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sábado, 7 de agosto de 2010

704.- BELÉN ARTUÑEDO GUILLÉN

Belén Artuñedo Guillén (Zamora, 1962) vive en Valladolid. Ha publicado los libros Como se acuesta la noche en una rama (LF ediciones, 1998), Cartas de navegación y olvido (LF ediciones, 1999), Cuadernos de China (LF ediciones, 2001), Teselas (LF ediciones, 2005). Orden de Alejamiento (2009).
Ha colaborado en la edición independiente La Última Canana de Pancho Villa (Oviedo) con títulos como Manual de estrellas, De amicitia, Hombre despoblado o Insania, entre otros. Reseña y poemas en la antología Ilimitada voz. Antología de Poetas Españolas 1940-2002 (José María Balcells, Publicaciones de la Universidad de Cádiz).


FIGURAS

Una palabra,
su macerada luz ha permitido
unir el color con el color,
seguir el trazo de la línea,
la curva en la cerámica.
Imantadas,
las viejas sílabas esparcidas
acercaron sus bordes desgastados.
Me reúne sobre ellas el pincel que descubre
el deseo de volver a nombrar
y los fragmentos
que habrán de ser teselas.

La luz de una palabra para ser.
Dónde la voz que pueda pronunciarla.

(de Teselas)



X

En la profunda sed de dar un bello fruto
sólo en hojas crecí.
Ser así rama libre
que elige el pájaro nacido.

(de Cuadernos de China)




ARQUEOLOGÍA

Llegarán con pequeños pinceles
a barrer en la arena quebradas formas de lo que fuimos
y un entusiasmo de fósiles intactos abrirá sus miradas
sobre nuestros restos.
Hallarán en el ámbar los colores que nutrió nuestra luz
y, una vez descompuesta, sabrán
quién fui y cómo te llamé,
las sombras de tus ojos y mi edad,
el exacto lugar donde nos sorprendió la lava.
Buscarán los cimientos de la casa.

Buscarán
y el desconcierto trazará planos imposibles,
nos dibujará nómadas,
precarios moradores de una aldea arrasada,
de un pueblo sumergido.
Mas, cuando asomados a la fosa deseen explicarnos,
alguien en nosotros
les dirá que nunca estuvimos en ningún lugar
que no fuera el abrazo.

(de Teselas)




LAS PALABRAS DIFÍCILES

Cenizas de esta noche,
mañana
me levantaré temprano a respirar el aire frío,
a emprender la tarea de desbrozar el claro.
Sólo podría pedir perdón por ensordecer
y labrar la confusión, y luego,
prometer no continuar,
si ya antes otros también gritaron.
Se fue mi voz escorada por los sumideros
de una conversación errada
y lo que quería decir
se volvió un atrio donde mendigar.

(de Teselas)



Exilios

Rehén de una caída,
con la mirada de sal bien aprendida
reúne su lengua y despide a los suyos
con palabras de la tierra.

Entre sus piernas caben zanjas, socavones, barro.
Alcanzarán sus manos ramas, alambres, piedras.

Rehén de las monedas
que se juega la noche en sus espaldas,
enmudece su historia y enajena el pasado
con su silencio exhausto.

Por cada muro cruzado, cada paso vadeado,
un puente a la memoria que desate mordazas

e impida que, de nuevo, nosotros
que miramos,
debamos lamentar la desaparición de un hombre
y una lengua muerta
más.



Campo de concentración

Toquemos ese muro
para enfurecer en él y desgarrarnos.
Ahora pasa el viento sin voz,
podremos por tanto adentrarnos en los gritos
que deben contener sus piedras.

Si hemos venido a saber,
hay que atreverse con esta indiferencia de la tarde;
si hemos llegado hasta aquí,
no queda más remedio que acorralar la pared
y meter los dedos hasta dentro.

No me iré sin apoyarme en su memoria
acercando mi oído a cada grieta
que retuvo el eco de aullidos.
Algo de nosotros caerá abandonado
a sus pies
pues, aunque su dolor no fue nuestro,
nuevos crímenes
nos han deportado el corazón.


DE Orden de alejamiento (Libros del consuelo,
If ediciones, 2009)



Amigo

Cuando llegué
me daba la espalda y vigilé su silueta
por si ya no era él.
A un mínimo gesto se volvería

para mirarme,
cuarteada
por no haber cuidado de su entereza
por no haber estado nunca en mi piel
cuando me necesitó.


I

escucho en la copa de los árboles
su relato atávico
¿Dónde hemos estado?
Cómo hemos podido dejarle a la arena
el paso de lo que nos ha estremecido
tan lejos tú de mí y yo tan lejos
sin cogernos de las manos
que han hecho tanto por todo y todos
menos por nuestro acierto


II

me hundo en sus ojos
-está la luz de siempre esperándome-,
dados de sí para no velarme nada
y hacerle sitio a mi hambre.
Han cambiado tanto como mis redes
mil veces enredadas y recosidas
donde él no estaba.
Vamos a comer juntos,
vamos a devorarnos los años
en que nos faltó la mirada que se empaña
con el dolor del otro.

Enfermedad
en la escasa tierra que nos pertenece
plantamos cuatro árboles hace años
y es la primera vez que uno está enfermo.

el sauce se inclinó demasiado en el verano
y sus hojas exhaustas se llenaron de manchas.
Lo miré muy de cerca, acaricié sus ramas,
perseguí indicios desde la tierra,
espié los excesos del agua sin respuesta,
la poda creí que lo mataba.

completado el ciclo que a él le obliga
a reverdecer y dar sombra,
cumple con lo que le pedimos
y soy yo quien no puede celebrar su salud.
Como si me hubieran caído encima toneladas de leña
la madera cortada que, aun enferma, caldeará la casa,
no puedo con mi alma.

lo miro desde la ventana
y no sé de qué hojas empezar a desprenderme,
si hundirme en el agua o resistir la sed,
no es él quien deja estos días el paso del tiempo
manchándome la piel.

Esta mañana
en cualquier cuarto frío
de una ciudad larga de pronunciar
a primera hora
una mano borrosa barre el vaho del cristal
pensando que todo está siendo triste:
las noticias cabecean como barcos
en una extensión viscosa
y no se hunden nunca.

tampoco nadie se calla, nunca,
y quien susurra con intención generosa
se ahoga en la mordaza de no poder hacer nada
por evitar tanto y tanto…

todo empieza hoy irremediable y triste
en esta parte del mundo donde si uno se sienta
se arriesga a no crecer
perder la vez y el rancho
a no perdurar, ser estéril por exceso
a hilar pena con hebras de máculas y defectos.

las tragedias del día
que empañan la luz de la mañana
se escurren en gotas por las líneas
de manos incapaces de actuar
y que se sobreponen con una taza caliente
mirando por la ventana
con vistas a la impasibilidad.

Refugiada
los trenes de mercancías que nos cruzan
carecen de origen ni destino,
se alejan desdibujando líneas
como el asfalto húmedo tras los pasos,
sin biografía.

ahí la tenéis, buscadla bien,
mujer camuflada en la estepa,
agazapada como las bestias,
sin billete,
sin sala de espera.

un aguacero nos pide para su fiebre,
para la selva confusa de palabras.
Contra el grito de los marineros
la oración de las rocas pide
o un salmo
para la sed que aprehende.

los trenes de mercancías se la llevan.
Juntos, desaparecen.



La caída

las madres en luto después de la guerra
tienen un solo sentido:
la caída
y lo conservan incluso en las tardes
más calladas.
(José María Zonta)


Llego a las cansadas verjas de los portales
de un siglo muerto.
Desprevenida,
con la torpeza de una enfermedad incipiente.
Y grávida de mi peso
me detengo ante estos años
de epitafios de plantas
y de piedras,
de aves extinguidas
de niños desheredados,
para asistir a la rabia y al insulto
ante el féretro pequeño y blanco.
Me dejo así abrasar el rostro por el grito:
la caída de la madre.

de regreso,
veo caer mi reflejo hecho añicos
en los cristales de la nieve.



AMOR RELUCIENTE

Cómo te quiero
desde que paso
por donde van
tus pasos
dejando huella



EXPOLIOS

Las cosas no tienen la obligación
de morir con nosotros,
no nos necesitan para servir y tener valor;
pudimos no haber sentido el universo en su gravedad,
no haber tenido nada.

Los veo volver con provisión de jirones
a entrar a hurtadillas en sus casas,
sabiendo que no son ellas lo que otros vinieron a vaciar:
vinieron a vacunar el dolor con dolor,
a dejar huella en la huella del despojo.

Sí, les han arrebatado todo,
se han llevado en cajas el inventario
de quienes no llegaron a ser,
el quehacer inconcluso,
los legados:
apunte del camino por hacer.
Las cosas no nos obligan.
Arrancandas o perdidas,
descerrajan el escaso refugio
que en ellas tramamos un día.



MORDAZA

El armario nocturno, su cajón vencido
deben convencer a mi voluntad
de que ahí sólo encontrará
lo que en ellos ha puesto.
Los abro
para sumergirme en cuanto poseo y saber
con qué puedo contar.

Y, buceando aquella pieza que olvidé rescatar,
sacar las redes en que un día se prendió
mi estrangulada voz.

(DE Orden de alejamiento)

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