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viernes, 20 de agosto de 2010

850.- DELFINA ACOSTA


DELFINA ACOSTA
Nació en Asunción (Paraguay) en 1956, pero su infancia y su juventud pertenecen a Villeta, donde cursó sus estudios primarios y secundarios.
Su primer poemario Todas las voces, mujer... obtuvo el Primer Premio Amigos del Arte. En relación con este libro cabe mencionar que el mismo figura entre las obras más consultadas de la Biblioteca Virtual de Cervantes.
Integró durante mucho tiempo el Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero y dio a conocer algunas obras poéticas en publicaciones colectivas del citado Taller.
Publicó el poemario La cruz del colibrí, que lleva prólogo de la poetisa Gladys Carmagnola.
Reunió sus cuentos que obtuvieron premios y menciones en concursos literarios en el libro El viaje.
Su obra Romancero de mi pueblo ganó el segundo premio Federico García Lorca. Romancero de mi pueblo lleva prólogo del crítico y poeta Hugo Rodríguez- Alcalá.
Dio a conocer un poemario llamado Versos esenciales, dedicado íntegramente a honrar la memoria del gran poeta chileno Pablo Neruda. Fue presentado al público paraguayo en 2001, en la embajada de Chile en Paraguay. Varios ejemplares del poemario se encuentran en exposición permanente en la casa museo Isla Negra. El PEN Club del Paraguay otorgó al libro el Primer Premio destacando su elevado vuelo lírico y su lenguaje universal.
Su último libro, que ahora edita Portal de poesía, lleva el nombre de Querido mío: y es best sellers en Asunción, ha recibido el premio Roque Gaona 2004.
En el año 2007 publicó Versos de amor y de locura, un poemario de amplia difusión. En el año 2009 dio a conocer su libro de cuentos Guía de cementerio.

Sus obras (cuentos y poesías ) están incluidas dentro de numerosas antologías nacionales y extranjeras.





MI REINO

Mi reino es de los astros misteriosos,
del fuego que susurra en el ocaso.
Se me figura milagrosa tela
el cielo con su azul iluminado.
Conmigo no es el hombre sino el ángel.
Su sombra se hace mies en mi costado.
Él busca de mi luz el santo norte
como la brisa cuando es mi rebaño.

Mi reino es de las olas de la mar
que nunca al pensamiento dan descanso,
de las estrellas fijas en los ojos
pues son criaturas de un querer muy manso.
Si llueve es porque lluevo lentamente
y si amanece es porque ya me aclaro.
Cuando anochece y no aparece el cielo
el viento de mi reino está callado.




LA PUERTA

Cualquiera llama a mi pequeña puerta.
Cenar suelo con reyes y mendigos.
Ay, cómo me atareo en repartir
en dos iguales partes lo servido.
Y es entre gente que a mi casa llega
contándome unos casos divertidos,
cuando me acuerdo yo de tu anunciada
visita, bienamado, y ahorro el vino.
Mi hogar aseo día a día y pongo
sobre la mesa aroma de jacintos.
Mientras te aguardo, ¿quién también te aguarda?
Y si tú llegas, ¿cena quién contigo?
Señor, que me confundes o enterneces
con tus palabras puestas en mi oído.
¿Las cosas que me dices son las mismas
que oyen las otras y les da lo mismo?




PALOMA

Melancolía: el sauce sin sepulcros,
la tierra que no alcanza a ser magnolia,
los ojos del crepúsculo, el adiós
de aquel borroso marinero a solas.
Y qué melancolía aquella rama
sin flores, sin hormigas, sin alondra.
Mi corazón desesperado busca
al extranjero infiel que no me nombra.
La tarde se ha poblado de distancia.
Por un amor se apagan seis farolas
y ladran siete perros vagabundos.
Transcurre en los jazmines el aroma
de toda la palabra enternecida
que nadie me decía en dulces horas.
Me quiso mensajera. Él se llevó
atada a su silbido mi paloma.




FANTASMAS

Fantasmas de la noche, niñas tristes
que escriben con las luces apagadas.
Dragones del infierno las vigilan
y en un castillo mueren encerradas.

Sus nombres se pronuncian como lirios.

Las miro cada tarde atareadas
buscando el verso de hoja gris que diga
aquel dolor de mar que no se acaba.
Y un duelo, un no sé qué lejano, inmenso,
como una horca entonces cierra mi alma.
Mis niñas, la costumbre de buscar
angustias como agujas mal se paga.
Si hubieran hecho caso a sus madrastras.
¡Si no hubieran salido de sus casas!
Sus senos se deshojarán. Tan sólo
el frío irá a crecer en sus entrañas.




DESOLADA

A Gabriela Mistral

Antes de echar mi cuerpo al ebrio río,
muy ebria ya, entré por las abiertas
puertas del templo; oí a una rata huir.
El atrio era una vieja madriguera.
Y le dije a mi Dios, en cualquier parte,
que pecar, no pequé, y ni siquiera...
Un relámpago atroz iluminó
las pocas velas y tronó la iglesia.
No supe qué decir, mas las palabras
fluían de mis lágrimas, sinceras.
Los santos parecían escucharme
con esa educación de gente vieja.
Y por si ahí estaba, a Dios le dije,
que amar, amé. Mis huesos di a las fieras.
Jesucristo en la cruz olía a herrumbre.
El río me aguardaba entre las piedras.




ALMA

No tengo más rebozo que la escarcha.

Un pájaro se calla en el silencio
de la tristeza niña de la tarde.

Mi alma atardecida busca el fuego
de los caminos breves de tu mano
donde quedó la boca de mi beso.

Te quiero, me decías y en mis hombros
venías a morirte de silencio.

Noche sin astros. Se enredó mi voz
con un silbido, y al hincharse el viento
fue al río, fue a los campos, fue a las jaulas
de trinos rotos que se mueren presos.

¿Qué sombra mi figura así encorvó?
¿Qué rayo ha ensombrecido mis cabellos?
Llévate ya este amor por ti encendido
porque en lejanas celdas yo me quemo.




AQUELLA QUE TE AMÓ

Palomas de repente en mis mejillas.
Un sacudir de alas si regresas,
amante, a mi presencia y me perdonas
y arrancas de mi amor la sola queja.
Me juras por tus muertos, yo te juro
por Dios que a los demonios atormenta.
Y en brasas se convierten las palabras.
En pájaros sangrientos que pelean
por las migajas de las hostias últimas.
Ámame hombre en esta noche negra.
Mi historia es ésta: un lecho solitario,
un despertarme atada siempre a hiedras
y una almohada llena de tu rostro.
Mi vida toda es sólo sueño, niebla.
Mas llegas y mi voz ya no es cautiva.
Y aquella que te amó, se me asemeja.




ANTES DEL OLVIDO

Acaso es tarde.
No importa ya
que con favor del diablo
coloque mis jazmines en la acera,
mi zapato de tierra
en la ventana,
y me quede
en cuclillas,
aguardando,
que alguien golpee de una vez mi puerta.
No importa ya
que con las gotas
de un día que en la fiesta fue lluvioso,
yo moje mis cabellos y mejillas,
y me quede sentada,
parpadeando,
sobre el sillón de mimbre, en la penumbra.
Acaso es tarde.
Acaso el tiempo
me llegó de golpe
por andarme de madre,
por andarme de hija,
y este fuego nocturno
que sube por mis huesos,
este aullido feroz
que levanta mi sangre,
ya no son señales
para llamar a nadie.



ALGUNA VEZ CREÍ

Alguna vez creí hablar contigo,
Neruda, allá en tu tierra; tú decías
que la primera música en Parral
fue el soplo virtuoso de la espiga,
y aquel silbido patriarcal del viento
llevando sobre el lomo su familia
de cartas sin destino, de hojarasca,
de lágrimas y páginas escritas.
Contabas que te hiciste compañero
del sol que madrugaba con la brisa.
Sobre la miel y el pasto quebradizo
tendiste la frazada de tu vida.
También contabas que al amor cantando
del hielo liberaste a la poesía.
Jamás te perdonaron los poetas
que honraban las estatuas de caliza,
la musa muerta, la ya fría lágrima
que le quitó el pañuelo a la mejilla.
Jamás te perdonaron los poetas
Tu nombre fue quemado en una pipa.
Volviste, tan alegre, de la hoguera.
Naciste, nuevamente, en tu ceniza.
Una pleamar de estrellas en el norte
levanta cada noche tu poesía.




LA ROSA DURA

El gallo soy de la veleta roja
que mira al Norte porque Norte soy.
A mi pueblo lo barre el mismo pueblo:
un viento malo con que al río voy.
La saeta del Este cuando gira
da vuelta al pueblo, al lirio y al convoy
del caballo al que subo al ser el día
para saber al irme en dónde estoy.
He plantado una estrella en el Oeste
que bajará a la noche. Te la doy
porque subes al Este cada tarde.
Yo te amaría, mas veleta soy.
El gallo fui de la veleta roja
que al Sur apunta pues al Sur me voy.
En su frío se templa mi poesía:
la rosa dura que ha de abrirse hoy.




ENEMIGO

Mi peor enemigo, tú que me amas
como una ciega lluvia que al caer
escampa, arrecia, escampa. Mi enemigo,
yo te corono amante, pueblo y rey.
Con una hiedra mis cabellos atas
y sabes del lunar que es mi clavel.
Cuando el jazmín de su rocío cuelga
y huele a flor pisada antes de ayer,
con la ronda impaciente de tus pasos
bajo tu sombra vengo a florecer.
Si no te amara, nunca te odiaría.
No te vaya, enemigo, yo a perder.
¿Quién me perdonará? ¿Por quién mis versos
caerán de mi tristeza en el papel?
Tú, mi enemigo. Yo, enemiga tuya.
La muerte no helará nuestro querer.




CUARTO AZUL

Somos amantes. Suelen los poetas
con infantiles coplas y sonetos
celebrar el tañir de las campanas
como la hora nupcial de nuestro encuentro.
Dirían más, pero se callan porque
se abrevia así el relato en dulce cuento.
Es la sombra que atiende el buen negocio,
madama de aire triste; los dineros
pagados por el cuarto azul agrandan
sus ojos apagados, mas los juegos
de los amantes en las escaleras
no la dejan dormir. Se siente el cielo
cuando en la calle oscura y sin un ánima
ya somos de la acera dos silencios
por una tos la culpa de un ladrido.
¡ Qué accidente ! ¿Quién más irá a saberlo?




ROPAJE

Es el mar mi ropaje: así desnuda
como una enorme ola a ti yo llego.
Mi ocasión la tormenta y los relámpagos,
y es la montura de mi amor el viento.
No retorno: yo voy pues son mis pasos
como a la hierba la pasión del fuego.
Soy la bestia de larga cabellera
que lame la otra lengua que es el beso.
En la forma de piedra me hallo a gusto
porque es así tan duro mi silencio
que no lo vencerá el dolor del mundo,
ni del odio la gota de veneno.
Es el mar mi ropaje: así desnuda
como una enorme ola a ti yo llego.
Brotaron en mis manos de agua sucia
las flores venenosas de estos versos.




ESTATUA EN LA PLAZA VERDE

Te esperaría. Yo sería, amado,
la primera en llegar hasta la vía,
y la última en volver, con un paraguas,
de la estación del tren que te traería.
Iré hasta el mar como la lluvia, a veces,
y pasaré del mar a la otra cita,
en el muelle del puerto, frente al río.
Seré la gris silueta que tirita.
Inmensamente sola como novia
saldré a buscarte y volveré tardía.
Del balcón a la plaza partiré.
Seré una estatua de melancolía.
Y a la hora puntual de nuestras muertes,
si llegara primera a nuestra cita,
te estaré ya aguardando para darte
mi amor en una blanca margherita.




EL BESO

Voy a contarte un cuento que otras saben.
Las menos como tú jamás supieron.
Era un juego de a dos pues se enfrentaban
un rey hermoso y una reina a besos.
Y érase que ella alegre se moría
como última tecla en cada beso.
Y él riendo tomaba con su boca
un poco de su lengua y de su aliento.
Pasó el verano bajo el puente chino,
sopló el otoño y garuó el invierno,
volvió la primavera y se marchó
detrás de un par de niños aquel juego.
Y érase esa mujer que aún lo amaba,
y moría de pena, pero en serio.
Y érase la tristeza en el ciprés
la hora en que llovía en ese reino.




HADES

La primera señal: te salen lágrimas,
y escribes, sin querer, mejores versos.
Se apagan los faroles de la cuadra,
pero tus ojos brillan más atentos.
Y hay dos señales: si con él te cruzas
es como si te diste vuelta a verlo.
La cerrazón que cae sobre tu alma
te lleva a presumir que ya es invierno.
Si habré escuchado historias en mi vida:
Érase una que bajó al infierno
donde perdió a su amante. Y hubo un ánima
por siempre enamorada de un espectro.
Y hay más relatos. Y éste es muy contado:
Dirá que al bosque irá por un momento.
Te besará como quien va por más
cerillas. Nunca volverás a verlo.



NIÑO BELLO

En tu día de bodas, niño mío,
arrancaré las flores de tu herida.
Tu cutis sobre el mío hará caer
del cielo en esa noche lozanía.
Te limpiaré a la aurora con mi lengua
y me odiarás fielmente cada día.
Mi nombre harás rodar del río al mar.
No le amarás aunque su amor le pidas
a la mujer que dejará alargar
por ti su cabellera de llovizna,
y a la otra también, que trenzará
sus bucles con malezas y gramillas.
Deja niño que sea yo quien cause
el mal irreparable en ti. Que digas
que te he querido y que te quise más
de lo que por quererte me querías.




UNIGÉNITA DEL SUR

Tal vez es culpa mía que haga frío,
que rija ya el otoño, y que las hojas
se borren de las ramas como pájaros,
o se largue a llover a cualquier hora.
O es sólo culpa nuestra. Por querernos
un fuerte viento por las calles sopla.
¿Cuál mariposa recibió una piedra
y mana sangre limpia de paloma?
Un trébol por un beso, y un poema
para quedarse triste en tu memoria.
Me diste lo mejor de tu tristeza
y te clavé en el pecho una amapola.
Los pasos de la lluvia suenan lentos.
Acaso quien camina es tu persona.
Soy hojarasca que otro paso esparce.
A mi favor tan sólo el viento sopla.




YO, OTELO

Te celo de las niñas imposibles,
rostros de brasa y lágrimas de nieve.
Me encuentras a tu madre parecida,
y de razón mudable cuando llueve.
Te quiero y tú me quieres, mas no basta,
ni esta promesa de quererse siempre.
Mi amor lleva mi letra simple y triste.
El tuyo es una carta que se enciende.
A veces miras sin notar el cielo
y dices, por ejemplo, que me quieres.
Yo juego a que estoy muerta y me distraigo
mirando cómo el pasto se oscurece.
Y por amarme y por besarme tanto,
y por morderte y luego por lamerte,
cayó el adiós, cayó después la lluvia,
en esta última tarde de diciembre.




BODA PATÉTICA

Que no sea en otoño, ni en verano.
Yo querría que fuese en primavera;
dará setiembre entonces sus primicias
y los jazmines abrirán las rejas.
Caerán besos de adiós en mis mejillas.
Mis ojos como lágrimas abiertas
se cerrarán en boca de mi amado.
¡ Que no será velorio, sino fiesta !
Un tocador con mar confeccionado
hará rodar sobre mi sien realeza.
En la brumosa esquina del salón,
cualquier pedido tocará la orquesta.
Y sonarán las notas de Gardel.
Se oirá este coro: "El día que me quieras..."
Me iré a casar. Empezará a llover
y los jazmines cerrarán las rejas.




COSECHA

Descalza peregrino debajo de la lluvia.
Lloro por dentro
un agua de oro.
Cuéntame, bienamado.
¿Dónde tu reino, tus lacayos,
tu ángel de la guarda, y tu bufón?
Mas, ¿dónde tu victoria,
tu cicatriz profunda,
tu esclava, tu corona,
y tu cabeza amada?
Mi corazón en llamas
es la señal callada de que aún vivo.




PIEDRA EN LLAMAS

¿ Y si me amaras ?
También si me dijeras
palabras que no hablan
en esta tarde que se va deprisa
por una puerta abierta hacia otro día.
¿ Si me quisieras ?
O si me permitieras ver tus ojos,
más, mucho más de su color de agua,
para encontrar en ellos lo que busco:
mi corazón,
mi propio corazón perdido.
Yo me imagino, a veces, convertida
sobre tu pecho en medallón de plata.
Yo me contemplo,
página ya escrita,
quemándome en tu cuerpo lentamente,
para brotar después,
para rehacerme
en lágrimas de un rostro maquillado.
Si me dijeras,
mejor, si no dijeras,
y yo supiera igual que tú también...




LOS MODOS DE MARCHARSE

Hay modos de marcharse de la vida:
poco a poco
se van de tu memoria
los versos más hermosos de Rimbaud.
Te ocurren dos fatalidades juntas:
se te muere la rosa
que al mirarla quisiste
con suspenso de niño,
con el amor de Dios,
y se entierran, también, en el jardín,
las hojas amarillas de tu alma.
Para llenar las horas de la tarde
vas y vienes del tiempo
en que quedó el recuerdo
de aquella boca tibia ayer besada.
Hay modos de marcharse
de la vida:
poco a poco
se van de tu memoria
los versos más hermosos de Rimbaud.




LA NODRIZA

Me quieres por ser triste y por mayor.
Me quieres pues no tienes aún edad
para llevar a una mujer a misa.
Te permito morder, lamer, sanar.
Tú bebes de los ríos de mis senos
el agua de las rocas frente al mar.
Me pides que te muerda, y al besarte,
te pinte mi boquita de labial.
Te dejo susurrarme en el oído
lo que otro día a otra le dirás:
"¡ Ay, triste mía, mía, sólo mía !"
El amor como el vino habla demás.
Ninguno como tú, entre todos dios.
Te enseño a ser varón y te me das.
Aprende niño hermoso que el amor
lleva en su tibia sangre la maldad.




EL MAR TÚ VISITABAS

El mar tú visitabas; le decías
lo que le dice el hombre a una muchacha.
En tardes pasajeras del verano
de novio te pusiste con sus algas.
No se sorprenda nadie; es tan común
que rompa su cadena, enamorada
de algún poeta triste, alguna ola
para tumbarse luego en libres playas.
También tus novias fueron las estrellas
caídas de su altura en la mañana,
y la esmeralda noble de las minas
que mira por los ojos de las gravas.
Entonces los poetas eran novios
de las mujeres frágiles y blancas.
Mas tú, morado de alegría diste
tu corazón al fuego y a la escarcha,
a la cintura azul del universo,
al fondo y las alturas de las aguas.
Te fue muy lacio, muy sencillo amar,
tan libres de las penas como estabas.
Abrigo diste al cielo y a la tierra
con la crujiente sal de tus palabras.
Hubiera yo querido, dulce Pablo,
por una vez, también, ser tu muchacha.





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