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jueves, 24 de marzo de 2011
3798.- JUAN MANUEL GONZÁLEZ
Juan Manuel González, escritor y periodista español (1954 - 2008)
Nacimiento 6 de septiembre de 1954
Madrid
Defunción 14 de junio de 2008
Madrid
Ocupación Escritor y periodista.
Nace el 6 de septiembre de 1954 en Madrid Licenciado en Ciencias de la Información y en Sociología por la Universidad Complutense. Doctor en Filología de la Complutense.
Miembro de la Fundación del Español Urgente (Fundéu) y profesor de Literatura en la Universidad de Valladolid, campus de Segovia.
Falleció a los 53 años en Madrid
OBRA.
Tras la luz de poniente (Visor)
Madrigal de ausencia (1997)
La llama del brezo (2002)
En el filo de la sangre
Luces inciertas
De ritos y solticios
Poesía reunida en Hacia el alba de nieve (2004)
Premios
Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma por Tras la luz poniente (2007)
Premio de Poesía Ateneo de Sevilla por La llama del brezo (2002).
Premio Rafael Alberti (1998)
Premio Ojo Crítico de Narrativa por de Cuaderno de combate azul. (1993)
Premio Ángel Riesco de León
CANCIÓN DE NAVIDAD
En las calles, una capa de cristales rotos
se estira, mojada sobre el gris de los recuerdos.
Sus arrugas se pliegan hasta arropar
cierta inquietud vulnerada y perdida: tu aliento.
A través de cada uno de sus fragmentos
distingo aún trazos de vaho y añil,
el paisaje de ultramar
de aquel pasado de muelles y proas que fue nuestro.
Ahora, en este segundo de nieve,
siento que ni uno solo de mis músculos es mío
si no está bañado por tu sangre.
Si te encontrara al doblar la esquina,
contemplando el avance de la nada,
esa luz colgada de una ventana sin cortinas;
o contemplando como caen hilillos rojos
de los labios de la aurora,
te reconocería, rápido,
tras la profundidad de los párpados,
antes de la noche sin fin abrazada a nuestros pasos,
o tras el perfil de las plantas acuáticas
muertas entre el hielo,
como fósiles en el ámbar.
En los días de abril, en Donegal,
la ribera y su fluir eran espejos libres
donde las arañas cosían en su red
esqueletos de estrellas;
entre la danza de las telas blancas y amarillas
olvidadas en los tendederos,
entre los gritos de los niños
perdidos en la espesura del heno.
Allí, al tocar tu pecho con sus sueño de palmas,
la hierba fijaba su peso
en la sombra del viento.
Ahora, avanza la nada, torpe ternura navideña.
Ella no apoya sus dos manos verdes
sobre mi cuello.
Y ni uno solo de mis músculos es mío
en este segundo de nieve.
JARDÍN INTERIOR
En un jardín interior,
protegido por altas, enroscadas verjas art decó,
el sol de la tarde no pasea en lo celeste,
anda entre los troncos de delgados magnolios, despidiéndose,
y un columpio, maderas negras de humedad, cuerdas,
cuelga de la rama horizontal de una gran higuera.
Por un momento, el corazón es de cristal,
cuando la llovizna amenaza con llorar desde las crestas de Malveira,
rompiendo las gotas de agua
clavadas en las manzanas verdes y los albérchigos amarillos,
mientras los cisnes de porcelana, incorpóreos,
parecen inclinar sus cuellos, sus alas rotas, sobre los estanques.
¿Qué queda de los niños,
uñas de tierra negra y regaderas de latón,
antes empeñados en soñar un mundo de jilgueros y árboles apacibles?
¿Qué queda de sus juegos de junio,
de la sensación de levedad del granizo en sus manos,
del hueco de sus mejillas en los dulces almohadones de lana?
Alguna vez fuimos uno de ellos, durmiente, terso,
ignorante de los vientos que barren las plumas de cuervos y ángeles,
cubriendo de hojas muertas las páginas de los cuentos de Andersen.
Alguna vez me senté, nos sentamos,
en un pretil de azulejos tricolores, junto a minúsculos embarcaderos,
para atisbar velas en la niebla baja, armaduras, estandartes carmesíes entre la turba.
Entonces creíamos en escuadras de aves blancas,
tras cada parterre batía el oleaje de un arrecife,
tras cada cenador de hierro forjado, ladridos de amor y lealtad,
y la bruma no era emblema de lento olvido.
Entonces no sabíamos que únicamente son eternas las leyes de los minerales,
que la vida consiste en sangrar por heridas secretas,
que los ojos se vuelven, con la soledad, ceniza,
que lo desconocido es siempre un soldado de plomo sin plan de combate,
y que la muerte es solo un viejo columpio, inmóvil,
maderas negras de humedad, cuerdas,
abandonado al comienzo de la noche.
En un jardín interior. Y vacío.
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