BUSCAR POETAS (A LA IZQUIERDA):
[1] POR ORDEN ALFABÉTICO NOMBRE
[2] ARCHIVOS 1ª, 2ª, 3ª, 4ª, 5ª 6ª 7ª 8ª 9ª 10ª 11ª 12ª 13ª 14ª 15ª 16ª 17ª 18ª 19ª 20ª y 21ª BLOQUES
[3] POR PAÍSES (POETAS DE 178 PAÍSES)

SUGERENCIA: Buscar poetas antologados fácilmente:
Escribir en Google: "Nombre del poeta" + Fernando Sabido
Si está antologado, aparecerá en las primeras referencias de Google
________________________________

sábado, 14 de agosto de 2010

764.- TERESA ARIJÓN


Teresa Arijón (Buenos Aires, 1960). Poeta y traductora argentina. Publicó: La escrita (1988), Teoría del cielo (1992; con Arturo Carrera), Alibí (1995), El libro de las criaturas que duermen a nuestro lado (1997), El libro de la luna (1998), y Orang-utans (2000; con Bárbara Belloc). Entre 1994 y 1998 editó, con Bárbara Belloc, La Rara Argentina (hoja de divertimento y cultura para mujeres). Tradujo, entre otros, a William Shakespeare, James Purdy, Tennessee Wiliams, Patti Smith, Isak Dinensen, Susan Musgrave, Fernando Pessoa, Clarice Lispector, Angela Melim y Ana Cristina Cesar. En 1995 participó en el International Writing Program de la University of Iowa, EUA. Entre 1999 y 2001 dictó, junto a Diana Bellessi y Arturo Carrera, el Taller de Poesía de la Fundación Antorchas. Entre 2001 y 2002 realizó la edición de Puentes-Pontes, primera antología bilingüe de poesía argentina y brasileña contemporánea. En el año 2004 escribió, con Manuel Hermelo, la pieza teatral El perro continuo, inspirada en textos y dibujos de Ludwig Wittgenstein. Integró el Consejo de redacción de la revista 18 whiskys.


AMOR

En el contestador automático, tu voz
bajo otro cielo. Suena una trompeta, el jazz
de este país lejano que ahora habito, en nuestra casa,
al sur,
donde nada regresa, donde ahora estarás
mirando pasar el invierno
hacia otra estación, desconocida.
Nuestra casa en invierno, al sur,
donde nada está previsto pero
el agua corre como siempre
en la dirección opuesta.

(de Poemas y animales sueltos)



Miré los ojos de la langosta
negra, en el agua clara.
Ojos color miel y desconfiados
bajo la transparencia del cristal.
Eran cuatro las langostas, sólo una
me miraba. Tenía las patas atadas
con vendas para impedir toda resistencia
a la muerte cercana.
Pensé en Queroqué, la rana ociosa
que encontró en la levedad su forma
y legó la electricidad al mundo, forzada por Galvani.
La electricidad que Nabokov temía, inexplicable
pero suficiente para matar a Queroqué, la rana del poema
/japonés
que sola se dio nombre porque nadie la nombraba.
Pensé en todas las cosas que no veo, "las inocentes,
las inermes, las desamparadas", las que no pueden superar
la ley del más fuerte y a sí mismas del cuerpo se separan.

(de Poemas y animales sueltos, 2005)




LAWRENCE FERLINGHETTI

Dice que envejece y que percibe
que la vida se muerde la cola,
ouroboros en la frágil insistencia de la luz.
Dice que envejece y ya no compite
por el limbo inmortal de las palabras
y que ahora, bajo la piel rugosa y las alas
que el viento abrió en sus ojos,
el único desafío es el cielo.
Dice que envejece y que no ignora
que las puertas se cierran y se abren con rítmico abatimiento.
Que va a leer lo que no sabe en el caparazón de una tortuga,
en la constelación salvaje que alumbra la pampa salvaje, en el
/ sonido que el cielo se traga y devuelve en ecos.
Dice que el poeta es un pescador
para quien el cielo está despejado
aun si está cubierto.

(de Poemas y animales sueltos, 2005)





En el fondo de un pozo...

En el fondo de un pozo
cuya boca ha sido tapada desde afuera
sin un resquicio que permita la entrada de la luz
un hombre, solo, con una botella de agua.
Debe meditar, si puede, sobre la impermanencia de las cosas
pero en cambio elige adivinarse las uñas de los pies.
Ha fracasado en todo: ni el amor,
ni la pura poesía en estado salvaje,
ni el ideal paupérrimo de una vida dedicada al arte.
Tiene cuarenta años y no puede mirar hacia adelante,
tampoco hacia atrás. (El pasado
es una cortina de humo sobre todas las cosas;
su sola noción opaca los usos del presente,
en cierto modo lo desanda.)
En el fondo del pozo, el hombre,
que es chino y está a punto de morir pero no (y él lo sabe),
imagina que enciende un fósforo;
siente en la yema de los dedos la aspereza
de la pólvora: el fulgor repentino que lo fascinó en su infancia
es ahora, en el pozo, un sueño sin dimensión.
(Un fantasma sin cara, él mismo sin su aspecto.)
En el fondo del pozo el hombre podría ser cualquiera,
sumirse en la historia colectiva como quien cava una fosa común.
Ser víctima o verdugo: ha perdido los límites. Desconoce
el peso permanente que arrastra sobre sí.
Él quisiera dejarse deslizar por la vía más fácil:
hacer de sus sentidos afilados un aquí y un ahora.
Pero sólo conoce aquello que lo espera: el hambre, la sed.
Como un monje suicida o destinado a la automomificación,
el hombre —que antes tuvo una esposa, a la que amaba—
querría tener ahora, en el pozo, una campana.
Una campana de tañido minúsculo para anunciar que todavía sigue vivo.
En sus horas de miedo dice palabras sueltas, destajos de un poema
que no sabe o no quiere recordar. Pasa la yema del pulgar por los labios resecos.
Supone que sería más fácil dejar de respirar.
En el fondo del pozo el hombre quisiera ser juez de su propia vida
e inclinar el platillo hacia el lado de los inocentes,
los que sin más que su paciencia resignada esperan
las tramas infinitas.
Pero sabe que de algún modo es culpable
de estar allí sentado, solo,
en la extrema oscuridad.



*****


I

No cabía en sus manos, no cabía en sus pies,
no cabía en su alma cuando vino. Como una
cebra montaraz, pequeña, como el pelaje de
una oveja descarriada. Como escribir un poema
en la mañana fría; como no escribirlo y dejar
que suceda.

II

Deshizo para siempre el emblema de la memoria
e incendió las tierras alambradas, buscó el
néctar pasado entre el humo, y no encontró nada.
Antes de irse, rompió el cántaro y selló la fuente.

III

Vino y trajo el mundo nuevo, y hablamos de
ciudades como cartas marcadas, de Praga y
de Lisboa y del tren que nos llevaría a Cascais
mientras leíamos, como si fuéramos un poeta
cetrino y su fantasma. Como si fuéramos la piedra
y la honda. La taza de plata de la que bebe el ogro
y la medalla de oro que luce la ogresa. Lo que
oculta y nombra. Lo que nombra y lleva.

iIV

Vino como el tumulto salvaje del corazón salvaje,
y me hizo conocer el relámpago y la selva verdadera,
y olimos el aire de una gruta donde duermen
murciélagos centenarios. Vino para hacerme tocar
el río austero, enemigo y reflejo del cielo. Vino
para nombrar a Héspero, la mirada del vigía en la
tormenta, el filo del cuchillo en la penumbra de
una casa ajena. Vino para secar el mar amargo, para
que la sagrada espesura del bosque vuelva a cerrarse.
Para que el lobo rompa su clausura como quien congela
el metal de un candado y lo parte en dos.

de Poemas y animales sueltos, 2005






gary snyder

Rastro de conejos,
rastro de ciervos, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos en la noche helada,
........bajo los pinos,
recitando el poema de Leopardi
con memoria vaga, viendo
las estrellas limpísimas que acaso
anuncian la aurora boreal?
Rastro de osos,
rastro de linces, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos cuando la nieve quieta cubre los vidrios
y sólo se oye el sonido del cielo, afuera, lejos?
Rastro de alces,
rastro de nutrias, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos a la mañana siguiente, en cuclillas,
contemplando el lago donde el zorro se mojó la cola
sólo para demostrarnos que hay cierta verdad
en las palabras?

(De Poemas y animales sueltos)



No hay comentarios: