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martes, 12 de octubre de 2010

1683.- ERNESTO MEJÍA SÁNCHEZ


Ernesto Mejía Sánchez (1923 - 1985)
Nació en Masaya y vivió parte de su vida en México. Su primer obra fue Romances y corridos nicaragüenses, que se publicó en México.
Mejía Sánchez luego se trasladó a vivir a Europa y Estados Unidos. Fue un gran investigador de la obra de Rubén Darío, y adversario de la política de Somoza, razón por la cual escribió una antología de poesía política nicaragüense a finales de 1950.
Dejó obras como el libro Recolección al mediodía, publicado en Nicaragua en 1972, al cual le fue agregando nuevos poemas en 1980 y en 1985. Publica La carne contigua, que incluye Ensalmos y conjuros de 1947, El retorno en 1950, Vela de la espada de 1951 a 1960, Poemas familiares de 1955 a 1973, Disposición de viaje de 1956 a 1972, Poemas temporales de 1952 a 1973, Historia natural de 1968 a 1975, Estelas y homenajes de 1947 a 1979, y Poemas dialectales de 1977 a 1980.
Mejía Sánchez fue el creador de un nuevo género llamado Prosema, constituido por textos líricos breves, escritos en prosa pero con un toque narrativo.
En 1975 es admitido, como miembro correspondiente, a la Híspanic Society of América. En 1971 recibe el doctorado honoris causa en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.
En 1980 es nombrado Embajador de Nicaragua en España y, posteriormente, en Argentina. Se le otorga el premio "Alfonso Reyes". Publicó una selección de su obra poética, Recolección a mediodía. Es autor también de estudios literarios y ediciones de Rubén Darío, Amado Nervo, Alfonso Reyes, etc.
Pertenece a la denominada "Generación del 40", junto con Carlos Martínez Rivas y Ernesto Cardenal .
En 1985 a la vida privada en México y fallece en Mérida, Yucatán, México, el 1ro. de noviembre de 1985.







La vida espiritual

La podredumbre de vivir, el sueño,
la alegría del sol en los ojos abiertos,
la nada esperada y satisfecha:
todo esto dado sin pedirlo
ni merecerlo, menos la desilusión,
la desdicha, porque mientras ponías
la pluma en el papel (¿para qué?)
o la copa en el mantel, sentías
que estabas descifrando el universo,
o lo que tú creías que era el universo.






Las manchas del tigre

¿Qué orden prescribe nuestra
congregación? Sin contorno y
sedosa la escurridiza piel
de nuestro monarca, tensa al menor
movimiento, desde adentro esculpida,
existe por nosotras. Y todo es
lanzado a la rápida ferocidad
del tirano que entigrecemos.
No se puede evitar la presencia
de nuestra escritura que dibuja
el rencor para hacerlo visible.
Decoramos lo inútil destructor,
el descenso de la bondad sin motivo.
Vamos a cuestas del resentimiento
delirante. Somos llevadas sin consulta.
No somos más que manchas. Manchas
puras llevadas y traídas por
el sin gobierno de lo sanguinario.
La belleza cargando con la culpa
de su criatura en rebeldía.


Jorge Rodríguez Padrón, Antología de poesía
hispanoamericana (1915-1980), Espasa Calpe, Madrid, 1984




ENSALMOS Y CONJUROS


1
Ensayé la palabra, su medida,
el espacio que ocupa. La tomé
de los labios, la puse con cuidado
en tu mano. Que no se escape. ¡Empuña!
Cuenta hasta dos [lo más difícil].
Ábrela ahora: una
estrella en tu mano.


3
Para [apaciguar] la soledad, escoge
un día, virgen. Guarda todos tus libros
bajo siete llaves. Lleva una manzana
bajo el árbol más puro. No temas, no
llegará el Maligno. Di
estas palabras, como si fuesen
verdaderas: Soledad,
te amo, creo en ti, no me traiciones.


6
Hay días limpios, construidos
por un aire inconsútil. Ni un demonio
ni un ángel lo penetran. Ahí
la soledad da la batalla.
De nada serviría, amoroso
llamarla. De nada, porque el aire,
homogéneo, cerrado, pone plomo
a la voz. Requiérela al menos,
sin abrir los labios, así;
compañía adversaria, estoy contigo.



7
En el lugar en que cité a la luna,
ella aparezca. Porque yo repetí
hasta cansarme la palabra precisa.
Porque dije. Ahí, en el lugar
en que cité a la luna, aparezca,
blanca, como ella. Que esto
se cumpla; que no sea mentira.



9
Para saber el día en que la virgen
ha de llorar feliz la marca de tu sangre,
ata con un pañuelo suyo el calendario,
no pronuncies palabra, pon en su pecho
a diario una azucena blanca: espera
que enrojezca.



11
Para saber si el fruto de su vientre
ha de ser varón o niña, que tu mano
inaugure la sombra de sus ojos, y
que pronuncie un nombre sin
recordar la noche de la sangre.
Si ella dice: rueca, o: golondrina,
será mujer quien alegre tu casa.
Si dice, por ejemplo: amaranto,
será varón quien besará
a la madre. Si queda muda,
no te apenes, él hablará por ella;
que nacerá un poeta.




LA POESÍA

1
Este desasosiego, esta palabra que desde el corazón
me llega y se detiene en mis labios, no es nuevo en mí,
sino que permanece, vive desde cuando mis padres
en amorosa lucha concretaron la carne de la muerte
para darme al mundo; y me crece como un mar en el pecho,
siempre cambiente, furioso y sin consuelo.

Ha de llegar un día en que tanto afán madure
y se desangre, y esa ignorada palabra detenida
en mis labios rompa el aire como un canto y
me haga feliz y duradero el nombre.

4
Si la azucena es vil en su pureza
y oculta la virtud del asesino,
si el veneno sutil es el camino
para lograr exacta la belleza;

Engaño pues mi amor con la nobleza
y confundo lo ruin con lo divino,
hago de la cordura desatino,
de la sola mentira mi certeza.

Nadie sale triunfante en la batalla,
ni angélica promesa en que me escudo
ni humana condición que me amuralla.

Contra toda verdad he de quererte,
equilibrio infernal. Nací desnudo:
sólo contigo venceré a la muerte.





LA SONRISA

Vale tan poco una sonrisa
que darla cuesta nada y sí
negarla, mucho. Una sonrisa,
una sonrisa inmerecida, no tiene
precio ni en el cielo ni en la tierra.
Una sonrisa gratuita, pura
como la luz sin la que no podría
vivir, sólo se paga con la muerte.





SOBREMESA

Una mancha de vino en el mantel me
recordó París, unas horas que nadie
me podrá disputar mientras viva.





LA NICARAGUA


Aquí remedando a la rosa, las mosquetas y diamelas daban alarma a la vista, disparando antes su aroma al ambiente: allí la Nicaragua, las campánulas, las arreboleras, avergonzaban la pura luz del sol con sus matices y cambiantes.

Serafín Estébanez Calderón ("El Solitario"), Escenas andaluzas. Madrid, Imprenta de A. Pérez Dubrull, 1993, p. 265.


Andrés y yo somos hombres de pueblo, de pueblo chico, y padecemos memorias de infancia y mocedad. Nuestras lecturas van cargadas de recuerdos: amigos, paisajes, pájaros, flores y frutos de la tierra. Con frecuencia discutimos sus nombres y variantes. El me ha dictado por el teléfono esas líneas de "El Solitario" en que figura la Nicaragua, una flor, en una escena andaluza. He recorrido las Andalucías, sus jardines y cármenes, terrazas y balcones floreados, y nunca me topé con la flor de mi sangre, llevada allá por sangre conquistadora, la misma que nos trajo tantas cosas de Castilla. Esto no puede quedarse así. Navegaré los diccionarios de la flora libresca y obtendré un puñado de noticias tranquilizantes. Aquí van enseguida: En la región oriental de Nicaragua se da la Nicaragüita (Plumeria rubra), que en la occidental se llama vulgarmente chiquiona; es roja, retozona y sandunguera. La amarilla (Plumeria palida), es el sacuanjoche, del náhuatl, zacuani (amarillo) y xochitl (flor). La roja es el cacaloxóchitl o jacalosúschil mexicano, Flor de Mayo, Flor de Cuervo, Alejandría, en maya Chacnicté. Pero el sacuanjoche amarillo es la flor nacional, la flor de los concursos y los sellos de correo. Ah Nicaragüita saltarina, llevada en maceta, sobre el mar, prendedora, pegajosa, prendida, perdida en el Alándaluz. Andalucía, sólo una flor pudo conquistarte. Guerra florida, pues, que llevamos dentro, juntos, Andrés.


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