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viernes, 20 de agosto de 2010

852.- PETER SIRR

Peter Sirr nació en Waterford (Irlanda) en 1960 y en la actualidad vive en Dublin donde, hasta 2003, dirigió el Irish Writers' Centre. En la actualidad trabaja como escritor free-lance, editor y traductor. En los últimos años estuvo a cargo de la edición de la Poetry Ireland Review. A la fecha, la editorial Gallery Press publicó sus siguientes libros de poesía: Marginal Zones (1984), Talk, Talk (1987) Ways of Falling (1991), The Ledger of Fruitful Exchange (1995), Bring Everything (2000) y Selected Poems 1982-2004 (2004).




MÚSICA PARA VIOLAS

(Nuevamente bien de Tobías Hume)

Nuevamente bien
esta noche, tan tarde
para escuchar esa melodía y caer
nuevamente, la lenta y oscura resistencia,
textura
de gruesas ramas de árboles
hamacándose sobre el agua,
de sonido cayendo
por el distante abismo.
Dios y el demonio
deben tocar la viola.
La puerta del mundo
se abre
sobre la emocionada figura de Hume.
Después de la tristeza, del hambre,
ceguera real
a la gran vergüenza de esta tierra
y aquellos que no me ayudan
después de una panzada de caracoles
y de las ráfagas de los laudistas
también buenas
para pasar la noche
en manos de Jordi
y escuchar
e internarse
tan lejos como llegue la melodía.

(Versión © Silvia Camerotto)





PETER STREET

Casi llegué a querer esta calle;
cada vez que pasaba mirando hacia arriba
para colgarle el rostro de mi padre a una ventana, me sentía

contenido en su mirada. Hoy hay una obra en construcción
donde estaba el hospital, y me detengo y miro
estúpidamente el aire vacío, buscándolo.

Casi rogaría que aún hubiera algún dolor
como una imperfección de la estructura, algo inaliviable
esperando en el encofrado, entre los pisos, en algún

cuarto secreto, obstinado. Una grúa se mueve
delicadamente en el cielo, con su propio lenguaje.
Olvida todo eso, me digo al pasar, que sea

una casa maravillosa, que la música deambule por los pasillos,
que haya alegría fácilmente, que el terco corazón
de San Valentín llegue flotando desde Whitefriar Street

para imponerse, para curar las heridas, para levantar a mi padre
de su cama,
para dejarlo descolgarse por el ladrillo apagado, sin esfuerzo,
y salir corriendo con su vida en las manos.

(Traducción de Jorge Fondebrider
y Gerardo Gambolini)





LÍNEAS PARA ÁLVARO DE CAMPOS

La luz es fría y dura
y agudiza lo que toca.
La mesa, la silla, observa,
están decididamente aquí,
y las manos de alguien

van rápidamente al agua,
buscan la toalla,
un trapo viejo, deshilachado,
el sol que pega en el mismo lugar,
el rostro de ayer estampado allí.

Alzo la vista al espejo
y veo enturbiarse la mañana,
el cuarto luminoso se repliega
como asaltado de pronto por una duda
como si empezara a pensar

en cosas diferentes que acaso podría ser-
magníficamente arreglado,
el sitio más secreto del palacio
o el absurdo refugio del ermita.
Enciendo un cigarrillo

y aceptamos disentir,
no discutimos si
las nubes azules que flotan
son el humo escribiendo la luz
o la luz reducida a humo.

(Fragmento)

(Traducción de Jorge Fondebrider
y Gerardo Gambolini)





HABITAT

Busqué mucho tiempo, pero las cosas habían cambiado.
Ahora vengo de Iluminación con una lámpara pequeña
hasta donde una mujer se peina
como en privado, delante de un espejo de dormitorio.
El lugar se desvanece a su alrededor
y parejas extasiadas en cocinas tocan madera brillante
y desaparecen, como voy a hacer yo, flotando
en un cesto para la ropa, un arcón para la ropa limpia, todo un estante de alfombras.


Estoy yendo hacía el centro, sobre las campanas de chimenea,
las bóvedas ardientes; mi sombra se recuesta en infancias de jardín,
mi lámpara roza el cielo, en mis brazos
una mujer se peina
como en privado, ante un espejo de dormitorio.
Nos despertamos en un lugar para el que no tenemos nombres,
las almohadas que iluminan nuestras cabezas
llenas con las plumas de la luna, las estrellas aterciopeladas.

Y seguimos recorriendo un salón tras otro
en un aturdimiento de compra, asombrados por el deseo,
manoseando galaxias, abriendo cajones,
tocando la oscuridad
como si pudiera ser nuestra, como si pudiéramos elegir,
como si la tienda, las estrellas, nuestras vidas
estuvieran esperándonos,
las luces todavía encendidas, el lugar todavía abierto.

(Traducción de Jorge Fondebrider
y Gerardo Gambolini)






CHINA

Hay un momento en que el aire se espesa y la luz cambia,
como si hubieran echado encima otro país, como si otra vida
prestara su halo... y de pronto las estrellas están aquí,
la leche se derrama por los cielos; quienquiera que seas,
te meces, divides, multiplicas,
todo lo que hay tiembla ante tus ojos,
y si el planeta se reduce lentamente, si finalmente el suelo
se estabiliza bajo tus pies y las lenguas que giran
se resuelven en la única frase en el único lugar, sigues caminando
con pies de gigante, sigues cayendo por el aire, sigues hablando
como si una sombra se extendiera por el idioma

o pasa algo así:
un repentino olor a carnicería en la calle
y el pavimento se abre, el cielo se separa,
algo vuelve flotando con tal claridad que te paraliza;
una vieja mañana del pasado, tu mano tendida hacía atrás y cayendo
en la mano de tu madre, unos metros de un brillo extraño,
primero una tienda verde, luego una azul, un reloj que da la hora
encima de tu cabeza y luego desaparece, luego una nebulosa,
el resto de la jornada, irrecuperable. ¿Qué quería eso? Tan sólo decir
que ese momento particular está en su propio carril, en su propio tiempo,
y si vas a caer en él de soslayo, cae alegremente

o estás mirando por la ventana, yendo a ninguna parte,
estás patrullando los jardines de China
y un arbusto abre su espléndida puerta, un determinado
aspecto de la grava, una delicada inclinación del planeta —
Pero qué absurdo haberlo imaginado de otro modo,
haber pensado que nuestros yo abandonados no seguirían sin nosotros,
sin ningún inconveniente, no haber notado
el pequeño ejército que marcha detrás de nosotros, de portal en portal,
en su camino a China, a Lipton's por provisiones.
Podríamos estar allí ahora, holgazaneando en las estrellas,
en una hamaca colgada desde hace días, observando la luz
que nos presta al futuro y a veces nos llama de vuelta
y a veces lava por medio de nosotros todo lo que ha tocado,
un detritus que se instala en nuestros huesos y nos dice
que ya no podemos vivir con la misma simpleza
con que cae la luz en un solo lugar.

(Traducción de Jorge Fondebrider
y Gerardo Gambolini)





CUERDAS

Un anciano de mameluco verde pintando el palomar
que ocupa un buen tercio del minúsculo jardín.
Está siempre ahí, haciendo mejoras, siempre de botas
y mameluco verde, milagrosamente ocupado.
A veces se le une su mujer, le lleva té
y se queda a charlar un poco antes de entrar otra vez.
En general son él solo y un viejo gato cansado
atado por una cuerda a la soga de la ropa - pasó asi
toda su vida, cinco metros de pasto que patrullar,
de un extremo al otro de esa línea, como un tranvía.
Ahora ya apenas se mueve, echado el día entero
en el mismo lugar. Muy de vez en cuando, y con apatía,
con una visible renuencia, como obligado a probar su felinidad
una vez más, se levanta y da una vuelta,
se muestra algo feroz, desafiando los tejados y las cercas
y vuelve a su territorio habitual, y ahí se queda,
mirando las palomas que vienen a cagar a la casa,
jaladas por sus cuerdas invisibles. En días así
el cielo entero parece descolgado en nuestros hombros
como una sábana que no soltaremos. Falta una eternidad, sin embargo,
para la brillante mañana del alma: mientras tanto el poema
revolotea encima de los suburbios, tras haber perdido el rumbo,
desesperado por una cuerda que lo jale a destino.

(De: Ways of falling -1991)

(Versión de Jorge Fondebrider
y Gerardo Gambolini)





EL ENÉSIMO BORRADOR

Por semanas nada encajó.
Había estado tratando de recordar
detalles, conexiones. En mi cuarto, todo
está sin terminar, a medio imaginar,
y cuando salí, la mitad de la ciudad
se había esfumado. Todo el viaje en tren
miré por la ventanilla una Atlantis
de canales aturdidos, cables de electricidad que se desvanecían
sobre abruptas propiedades, árboles arraigados
en el aire, tratando de poner todo en orden, ese persistente
manchón de ganado, la silueta
del tractor, la aldea que podrías perder para siempre,
como si todo el país fuera una elegía
que no podía completar, hectárea tras hectárea
vuelta yerma. Cuando bajé, estabas ahí
y también podría haber hecho algo con eso.
Podría haberte hecho caminar en el aire, tu cuerpo
una parafernalia espectral, tu sonrisa
categóricamente resuelta. En cambio, me besaste levemente
y me llevaste por las calles, por la niebla
que duró días, o que se disipó esa noche, no lo recuerdo.

(De: Talk talk -1987)




Guido Cavalcanti a su padre

¿Cómo sabré dónde te ocultas
entre los prisioneros del hierro y el fuego
con el nombre en una placa
o cómo distinguiré
tu exiguo paradigma de dolor
escuchando solamente el texto convenido
donde sus gritos solitarios se unen?

No obstante, me acerco a la región
de mis propios pecados, atravesando
categorías especiales de la desesperanza.
Doblo hacia los boletines recurrentes
del aire superior,
los recuerdos imposibles almacenados
en una pequeña flota de imágenes.
¿Qué espero rescatar aquí?

Aún así, quisiera alcanzar otra vez las playas
de esos puertos imperfectos
donde nosotros, que apenas nos atrevíamos a chocar,
improvisábamos delicadamente
construyendo confianza como chozas de madera traída por el oleaje;
soportaría otra vez cada tormenta silenciosa,
las palabras como provisiones bajo la arena
o los mapas de tierras que ansiábamos hallar

y cada intento de reparación
culminado en una clase más tímida de fracaso.
Si van a encontrarse,
que nuestras miradas, como casas rivales,
abandonen por fin la artimaña y la armadura
no teniendo ya nada que perder
en este reino muerto, Padre,
donde nadie vacila.

Traducción de Gerardo Gambolini





Inquilinos

Sigues flotando
sobre la casa,
tu ausencia una cosa viva
que nuestros dedos tocan de manera diferente
registrando cada uno su impresión

y si volvieras a aparecer
llamando en el umbral
nos veríamos más pobres
por el único andar innegable,
la única

voz inconfundible
y los tabiques viniéndose abajo
de la casa dividida
en tus distintos apartamentos;
por el cuerpo

aplomado, absoluto
brillando ante nuestros ojos
en el único espacio que queda,
cosiendo el aire que hay entre nosotros
con un mismo hilo.

Traducción de Gerardo Gambolini





En el cementerio

Vivieron y murieron en el mismo lugar.
Los mismos nombres, los mismos cielos vastos,
así de cerca, aún deben andar
por su casa y su parcela, o miran a esta hora
las montañas que enrojecen con el último sol
y escuchan el mar que carga en la pendiente de la playa
su peso calmo, insistente. El aire está lleno de ellos
mientras andan y miran y escuchan, nadie
les dijo otra cosa.
Y si vuelven aquí distraídamente,
a este campo silencioso, verán ante sí
la puerta cerrada y sus nombres
ilegibles en las lápidas. Regresarán a la aldea
y se meterán en su cama, lo que era suyo sigue siendo suyo.

Traducción de Gerardo G
ambolini





Deseo

Reconstrúyeme a partir de una librería que cierra,
a partir del pánico de los estantes
donde los autos antiguos engañan el espíritu, los manuales
de arréglelo usted mismo; dioses, geografía, dinero

y poco tiempo. Huele el aire en poesía,
tiende una manta y espera
donde una furiosa concentración se encorva
sobre Aprenda Amárico, Arameo:

apenas hay tiempo de decir hola, apenas
el grosor de un pelo del idioma que llevarse;
suficiente para estar en silencio, suficiente para ver
la mota de polvo insistente

aumentar su montaña, aparecen
los dromedarios. Alguien discute
en noruego antiguo, el sol sale en persa
y yo salgo afuera

con granos de luz, migajas de pirámide.
En otra parte, en el desierto, en la aldea de la colina,
en un tren interminable, tortuoso
el alma deja a un lado sus libros, fluida otra vez.

Traducción de Gerardo Gambolini




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