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lunes, 27 de junio de 2011

4216.- DIEGO DONCEL


Diego Doncel (Malpartida de Cáceres, Cáceres, 1964) es un poeta, novelista y critico español, perteneciente a la Generación Nocilla o Afterpop.
Nacido en Malpartida, un pueblo de Cáceres, Diego Doncel llegó a la literatura en 1990, ganando el premio Adonais con su libro El único umbral. Desde entonces no ha dejado de escribir, siendo autor de una novela y tres libros más de poesía. Fue Cofundador de la revista Espaço/Espacio y es colaborador habitual de prensa escrita.

Obra poética
“El único umbral”. Ed. Rialp. Colección Adonais, 1990. ISBN: 978-84-321-2728-1
“Una sombra que pasa”. Ed. Tusquets. Colección Nuevos Textos Sagrados, 1998. ISBN: 978-84-7223-965-4
“En ningún paraíso”. Ed. Visor. 2005. ISBN: 978-84-7522-782-5

Obra narrativa
“El ángulo de los secretos femeninos”. Ed. Mondadori, 2003. ISBN: 978-84-397-1015-8

Premios literarios
Premio Adonais, 1990
Accésit Premio Jaime Gil de Biedma, 2003



Una sombra que pasa, de Diego Doncel



La ilusión de una ventana abierta al océano

1

Sólo aquí, desde esta ventana
abierta hacia el océano,
oyendo la calma eterna de la tarde,
después que un aguacero
me haya alzado su iris por el sueño y los sentidos,
puede encontrar toda la pureza del cielo
mi corazón, a pesar de esta vida mía
tan oscura que huye
y pasa. Vivir como la luz
y morir como ella dejando el alma
y el campo abiertos de aromas
a la noche para limpiar el mundo.
Redimir el destino con esta quemazón
de claridad y en este azul salobre lavarme
la conciencia de este miedo que al alma
da locura. Volver a ser de nuevo
sustancia y fuego, suceso
feliz de las estrellas. Y con cielos, astros,
sales que se incendian, litorales de luces
que germinan no sentir extraña mi presencia
en esta hora sino como un rumor más
que habita el universo.
No quiero ser el fruto
de toda una desgracia heredada
en mi sangre, acaso un ser herido
que siente de otro lado el extravío
de su pensamiento. Igual que estas aguas serenas
debe estar sereno mi corazón para poder vivir,
claro como la espuma que se abandona
a florecer en cualquier playa.

Nada sentir, nada pensar, ni en esa muerte
en la que al fin naufragará el dolor
y tanto me aliviará de ser yo mismo mi enemigo,
sólo verme en esta riqueza de permanecer vivo
frente al mar, frente al mundo, frente
a mí mismo, y aspirar el olor y la soledad
de este animal que soy entre los seres,
igual que aspiro el ritmo de las olas,
el fuego de la luz, la intimidad del cielo
y veo que todo posee la misma materia
que yo, que mi nada tampoco trasciende
a nada ni en su humildad ni en su miseria.
Que yo no tengo aquí un sentido preciso
sino salvarme a mí mismo de mi propio mal,
olvidarme por entero,
no ser extraño a lo que vive
tan inocente y puro en su ignorancia.

El saber será tan sólo en mí
la forma absoluta de ignorar
como se ignora aquel barco que ahora veo
en la distancia blanca de las aguas, y la sirena,
confundida con el ruido de las olas, se pierde
y se ignora al fondo de mi sangre.

II

1

Igual que caen los días así sobre esta tierra
está cayendo la angustia sobre mi corazón.
Y llenos de vejez quedan los campos,
y la vida solitaria y oscura
como esas nubes muertas que atraviesan
el cielo y a las que el tiempo va llenando
de polvo y de sombras en esta tarde de otoño.

Todo tiene su fin y su destino escrito oscuramente.

Y en el mundo del hombre que vivo
lo mismo que en el mundo humilde de la tierra
marcados van los seres por la vida
enseñándose a morir. Beben fuego de amor
en otra carne enferma, gozan de la delicia
cuando olvidan su mal, abren sueño de dioses
y ningún pensamiento les consuela.

El terror es la muerte y también este universo
de existencias que viven junto a mí con su misterio.
La tierra, los pájaros, el río, el hombre
que veía afanarse en la luz fueron
parte de mi alma, una viva ilusión
de unidad con el mundo
que con su presencia purificaba mis adentros.
Pero hoy, que es ayer y que yo no veía,
la tierra está árida de sol
bajo las nubes, los pájaros muestran su vasto
desaliento desde las altas ramas
con frondas de ceniza, el pedregal del río vuelve
a darme su dejo de muerte entre los juncos
y el hombre, como yo, se ha hundido
entre las sombras del miedo y la locura.
Y no me basta ignorar, olvidarme
de mí y del mundo cuando nada al destino
se le olvida, cuando vivir es cruel
y no sagrado. Y siento terror hacia mí
por existir, por verme respirar, por contemplar
mi miseria como un rumor más de lo que vive.
Por ser el fruto
de una naturaleza fatal.
Lo que veo junto a mi cuerpo
sólo es desolación, una desolación que sufre.
Hay montes de soledad, y una luz
que da pobreza, y seres y cosas
que viven marcados por un capricho celeste.

2

Todo está solo en medio del mundo
y en él sólo hay formas sin sentido
que anima el aliento de la muerte.

Ahora veo fúnebres en mi mirada
los bosques en los que un día
puse a descansar mi corazón,
y mi aliento se pierde
en el aire del mundo sin que nada
les una.
Allá en lo alto el cielo
agoniza su luz en el lugar vacío
de los dioses y la humedad
de las primeras estrellas va cayendo
en mi alma como caen las ruinas
sobre el polvo de un sueño.

Con los ojos abrasados y humildes
miro atardecer el mar
y veo cómo el cenagal helado de las nubes
devora el oro de las aguas, y la tormenta
trae pastos y espacios calcinados a la espuma
de mi corazón.
Hay algo viejo en mí
que está viejo en el mundo, que va borrando
mi rostro con el musgo del cansancio,
que hace temblar mis manos
bajo el vacío celeste y poco a poco a la vida
la va llenando de sal. Bajo las sombras sólo siento
náusea y terror de mí pues ya no soy otra cosa
que un animal devorado por el tiempo,
que el lugar donde un hombre y su razón
y sus sueños fracasan.

3

Entre yo mismo y el mar todo es absurdo,
y vano, y sin sentido, porque al fin estas aguas
y su horizonte, que son como un bostezo
ajeno y desolado,
sobrevivirán más allá de la muerte
que han de marcarme las sombras.
Una sombra seré yo, pero sin alma,
y de mí sólo existirá el polvo
y la miseria que deje atrás mi vida
sin un rayo, aunque sea sucio, de sol.

Será cruel entonces,
como un desvío de mi naturaleza,
que lo que soy ahora se cubra de silencio,
y en el silencio de estos montes
y en el rumor del mar
me haga yo también bruma
y herrumbre del ocaso. Que las olas o el viento
ya se lleven mi cuerpo
adonde todo regresa, y vuelva a ser
lo que fui antes que hombre: ceniza y niebla
de un planeta en un mundo desierto.
Que se calle mi alma como se calla un navío
al navegar marchito el polvo de una estela
por donde nadie pasa, y vague, y siga el rumbo
silencioso de los sueños, y sea llevado
por el aire azul fuera del mundo, al puerto
del que no se puede volver.

Que esto que viva ahora sea la tarde
en que regrese a mí mismo
cubierto por el llanto de sentirme mortal,
y me encuentre solo
frente al destino y al tiempo, y muy cansado
e impuro vaya dejando la ceniza
de mi cuerpo y de mi vida
junto a la ceniza del mar.
Que ni el agua del mar ya sea inocente,
ni la tierra, ni el cielo,
sólo formas de un mundo ilimitado
y hostil. Por eso siento horror a lo que me rodea
y miro cada cosa como si fuera
parte de una sombra
a la que alguien no me hace renunciar.

Cruel es el destino de los hombres
y mi propio destino, y fue un sueño
pensar que alguna gracia del cielo me ungiera
con el don eterno de los astros, pues yo tampoco
podré regresar nunca a la morada
donde bebí de la inocencia
y encontré felicidad, y donde el corazón,
en ese sueño de la mentira que yo mismo inventé,
pudo estar unido al universo.

No hay gracia, ni don,
hay sueños sólo ante la niebla.

Todo es como una pobre metafísica que cansara.

Y además hoy sé que la vida es una máscara
que utiliza la muerte para actuar
sobre todo lo que vive sin tocarlo.











El único umbral, de Diego Doncel.


EN LO ALTO DE LA MONTAÑA

¿No he venido hasta aquí a contemplar
cómo crece la luz sembrada en estos cielos
y a sembrarme en el alma este riego de estrellas
que es fruto de la noche? ¿No he traído mi pecho
a esta altura nocturna para sentir que el aire
arroja por los montes las semillas
ardientes de su espíritu y la tierra,
que ya es casi de luz, se ve abonada,
de horizontes celestes, de espacios infinitos
y ritmos planetarios? Y a través de estos fuegos
que él inflama en su aliento, y al rumor
de estas sombras que en él vuelan incendiadas
¿no respiro yo a los seres abiertos en su vuelo,
no abono mis sentidos en la plena alianza
y al fin, sobre esta cumbre, donde el cielo y el éter
se han unido sin tregua con la tierra y la luz,
no me renuncio a mí por esta vida más alta?


Ahora no soy nada sino un espacio puro
que en medio de la noche
es carne del misterio y fuego inmolado que arde
en la naturaleza. Sin conocer conozco,
sin gustar gusto del mundo, sin conciencia
me creo. Tengo cegados los ojos por un rayo
de estrellas y su luz alumbra mi alma con la ebriedad
de lo eterno. Está la noche en mí y el viento en mí
y las fuerzas que brotan secretas de los montes
con su estela de fuego: el olivar, la fuente,
el olor de las jaras suspendiendo el sentido,
los rebaños dispersos por la intemperie
del campo, con su mirada abierta
al fulgor de los cielos.


Y yo soy estos prados, y los barrancos de luz
en que se vierte la luna, y estas zarzas
que arden, como mi pensamiento,
en el sagrado vínculo del cielo constelado.
¡Esta es mi muerte al fin y mi renuncia plena!
¡De ellas nace esta unión y esta agua clara
del arroyo que pasa y es materia bendecida!
La cojo en mí, y en las sombras respira
con mi aliento, y al beberla hago mío
el fondo originario del que surge,
y míos son los seres que dejaron su imagen
reflejada en su seno. Estos huertos son míos
y su humedad que exhala la fragancia del alma.
Y míos son los frutos que maduran el tiempo,
los surcos del germinar y las semillas,
que reclaman desde lo hondo, un corazón
de ser, un tallo hacia la luz, un destino de música
que sólo yo puedo darle porque también es mío.


Por eso son un acto de amor estos montes
en mi corazón redimido, y mi corazón
materia, sacramento, vuelo
de la tierra incendiada. Siento latir mi pulso
con su horizonte abierto, ser su universo el mío
en el rumor del aire, compartir su misterio
de elemento celeste que reúne distancias,
cercanías, cosas, seres,
lo oculto de las cosas, lo oculto de los seres
en este fuego de purificación.


Así mi corazón vive desnudo
pues poseer para él es despojarse, entregarse a la vida
mientras más vida fluye por la ribera limpia
de sus venas, hechos lumbre de amor mi corazón
y el mundo para que todo vuelva a confundirse
y sean en el espacio comunión, pasión, enigma,
un solo astro, un solo viento, un mismo fuego.


Aquí ya no hay distancia, ya se ha roto el dolor.
¡Esto es la transparencia! Ahora salgo de mí
y sólo encuentro mi alma, y miro a mis adentros
y sólo el mundo contemplo.








PUNTO DE FUGA


El alma, que es tan sólo tránsito,
derramada plegaria a los seres del mundo
que en ella son signos, se anuncia inmensa
al fin por este cementerio, suspendida
entre el mar, la luz y la materia.
Le revela el silencio encendido
de estos montes, el fulgor y el aliento
en el que tiembla el cielo, y un mensaje
hecho carne en las aves y el hombre,
estigma de la gloria y de la eternidad.
No existe otro destino en la vida
o la muerte que no fluya en su cuerpo:
por ella surge todo y las cosas
la crean soñando que la viven.
Mas hoy, el alma aquí, su claridad
dilata, por este mar ardiente
que encarna el paraíso.
Ahora goza otra luz, el cuerpo
en la armonía serena del amor, la carne
de este reino por siempre insatisfecha,
la paz que está consigo y en la tierra
se cifra y en la ladera esplende
con sus astrales árboles
que bajan tan dichosos a beber fuego
al mar.
Decidme si no es éste el espacio sagrado
donde todo se une y al final
todo es alma, que vive enardecido
por el aroma dulce del algarrobo en flor.
Si no se siente aquí esa antigua alianza
del aire con el agua, del agua con la tierra,
de olivos y gaviotas y horizonte
hasta ser parte en la luz.
Y decidme si el alma, purísima,
como esencia de dios no se revela ahora,
y en los bancales que el abismo funda
no salta ella también
a fundirse en el oro.
Si, súbitos e iluminados por la luz
de la sal, no regresan los dioses y devienen
los campos un efluvio divino que se adensa
al juntarse los muertos, las frondas, los hombres
al néctar y a la lumbre de los astros.
Si la verdad no se alza al borde
del deseo, y no deviene el mundo, al fin,
la misma cosa: unos signos celestes
por el sol arañados en la arcilla
de lo eterno donde se mira dios.
Pero allá de esta luz otra sombra
reclama y quizá tras la sombra alumbre
un nuevo día y germine otro sueño.
Tal vez, allí, no exista nada
que no sea esta tierra extasiándose serena
en las ondas del mar. Este sentido pleno
que los seres alcanzan al rendirse gozosos
en la eternidad de la luz.
Y este blanco respirado de los cielos,
y esta sal profundamente respirado
que besan la pureza y la fecundan
en cada fugitiva reverberación.


Mas el alma, que es tránsito,
para recomenzar de nuevo el juego
de la muerte por volar, por fluir
Y hacerse espacio, otra vez toma el rumbo
de las constelaciones...

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