JULIO CÉSAR JIMÉNEZ
Málaga, 1972. Licenciado en filología hispánica por la Universidad de Málaga. Títulos editados: De las cosas sustituibles, 1996; Estrategia para la fuga (Premio Málaga-CREA 1996); Del ámbito del desorden o quince revelaciones imprevisibles, (Premio Ateneo de Málaga 1998); Genial Picasso (coautor, 1996); Julio César Jiménez. Compañeros de viaje, 2000; Contra Sanguinem, 2001. Ganó el premio María Zambrano del 2001, el Homenaje Manuel Alcántara 2002 y el reciente XVI Premio Ciudad de la Palmas de Gran Canaria (2008). Es incluido algunas antologías: La poesía que llega, jóvenes poetas españoles, 1998; The world of quantum culture, Praeger/Greenwood, USA, 2002); Las sendas interiores, 2005; Ocho poetas jóvenes de Andalucía, Florida, USA, 2006; Doce al sur, 2006; Frontera Sur, antología de jóvenes poetas malagueños, 2007; o Andén Sur, Málaga en la poesía del siglo XX, 2007. Coordina la revista cultural de la Facultad de Letras de Málaga Robador de Europa.
www.juliocesarjimenez.com
MUERTE DE ADRIANO POR HIDROPESÍA DEL CORAZÓN
Pálida y blanda, la piel del anciano
refleja su roce con el mundo.
Transporta un paraíso recién estrenado,
un día más de prórroga
para seguir representándose.
Aún se percibe vida en sus ojos (que casi no existen)
porque le acierta a la luz con la boca.
Lleva los huesos al aire
para que al corazón le entre sin atascos
el último frío de la edad.
Lo tiene hinchado
de tanto cebarlo de joven
con luciérnagas adolescentes
que ya desmenuzó dentro
su caudal de sangre,
por eso se derrama a menudo
cuando tose y saca el pulso al descubierto
y se precipita al suelo
como una enorme rosa muerta.
La muerte le pide la vez al hombre.
Le licua la emoción de fabricar un cuerpo
a la altura del sueño, una desviación de la historia.
(De La sed adiestrada, 2008)
LOS HOMBRES DESAFORTUNADOS
Digan lo que digan
existen ternuras
que se cimientan
derribándose,
que necesitan tentar el desastre
para no olvidarlas nunca.
Acechan desde cornisas de luz
y ni cerrando los ojos
evita uno tenerlas dentro.
Es todo un espectáculo.
Hay que verlas
instalándose en los hombres
con corazones de plomo,
incomprensiblemente
para el que no sabe
que las locuras tiernas
no duran nada.
Sin creerlo, estos hombres no encuentran
con qué abrazar algo
que pudo entrar yéndose,
que ya no estaba al pronunciar
una palabra franca.
Por eso van por la calle con paso extraño,
empujando el tiempo con movimientos
invisibles, tirando
de agujeros tales
que vaciarían vidas enteras.
Van por ahí mismo, por allí,
en cualquier esquina,
unos tras otros.
(De La sed adiestrada, 2008)
SACANDO (DISCRETAMENTE) AL HOMBRO
DE SU SITIO UNA TARDE DE VERANO
Lanzar piedras
sea quizá
guardarlas en el aire,
atribuirles
mordeduras de viento,
proponerles una breve
vida de asalto.
Lanzarlas sea quizá
ensayar nuevas técnicas
de la ira, empeñar en las nubes
un furibundo
gesto puntual,
tensar las brisas
como bocas disponibles,
heridas deseantes.
Hacerlo sería como sorprender ventiscas,
como hacer del cielo una estrecha sima curva,
como si se le diera a lo inerte
una inútil carrera prodigiosa:
devastar el cielo con el hombro.
LO QUE SUCEDE POR ENCIMA DE UNO
Una vez dijiste: “esperar resultó en extremo grato.”
Y pareciste sorprendida. Fue también sorprendente
para mí, pues todos los quehaceres habían sido misioneros,
una inoída lengua suplicante. Yo no había pensado que tú,
incapaz de ver nada, pudieras captar eso.
Stephen Spender
La palabra irretractable,
el hambre en las manos,
la suerte entera apostada.
Las causas inexactas
de la vigilia, del latido
que sobra, la previsión del dolor.
El valor de lo imprevisible,
caer en la cuenta
de que no sabemos suficiente.
Alejarse de uno, acercarse de nuevo,
conseguir buenos frutos
para la casa y la familia.
El gesto amable
en lugar de decir
algo insensato,
cambiarlo por un tiempo
que no condujo a nada.
Lo que deforma rostros,
noticias diluyéndose
en la sangre, el paisaje de fondo
en los ojos.
Todo lo que vuelve
con el mismo signo de temblor.
JOSÉ LUIS JIMÉNEZ SE SIENTA JUNTO
Stephen Spender
La palabra irretractable,
el hambre en las manos,
la suerte entera apostada.
Las causas inexactas
de la vigilia, del latido
que sobra, la previsión del dolor.
El valor de lo imprevisible,
caer en la cuenta
de que no sabemos suficiente.
Alejarse de uno, acercarse de nuevo,
conseguir buenos frutos
para la casa y la familia.
El gesto amable
en lugar de decir
algo insensato,
cambiarlo por un tiempo
que no condujo a nada.
Lo que deforma rostros,
noticias diluyéndose
en la sangre, el paisaje de fondo
en los ojos.
Todo lo que vuelve
con el mismo signo de temblor.
JOSÉ LUIS JIMÉNEZ SE SIENTA JUNTO
A SU PADRE MUERTO
No hay nada más sólido en un cadáver
que su voz última.
No son sus manos remolinos óseos
ni sus brazos candados de sangre
ni su cuencas adarves solares.
Es,
sencillamente, su última voz oída..
La familia lo sabe
y por eso se amontona sobre su boca,
le tocan los labios y refrescan la cara.
Comprueban que el hombre aún está vivo.
A mi me pasan las manos por la nuca
y me llaman Pepito
como cuando era soltero y rebelde
y le arreglaba al viejo
su flamante Diane 6.
Le gustaba conversar sobre mecánica y política
(una forma más de amar, de rozarse),
y llevaba al niño a veladas de boxeo.
Entonces no se veía tan serio como ahora,
que parece el hombre más triste del mundo.
No me pierde de vista, ancla los ojos
en mis dedos amarillentos, donde el cigarrillo,
por donde yo también me iré.
¿Qué pensará un hombre
que no sabe adónde irá a parar
de un momento a otro?
¿Qué puede decir?
Pero no habla. En lugar de eso
se desmonta por dentro,
abre la boca,
lanza una mueca a la ventana,
atrae por última vez
la atención de la luz.
Mi padre está muerto
y es como un trueno manso,
un eco entre mis dedos.
Una lengua saliéndole de los ojos.
No hay nada más sólido en un cadáver
que su voz última.
No son sus manos remolinos óseos
ni sus brazos candados de sangre
ni su cuencas adarves solares.
Es,
sencillamente, su última voz oída..
La familia lo sabe
y por eso se amontona sobre su boca,
le tocan los labios y refrescan la cara.
Comprueban que el hombre aún está vivo.
A mi me pasan las manos por la nuca
y me llaman Pepito
como cuando era soltero y rebelde
y le arreglaba al viejo
su flamante Diane 6.
Le gustaba conversar sobre mecánica y política
(una forma más de amar, de rozarse),
y llevaba al niño a veladas de boxeo.
Entonces no se veía tan serio como ahora,
que parece el hombre más triste del mundo.
No me pierde de vista, ancla los ojos
en mis dedos amarillentos, donde el cigarrillo,
por donde yo también me iré.
¿Qué pensará un hombre
que no sabe adónde irá a parar
de un momento a otro?
¿Qué puede decir?
Pero no habla. En lugar de eso
se desmonta por dentro,
abre la boca,
lanza una mueca a la ventana,
atrae por última vez
la atención de la luz.
Mi padre está muerto
y es como un trueno manso,
un eco entre mis dedos.
Una lengua saliéndole de los ojos.
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