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lunes, 27 de junio de 2011

4215.- SILVIA TERRÓN


SILVIA TERRÓN. Madrid, 1980. ha estado ligada a la escritura desde que puede recordar, primero y principalmente a la poesía como forma de expresión más inmediata que le sirve, más que para expresarse, para conocerse.
Estudió periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, colaborando y trabajando desde 1998 en diversos medios (ab, áccent –suplemento cultural de Diario 16-, ep3...), siempre en el mundo del periodismo cultural y, sobre todo, el periodismo musical. la música es su segunda pasión, y esto la llevaría a trabajar cinco años para el festival internacional de Benicàssim.
Ha aparecido en las revistas cuadernos del matemático, alhucema y bar sobia. asimismo, su poemario parejas impares fue seleccionado en el certamen jóvenes creadores 2005, y nuevas formas de decadencia obtuvo primera mención en el certamen internacional de poesía "María Eugenia Vaz Ferreira" 2006 en Uruguay.
Desde 2005 reside en Londres.






IV.

La noche se descarta del día con manos de gigante luchando contra el sol.
Despiertas a la tarde con la memoria vacía, sin saber las bisagras que se han tenido que engrasar en tu ausencia. No te importa, tampoco. Demasiado banal pensar en batientes cuando tus ojos –esos tiranos- se desdoblan.

Crees que no me doy cuenta, pero sé cuándo has estado escondiéndote en los armarios. Necesito andar constantemente para ver más cosas, para verlas pasar a mi izquierda como en un escaparate.

Todo se desliza.
También por dentro se deslizan los riñones, el hígado, el corazón. Van cambiando de posición siguiendo órbitas de translación y rotación guiadas por las venas. Ahora me laten las muñecas. Ahí están los ventrículos en este momento.
La boca se me cae a los pies, y prefiero andar con la cabeza.

De cabeza.

Descabezada.

La mañana ha decidido guillotinarme en el espejo de la cocina, y acato su sentencia abrazándome bien las partes que me quedan.
Nunca he estado entera en el espejo.
El cartero no ve nada extraño al echar a volar sus sobres en mi puerta.

Despierto en las baldas del supermercado y me deslumbran los rojos, amarillos y verdes de las etiquetas. El pasillo entero no cabe en la cesta y me lo llevo en el pecho sin que lo noten.
Soy experta en eso, ya me he llevado muchas cosas escondidas en él. Calles enteras con sus viandantes, cuadros famosos, playas de noche –de día pesan demasiado-. Una vez pensé en llevarte a ti también, pero me arrepentí enseguida.

Me quedo incompleta como las imágenes que aparecen en la memoria, tiranas de su espacio, y se imponen por la fuerza. Mi imagen incompleta me tiraniza aquí, esta mañana.

Podría estar en cualquier otro lugar.

(De Metrópolis)








Foco XII.

El inicio del dolor coincide exactamente con el momento en que alguien apaga una luz en alguna parte.

Siempre hay una luz y un dolor que se superponen, confundiéndose en el tiempo
igual que los vacíos se confunden con los objetos formando un todo que no es ni materia ni ausencia y está ahí para que lo percibamos cuando todo se vuelve olas y resaca.

La luz no es suficiente, no basta su exacta coincidencia con el objeto iluminado.

El tiempo y el espacio, compinchados, nos engañan.

Toma un color, manoséalo entre los dedos y dime qué queda,
qué hay después aparte de una mancha grasienta y parduzca.

Estos versos son el negativo de un anuncio por palabras escrito en alguna parte del mundo exactamente ahora.

Leerlo sería igual que estas líneas, que este fondo tenso de tormenta sobre el que se desarrolla el cuadro.

El insomnio es el mismo y se repite.

(De Linternas/luciérnagas)








10

Un absurdo regocijo de ceniza recoge los faldones
del pantalón para no quemarse los labios.
El canto inexplicable del reloj se olvida
en el cuello de botella de marzo; todo valor
ha perdido su sentido, la huida abre un estrecho.
Recorremos la geografía doméstica de las puertas, los ecos
de otras vidas tamizados
por esta pared que creemos rostro
de facciones definidas, de humor cambiante
cuando avanza la luz y los parásitos de los cuadros.

Un cierto mecanismo niega
la posibilidad solitaria de una respuesta.
Se crea pelusa en los bordes engomados
de los sobres por cerrar, cabemos aún
en el estrecho confort de su espacio.
Junto a la silla dormida y los zapatos oscuros
hay hueco para gritar un grito minúsculo e indeciso, pero no
para una manga ni para el número infinito de puntadas
que requiere su ascensión hasta el hombro, el motor
helado que alimenta los suspiros y multiplica los botones
como si un cuadrado perfecto de aire
rompiera los contornos.








14

Despertar a un rostro extranjero, a los dientes
desnudos en el espejo pulido con lana y el pan
del desayuno vacío. Una habitación exhibe su desnudez
con deleite, dejándose acariciar por los dedos de sol,
por la voz que llama a alguien entre los árboles,
al otro lado del muro de años y humo
en que se debate la fealdad nostálgica del regreso.

Entre la luz, hasta la última piedra se hunde
en las lagunas de la historia, un desacato
cualquiera cometido por descuido, sin gesto,
descarga la tensión del pez que fija
su vista en el abismo, a miles
de kilómetros de distancia de este cinturón
de entrada a la ciudad.

La pendiente
traza sus nudos sin prisa, adelantándose
a la caída. Podría creer
en frases pronunciadas en algún rincón
más allá de mi ausencia. Persiste el ritmo seco
que golpea las sílabas
contra el esternón.

Las cualidades sonoras del viento desaparecen.
Los huecos son cálidos, se acopla su ausencia
en la palma de la mano, se elevan por encima
de los sucesos, de las vastas derrotas
de las campanas cautivas, de las piscinas cubiertas
y los caminos asfaltados. Es fácil saber que existe
un desierto en el recodo del pasillo.

Casi nadie nos conocía. Éramos
radiografías ausentes de un tiempo perdido.

(De De cuerpos, voces y espacios)







XXI.

Necesito descubrir el sentido
de estos gestos
que se repiten en el vacío:
-------la casa a oscuras
------sin contornos,
------las luces reflejadas
------de una calle extraña
------a la que columpiarse-

Es decadente saber,
inútil comparar esta idea
con un puñado de lápices de colores
en el margen de la infancia.

La experiencia nos repite,
convierte nuestros actos-himno
en fotocopias
borrosas.

Necesitamos vivir
en un instante sin tiempo
apoyados en el corredor
en el que se esgrime la luz
recién descubierta.

Entonces podremos temblar
como una mano
al borde de la hoja
o en la frontera del teléfono
y de la frase,
ciudades limítrofes
cuando anochece.

(De Identidades)









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