LA VOZ DEL ÁRBOL
¿Por qué no hablan los árboles?
¿De dónde proviene su mutua paciencia?
¿Cómo nacieron las raíces, esa obstinación
que quebranta un ataúd?
Alguien se levanta y se sienta en el fondo de la tierra,
se restriega el barro de sus ojos, ve:
un abedul como un relámpago blanco
ilumina la puerta.
Giran las goznes del verano
y una muchacha
aparece en el umbral.
En el árbol hay una cavidad de donde se puede caer,
una glorieta, y en la cabaña unas cajas chinas,
la más pequeña con la llave del cuarto
donde se encuentra la voz del árbol,
tan alta y profunda que ningún oído la llega a escuchar.
NOSTALGIA
El idioma de la leche se justifica en sí mismo,
corre caliente hasta que se enfría, uff
no es agradable.
Se forman charcos, un poco melosos.
Nutre.
Había una vez un jardín, érase una vez un manantial,
ahora todo es agrio, así es la nostalgia.
(Traducción de Inka Korhonen
y Renato Sandoval)
En el hombre hay una cueva
En el hombre hay una cueva
de la que él ha salido.
No lo sabe.
No es un útero, es de piedra,
un lugar a donde vuelve
para protegerse de la mujer
que acurrucada duerme en sus entrañas.
Ahí él guarda armas,
uñas y dientes,
la imagen primera de su sexo;
allí va para ver sus sueños,
enroscado como una oruga
con su barba en las rodillas.
Cuando la mujer despierta, el hombre da un respingo,
no sabe a dónde ha ido a parar.
Ve los pechos y el útero,
el ícono del cuerpo como una ventana al cielo
y los cremosos pantanos de su seno,
el desdentado misterio de la sed
y el hambre con su perlada sierra,
dientes y sangre.
Juicio
Él le dio un nombre a la pena,
en la tierna trampa del cuerpo gimotea
el herido.
En la noche me despierto pensando en él.
Él existe, tiene materia,
en principio,
es un largo trecho como un océano
o un silencio.
Es todo lo mudo
arraigado en las graves fosas marinas
o una brizna flotante viviendo
sin raíces.
Me lo ha dado el cielo
-diabólico regalo-
para que yo pueda hablar de esto.
¿Por qué no la ternura?, pregunto.
¿Por qué estas nubes nocturnas en los ojos?
¿Por qué un juicio final cada vez que despierto?
En una ciudad fría y lluviosa
En una ciudad fría y lluviosa escribo un poema
sobre él, que no me quiere ver.
Malhadada alternativa.
Con el viento a los charcos se les pone la piel de gallina,
los mares son fríos y asesinos.
Las esferas erigen ya blancos palacios
y el ruido de cristales rotos le llega al sueño
como una sonaja que se le cae a un niño.
El dolor no se aplaca.
Quien busca amor
está a merced de sí mismo.
Quien a sí mismo se busca
está a merced del amor.
La sombra danzante del árbol es la memoria del cuerpo.
El verano ha terminado y los arbustos chillan en el patio
arrancándose su íntimo verdor.
Llegan la estación de la herrumbre, la penumbra.
¿Adónde se fugan todos los días encendidos?
Al fondo arenoso de la eternidad, amor,
hacia allí nos dirigimos con la cabellera en llamas.
Divina Comedia
Perdida en el camino al mediodía de mi vida
por el largo corredor de un gran hotel
con sus suaves alfombras acallando mis pasos
y su pista de baile invitando al bamboleo,
abrí tal vez la puerta equivocada,
bajé los peldaños que no debía,
llegando a un corredor cuya salida no pude hallar.
Caminé como en un sueño
guiada por una música lejana
tanto que me extenué
y sólo mi cuarto me hacía falta.
Fue entonces que lo vi,
la oscura silueta del portero nocturno,
sus cabellos, negras alas de cuervo
pegadas a su cabeza,
sus dos ojos azules de trueno
y su hosca cabeza de toro.
Oh, señor de las llaves, le dije,
en este palacio
el número de mi cuarto es el 444.
No respondió,
se quedó mirando mis pechos y los tocó con sus dedos,
sus manos se deslizaron por toda la curva de mi cuerpo.
De esa forma lo encontré
sin conocerlo,
nadie ha tomado mi rostro como él,
asido mis orejas,
jalado mi pelo
y se ha deslizado así entre mis piernas.
Las lagartijas irguieron sus cabezas
bajo el terciopelo de mi vestido,
se abrieron las puertas del laberinto.
No sabía quién era,
ya que no hay otro como él
que lleve su cabeza como una corona negra.
Lo tomé de la muñeca
y lo llevé afuera,
y ahora, loca de deseo, estoy buscándolo.
Traducción del finés de Irma Siltanen
y Renato Sandoval
Perdida en el camino al mediodía de mi vida
por el largo corredor de un gran hotel
con sus suaves alfombras acallando mis pasos
y su pista de baile invitando al bamboleo,
abrí tal vez la puerta equivocada,
bajé los peldaños que no debía,
llegando a un corredor cuya salida no pude hallar.
Caminé como en un sueño
guiada por una música lejana
tanto que me extenué
y sólo mi cuarto me hacía falta.
Fue entonces que lo vi,
la oscura silueta del portero nocturno,
sus cabellos, negras alas de cuervo
pegadas a su cabeza,
sus dos ojos azules de trueno
y su hosca cabeza de toro.
Oh, señor de las llaves, le dije,
en este palacio
el número de mi cuarto es el 444.
No respondió,
se quedó mirando mis pechos y los tocó con sus dedos,
sus manos se deslizaron por toda la curva de mi cuerpo.
De esa forma lo encontré
sin conocerlo,
nadie ha tomado mi rostro como él,
asido mis orejas,
jalado mi pelo
y se ha deslizado así entre mis piernas.
Las lagartijas irguieron sus cabezas
bajo el terciopelo de mi vestido,
se abrieron las puertas del laberinto.
No sabía quién era,
ya que no hay otro como él
que lleve su cabeza como una corona negra.
Lo tomé de la muñeca
y lo llevé afuera,
y ahora, loca de deseo, estoy buscándolo.
Traducción del finés de Irma Siltanen
y Renato Sandoval
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