entre ellos Del ímpetu dichoso (por el que obtuvo el Primer Premio de Literatura de la ciudad de Buenos Aires), Testimonio cristiano, Campo sur, Del amor para siempre
En la función pública, ocupó cargos de Director General de Cultura de la Nación, Secretario de Estado de Cultura de la Nación, Director de la Biblioteca Nacional, Secretario de Estado de Prensa y Difusión.
También ha sido presidente de la Comisión para la Educación y la Cultura de la OEA (Organización de Estados Americanos) y vicepresidente de la Comisión Nacional Argentina de la UNESCO.
En el año 2009 recibió la distinción de Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, por una vida de militancia peronista y católica.
Fue uno de los primeros 50 hombres que integraron la Junta ProCandidatura del Coronel Perón. Trabajó junto a Eva Perón en la Fundación, creó la Peña de Eva Perón. Después del golpe de estado de 1955 fue designado por Perón miembro del Comando Táctico en la Resistencia. Escribió Las antorchas, "Volveré y seré millones y Réquiem para Juan Domingo Perón.
Obra Poética
Del Ímpetu Dichoso (1943)
Campo Sur (1952)
Las Antorchas (1954)
El Leño Verde (1960)
Cada Día Su Pena (1960)
Santos Vega y Campo Sur (1967)
El Santito Ceferino (1968)
Testimonio Cristiano (1982)
Poesía Política, Aquí y Ahora (1982)
Del Amor Para Siempre (1983)
Libros de 1943 a 1983 reunidos en 'Obra Poética' (Editorial Fraterna, 1985).
Porque quiero a este cielo
me gustaría dibujarlo:
alto y redondo como el día,
pero sin un solo árbol,
con el sol de oro y con la luna
y el estrellerío ordenado.
Porque quiero a este cielo
me gustaría dibujarlo.
Este cielo del Sur
me lo sé palmo a palmo:
aprendí sus milagrerías
desde chico, mirándolo.
Él me miraba desde arriba,
yo lo miraba desde abajo.
Porque quiero a este cielo
me gustaría dibujarlo.
Voy a contarles mi secreto
del cielo sureño en el verano:
está lleno de golondrinas
allá arriba, y en lo más alto.
(las golondrinas nunca lo dejan
aunque se vuelen de los campos.)
Porque quiero a este cielo
me gustaría dibujarlo
A veces la Virgen María
usa mi cielo para sus milagros,
y aunque no llueva sobre el mundo
hace llover sobre el campo quemado
y lo llena de un agua celeste
que forma el grano maduro y pesado.
Porque quiero a este cielo
me gustaría dibujarlo.
Cuando giran las estaciones
mi cielo tiene más de cuatro:
Primavera, Otoño e Invierno,
Amor y Verano.
(La del Amor la tengo pintada
en los ojos de tanto mirarlo.)
Porque quiero a este cielo
me gustaría dibujarlo.
AL FUSILADOR DEL GENERAL VALLE
Funesto urutaú, viscosa hiena,
insaciable chacal, serpiente oscura.
por ti mi Patria hoy es toda sepultura
cárcel, lágrimas, llanto, luto y pena.
¿Cómo parió mi pueblo esta condena,
esta bestia de oscura encarnadura?
¿Cómo nació del pueblo y su hermosura
este aborto del asco y la gangrena?
Cruel asesino de mi pueblo, frío
asesino de todo el pueblo mío,
tarde o temprano llegará tu hora;
sabrá, entonces, lobizón oscuro,
que el pueblo nunca olvida, te lo juro
sobre estos muertos que mi pueblo llora
(11/12 de junio de 1956)
RÉQUIEM PARA JUAN DOMINGO PERÓN
La noche tiene el peso de una lágrima inmensa
y el color de una pena que jamás conocimos.
Hemos quedado en medio de esta muerte
como niños perdidos Dios sabe en qué caminos.
La pena nos hermana; y al mirarnos los ojos
vemos en otros ojos un dolor compartido.
Bajo el aire cruzado de la noche y la lluvia,
se acongoja en los rostros una angustia sin gritos.
Es como si de pronto, bajo el arco del cielo,
la Patria se nos fuera muriendo entre los cirios.
Todo el dolor del mundo se arrodilla en nosotros
en esta noche oscura del destino argentino.
Hierático en la muerte, como no lo fue en vida,
contemple, General, un dolor sin consuelo.
Esta ha de ser la gloria que Dios brinda a los justos,
merecer en la tierra las lágrimas del Pueblo.
¿Acaso no supimos que su muerte
sería como un tajo implacable,
partiendo en dos el tiempo?
¿O, tal vez, no quisimos pensar en este instante
para cerrar los ojos al designio del Cielo?
¿O, quizás, no creímos que Dios lo llevaría
así desencarnado, como nos fue devuelto?
En la noche enlutada tan sólo nos responden,
con su idioma cifrado, los llantos y el silencio.
Aquí están, nuevamente, las antorchas de octubre
quemándose en el llanto de los descamisados.
Y los héroes del Pueblo, mártires de su causa,
vigías imperiosos de su claro mandato.
Y están quienes negaron su divisa y su empresa;
y están quienes cercaron su exilio solitario.
Reunidos por la muerte, juntos
y en una misma soledad hermanados.
¿Cuántos seremos dignos de su vida y su muerte?
¿Cuántos seremos fieles a este sueño truncado?
La Patria está expectante, como recién nacida,
y el destino la mira con sus ojos llagados.
Más allá de su muerte, la Patria es una espera
desbordante de enigmas y de augurios preñada.
Más allá de su vida, la Patria es un mandato,
una lucha creciente, una clara esperanza.
¿Qué haremos sin su guía con esta Patria huérfana?
¿Qué haremos sin su rumbo con la Patria acosada?
Si la muerte del padre fortalece a los hijos,
no habrá maldad del mundo que pueda avasallarla.
Estará para siempre coronada de gloria,
más libre en su grandeza, más justa y soberana.
¡Qué Dios nos lo demande si cedemos un paso;
la Patria es la fatiga de una eterna batalla!
Duerma, mi General, en las manos del Cielo
y en este amor unánime del Pueblo que lo llora.
Descanse para siempre, después de tanta lucha,
de exilios, de amarguras y pruebas dolorosas.
Ha llegado la hora de estar solo y alzarse
como un mástil de fuego sobre el haz de la tierra.
Ha llegado el momento de ser, multiplicado,
la causa y el destino de una lucha gloriosa.
Porque fuimos sus fieles, seremos sus custodios,
unidos por la fuerza vital de su memoria.
Porque somos su pueblo, seremos su milicia,
hasta que rompa el alba de la nueva victoria.
En la muerte de Eva Perón
Hoy que entre paños funerarios llega
la noche al sol, la soledad al día,
y de rodillas la melancolía
toda mi patria en lágrimas anega;
mientras, rota su alma, el pueblo ruega
por quien fue la mitad de su alegría
y en túmulos de flores aún porfía
en negarla a la muerte dura y ciega;
¡canta, corazón mío, sobre el llanto
y haz del quebranto sangre de mi pluma
tú que entre tantos la quisiste tanto;
cercena tu dolor, calla tu queja,
que ya la luna tramontó y hoy suma
su resplandor al sol con que nos deja!
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