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jueves, 25 de noviembre de 2010

2301.- RAÚL ALONSO


Raúl Alonso es un poeta español, conocido también por sus estudios sobre el fenómeno místico y el Gnosticismo. En el ámbito académico ha publicado artículos de Filosofía; Antropología Política, Social y Cultural; Estética y Filosofía de la Religión en revistas universitarias y publicaciones especializadas de España y Argentina. Su obra aparece en diversos recuentos y antologías de la poesía reciente.
El Diccionario Espasa de Literatura Española le define como: «Autor de una poesía de corte metafísico, con mucho de ironía experimental, contemplativa y en la que los juegos lingüísticos de índole semántica conviven con el clasicismo de las formas elegidas.»
Fue miembro fundador de la revista de Literatura y Pensamiento Karonte en la Universidad de Córdoba, y director de las colecciones de poemarios Cuadernos del Minotauro, El átomo y Limbo, esta última junto al artista Manuel Garcés Blancart. Fue uno de los impulsores del Festival Internacional de Poesía Cosmopoética que se celebra anualmente en Córdoba desde el año 2004.
Desde 2010 dirije la Editorial Cántico, que persigue recuperar el patrimonio literario de la mística española con adaptaciones de estas obras clásicas al castellano actual, así como las obras místicas de otras culturas.
Obra poética
Mi beso, (Cuadernos del Minotauro, 1997).
La descomposición, (Cuadernos del Minotauro, 1998).
Una nueva prensa musical, (Un papel en el agua, 1998),
junto a Juan Antonio Bernier y Eduardo Chivite.
La Plaga, (Follas Novas, 2000).
Libro de las catástrofes, (DVD, 2002).
El Amor de Bodhisattva, (Hiperión, 2004).





El Amor de Bodhisattva

Bodhisattva murió como morimos todos:
escuchaba los cantos de las aves doradas.
El dulce Om de Dios era la música
de los días pasados que volaban.

Sonaba el Om en las montañas próximas.
Sonaba el Om en las ciudades claras.
Sonaba el Om en los felices seres
donde la compasión hizo una casa.

Bodhisattva murió como morimos todos:
reía con las hojas y bailaba
musitando: Aún no terminé. Mucho me queda
Padre, regrésame cuando me vaya.

Sabía de su muerte, y sin embargo
la esperó sin preguntas. Con sus palmas
hacía hermosos gestos en el cielo
como si fueran dos cometas blancas.

Bodhisattva murió como morimos todos:
Miraba al sol: era el Sol de su infancia.
Conoció que las cosas se movían
en busca de una unión que no encontraban.

Cuando murió, las nubes de la tarde
parecían ballenas que se amaban.
Mirábamos aquel lento viaje
que las unía y las separaba.

—Entre las cosas separadas hay
como un hilo invisible de distancia—
pensé. Pero él me dijo: Coge el hilo
de todas ellas y fabrica el Alma—

Bodhisattva murió como morimos todos
cuando el Padre nos llama al corazón. Si lejana
es la Luz que dimana toda vida,
cercanos son los hilos de Luz de que nos arrastran.

El Amor de Bodhisattva, Hiperión, 2004






Tábano, Corazón

Apenas acabamos de entrar al dormitorio
y ya enciendes la tele de catorce pulgadas.

Yo voy desabrochando mi camisa en silencio
sin entender los códigos que emite
tu pelo despeinado y el sabor a tabaco
que dejó tu saliva en mi boca de amante
detrás, en el pasillo, hace ya unos minutos.

Si te miro, tú callas,
y detrás de tu cuerpo el mundo se derrumba
con toda independencia y rigor y detalle
en el telediario de cada madrugada
llenando con sus brillos tu silueta desnuda
de azules y de pardos tonos televisivos.

Como no es importante embellece el momento
y ya sólo nos resta esperar a mañana.

El INEM ha subido, el petróleo y la bolsa
y la guerra ha cesado ya en Bosnia pero en Zaire
sigue habiendo conflictos.

Ya ves, es el paisaje
de un beso muy reciente
con cosas que ni a ti ni a mí
ya nos importan.

(de La Plaga)





Ley de la blancura de los cisnes

Todos los cisnes blancos son
porque tienen las alas blancas.

Sus plumas son las hojas nuevas
que el floreciente almendro canta.

Cuando acaricia el blanco sol
sus blancos pétalos de alas,

el largo cuello del almendro
toca el estanque de agua clara.

(de Libro de las catástrofes)






Todo me desasiste

Todo me desasiste.
Hay nubes. Llueve barro.
La tierra cae del cielo
con un suspiro blanco.
El trueno se desliza
como un escarabajo
que va escalando piedras.

Se genera un atasco
en la avenida triste
que añora su ser páramo.

Una avioneta lenta
sobrevuela mis labios.

El aviador la mira,
desde el parque, nostálgico.
"Yo era el aviador"
piensa. Canta algún pájaro.

Se deshace este mundo
asido por las manos
del temporal eterno.

Lo reconstruye un claxon.

Todo me desasiste.
Hay nubes. Llueve barro.





En la laguna

El viejo palpa el junco. Lo recorre
con sus yemas augustas. Y lo arranca.
Repite el ritual con otros pocos
en la laguna donde están las garzas.
Él las contempla. Su corazón tiene
un poso amargo que no toca el agua.
Pero le gusta ver sus vuelos rasos
en la serena superficie lánguida.
Con los tallos fabricará una cesta
y meterá entre paños su nostalgia
para soltarla luego a la deriva.





Miré el atardecer

En medio de un camino
que la tarde alumbraba
miré el atardecer.
El Sol me iluminaba.

Fue como si se abrieran
las flores de las ramas
en un árbol sin hojas
retoñando de almas.

Fue como si el torrente
puro y fuerte del agua
brotara en un desierto
regándolo de almas.

Fue como si la bóveda
celeste se llenara
de un resplandor intenso
encendido de almas.

El Sol me iluminaba.

Y creí en los cantos
largos de mi nostalgia.
Se elevaban gozosos
por toda la galaxia.

Y ya no fueron míos,
ni mía la mirada
que me mostraba cómo
todo resucitaba.

El Sol me iluminaba.

Mi alma se quedó
sola como las playas
cuando los melancólicos
paseantes se marchan…
y se queda la orilla
con la espuma del agua
y la sombra del vuelo
de las gaviotas bajas.

El Sol me iluminaba.

Pero cuando se queda
más solitaria el alma…
con el Amado vive,
con el Amado ama,
con el Amado siente,
con el Amado canta,
con el Amado hace
fecunda la palabra.

Los rayos parecían
arroyos de esperanza
abriéndose en los seres
que apagaron su llama.

No era un mediodía,
ni una mañana clara.
Era una tarde fría,
de invierno, sosegada.

Se me olvidó que iba
de regreso a mi casa.

Luego lo recordé.

El Sol me iluminaba.



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