Alba Sabina Pérez
(Santa Cruz de Tenerife, 1984).
Es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid.
Es autora de dos libros: la biografía musical Algo que contar (Planeta, 2008) y el libro de relatos ¿Quién cuidará de mis guardianes? (Ediciones Idea, 2013).
Está especializada en narrativa audiovisual y guión cinematográfico y ha sido galardonada con dos certámenes de narrativa, y el certamen de Jóvenes realizadores de la Muestra Internacional de Cortometrajes del Festival Internacional de Cine de Gijón en 2008, con el cortometraje 20 Euros.
También ha sido guionista de capítulos de series, programas y capítulos de docushows a nivel canario. Sus textos han sido publicados en numerosas revistas a nivel nacional, así como en blogs y periódicos de Canarias desde el año 2004 hasta la actualidad. Actualmente colabora con el periódico La Opinión de Tenerife y escribe en su blog, www.albasabina.com, mientras cursa el Grado de Estudios Ingleses en la Universidad de La Laguna.
TRES CIUDADES, TRES DESCENSOS
I
El anciano de bronce
salió de la alcantarilla
para ver el Danubio
desde su posición.
Un transeúnte ya lo ha pisado
y un turista de la extrañeza
no ha reparado en él.
No existen altas ramas en su calle
a las cuales subirse
para contemplar más allá
del penúltimo edificio gris
en su horizonte cotidiano.
El viejo triste descendió
los peldaños de espuma del infierno,
cerrando cada cosa tras de sí.
II
La mujer de cristal
afila sus arrugas
con pintura que se disuelve.
Ya nunca va a ir al norte:
es diciembre en su piel.
Cuentan en árabe
los mercaderes sumergidos
cada moneda transparente
caída de su rubia cabellera
mientras regresa al mar
a través de la alcantarilla.
Sangre vikinga corre
entre sus poros diamantinos.
Ella jamás ha renegado
ni de su origen
ni de su tiempo de palacios.
Ella habita en una penumbra
hecha de hielo
donde no puede ver.
III
El niño de ceniza
me ofrece fuego para iluminarlo
Me propone algún codicioso juego
que aprendió siendo shoa
y que no quiere confesar.
Tiene un triciclo de hueso,
un muñeco de piel humana
y un canto entrecortado por las vías del tren,
cuando este pasa
a recoger a sus ancianos padres.
Juega a correr en el crepúsculo
y entregarse a la hierba.
Juega a tener hermanos
y un pequeño amigo para siempre.
El niño de ceniza vivió tras una estantería
de ancianas mermeladas
que estaban fuera de su alcance.
Ahora lleva a cuestas
las arrugas que robó
al vigilante de Treblinka
cuando descendió a firmar.
(De Destierro sin trópico, inédito)
LA PLAZA DE LAS HIELES (MADRID, 11 DE MARZO DE 2004)
I
Fuimos gotas de hiel
que intentaban subir desde los suelos,
los cabellos llenos de estupor
y empapados por una sombra asmática.
El prematuro cadáver
lloraba sus navajas
hasta esconder sus alas:
Culpa al símbolo futuro y fiel
que no le permitió
llegar a la belleza
que siempre quiso cortejarlo.
Las dúctiles gotas de hiel
avanzaron tiernas hacia el calor,
sin llamas ni certezas.
Eran papel quemado y almas resecas:
No habrían deseado monumentos.
II
Yo recordé epistolares disculpas
que incluiste en un déjà vu:
«¿Muerte serena,
tal vez siendo aún demasiado viejo?»
Nunca abrumaste el pozo de arcillosas
murallas derrumbadas
por una luz
y un silencio.
Acumulamos todos los posibles estragos,
todos, los posibles estigmas
que nos proporcionó la ausencia.
Fuimos dioses del grito
de lejanas jaurías
de madres huérfanas.
Nos destronó las almas,
la reina del salón sin luces.
Nos despojó de ropas,
el peso de la hiel.
Te quedaste sin habla, temblaste al respirar.
(De Destierro sin trópico, inédito)
No hay comentarios:
Publicar un comentario