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jueves, 27 de enero de 2011

3101.- VICENTE ROBALINO


VICENTE ROBALINO
Ibarra, Ecuador 1960. Estudios de Derecho en la Universidad Central de Quito, doctorado en Literatura en la Universidad Católica de Quito, Maestría en Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue integrante de los talleres literarios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, coordinados por Miguel Donoso Pareja, en Quito, en los años 80. Ha publicado los poemarios Póngase de una vez en desacuerdo (1990), Sobre la hierba el día (2001) y Cuando el cuerpo se desprende del alba (2006).





POEMAS

Algún día vamos a subir
hasta la rama más alta.

El rumor de las hojas
despertará al cordero.




Nos ha dejado la noche
para que pesemos
la miseria de nuestros días
y envidiemos a los árboles
que viejos y deshabitados
aún sostienen el cielo



Un insecto camina
sobre una inmensa piedra.

Detenidos en la oquedad
tiempo y cielo implacables.

De Sobre la hierba el día, 2001 fragmentos






I

Sobre la hierba del día
un pájaro entona
la soledad de Dios: la altura.
En ese instante
el paisaje cae vertiginoso
hacia la nada.

III

Deletreaba para él cada mañana
(igual que Dios en el Génesis)
los extraños nombres de las cosas:
silla
lámpara
velador
espejo...

Sólo entonces pudo reconocer
la ronca voz de la lluvia
el rumor que en la oscuridad
habían dejado las palabras.

VI

Quizá el mirar sea un oficio
una sana costumbre
tener el semblante de las cosas
cerca de la ingratitud de la memoria.
Nunca será certeza
de que el mundo se ha ido
pues algo quedará en el fondo
guijarro que soledad esconde.

XI

Las miradas de los ángeles caerán,
sobre los cuerpos de los arrepentidos.
La eternidad recostada en la hierba
seducirá a los justos.
Respetables pecadores
pernoctarán
en la memoria del verdugo.

XII

Lo que separa el día de la noche
un rumor apenas un instante
un cuerpo que podría revelarse
o un gran vacío: la página.

XIII

Sentarme
frente a la misma pared
hasta que el éxtasis empiece.
Sólo allí
muy cercano a la muerte o al olvido
lanzar al cielo una interrogante

XIV

Ahora que descansan en un jarrón
el silencio se ha pegado a sus pétalos
como mi memoria a tu sombra.

Solo camino con ellas
cuando empieza la oscuridad.

XV

Nos ha dejado la noche
para que pesemos
la miseria de nuestros días
y envidiemos a los árboles
que viejos y deshabitados
aún sostienen el cielo.

XVIII

Es verdad que mañana
todas las cosas estarán
donde tu memoria las dejó.

Pero si insistes en llamarlas
morirán apenas las nombres.

XXIII

Se apaga una ventana
lenta hoguera que niega el día
a oscuras sin saber dónde
empieza o termina el mundo
máscara con que calla
mi yo ante el olvido.


XXIV

Aves
perforan los ojos del cielo.
Dios enfurece a sus ángeles.
Los lagrimales de las puertas
destilan silencio.

En el aire se pudren palabras.




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