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martes, 16 de noviembre de 2010

2125.- MAURIZIO CUCCHI






Maurizio Cucchi (Milán, Italia, 1945) polariza la atención del público y de la crítica ya con su primer libro de poemas Il disperso (Mondadori, 1976). Durante algunos años trabaja como asesor editorial, crítico y traductor, y colabora en los más importantes periódicos y revistas italianas. En 1980 publica Le meraviglie dell’acqua y dos años después Glenn (Premio Viareggio). En 1987 salen Donna del gioco y Poesia della fonte (Premio Montale, 1993). De 1989 a 1991 dirige la revista Poesía. En la actualidad colabora en el periódico La stampa y es responsable de una sección de poesía en la que dedica mucho espacio a los poetas debutantes. Cucchi ha traducido del francés a varios autores, entre los cuales se encuentran Stendhal, Flaubert, Lamartine, Villiers-de-I’Isle Adam, Mallarmé, Prévert. En 1996 ha preparado con Stefano Giovanardi la antología Poeti italiani del secondo Novecento (Mondadori). Entre sus últimos libros de poesía destacan: L’ultimo viaggio di Glenn (1999), Poesie 1965-2000 (Mondadori, 2001 y 2003), Per un secondo o un secolo (Mondadori, 2003), Jeanne D’Arc e il suo doppio (Guanda, 2008) y Vite pulviscolari (Mondadori, 2009). Es autor de la novela Il male è nelle cose (Mondadori, 2005)




QUISIERA reconducir todo, ahora,
a la noble limpieza de los gestos,
de las palabras y de los silencios,
de los saludos y de las confesiones,
entre nosotros, sin derroches,
ni equívocos o falsos pudores,
sin el hastío de las circunstancias
o la desconfianza desolada en las cosas.




LOS INMENSOS pupitres del estudio,
las caras siniestras de los preceptores,
el hedor del refectorio. Mi jersey
amarillo en el abandono de la escuela,
una sala de espera, el monedero
rojo y las monedas. ¿Cuál será
el origen, el arquetípico evento
del mortal desprendimiento? Los llantos,
y las disputas siempre cerradas en el acto
en la liberación de un abrazo estrecho.




UN JUEGO de disolvencias múltiples...
Te veo a través, en transparencia,
detrás de su rostro masculino, tras sus rasgos
de hermano. Te exploro, obstinado,
en busca de una huella, en estas
fisonomías lejanas... Busco
una información reproducida,
así un poco vuelvo a verte, te multiplico,
vuelves a emerger en ellos, a trozos, fragmentos,
matices.

Como una sombra que toma cuerpo
y se impone central en un torbellino
de semejanzas...

Como la dulce niña al piano,
Claudia su nombre, en su perfil negro,
en su trajecito blanco, que te rinde homenaje
y se inclina ante ti, te redobla
después de veinte años.




NO HA cambiado nada, aquí, y te lo había dicho
ya entonces, en esa cancioncilla: «No creas
que todos los caminos conduzcan a Roma. Querremos
lo mejor y nunca más nos nutriremos con elecciones fáciles»...
Palabras nuestras, palabras insignificantes, oh mi pequeña mujer
tan alegre y turbada...
Pero cómo fue inverosímil tu historia,
e injustamente accidentada...





ESTABAS allí, con un temblor ciego acurrucada
entre el teléfono y la cama en la anfombra.
Con los labios tendidos boqueabas
como un pececillo.
Con un beso en la frente he intentado
sacudirte, despertarte,
delicadamente, llamarte, pensando
.demasiado en mí, en mi dolor.
«Esta mujer – decía amablemente en su bata –
esta pequeña mujer menuda, está
ya muy ocupada... muy ocupada.»
Te quedaban tan solo dos días.





ME VENÍAN a la mente,
mientras miraba a mis amigos enfermos,
algunas ideas raras.
Dios, alma: palabras,
conceptos remotísimos, inservibles,
burbujas vacías, estructuras
de pensamiento arcaico.






ENTONCES he pensado en ti,
que me llamabas y levantando
un poco la mirada he observado
antes indistinta, como una sugestión,
luego casi clara, una forma
avanzando, oscilando. Como un barco,
o seguramente un barco
que rompía el horizonte llegando
a una extraña, confusa evanescencia.
Como un mensaje salía, como
una información viva
o superviviente, íntegra,
emergiendo de un negro inmenso todo.






LUEGO se evapora lento, en el tiempo
que no sabemos, lento en un crescendo
de luminosidad, la enorme
caverna materia, espacial.
Imparable
se vuelve entonces leve, evanescente
y su horizonte
en el límite extremo de las cosas,
de los acaecimientos, parece disolverse
y desvanecerse
dejando a sus espaldas la nada.

¿Pero qué es
la nada?





PRONTO seremos tú y yo sin tempo
tragados sin tormentos o alegrías, sin
cuerpo ni aflicciones, absorbidos en una nube,
en una burbuja definitiva de aire.




GRACIAS AL POETA EMILIO COCO
QUE ME REMITIÓ LOS POEMAS

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