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domingo, 22 de agosto de 2010

871.- ELVIRA DAUDET

Nació en Cuenca (España). Periodista; trabajó en los diarios Informaciones, Pueblo, ABC, El Independiente y colaboró en algunos internacionales como St Galler Tagblatt, realizando numerosos reportajes y entrevistas a los personajes más relevantes de la cultura y la política. En TVE, donde escribió, dirigió y presentó la serie "Está llegando la mujer". Es autora de los siguiente libros: El primer mensaje, Crónicas de una tristeza (premio González de Lama, otorgado por un jurado compuesto por Dámaso Alonso, Luis Rosales, Emilio Alarcos, Gamallo Fierros y Antonio Gamoneda)España de costa a costa (premio Costa del Sol) Los empresarios, El don desapacible, Terrenal y marina, Orestes murió en la Habana, La Gioconda llora de madrugada y la aún inédita, El nombre del padre.





MORITURI

A Pier Paolo Pasolini, muerto a palos
y enlodado por los hijos de la noche.


Esperad, antes de que me golpeéis
quiero advertiros, hijos de la noche,
implacables ángeles de las sombras,
que sé llorar en todos los idiomas.
En francés he gemido, con éxito notable,
en el Barrio Latino y en el andén del metro,
en tiempos de Ben Bella, de De Gaulle y Bumediam.
Al pie del Vaticano y en las playas de Ostia
he llorado -en italiano, claro- a un cristo
sucio de sangre y barro, de voz insobornable.
Y en Wall Street, en Bowaris y en Harlem,
acosada por millares de espectros,
hombres sacrificados al dios Dólar,
mis lamentos han sido en un yanqui perfecto.
Asombraos, también sé gemir en griego antiguo.
Lo he probado en el Ágora ateniense,
mientras el tren pasaba desdeñoso
y se tambaleaban los cimientos
del templo de Teseo.
Y también he llorado en el Pireo,
junto a un sarnoso can apaleado.
Pero lloro mejor en castellano,
en esta hermosa lengua, que es mi idioma,
rizo el rizo del grito y el lamento,
y no es por presumir de virtuosa
que me ha costado sangre el aprenderlo.
Antes de golpearme, ahora que estáis a tiempo,
decidme, azules criaturas de la muerte,
¿qué idioma preferís para el recreo?

(Del libro "El don desapacible")






EL DIABLO

A menudo te hablo de mi hastío,
te vomito tu vino miserable,
tus mentiras, y me quejo de tus cobardías.
Déjame, en cambio, ahora decirte que te amo,
porque he visto al diablo y tengo miedo.

¡Oh, Dios, qué bello y dulce es el diablo!
En sus ojos, hermosos como lagos del Norte,
me he visto reflejada, cual un rayo de luna,
y he recuperado la inocencia
de radiante muchacha, abierta al viento
su blanca risa y su vestido blanco.

Sus manos me han mostrado la belleza de mi piel.
¡Ay, sus manos de ascuas y jacintos!,
que han dejado un incendio de avispas en mis venas
y una flor de libertad herida en mi costado.
En su risa indomable de campana,
donde relampaguea la luz del universo,
ha quedado atrapada mi alegría.

Mas sé que era el diablo, que quería
tentarme con sus oros de ángel libre
y arrancarte de mí, puñal experto
que tapona la sangre de mi herida,
borrarte como un número de tiza.
A ti, mi dueño de sedienta boca,
implacable señor de mis tinieblas,
mi dios pequeño pero cruel como Dios mismo.

(De "El don desapacible", cap.I,
"Del amor y sus frutos amargos")






AUTORRETRATO

Me llamo Soledad y estoy soltera,
quiero decir
que voy sola al abogado, al médico
y consumo mi vida
de ventanilla en ventanilla,
en esa lenta droga llamada burocracia.
Tengo dos hijos
a los que educo para hombres,
en la medida que una mujer
puede hacer hombres.
Tengo ventiséis años
y, a veces, enfermo de ternura.
Estoy tan sola,
que alguna vez, me paro ante el espejo
y me sonrío.
Otras veces, para no enloquecer,
me coloco las pestañas postizas,
los lunares,
me encajo la sonrisa
y ensayo
el pequeño suicidio del diálogo.
Todas las madrugadas
recibo la visita de un extraño
-siempre el mismo-
al que caliento la cama hace ocho años.
Solo por esto me mantiene.

(De "Crónicas de una tristeza")





LA TRAMPA

Como una pobre rata va el hombre hacia su queso.
Están reunidos todos los amigos,
regocijados
al verlo tan hermoso y anhelante.
Le murmuran obscenidades al oído
y acarician su nuca.
Sonríe él agradecido y les ríe los chistes.
La fiesta vale el salario de un año
y, satisfecho, el novio les ve beber champán,
prepararle las sábanas y cantar parabienes.
Nadie le dice el precio del vestid de novia.
aunque todos lo saben,
ninguno va a decirle que la esposa
debajo de los tules,
esconde una boca inmensa que acabará engulléndolo.
No le dicen que sus sueños, su ambición,
su esperanza,
van a ser arrancadas
para adornar el adorado ombligo.
Y sus huesos, si se salvan,
serán paseado con cadenas.
Animada por músicas, velos y temblores,
entra la novia, ave perseguida.
Va dejando a su paso las espumas del velo,
las plumas de su cola de paloma alcanzada.
Camina al paraíso corregido,
hacia la fortaleza conquistada,
poniendo bridas
al miedo de encontrarse en el bosque
de vello
donde el deseo amordazado del varón
la espera.
Va la virgen a poseer un dios dulce y viril,
a la isla fortificada de sus brazos,
a la feria de los besos y el misterio,
a salvarse del miedo,
a la entrega.
Pero, ¿por qué nadie le dice ahora
que la crisálida sale hecha cenizas
del abrazo,
que su dios es un hombre destrozado
y recompuesto,
que el misterio es un caos de amargura y vergüenza.
Que mañana habrá de defenderse
del odio de su dios encadenado
y su propia impotencia.
Y que el tierno almidón de las sábanas
va a convertirse
en un violento e incandescente charco mineral?
Hermosos, jóvenes, los dos enamorados
son conducidos por el órgano, el incienso,
el pueblo entero, hasta la trampa.

(De "Crónicas de una tristeza")




ÁNGELES DESCUIDADOS

Pobres, pálidos ángeles de los cementerios,
que veláis incansables bajo el frío
los sueños terroríficos de los niños muertos,
que debistéis guardar cuando eran vivos.
Dulcisimos espíritus de mármol
de mirada cegada y alas rotas,
mutilados, mellada la sonrisa
por la lluvia y el viento, en los labios mordidos,
caídos como pétalos. Sólo memoria sois
de traicionados rezos infantiles,
cuando cándidamente os invocaban.
¡Ah, la pura materia de los niños!,
en la que atesoramos lo mejor de nosotros,
y donde Él nos asesta la más cruel herida:
la de verlos crecer bajo la hierba.
Inalcanzable imagen del tierno adolescente
que, abrasado de sueños y alentado
por hálito divino, osó volar muy alto,
ahora sólo escombro derribado.
A vuestros pies están, ya putrefactos
como la propia lepra que os destruye,
los que sus madres os encomendaron
al nacer. ¡Ay, ángeles descuidados!

(De "Terrenal y marina").






DROGA DURA

Nunca estuve enganchada a la droga del odio.
Cuando pisoteaba las flores de mi huerto
y rompía la mesa que le esperaba puesta,
no recurría yo, por liberarme
de la atroz impotencia, a la droga del odio.
Solamente lloraba.
No le odié por abrasar con ácido
la seda de mis muslos y dejarlos marchitos.
Ni siquiera cuando tenía hambre
y él me daba los frutos de su vino,
amargos y morados,
corría yo a inyectarme el odio en vena.
Odio las drogas duras.
Por raro que parezca, no le odiaba
por cercenar mi risa de muchacha
y grabar a cuchillo el miedo entre mis ojos.
Y cuando al póker se jugó mi suerte,
a cambio del cangrejo dorado que una mujer
llevaba en el ombligo, no era odio
lo que me goteaba amargo por los labios:
era mi corazón hecho pedazos.
Le maté por azar, en un impulso
ciego y desnudo de cólera,
una necesidad de liberarme
y respirar al fin, que me nació de súbito
mientras él me asfixiaba con sus manos.
Pero nunca le odie, sólo le amaba.

(Del libro "Terrenal y marina")






ENVEJECER A SOLAS

Por favor, no me dejes envejecer a solas
con el amargo fruto del árbol de tu ausencia
como única comida, llenando los pucheros,
el salón y la alcoba de vinagres y lágrimas.
Si tus ojos dejaran de mirarme,
no sólo perdería la sonrisa
en un vaivén de flores en el agua,
también el remolino tragaría
mis ojos diluidos, mis facciones
y hasta mi identidad hecha pedazos.

Por favor, no me dejes. Envejecer a solas
me da miedo. Sin tu luz, la implacable ceguera
de la noche, donde emboscada espera
la muerte indiferente, me acabará engullendo.
No me dejes, sol mío, cuando llegue el invierno
y la escarcha y las sombras aniden en mi mente.
No permitas, amor, que los fantasmas
llenen la casa y las alfombras. Temo
irme quedando fría con sus besos,
temblorosa y confusa hasta olvidar tu nombre.
¡Ay, amor!, olvidaba que te fuiste hace tiempo,
y que estoy sola y vieja, con la muerte
enroscada a mis pies como un perro.

(De "Terrenal y marina")





UN DÍA CUALQUIERA

El mar, la mar, me llama a la oficina
con sus cantos azules de sirena,
y su voz desordena el calendario
abreviando sueños y primaveras.
Por el azul nublado del invierno
se desatan abriles impacientes.
Los cerebros de las máquinas sabias
se tornan fantasiosos, y alocados
escriben poemillas de amor a Margarita.
Despiertan los teléfonos soñando
ser orquestas de métal. Obedientes,
a la señal del mar saltan los cables,
y las luces se apagan acentuando el caos.
El despacho se encoge, se arrugan las paredes,
y vuelan los informes del ministro
por la ventana abierta,
alegres como pájaros de la isla del pan,
mientras el pobre jefe de negociado grita.

Un día cualquiera, en medio del trabajo,
la voz del mar suena su caracola
y tiemblan los cimientos,
los cristales de todo el edificio,
y se me desordena la memoria.
Me olvido de los pagos
a Hacienda, el gas, la luz...
y quiero ser papel para escaparme.

(De "Terrenal y marina")






AMOR ES LA PALABRA (II)

Te recuerdo como eras en aquel otoño.
Vegetal desgajado por el rayo,
humedecida tu corteza morena.
Yo aprendía, a la vez, la geografía del varón
y a lavar tus camisas.
La espuma se quedaba detenida en mis manos,
mientras mis ojos estrenaban atónitos tu imagen
borrando toda huella ajena a ti.
Y recuerdo el deseo, escupiéndonos
como un volcán su lava.
La fiebre de tus manos, tomando posesión
de aquella torpe isla sorprendida
-de la feria me queda el cuerpo calcinado-
Y recuerdo el bocado de tus ojos,
antes de agonizar en cada asalto.
Y me recuerdo, recién nacida entre tus brazos,
con un sabor a algas maceradas en llanto
-sabor a virgen rota decía yo riendo-.
La tarde olía a sangre y almidón
y yo iba en el metro, por primera vez sola,
desgajada de ti.
Aquel día me vestí una tristeza nueva.
Y recuerdo los árboles, llorando sobre mí
el confeti amarillo de sus ojos.
Y al hombre cojo del acordeón
cantando a los cadáveres del campo de batalla.
Y te recuerdo a ti, y aún me estremezco,
saliendo de la guerra -la dulce guerra nuestra-
moreno y despeinado como el trigo.
Así te guardo, amor,
mío ya para siempre, aunque no quieras.

(Del libro "Crónicas de una tristeza")







LA ARAÑA

No me vengas, muchacho, a estas alturas
del espanto ciempiés, a remendarme
los grises agujeros con amores
platónicos, y cantar con palabras de azúcar
mis ojos de basalto, la pulpa de mis labios
ni el lujo de m piel -de orquídea paralítica-,
que no estoy para cantos celestiales.
Sé que soy como soy: fruto de otoño
y de esta cruel tierra de alacranes,
amarga cual la almendra de corazón helado.

Chiquillo, no seas necio:
mis ojos, que ya han visto tantas cosas,
sólo son bolas de barro que ruedan
delante de los pies por el asfalto,
negras de hollín y grasa de los coches;
mis labios ya no son de pulpa fresca,
sino secos y ácidos, y en mi piel,
fuego y satén en noches pródigas en victorias,
la escarcha de la muerte va extendiendo
su sombra codiciosa. Se prudente
antes de echar tus redes en mi noche,
pavorosa alimaña de afilados colmillos,
que podría seguirte la corriente
y liarme contigo la manta a la cabeza.

No pretendas descubrirme Venecia,
criatura. Yo he danzado desnuda
en la Plaza de San Marcos, borracha
de amor y de champán con Casanova.
De vigilia en París y estricto ayuno,
me doctoré en la ciencia de la vida
discutiendo en los cafés
con todos los malditos que tú adoras.
Y al grito de libertad me hice mujer, a golpes
siguiendo la costumbre de mi casta,
pero sobreviví a la "paz de Franco".
Fui promesa, escritora, bohemia,
periodista, vanguardia y revolucionaria.
Fíjate si soy vieja.

Por eso, ahora que todavía estás a tiempo;
vete sin volver la cabeza. Huye,
no me tientes con tu juego a deshora,
que te advierto que soy de fruto amargo
y corazón helado por un fatal granizo.
No te fíes del engañoso brillo
de la cáscara, ni del relámpago
de húmedo hollín en mis ojos de barro.
Sálvate de mis trucos de mujer sola y triste,
no caigas en la trampa sutil que el miedo borda,
trémula y refulgente pedrería,
como teje la araña su tela prodigiosa
para atrapar la mosca y devorarla.

(Del libro "El don desapacible")


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