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martes, 26 de julio de 2011

4452.- PABLO ARMANDO FERNÁNDEZ


Pablo Armando Fernández, poeta, novelista, ensayista, autor teatral y traductor de la poesía anglosajona, nació en el Central Delicias, antigua provincia de Oriente, Cuba, el 2 de marzo de l93O. Cursó la primera enseñanza en su pueblo natal y bachillerato en el Instituto de Holguín y en Textile High School, en Nueva York. Siguió estudios de periodismo en Washington Irving Evening High School. Después siguió cursos en la Universidad Columbia (Nueva York). Residió en los Estados Unidos desde l945 hasta l959.
Fue subdirector de "Lunes de Revolución" (1959-1961) y secretario de redacción de la revista Casa de las Américas (1961-1962). Desempeñó el cargo de Consejero Cultural de la Embajada de Cuba en Gran Bretaña (1962-1965). Jefe de publicaciones de la Comisión Nacional de Cuba en la UNESCO (1966-1971), miembro del Consejo Editorial de la Academia de Ciencias de Cuba (1971-1987). Fue secretario del centro cubano del PEN Club Internacional. Director de la revista Unión, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (1987-1994). Director del Fondo Editorial de Casa de las Américas (2001-2005), institución en la que actualmente es Asesor de la Presidencia.
Ha desempeñado labores académicas y ha escrito sobre artistas plásticos y escritores contemporáneos.
Su obra, traducida a múltiples idiomas, ha obtenido numerosas distinciones entre las que se cuentan el Premio de la Crítica, el Casa de las Américas, la Distinción por la Cultura Nacional, las medallas Raúl Gómez García, Alejo Carpentier, José María Heredia, así como condecoraciones en España, Italia y Turquía. Miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española, en 1996 obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Una antología de sus poemas, titulada Ser polvo enamorado se publicó en república Dominicana en 2002, edición de la cual provienen los dos poemas siguientes:



EN LO SECRETO DEL TRUENO

para Cintio Vitier


Si uno pudiera, como quien juega o sueña
las secuencias del tiempo reordenar,
y pudiera acogerse a aquellos ciclos
que sólo nos inducen a aprender,
sabiamente sabríamos eludir
las ignominias de la sinrazón.
Si uno pudiera a los juegos y sueños
tribuirles todo cuanto idearan
ingratitud, torpeza y mezquindad:
cardo y ortiga, zarza triste de la vida
que roce y trato tornan defensivos.
También el corazón tiene sus mañas.
Como un reclamo de atención, a veces
uno puede faltarle a quienes ama:
una palabra, un gesto, cualquier impertinencia,
casi siempre de efecto ponzoñoso.
Suele confiarse a veces en que el daño
acerque el ofendido al ofensor.
No hay bien ni mal. Esto también se espera.
Ahora creo haber aprendido a conocer
ciertas turbias razones que a veces urde el corazón.










DE LUMBRE RESPLANDORES

III

Del cuerpo de esa lumbre
que esparció por la tierra sus legiones,
somos aún dispersos resplandores que en haz
han de dar cumplimiento a viva llama:
semilla, espiga, grano
son a este plano cuanto enaltece
y encumbra en alto vuelo.
Todo a esta vida sois, su palabra, su música,
pan y vino en los que flor y sol cantan y aroman
y todo esto y mucho más, caminos.
¡Oh, dioses, mostacillas azules, girasoles,
el pavo real y el lirio de las aguas,
asistidles, de modo que la lumbre
no falte a nuestros días y a la memoria
que es de la luz perenne resplandores!







La Habana

En mi niñez La Habana
era en la radio voces,
que entre estaciones varias,
hacían su itinerario hasta llegar a casa.
A veces toda canto, a veces toda vida
de seres reales o imaginarios
en orbes que nutrían el universo.
Diré que hallé en la radio
la antena con La Habana soñadora.

En el largo camino
desde Delicias hasta Nueva York,
contemplando laureles y leones
me detuve en las sendas
del Paseo del Prado: Zenea y el mar,
el Capitolio, Monte y la CMQ,
el parque fraternal., todo soñado,
tal vez visto en revistas.
Esa noche, antes de irme al hotel
Isla de Cuba, ensimismado, escuché
las voces ancestrales de las Anacaonas
que en cantos celebraban
a la India y su fuente con delfines,
desobedientes a la afección que
Ballagas les mostrara, aún lloran sin consuelo
sobre la taza gris de piedra vieja.
En la mañana, antes de dar el salto
entre Rancho Boyeros y Miami,
Temprano me adentré en las calles y plazas
a contemplar sus casas y sus aceras.
Allí están la mirada, los pasos, el aliento
de quienes animaron la ciudad
en los siglos pasados.
Entonces, las estaciones dejaron
de ser voces radiales, de una a otra estación
llegaba a Nueva York desde Miami.
Allá entre torres y ríos recuperé
con la poesía que me acompañaba
las voces en sintonía con mi ser
y regresé a La Habana.
Esas voces dieron a mi existir
un cuerpo que es instrumento, herramienta,
un arma a veces, para darle vida
a lo que en mí es memoria.

Diré que esa memoria es la poesía que
otras voces en mí, encarnan en el verso
desde Heredia, Varela, Saco, Villaverde y Martí,
que han unido a La Habana y Nueva York
en abrazos que hermanan nuestras islas.
Ya La Habana era hogar a mi regreso.
En sus calles y plazas la poesía
que anima la mirada para asentar los pasos
de quienes las recorren, traza los signos
que perpetúan con amor la historia.

Aquí están mis precursores todos.
Que me imponen hacer de Abel progenia.

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