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lunes, 14 de febrero de 2011

3201.- SOREN PEÑALVER


Singularidad de un clásico

por Dionisia García

Soren Peñalver no ha olvidado su lugar de origen, Albudesite (Murcia), un pueblecito interior. Sin embargo, su trayectoria vital y cultural ha transcurrido cercana al Mediterráneo. De cada lugar ha sabido aprehender lo más esencial y primigenio. Grecia, Turquía, Egipto, Marruecos, y otros países no tan cercanos al Mare Nostrum, han dejado honda huella en el escritor. Su especial percepción ha sabido captar, no sólo con la mirada del viajero sino con la del antropólogo y poeta, el mundo de los hombres, su fiereza y cobardía, también su desgracia y su verdad.

La estancia en Atenas del poeta, durante años, le llevo al aprendizaje del griego moderno; también a su indagación y entrada en el griego clásico, para la lectura de textos que eran de su interés, y deseaba descubrir sin pasar por interpretaciones. Su permanencia en Atenas era decisiva, si bien el destino no lo quiso así. Fue llamado por familiares cercanos que precisaban cuidados.

Regresó a su provincia, más concretamente al Rincón de Seca, donde la familia vivía. La adaptación no fue fácil, pero supo acoger esta nueva posibilidad de vida, amparado por su interesante biblioteca con ejemplares inencontrables, unos, y desconocidos para el común de los lectores, otros.

Como diarista mantiene esa pluralidad que rodea su vida. Los diarios cretenses recogen vivencias de la isla que parecen tener lugar fuera del tiempo. Leemos como, al comenzar la mañana, conversaba con los lugareños, mientras tomaban una infusión de salvia.

Aquellos rostros, no inquietos todavía por el señuelo del progreso, quedaron en el recuerdo de Soren Peñalver, y quizá en sus formas de vida. lo cual no contradice su condición itinerante, que le llevó también a la Jonia Turca, llamado así otro apartado de sus diarios.

En sus recorridos, el poeta mantenía vivos olores y sabores, junto a las luces del paisaje. Esa agresión sensorial, que se instala en quien ha sabido confundirse con personas y lugares. En el presente, Soren vive con esa carga de emociones, con esas vidas que también le pertenecen.

El contacto con la naturaleza le hace aparecer como un "muchacho de campo", apresurado, que deseara regresar a lo que es más suyo. Cada estación espera su mirada: hierbas olorosas o medicinales, flores silvestres (engrandecidas al nombrarlas el poeta, tras el leve roce de la mano). No podemos olvidar que también Soren Peñalver es ese escritor urbano, y lector excepcional, que encuentras en librerías de la ciudad, alzado en una escalera, para encontrar el libro deseado. Aun ahora que la "máquina" parece saberlo todo, prefiere la tarea de buscar y alegrarse con el hallazgo.

Sus ensayos recogen una alta variedad de referencias, ofrecidas al lector que se preste a calar en un pensamiento consistente, en una mirada que apuesta por la sugerencia, por la amplitud, a través de conexiones entre las diferentes culturas, fruto de la impregnación, que el autor ha conseguido, como resultado de un recorrido interior pleno de verdad. En cuanto al Poeta que es Soren Peñalver preferimos, dada la variedad y riqueza de registros; la sólida propuesta de un lenguaje distinto en sus versos, que sea privilegio del lector el descubrimiento. Adelantaremos que clasicismo y modernidad recorren su poesía.

Hemos de finalizar, para dar paso a los textos del autor, cuya extensa obra permanece inédita. Respetamos esta decisión de Soren Peñalver, con gratitud por dejarnos abrir esta ventana en Adamar.




Fragmentos de Dos veces en el mismo río - Diarios Turcos

Nazilli, 11 de Agosto (Tarde)
En el camino que lleva a la Clásica ciudad de Afrodisias, existe un pequeño cementerio musulmán algo descuidado. No tiene sombra de cipreses ni palmeras, ni otros árboles o arbustos; sus únicas flores son las que espontáneamente crecen con la primavera. La sombra sobre las tumbas la proporcionan algunos alfóncigos (Pistacia vera); con el producto de su "cosecha de nadie" los muertos pagan su alquiler, su habitación del olvido o eternidad. Sobre todo los muertos pobres. Comí el fruto de sus ramas cuando estaban aun por agostar; tenían la cáscara como la de ciertas nueces, el oleaginoso sabor a resina, pero dentro la pulpa era deliciosa, verde claro, dulce, envuelta en la delicada película rosada de la piel.

Los muertos lo abonan todo con sus esencias que ya no son nada o son todo. los frutos, deliciosos, absorben, por las raíces a las ramas, adheridos a los miembros viejos, toda fuerza y humores de lo que fueron aquellas vidas. los muertos no deben nada por tal arrendamiento, después de tanto abandono, y a través de las generaciones en el olvido.


Doganyurt-Jögü (Alabanda), 12 de Agosto (mañana)
Alabanda: miel de la inhóspita cardencha, ahora en el esplendor de su flor malva. Gentes amables (hombre sobre todo, mujeres huidizas, niños madrugadores). En la falda de la montaña, entre las cardenchas altas, las ruinas pétreas de lo que pudieron ser pórticos y soportales, a juzgar por los pilares cilíndricos, que al parecer son los extremos de los antiguos edificios, algo enterrados. Ismael, uno de los pocos jóvenes que aquí viven (la mayoría ha emigrado a Alemania o Dinamarca), viene hacia mí. Podemos entendernos perfectamente, para su sorpresa; él dice que muy bien lo de ir solo sin compromiso. Él ya está casado a los veintidós años, y con tres hijos y otro en camino.

Aquí me trajo la atracción de un nombre prestigiado por un poema, un hermoso y largo poema de un poeta alemán amado desde la primera juventud.

No me defraudó el lugar, todo lo contrario. Alabanda me puso en contacto con ese estado del espíritu que proporciona el campo en estado puro, los lugares ahora abandonados de lo que un día fueron monumentos. Un día dije aquello de que el desierto no es sino la expiación de la cultura, de una soberbia intelectual y artística. Todo cambia. Todo esto tendrá la expectación del turismo un día; volverá a tener interés cuando la paleta del arqueólogo entre a fondo en esta tierra de cardenchas y piedra oscura.


de El sartal del ruiseñor

Los niños, hacían girar sus peonzas
multicolores, en Maaloula, en el camino
hacia Damasco, y hablaban una lengua
antigua, en la cual se expresaba
el dulce Isâ, cuando de paso
anduvo por la tierra.
Los niños
jugaban en su recreo, a la imitación
del samâ, levantando polvaredas
y riendo al caminante. Les mirabas
tú, y les devolvías la sonrisa,
a la vez que a tu mente acudían
las palabras atrevidas y sublimes
que un hadith oyera a su Amado:
"De no haber existido tú, no habría
creado yo las esferas"

Vino la noche sobre el rosal polvoriento,
de pequeñas rosas olorosas, color marfil
y vino nuevo.
El ave ubicua, el pequeño
ruiseñor armenio, sacudió el ambarino
yugo de su cuello, y comenzó la alabanza
del Divino Intelecto.
Sólo para la atención
del solitario:

Tria, tria, tria, triandáfila,
triandáfilaki, triandáfilon...

El novio, "a la adamasquina"
de gala todo, saltó al jardín
profundo, como saqueador
nocturno, para meterse
en la fresca alberca,
desnudo.

El novio, joven
ladrón de amores, abandonó
a su soledad a la paloma
omninocturna, la zureadota,
la tan sumisa, la que nunca
se zafa del galante asedio.

El alunarado novio, huyó
sin concluir la noche,
en alegre holgorio
con sus amigos seculares.
Y se llevó consigo la rosa
más perfecta de la rama,
la rosa adamascada,
la rosa adamantina,
la rosa adánica, la rosa
sólo ofrecida en adamar
sincero, que iba prendida
y perfumaba su lúcida barba
nigrescente y aljofarada.

Tria, tria, tria, triandáfila,
triandáfilaki, triandáfilon...



[http://www.adamar.org/numero_13/000052.garcia.htm]

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DEDICATORIA DEL MAR

Era el mar en los ojos de un niño
de la mano del padre por primera
vez contemplado. Fue luego la mar
abismal de los versículos bíblicos,
los epitafios solemnes de Nantucket;
los indómitos mares de Melville. La mar
de las óperas de Britten, de los coros
oceánicos de Delius; fragor exultante
como los cantos de Whitman. Visión
desnuda a la luz de los días, presencia
con las noches vestida: el estático mar
de las fotografías donde aparecemos,
sonrisueños y enfundados en oscuros
abrigos con centelleantes botones;
juntos los rostros que salpican
el olear de sus maternas aguas.
Es el mar íntimo de una dedicatoria
que yo deseé escrita por tu mano
al pie de un retrato de Cernuda,
éste que siempre presidiera la estancia
por ti ocupada, y con su proyección
inundaba la mar de la mañana, el mar
desbordado por la luna. La mar de estos
versos que nunca habrán de envejecer
ni morir como la pasión, como nosotros:
El mar, única criatura que pudiera
asumir tu vida poseyéndote…









ACERCA DE LA SIMPLICIDAD DEL EDÉN


Contesto ahora a tu extrañeza
de hace algún tiempo, cuando aludías
a la forma aletargada con que mis días
allá se consumían, invernando entre libros
al amor engañoso de la lumbre del pasado.
Tú hacías hablar al Genio de la Vida,
con líricos argumentos que parecían
sacados del “Gulistán” clásico persa:
“Ignoro por qué Cósimo no está aún
en Ispahán, porque le debo tener allí
esta noche, como siempre”. Preciosísimo
amigo, no sé si calculaste aquellas
palabras tuyas y su interrogante
persuasiva; pero al fin aquí me tienes,
bajo el frondoso badianero cuya anisada
semilla estrellada cae a las tazas
de nácar donde humea el café recién
servido. Mas, ¿qué añadir a lo que la vida
expresa? “Yasamak güzel sey arkadasim!”*




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