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jueves, 23 de junio de 2011

4185.- ANA CECILIA BLUM


Ana Cecilia Blum (Guayaquil, Ecuador 1972). Es promotora cultural y licenciada en Ciencias Políticas y Sociales. Fue tallerista de la Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas. Ejerció la cátedra en Lenguaje y Comunicación a nivel superior. Es autora de Descanso sobre mi sombra (1995) y La que se fue (2008). Ha colaborado con algunos suplementos literarios de su país. Su obra, merecedora de diversos reconocimientos, consta en numerosas antologías ecuatorianas y extranjeras. Actualmente se especializa en Lengua Castellana en la Universidad Estatal de Colorado. Reside en Ecuador y Estados Unidos.





Poética

Y si hay algo quebrado
no soy yo

es la tarde
la noche
las mañanas
los caminos
el tiempo

aún estoy entera
me sostengo
me soporto
si apenitas me riego
me colecto

¿O soy yo?







La que se fue

Camina en otras calles.
Sucumbe en otra lengua.

Lejos de su casa,
escoltada por el anonimato
con la alforja vacía de país y herencia
asiste
al velatorio del espejismo.

Entre los monumentos de la muerte
ha olvidado:
de qué savia está hecha su sangre,
de qué oficio se yerguen sus huesos.

No quiso retornar cuando pudo,
es tarde
para alcanzar las carabelas.

Lo que dejó
se lo comió el apetito de la ausencia.

Volver al mismo mar
es volver al desencuentro.









El tiempo nos hizo diferentes

Ya todo es ajeno,
yo misma soy otra.

Cada cosa tan pequeña,
nada es como el recuerdo.

La casa familiar
es sólo una casita.

Mi cuarto:
cuatro esquinas que se juntan.

El jardín:
minúscula geometría de tierra seca.

No siento nada mío,
ni al barrio con su bulla de acero
ni el aleteo de los viejos libros
ni la música de long-play que me dejó el abuelo

Mi vida antigua se ha borrado,
sílabas
que no retuvieron las paredes.









Las niñas bien

(Puerto de Manta, playa El Murciélago)

Con la nieve asoman
las mañanas junto al mar de Manta
cuando el colegio apestaba
y nos íbamos
a patear las olas
entre sorbos de ron.

Debajo de las palmeras
los quiosquitos fueron
cocos inmensos
y las chicas de colegios nocturnos
que allí atendían
nos regalaron
el ojo de la envidia.

Si acaso hubiesen sabido
que detrás de nuestro buen nombre,
detrás de nuestras risitas
y poses de clase,
adentro, en las mochilas caras
se agazapaba la miseria.

Allá en el Murciélago
hicimos juramentos de olas:
largarnos algún día.

Ahora, lejos
en estos campos de greñas gélidas,
recuerdo esas arenas calientes
donde el sol se divertía
y nosotras nos pasábamos
el último cigarrillo…









Renuentes

Ellos conservan
el rumbo de la costumbre.

Me han contado que salen
a las horas de siempre.

Por las mañanas al trabajo,
retornan, hacen la siesta
y se apuran a buscar atardeceres.

Suben,
bajan de los buses,
atienden conciertos,
cines, recitales.

Se sientan en algún café,
sacan la pluma,
conciben los hijos de las calles.

Pobrecitos mis zapatos viejos

ellos aún no entienden
que me he marchado.









Expectations

La mala hierba
crece en todas partes.

A veces
el fuego de la razón llega
y la extermina

pero hay rituales
que nunca mueren

y entonces
la mala hierba
vuelve a crecer.









El aguacero

Con la piel de la frescura
—en medio de la pampa—
hasta la culebra sonríe,
ella que juró no creer en dios,
después de la lluvia, ya cree.

Sin embargo,
la precisión del sol arriba
y todo lo seca, tan rápidamente.

La pampa es la pampa otra vez,
ardiente.

La culebra es la culebra otra vez,
atea.


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