MENNA ELFYN
(Swansea, Reino Unido, 1951)
Creció en una familia galesa durante una época en que la lengua inglesa dominaba el ámbito social y educativo del país. Tiene publicados los poemarios Eucalyptus (1995) y Cusan Dyn Dall (2001), obras de teatro y libretos de ópera.
Estos dos poemas pertenecen a su libro El ángel de la celda (Bassarai, 2006).
Traducción: Eli Tolaretxipi
PRESO NÚMERO 257863
No te apiades de mí,
no soy Pasternak
ni Madelstam,
podría comprar mi salida de aquí,
en tres horas estaría en casa.
Es un hotel barato,
pero un lugar rico
en acuarelas de sentimientos,
los barrotes son el pan y el queso de un poeta.
Gracias, Reina, por el sello en el jabón,
por las gachas a tiempo. Por las toallas raídas,
estoy aquí por una causa
pero he encontrado causas nuevas.
CASI ME AHOGO
De niña, me daban miedo la profundidad,
el bostezo de las olas, como si esperara
la noción de “algo que estaba sucediendo”
cuando pateaba el agua salada bajo el arco del sol.
Iba
como un miembro de la Banda de la Esperanza,
me acercaba a él sigilosamente, en guardia:
“Señor Jesús, enséñame a nadar
así en la tierra como en la bahía”.
Pero la mano de mi madre era la bandera
izada detrás de la playa, que me regañaba
si iba más allá de donde el agua me cubría.
Ese sutil saludo sobre la frente
me comunicaba que no tenía vía
libre en el cuidado extremo de su amor.
Recuerdo, también, a mi padre enseñándole
a coger olas,
guiándola con la mano por debajo de la barbilla,
antes de que su asombrosa desaparición
la dejara resoplando,
ensayo de ahogo en una playa de Gower,
riéndose a carcajadas porque el mar
no era lo bastante fuerte como para sujetarla.
Pero caía la tarde
y estaba lejos de casa
en un mar llamado Pacífico:
me relajaba en la nuca de las olas,
y el azul de la corriente me engatusaba
mientras flotaba en la intrépida
madurez de la edad adulta, en el océano
más viejo que la historia, mi camarada.
Y de repente, cuando me di la vuelta
y decidí volver hacia la costa,
un salto repentino y dos manos blancas y duras
que me hundían en la corriente:
presentí la muerte debajo,
el olor de los grilletes salados
y no pude conseguir dominar
los elementos que me hostigaban las costillas.
Después, durante un segundo, el éxito,
ascendí a medias, antes de que otra ola
imitara a la primera y me llevara de un lado a otro,
el Pacífico espumando y bramando
contra el azul de los cielos.
Pero de alguna manera, de alguna forma, toco la arena
con el dedo índice, aparto de mí
el océano, la odiosa embestida, lejos,
y me veo en la orilla, perpleja,
respirando, en posesión de mis pulmones,
el sabor de la vida en los labios, como una boya al borde del mar.
Esta vez, a mi alrededor,
no hubo dedo que regañara
ni cara ansiosa, sólo una fiesta privada
de desconocidos bebiendo tequila al sol.
Espero con devoción, que sólo una vez
llegue por detrás ese momento de inseguridad
en el que casi me ahogue,
con su vacío
la repentina y certera prueba
de que la naturaleza tiene su propio temperamento
que los mortales sólo podemos aceptar;
qué silencioso es lo extraño,
frágil como los pecios
en el tempo de la marea,
cuando salimos hasta donde el agua nos cubre
en la mitad del océano de la vida.
http://www.elcoloquiodelosperros.net/numero16/espanola16.htm#lorand
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