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sábado, 14 de agosto de 2010
765.- ARNALDO CALVEYRA
Arnaldo Calveyra. Poeta, novelista, cuentista y dramaturgo argentino, nació en Mansilla (en la Provincia argentina de Entre Ríos) en 1929. Se licenció en Letras en la Universidad Nacional de La Plata y a comienzos de la década del 60 una beca de investigación lo llevó a París, donde vive desde entonces dedicado a la docencia y la literatura. En Francia publicó buena parte de su obra en la prestigiosa editorial Actes Sud. Autor de una obra exquisita, aquí se mencionan algunas: Cartas para que la alegría, El hombre del Luxemburgo, La cama de Aurelia, Si la Argentina fuera una novela, Diario del fumigador de guardia, El libro del espejo, El origen de la luz y Maizal del gregoriano, publicado inicialmente en francés por Actes Sud en 2003. La Editorial Adriana Hidalgo publicó su obra poética completa, en: "Poesía reunida"(2008).
ALBERDI
Como si usted quisiera desentenderse
—para buscarla en pérgolas del alma—
con una melodía, de la niña, la noche
se despierta en el piano. La niña está inclinada
hacia su valse. Hay un guitarreo
en los patios del fondo, sin embargo.
La oscuridad, la noche,
un hombre infamando la vereda
son el brocal de estos arpegios.
Y no sé qué decirle de la noche,
una vela de sebo la soterra,
y está al lado la noche
"melancólica imagen de la patria".
Usted que se fue y volvió,
y que se fue de nuevo
ya de una vez por todas,
ya preparado para todo el tiempo,
usted cuya sonrisa se cansaba
-y lo traicionaría el duermevela
con Tucumán, y a las niñeces madres
la realidad, ya el más obtuso de los sueños—,
se está yendo del todo,
esta noche en su pieza de hospital
se va quedando solamente muerto.
Los montes eran lejos, sombra ultramarina.
Y la distancia quema su gallardete,
símbolo de las penas por la patria.
Doctor Alberdi: el sauce a la ventana,
la alternativa, la pasión tan extrañada,
el no obstante, el final del verso,
la payada sin mundo, la delación al lado,
son todas formas del morirse solo.
Neuilly, junio 19 de 1884
Mansilla, junio 19 de 1952
COSTUMBRES DE CASA
La primera estrella
traspasa la ventana
y descansa del viaje
en el centro de mesa.
Jarra fresquita
olorosa a primavera,
ropero
de la pieza de al lado,
un traje persiste
en el olor de la muerta,
silla que mira al campo.
Campo.
Colonias de malvones
golpean a las puertas.
Si Virgilio viviera
diría
lo rosadas que parecen esas nubes.
El alma ya pronta
a la muerte por sueño.
Te llevaré la mañana temprano
en un vaso de agua.
EN EL CEMENTERIO DE CONCEPCIÓN DEL URUGUAY
¿En dónde poner los brazos,
adónde llevar la mirada?
imagen fija de la tumba
¡tumba, palabra desvelada
tantos años!
tantos años en imaginar esta palabra
-un aromo se dibujaba, se borraba.
Senderos como patios,
tantas veces
mis imágenes se pusieron de viaje,
averiguaba entre tumbas,
cada fantasma
solicitaba mi tristeza,
personajes de un sueño
a punto de palabra.
¡Pensar que tanto buscamos
el consuelo de las casas!
¡Toda la vida
al rescoldo de una casa!
¡Esta galería que da al sur, helada!
¡Los braseros que nada extinguía,
de madrugada en madrugada!
Duraban lo que los fríos,
lo que el viento sur duraba!
¿Me oyes?, más allá o más acá
era la casa, la llegada de árboles,
el pastizal inventaba a cada brizna
una historia,
en un lugar del campo
el cielo se juntaba con la tierra
-había que quedarse horas esperando.
Imágenes,
tu infancia huyendo en un jardín,
la tarde
en que el labriego chino nos cruzó
al paso de su carreta
-por un lugar del descampado habíamos dado con la
antípoda-,
después
cuando ya los años se sembraban al vuelo,
seguía viviendo en casa,
nos explicaba las hojas amarillas.
Imágenes,
se empañan lo mismo que los ojos.
Personas atareadas pasan
con vasos en las manos,
se habla una lengua de flores:
somos aquella tarde que paseamos juntos,
somos aquella caminata
al borde del crepúsculo,
somos
somos del sur
el sur gravemente enfermo
y lo que busco son los años
de cuando nuestro encuentro era infinito
y el cielo nos tocaba como un árbol.
En la alta noche de invierno
alguien en la casa seguía despierto:
las tinas que recogían el agua de la lluvia.
Suavidad de pensar en la ciudad antigua,
la ciudad que me regalaste un día,
cercana como en el ser amado
su corazón más próximo,
haré noche en una casa
de ventanas que son puertas.
¿Cómo te tratan las campanas
en los amaneceres de invierno
cuando son un solo bulto
con la niebla que asoma del río
y avanzan, bronce y silencio,
hacia las almas que despiertan?
Adivino a esta hora
una cabecera de jardines
por el lado del río,
rincones donde estrellaba más temprano,
juegos de niños por las plazas,
frontera, fronteras entre nosotros y el olvido.
Imágenes perdidas, ustedes están aquí
como álamos a los costados del camino,
esta manera de llenar el mundo
con unas pocas lágrimas.
La madrugada
en que por darle vida a unas palabras
abandonaba la tierra a que me trajiste,
quedó en mí titubeante para siempre,
para siempre a punto de ocaso.
Este ocaso: la calandria
que se precipita a su nido
guiada por las cruces de esas tumbas,
reliquias aquí guardadas:
aquí las manos, aquí el campo,
aquí el vuelo de esa calandria,
aquí las conversaciones infinitas
¡mirá en cuanto silencio
terminan los abrazos,
las conversaciones infinitas,
las caminatas por el campo!
No vine a llevarme estas imágenes
-en los campos de Mansilla
ha de ser la hora de preparar las lámparas,
con la noche ya todos seremos
los campos de Mansilla-,
vine oscuramente, oscuramente sigo
como animal, a buscar la querencia
con la noche que avanza.
********
La infancia es el solo país, como una lluvia primera/ de la que nunca,
enteramente, nos secamos.
Juan José Saer
Cosas que me pasaron durante la infancia me están sucediendo recién ahora.
Arnaldo Calveyra
Caminaba el hombre
Caminaba el hombre
llevado por su estrella,
no diferente al yuyo
que al agacharse
toca con la mano
hombre
atendido por su estrella,
forma dulce de tierra
por cuestas de retama
de loma en loma
hablado por los pájaros
herido por cinco pies de
tierra
como las nubes errantes
busca arroyos
donde aliviarse,
reflejarse
y la vara de nardo
de la luz
que lo conversa
brillante de verde
de hondonada
olías a
lentamente tierra,
la tierra curva
de Entre Ríos
llegada de su noche
una lumbre siempre pronta
que lo entibia
el hombre, el doble de su estrella
atraído por su sol
¿dónde los cinco pies
de tierra
que lo exaltan
en la voz de la calandria?
creencia dulce de senderos
Instantes de un castillo de arena
Lo teníamos con una mano. Sin caer superficie apagada por las
orillas tornasoleadas de la lengua. Por hablarnos casi, murallita
entretenida en el sol demasiado. Te abriré una puerta, una ventana,
una bajamar de aldea.
El mar, la carretera nacional. Ni parada ni tiesa. A tocar con
estos ojos.
En vano unos niños se lo han pedido al mar. Entra, se instala.
Napoleón paralítico que destroza. Canta. La sal, el torreón, la
bandera.
Escúchalo.
Nosotros.
Una niñita basta, consigue atravesarlo, encuentra las cocinas.
Cantamos una marsellesa en el desastre. No lo para. Se cae en
pedazos el puente levadizo.
Difícil tiempo.
Encuentro aquel esqueleto del sol extraviado en los años.
No, no volveremos.
El agua vertical de la ola color viento. Lejos, ¿por qué no todo
el mar?
Una escoba siete mares, el mar.
La bandera era lo que más queríamos, lo que más nos gustaba,
la bandera incolor en la luz.
Mañana por la mañana
Descripción de un ángel
Despertada, la figura emerge del muro.
Impulso que ya es envión.
No demasiado alto, los pies trabados por un ladrillo, no terminan
de mostrarse, permiten adivinar la consistencia terrosa de los
vuelos.
Alas y muro, esa persistencia fugaz crepita ante mí y es una
víspera.
No ha de tardar la irrupción fascinante y decepcionante.
(1961).
Paisajes para la caída de Ícaro
Un lomo de humo
de pampa;
una lezna rota;
un rincón de aguas
podridas.
Un zaguán que mira al charco;
ese charco;
Shakespeare
que no se distrajo nunca;
una boca abierta
en homenaje al llanto.
Un muro podrido
de palabras;
un baldío y cadáveres;
púas en el vilo
del hilo
de cometa.
En el pueblo
nos quedamos
hasta tarde
aguzando el oído.
(1959)
A un aljibe visto en el campo
Las lluvias lo trajeron de no se sabe dónde,
y el pastizal lo mece ahora
entre los fierros
de la herradura para siempre suave.
Si se lo mira a lo hondo
es un patio lo que irradia,
pero es el agua
lo que le allega tiempo.
Se lo robó una lluvia
una mañana de tormenta,
pero no está cautivo,
puede mirarlo todo,
las víboras lo cuidan.
(1965)
(De "Estaciones en el día 25 de junio de 1966".
En "Poesía reunida", Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2008.)
Yo muero todavía
Te lo digo, te lo digo, tienes que creerlo, nos estamos
volviendo esta cosa increíble que es el amor, un brazo es un
abrazo, las estrellas más se internan descalzando floras, tus
enanos muertos que pisabas ayer tarde, el agua, las aguas
aquellas que miramos con un oído atento hacia las caras, sin
saberlo, sin saberlo.
El viaje largo presentido, larguísimo callado, la casa por
la copa de los álamos, el lado de sombra de tus ríos, la pan-
dorga alta queridísima entregada con una mano, aquella pa-
labra que llegó una tarde a pasar la vida con nosotros.
Encendido por el viento, ningún manantial pisa la tierra,
el amor había nomás que darlo todo, si no ¿quién habría de
quedarse en casa cuando ya todos nos hayamos ido?, invier-
no de aquel año en qué moríamos de niños, nada cesa pero
el amor no cesa, ¡qué mineral cuánta greda en un fantasma!
Yo sé, tienes que creerlo, yo muero todavía, ya me ani-
mo al amor con los ojos abiertos, yo lindo todavía, alambra-
da mía, río de sonda que me paras en dos patas de conseja
camino hacia tus bocas, dame de esas lámparas que pasan,
de esas estelas que se apagan al hallarse, llévame para siem-
pre conmigo fuera mío, no dejes que yo entre más en tantas
casas sin hallarte, los mil dedos por noche de mis manos, la-
berinto que no extravías al que abre la boca sin su grito
mudo, escucha, no escuches a las alas que no coinciden al
cerrarse, nos estará, sí, ya gozando la inolvidable muerte.
Arnaldo Calveyra, de "Cartas para que la alegría- Iguana, Iguana", Editorial Libros de Tierra Firme, Colección de Poesía Todos bailan, Bs. As., 1988.
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