Alexis Gómez Rosa. Nació en Santo Domingo 2 de septiembre de 1950. Poeta y educador. Cursó su educación elemental y secundaria en Santo Domingo. Licenciado en Letras por la State University of New York (Saratoga Spring, 1989) Tiene una maestría en Litera-tura Hispanoamericana de New York University. Trabajó como profesor de lengua española en el sistema de educación pública de New York, y de enseñó cul-tura dominicana en The City U-niversity of New York (Hunter College). Ha obtenido el primer premio en el concurso de poe-sía de Casa de Teatro en dos ocasiones, en 1990 con el poe-mario New York City en trán-sito de pie quebrado y en 1996 con Self Service Poems Ahora disponible en su versión caste-llana) En 1991 recibió el Pre-mio Nacional de Poesía Salomé Ureña de Henríquez con Si Dios quiere y otros versos por en-cargo. En 1981 fundó la colec-ción de poesía Luna Cabeza Caliente. Sus poemas han apa-recido en las revistas Casa Sil-va (Bogota), La Gaceta, Plural y Casa del tiempo (México), Casa de las Américas (Cuba), Zurgai, Balcón, Atlántica, Tu-ria (España), Imagen y Poesía (Venezuela) y Románica, Ca-ronte, De Azur, Tercer Milenio e Hispamérica (Estados Uni-dos) entre otros. Pertenece al grupo de poetas post-guerra, surgido a raíz de la guerra de abril de 1965 y fue miembro fundador del grupo literario La antorcha.
Entre su poesía editada están: Oficio de post-muerte. New York: Williamsburg Printshop, 1973; Pluróscopo. Santo Domingo: Ediciones Ahora, 1977. High Quality, Ltd. Santo Domingo: Colección Luna Cabeza Caliente, 1985, 2ª. Edición, 2004. Contra la pluma la espuma. Santo Domingo: Editora Taller, 1990. Tiza y tinta. Lima, Perú: Ediciones Lluvia, 1991; New York en tránsito de pie quebrado. Santo Domingo: Editora Taller, 1993. Si Dios quiere y otros versos por encargo. Santo Domingo: Editora Amigo del Hogar, 1996. Self Service Poems (Ahora disponible en su versión castellana). Madrid: Editora Huerga y Ferro, 2000. Lápida circa, República Dominicana, 2005. La tregua de los mamíferos, Editora Amigo del Hogar, República Dominicana, 2005.
DICEN LAS MALAS LENGUAS QUE SOY
A Cayo Claudio Espinal
Poeta: eso dicen las malas lenguas que soy: un decir
parásito al coro.
Argamasa de música y letras con todos los sentidos,
haciéndole la vida imposible a los buceadores de sueños,
a los enamorados que, en los palcos
de la luna, les desenrollo la lengua y la sacudo.
Bah, dizque poeta, y no poder empinarme en tus palabras
para echar florecitas a ese amor que me dieron
en préstamo.
Ni tampoco llevar, con legítimo orgullo
y sacerdotal desasosiego, el matrimonio de dos cuerpos
por mi poesía.
Error de la benevolencia (¿de cálculo?),
seguro que error de apreciación:
grave, muy grave, en el saludo rotundo que circula
(amantísimo),
lirismo del viento de Long Island.
(Para corazones de capa y espada,
una tonadilla de niebla y alcanfor).
De: Si Dios quiere y otros versos por encargo, 1997
En esta tierra de oro,
Yacen, colectivamente,
Los chinos de Bonao: amigos
Del Jefe y del país.
La comunidad cantonesa
En República Dominicana,
Siempre laboriosa y altruista,
Ruega a Dios, todopoderoso,
Por el eterno descanso
De estos comerciantes politeístas:
El oído del mundo.
De: Lápida circa y otros epitafios de la torre abolida, 1994
Lo dispuso así Dios
Y no tuve más que aceptar,
A regañadientes, bajar a la noche
De los elegidos. De modo
Que ya no tendré que devanarme
Los sesos, articulando mentiras,
Ni hacer que todo un pueblo,
Se dirija embobado a Plaza Lama.
Aquí disfruta Efraim Castillo,
El de Los ecos tardíos.
De: Lápida circa y otros epitafios de la torre abolida, 1994
Una calle sin fin: mas diminuta,
Acogió mis pasos futuristas,
Evaporados, en mi chacabana dos
Lirios.
Ahora, ascendido a difunto,
Recuerdo aquellos días de Puerto Plata
El Atlántico, almacenados en la Poza
Del Castillo, como una superficie
Sórdida de gemidos.
Llegado el momento, me tocó, pues,
Entregar mi voz, como en efecto
Entregué, a la inquietud del desierto,
Que no imaginé tan confortable.
Hago constar y certifico
En esta hora postrera,
Poeta Ramón Francisco.
De: Lápida circa y otros epitafios de la torre abolida, 1994
¡Válgame Dios! ¡Por fin
la muerte! Ciñe de la poesía
su diadema. Sobre la mesa
dejo el romance, el soneto y la lira,
para ganar en piedra
o mármol tu homenaje postrero,
es mi tormento mayor.
Así termina y se oferta
Mi obra, de un polvo a otro
Con fin, (¡sálvame Dios!),
Rodeado por el diapasón
De tu lengua.
De: Lápida circa y otros epitafios de la torre abolida, 1994
Una pena me embarga,
Mi hermano,
El día de mi entierro,
No podré contabilizar
Los asistentes.
De: Lápida circa y otros epitafios de la torre abolida, 1994
Como espiga llena de luz,
Bajó a la oscuridad
A ilusionar la tierra, la poeta
Soledad Álvarez, hija
De la noche y el día.
Ayer gustó transitar a corazón
Abierto la ciudad, descalza,
Entre el ser y la nada.
Ahora, podrás, caminante
Inadvertido, encontrarla
En cualquier recodo
Del camino.
Como espiga llena de luz,
Bajó a la oscuridad
A ilusionar la tierra, la poeta
Soledad Álvarez, hija
De la noche y el día.
Ayer gustó transitar a corazón
Abierto la ciudad, descalza,
Entre el ser y la nada.
Ahora, podrás, caminante
Inadvertido, encontrarla
En cualquier recodo
Del camino.
De: Lápida circa y otros epitafios de la torre abolida, 1994
Muchos vieron arde la sombra en la madrugada
Del puente.
Casas dormitando su miseria en el río
Después de un nutrido bombardeo… vuelve,
Volvió a ser roble la ceniza:
Piedra caribe
El muro gnomo y la casa de oración…
Abrió luego su pórtico el aullido. Oremos.
Vísceras de menesterosos, ¿quién dijo?
Cartílagos de plástico, fibras de vidrio y poliéster
Por las reventadas vitrinas, hierve la vida
En un oscuro convivio de ratas invioladas,
Colgados maniquíes en desfile,
Frente a mis ojos:
Chorreantes las luces de mercurio.
De: La tregua de los mamíferos, 2005.
Ferryboat de una noche invertebrada
Hacia el final de tus latidos,
el ferryboat corta la rosa de los vientos,
entre otras amputaciones y cicatrices
frente a la noche de un solo temblor.
En el ojo izquierdo:
pulso de águila,
guardo pequeñas travesías
que en tu cuerpo se pierden,
y hace olvido,
porque nuevos naufragios
el ojo derecho inicia y te bendice
señora,
por altas planicies
menos mía,
que el vaivén sobrecogido
en tu piel que delira y adormece
los sentidos.
Aprendiz de brujo,
te observo y me extravío
por tu fosforescente desnudez;
más lírica cuanto más te abandonas;
sorprendida,
y en la lengua te anudas
con un prontuario inútil
de sílabas líquidas,
entrecortadas,
como si en ellas se borraran
tus párpados de amarilla enfermedad,
y el mar y su infinito sombrío
que alimentaran
su inequívoco paisaje.
Animal hecho de la materia prima
de la muerte.
Sobre tu cuerpo la noche
avanza mi palabra en el tiempo,
el ferry muge anclado bajo el bostezo
de los astros:
el agua parlanchina
que intercambia el cifrado mensaje
de tu elocuencia danzaria.
Mujer,
manantial de niebla, trampa
del paraíso.
Gime tu piel en su castillo
el día,
se levanta intranquilo
ante tus ojos narcóticos
de contracción sedienta, irredimible.
En ellos cabe la urdimbre
de la incontinencia y del desasosiego,
el tránsito del amor en la ciudad
donde sangra,
el sol de tu quimera.
Paraíso interior
Estas palabras pretenden (pretendieron)
ser una carta.
Las concebí y almacené y ahora
las asumo como labios, dentadura, como
lengua vacía.
Una carta cuyo lenguaje
se articula aproximando música y saudades;
testimonios, fugas y desnudeces
de tu ilusión mejor.
Una carta sin fecha porque nació
fuera del tiempo,
en la edad de la palabra
que ilumina el asombro de ver en la Osa
Mayor, un archipiélago donde fundar
nuestro animal deseo:
la carne atada
en los disturbios del mundo.
Lancero de mi batalla interior,
más bien pienso que te voy a escribir
y en su lugar se construyen nichos, cárceles,
laberintos,
o escaleras que remiten
al noveno círculo del infierno,
que acerca sus muñecas violadas,
su perfume podrido.
Si escribiera con palabras,
con lúcidas y sentidas palabras,
una cascada de sonidos multicolores
me inundaría como si fueran peces,
como si fuera espuma,
como si fueran nubes
capitaneadas por un recóndito fulgor.
Escribo con el cuerpo allá el ojo
que va y viene,
unísono en el latir
que corresponde a tu ausencia viscosa,
nido de hormigas,
escribo con los días
y la sal de mi condena.
Extranjero ante tu relieve volcánico,
inmarcesible, en ti soy la idea fija
de tus pulsaciones,
el corazón de la hora
porvenir,
babeando una erección
de porcelana.
Estas palabras que pretendieron
ser una carta,
las guardé para desatar
tu geometría, decorar la noche
de tu cuerpo;
las guardé paraíso ultramarino
para reducirme a ese cuello de ámbar,
arrimado a un temblor.
Ausencia de Guarina Rodríguez
Llueve con tristeza sobre las cuatro de la tarde.
Llueve sobre el hueco que debió
ilustrar tu cuerpo de palisandro, inaprehensible,
donde terminaran mis manos a horcajadas.
Llueve rápido, ruidoso, con sentimiento de ruinas.
Llueve aquí en mi corazón trapecista,
porque tu credo se mueve al son de otra basílica,
de otras empobrecidas mareas.
Llueve cal, salitre o arena ante tu indefensión
de ultramar, el ferryboat guarda en tus ojos
un arcoiris de gelatina bueno y válido
para el próximo escalofrío.
Llueve con mucho feeling, de ahí ahí,
entre los pliegues de tus sabanas acalambradas.
(Las sabanas que guardan
las miserias del ultimo inquilino).
Llueve, con frecuencia modulada, una minuta
del verano en tus muslos, en tus caderas.
Llueve un sarampión de agujas ebrias,
imantadas, paralelo a tu sueño deshecho
en cama de tormenta. Llueve de abajo
hacia arriba hasta cubrir tu nombre,
hasta borrarlo. Llueve a cántaros entre los hilos
del contestador telefónico, digo el silencio,
la censura, la telaraña. Llueve con mala fé,
con mala leche. Llueve a intervalos nones
sobre una cadena de ceros tautológicos
en el mar de tu angustia sin fin. Llueve a tono
con tu miedo de lagartija de ojos saltones,
saltarines, sal si puedes. Llueve lujuria, delirio,
frenesí: esto da sexo por todas partes.
Llueve muy hondo, en voz baja, sin límites
ni comentarios marginales. Visto y comprobado
el caso, llueve contra tus senos meditabundos,
huraños y convincentes, que huyen bajo
una blusa de pecados mortales.
Llueve ausencia contra el reloj
de arterias imperfectas.
Llueve con prosapia de Caribe aborigen.
Matapasión
A mi frágil edad
de animal sentimiento,
todo, verdaderamente
converge: la razón,
la enfermedad,
la muerte misma.
Por ti perdí la razón
en afluentes lastimeros:
una muerte mecánica,
sin pausas ni horizontes,
me destinaron
como última ganancia.
Sin embargo el amor
que por tus ojos llega
(llegó), luz ha puesto
en la casa
y en la sangre,
haciendo más visible
la oscuridad
que arropa el tambor
de mi agonía.
Centro del mundo
el esplendor de tu deseo,
(d)escribe consustanciado
al olvido,
los delitos de un cuerpo
que ofrece su cabeza.
Clandestinos
Los amantes de mi tiempo,
los de la última tanda,
su amor entrado en carne derramaron
por el otoño dormido, en el otoño
recobrado.
En el trópico íntimo de una playa
nocturna, o en la ilusión de metrópolis
del malecón al filo de la madrugada.
En el huracán sin ruta
de una cita automovilística,
asi en el jacuzzi amable de aguas
efervescentes aún más amables.
En el happy hour del piano bar
del Jaragua su luna, o en el perfume
acuartelado de un suspiro
en un hotel de chinos.
En el cinema invierno de las 9: 15
allá un film de Visconti6
o en el revival glorioso de una cafetería
de l Conde, de alucinante ideología,
o en el palco rojo de un estadio
de béisbol.
En el tiempo petrificado de un museo
de la ciudad colonial,
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