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miércoles, 13 de agosto de 2014

DIMITRIS ANGELIS [10.904]



Dimitris Angelis

Grecia
Dimitris Angelís nació en Atenas (1973). Poeta y ensayista, es doctor en Filosofía y director de la revista literaria Nea Efthini (Nueva Responsabilidad). Ha publicado cinco libros de poesía, estudios, ensayos y cuentos. Su libro Aniversario ha sido premiado por la Academia de Atenas (Premio Porfyras).




Presentamos algunos textos del poeta, filósofo y editor griego Dimitris Angelís (Atenas, 1973), traducidos por Virginia López Recio e  Isabel García Gálvez. 




LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

Luego calló. Y en esta sustracción había una pared y cerca
un perro atado que sólo en su sueño conocía la salida.
En esta distancia colgada había una ropa para salir
y en esta sal un rostro inconsolable, reprimenda
que nadie percibió – luego

continuó avanzando hacia la muerte más como si hubiera
ya sido juzgado por todo y aguardara solo a mirar
los últimos centelleos de tu fuego sobre aquella pared
en la misma habitación, el viernes o el sábado, no se acordaba ya
– luego

alguien que todo este tiempo estaba sentado oculto a su lado
se volvió
y mostrando la villa iluminada detrás de los árboles le dijo
«Ven conmigo».

(Traducción de Isabel García Gálvez)







KALICEA, CALLE MENELAO

Otoño hermoso en las montañas, pero yo recuerdo nuestra casa
Manando de los matorrales, continuando ahora su vida sin nosotros.
Extraño, porque se nos parecía como si fuera hija nuestra
Y me hablaba con tu misma voz cuando reposabas
La cabeza en mi pecho. Crujía el techo, recuerdo,
Y desde los bordes de los ojos me corre sangre negra que dibuja,
otra vez delante,
Nuestra casa con las terrazas, los setos de cáñamo y las plantas.
Barco sin timón en manos del viento y de tu imperceptible tristeza,
Grande como las noches invernales en las que enterrabas
Tu rostro en la almohada blanca y yo callaba,
Y el bosque en la orilla de enfrente se quemaba y yo lloraba.
Alrededor el lago extenso, en su inmovilidad remamos años.
Un día descubrimos una isla nueva, volvimos la espalda a nuestra casa.
La veo ahora en sueños que con frecuencia e insistentemente
me pregunta, todo anhelo,
Si puede mudarse con nosotros. Cómo explicarle que hemos cambiado;
Tiene un carácter indomable, caerá para aplastarnos.








LA GRAN NOCHE DE AYANTE

Toda la noche oyendo pasar aprisa las ambulancias
con sus chirridos eléctricos, intentando salvar
tu amor herido, ése
que no sabes que ya ha muerto.

Noche llena de gemidos y verde
veneno de araña. Y sobre su almohada cansada pasaban,
montados a caballo, los grandes mártires abrazados
dejando con sus pezuñas marcas profundas en su alta
talla que llenan de vino,
pequeñas libaciones sobre la blanca sábana que ya tres días
la cubre, como
en otro tiempo a tu madre. Amigo ninguno. Y ese toro
enamorado de la luna
que jadeando te acompañaba a los naranjos y le contabas
como niño tus cuitas,
en tu vagabundeo implacable esta noche no vendrá.

Noche más apesadumbrada que las otras. Todo tu aire huele
a egoísmo muerto, y con alegría rabiosa
cuchillos cortan rebanadas de tu oscuridad. Noche
planta sarcófago en la mente con aquella lluvia socarrona de los
alcohólicos que tropiezan en la calle,
que se te pega en la espalda como segunda
piel. Y tú perdido para siempre
en los precipicios del recuerdo, degollando corderos y llamándolos Zanasis,
Andreas o Yorgos, llevando mientras bailas su vellón,
– en la luz fría del próximo amanecer
morderás de vergüenza la neblina, con mordiscos de desesperanza
se te llenará la boca pidiendo la muerte. ¡Dios mío,
cómo un amor acabado se hace presencia despótica!
Y se te clavan directamente al pecho
las agujas de todos los pinos de forma sangrienta,
como la punta salvadora de tu espada.

“¡Qué extraño!”, repetías en voz alta toda la noche oyendo
pasar las ambulancias, “¡Qué extraño!”,
“¿pero cómo ha escalado ese toro a las almenas de enfrente?”.






DONDE DON QUIJOTE DECIDE MORIR

Aquel día lo distinguí de los otros.
Lo llevé conmigo desde por la mañana, lo arrastré hasta mis embarrados
lugares que antes eran bosques.
Le tiré con desprecio piedras como si fuera perro callejero,
Y lo dejé tendido en las ramas desnudas de un árbol para que
goteara su ira sobre la noche.
¿Qué noche? Pues una que corresponda al triste,
Ropaje del infeliz, del hombre peor formado,
Que sigue hablando solo mientras anda, sabiendo que realiza
una hazaña
Y abraza las rodillas de los transeúntes y emborracha su día para
olvidar
Los molinos de viento del día anterior, la promesa de una isla propia,
sus risas tras las puertas
Siempre cerradas con llave e inaccesibles para mí, las puertas
del paraíso. Por eso a este día
Lo subí a la ventana y le pedí que se tirara del tercero
a la calle.
Que no sirve ya vivir si no hay
Sueños destinados al fuego, un foso blando de arena para
tus caídas y las cartas diarias
Al Padre.







EL SILENCIOSO LUGAR DE LO COTIDIANO

Ríos que no mantuvieron sus silenciosos juramentos,
empuñando con fuerza
bajo las vestiduras sagradas el cuchillo; montañas
que apartaban de tu fe que me mantendrías a tu lado. «¿No ves
que me acecha Aqueronte?», te decía
mostrando las aguas oscurecerse por las minas sumergidas
y los desaparecidos. Tú

me mostrabas tras la ventana el plátano en el que colgaron
al Santo y preparabas callada
dulce de membrillo para ofrecer tras la misa de los cuarenta días. Así

transcurrían los días y las semanas, pero yo me quedaba
a pesar de las voces, las súplicas, las palizas,
valioso botín de tu cotidianidad.
Pasaba las tardes sobre las aguas Jesucristo,
nos miraba con sus ojos penetrantes.

«Cambian de piel los poemas frente al televisor»,
decía, «apilan a tu lado
días perdidos».
«Y después la calle deja de ser tu Padre».








LA MUJER QUE VEÍA EL FUTURO

Si atravesando el zarzal terminas alguna vez en mi casa oscura,
cegado por la luz del mediodía, no te asustes
del silencio y de sus mejillas surcadas.
Años enteros los pasó enterrando en secreto a sus recién nacidos
ilegítimos, pero conservando el don,
esperando en primavera a leñadores y saqueos imprevistos
en patios frutales, en otoño
admirando en la orilla las hordas de los bárbaros que desembarcan
y se ocultan tras los árboles,
como una mariposa blanca, alma en el tronco del pino negro,
con los dientes
cerrados obstinadamente a las sílabas que presagian muerte,
tocando cada noche con rabia las campanas en el camposanto
y en tiempos tormentosos
liberando desde la torre más alta del castillo
sus pájaros nocturnos
para aquellos que no quedarán sepultados en lugar de medialuna
y serán desollados por la lluvia, y para los otros
que en barcos podridos se perderán en el horizonte buscando
su propia América en el engaño.

Pero tú, que viniste sólo para irte,
con tu verano enrollado en los hombros, indiferente al
destino de la ciudad,
de la boca de la loca conocerás la verdad:
La Troya que una noche conociste, olvídala.
Pues la guerra, un arte oscuro.






TRES POEMAS SOBRE LA CRISIS

1.

Comienzo del nuevo día, horcas puntiagudas
los dos primeros palos del sol.

Abre el cuaderno, poeta: ¡Escribe!

Cuidado con los nuevos lanceros, emigrante: ¡Tienes hermanos!

Araña el muro de musgos, niño recién despertado: ¡Vive!

Porque cada mañana tiene su niño, su poeta y su emigrante.

Y cada noche su muro ineluctable, su libro amargo, su brusco capitán de armas.

Igual que tú vistes la ferocidad de tu belleza para galopar
yo me quedo apartado y te admiro como caballo
de la estepa más mía.




2.

Mi ciudad hoy es una niña inmadura,
asustada, con un vestidito sucio,
se sienta en los escalones de su edificio,
tiende la mano a los transeúntes,
recoge dientes partidos,
echa pastillas en la acera, grita
pío pío a las palomas para que se acerquen,
y cuando no la miran
les saca la lengua.

Mi ciudad hoy es una niña inmadura,
bandera de una terquedad roja su vestidito sucio;
abraza sus rodillas desolladas, arruga los labios,
decapita mariposas, quema contenedores de basura;
con los botines de su saqueo prepara
un nuevo collar,
viene su madre, le tira de la oreja,
se niega a su madre
se niega a crecer,
nunca habla.

Cada tarde toca música
contando con una cuchara los rombos
de la tela metálica.



3.

La luna corría por las venas de los árboles,
dándoles un aspecto de muerte
plateada.

El adivino, contando en su mundo inhóspito otras sombras,
las llamaba ciervos.

El vendedor ambulante ofrecía sus recuerdos de los patíbulos
de las viejas baronías.

Todos los compraban.
Y el asesinato tenía una belleza brutal
como en Macbeth.

(Traducción de Virginia López Recio)


Círculo de Poesía - Revista electrónica de literatura
http://circulodepoesia.com/nueva/2013/03/poesia-griega-dimitri-angelis/






Dimitris Angelis (Athens, 1973). Poet and essayist, director of the literary review Nea Efthini (2010- 2013) and currently of Frear. He has published five collections of poetry, essays, studies and short stories. He is the recipient of the L. Porfyras poetry prize of the Academy of Athens.





1989 (απόσπασμα)

η τηλεόραση μονίμως ανοιχτή
σαν ένας πένθιμος βωμός εγκατεστημένος στο δωμάτιο
χρόνια –μία φωτιά
που δεν ζεσταίνει, μόνο φωτίζει
αχνά
μέχρι τις δύο πολυθρόνες και πιο πέρα το ξέστρωτο
τραπέζι με τα ψίχουλα,
και τ’ αποφάγια σωρό (όμως λείπουμε χρόνια) –ξοπίσω
τους απλώνεται
πηχτό κι επίβουλο σκοτάδι
όλο τριξίματα και μία μόνιμη ηχώ από πνιγμένες κραυγές
εκεί που πάτησε η μνήμη
μιλώντας για θαλάμους λαϊκών σανατορίων, Καψαλώνα
κι Αϊ Γιάννη,
ονειρικούς σιτοβολώνες, εργοστάσια με τα πνευμόνια πίσσα,
εκτοπίσεις σε παγωμένα τοπία,
μιλώντας για το πλήθος που κατέβηκε πανικόβλητο τα σκαλιά
διαδηλώνοντας την αγάπη του και δεν ξανανέβηκε
για τη λαχτάρα μας να λατρέψουμε καταποντισμένους θεούς,
ίδιους με τους θλιβερούς εαυτούς μας




– διαφημίσεις

πάγωσε η οθόνη, πάγωσε το διαμέρισμα
σα να ξέχασε κάποιος την πόρτα ενός νεκροθαλάμου ανοιχτή
κι αυτή η χαραμάδα έγινε ένα τείχος που πέφτει
και τριακόσιες χιλιάδες άνθρωποι δραπετεύουν διαμιάς από την
ιστορία
κρατώντας αναμμένα κεριά σα να γυρίζουν απ’ την Ανάσταση
φορώντας ντρίλινα, σαρακοφαγωμένα πουλόβερ, σέρνοντας
βιαστικά ετοιμασμένες βαλίτσες, το κλουβί με το ψόφιο
καναρίνι -σκέφτονται
λεωφόρους στη Σιβηρία με μοναχικά βενζινάδικα την αυγή, κρύο
και ματωμένες σημύδες
το κουδούνισμα του τηλεφώνου που αντήχησε στους τσιμεντένιους
τοίχους του ψυχιατρείου, κανείς δεν το σήκωσε κι έμειναν με
την απορία μήπως τους γύρευε ο Σταυρόγκιν -σκέφτονται [...]





1989 (excerpt)

the television permanently turned on
like a mournful altar installed for years in the room – a non-warming
fire, only a faint
glow
as far as the two armchairs and beyond the uncleared table with crumbs
and a pile of leftovers (but we’ve been away for years) – behind them spreads
a thick, insidious darkness
all crackles and a permanent sound of choked cries where the mind stepped
speaking of the wards of public sanatoriums, dreamy granaries, factories with tarred lungs, banishment to icy landscapes,
speaking of the crowd that came panicky down the stairs declaring its love and
never going up again
of our longing to worship annihilated gods, the likes of our pitiful selves





- commercials

the screen froze, the flat froze
as if someone had left a mortuary door open
and this crack became a wall that falls
and three thousand people escape from history at one go
holding burning candles as if returning from the Easter service
wearing drill, moth-eaten sweaters, lugging in a hurry packed suitcases, a dead
bird in a cage -they think
of Siberian avenues with isolated petrol stations at dawn, of the cold and the
bloody birches
of the phone call that echoed unanswered on the mental clinic’s concrete walls
and they were left wondering whether Stavrogin was looking for them -they think [...]

Translated from Greek by Yannis Goumas






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