Estela Figueroa
(Santa Fe, Pcia. de Santa Fe, ARGENTINA 1946)
Estela Figueroa nació el 12 de agosto de 1946 en la ciudad de Santa Fe, donde sigue residiendo. Dirige la revista La Ventana desde 2001, editada por la Dirección de Cultura de la Universidad Nacional del Litoral. Ha coordinado talleres literarios como el de la cárcel de menores de Las Flores (Santa Fe), donde armó el proyecto Sin alas, con textos de los internos. Colabora en el diario El Litoral, de Santa Fe. Compiló Un libro sobre Bioy Casares (2006), colección de ensayos sobre la obra del escritor porteño. Tiene publicados tres poemarios: Máscaras sueltas (1985), A capella (1991) y La forastera (2007). Máscaras sueltas fue traducido a italiano en 2007, bajo el título Maschere mobile.
La voz de Estela Figueroa no tiene medias tintas, con un solo golpe es capaz de noquear al más pintado, va al grano, al núcleo del asunto con celeridad de liebre y agudeza de búho, animalizada y carnal, humana e intransigente. Pantera de tintas negras, no acusa falsos pudores y se yergue ante el mundo, desafiante y con la boca cargada de verdades. La poesía de nuestra invitada de hoy es un trago fuerte, de esos que se toman en la barra y de parado. “Nunca supe qué me quieren decir los ojos de un hombre/cuando me dice que me quiere./Pero conozco muy bien la mirada de mi perro.”, dice en el poema “El nunca”. Descarnadamente hace de su piel una bandera de guerra y enfrenta al único enemigo real, la muerte, con irónicas filípicas: “Esa ciudad por la que vagué/fue moldeada/con grandes emociones/con grandes deseos./Así también de grande/es su cementerio.” Segura del rumbo, con manos firmes en el timón, Estela Figueroa nos recuerda que la poesía es un revólver ardiente, un aullido prolongado en la noche desierta, un canto rajado como un espejo abandonado en medio de la calle.
Lloré en silencio.
Luego en voz alta
pero sin lágrimas.
Grave error: ante los abandonos
no hay que mendigar
hay que mostrarse magnánimo.
Cuando la pequeña terminó de acomodar su ropa
y deslizó el cierre del bolso
sentí que me cerraba la garganta
y que todas mis acciones serían vanas
estúpidas.
BUSCANDO EL POEMA
Atropellada como un perro.
Selectiva como un gato.
Lo busco.
Fiel como tallada en piedra.
Blanda como la espuma.
Inocente como un fantasma
que vaga por la ciudad.
Lo busco.
Lejos parece que algo brilla:
¿será el poema?
Sobre una cinta de fuego
camino a su encuentro.
Atropellada.
Selectiva
Blanda.
Inocente.
Despiadada.
PRINCIPIOS DE FEBRERO
No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.
No.
No me sostengas que no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo -te dije-
quiero permanecer.
Un hombre es bueno para una noche.
Cuando amanece es un reflejo dorado
sobre la cama donde se toma café.
Y es agradable el olor que deja.
Dura todo un día.
Pero no toda la vida.
Luego hay que descansar.
El libro de Kavafis y el de Pavese
sobre la mesa de luz.
Hay que aminorar la marcha.
Sentarse un rato a solas
en el sillón del patio.
Mujeres: tendríamos
que aprender de los gatos.
Cómo agradecen el tazón
que rebosa de leche!
Falta para el otoño.
Que nos encuentre intactas.
Sin habernos negado
a estas pasiones
que cada tanto
asaltan.
NATURALEZA MUERTA
Tomates rojos
con una hendidura negra.
Limones amarillos
con pezones verdes.
Zanahorias erectas
papas ovales
bananas que yacen arqueadas.
Sexo sobre la mesa
donde amaso el pan.
Familia
Mis abuelos paternos
arruinaron la vida de mi padre.
Mis abuelos maternos
arruinaron la vida de mi madre.
Entre ambos
quisieron arruinar la mía.
No es más que una vulgar
historia de familia.
No me quedó otra opción.
Tuve que matarlos.
Sol de otoño
Por Manuel Inchauspe
Visité al poeta.
Delgado y pálido yacía
en una de las camas del subsuelo
de la sala de toxicología.
Qué extraño tesoro
el sol de otoño,
a través de los vidrios esmerilados.
cómo flotaba,
única dicha sobre su rostro
y rebotaba en el suelo,
donde los algodones con sangre
y colillas de cigarrillos
decían que la vida existe siempre,
donde quiera que se esté.
A Manuel Inchauspe, en el hospicio
Las nuestras, mi amigo,
son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.
Perdiste tus últimos poemas
y yo casi no escribo.
De allí
esos largos silencios
en nuestras conversaciones.
Pequeños asesinatos
Una noche en que volví tarde a casa
la vi disparar rauda y oscura
desde el canasto de papas que está en un extremo de la cocina
hasta el otro
al costado de la heladera
donde acumulamos botellas vacías de vino y gaseosas
que en gloriosas jornadas de limpieza
sacamos a la calle.
- : Tenemos una laucha -dije a mi hija Florencia-.
Es gorda. Vive detrás de la heladera.
Habrá que matarla -me contestó ella.
Habrá que poner triguillo fuera del alcance de Toto.
(Toto es nuestro perro)
Pero pasaron los días
y ninguna de las dos iba a la ferretería
en busca del triguillo.
Y la laucha seguía corriendo rauda y oscura de un extremo a otro
-en la cocina-
ante la mirada curiosa de Toto
y ya sin importarle si estábamos nosotras o no.
- : Esta laucha se está tomando mucha confianza
recuerdo que dijo mi hija.
Bueno.
De manera que a la mañana siguiente me encaminé a la ferretería
y compré el triguillo Drumolive
hecho con glándulas disecadas de roedores
lo cual- según decía el prospecto-
ejerce una poderosa atracción sexual sobre sus iguales.
La caja estuvo envuelta varios días sobre la mesa de la cocina
hasta que Florencia
-que es más expeditiva que yo para estas cosas-
abrió el paquete una noche
llenó potes con buena parte de su contenido
y acomodó estos potes estratégicamente.
Durante varias mañanas
mientras yo tomaba té leyendo a Carver
la sentí comer ávidamente.
Es cierto. Nadie
nada escapa
de lo que implica una atracción sexual.
Los ruiditos terminaron
y Carver y yo quedamos solos.
Charlando sobre la proximidad de una jornada de limpieza de la casa dijo mi hija
- : Parece que la laucha se murió. Ya no se la oye.
- : Es cierto-respondí-. Yo tampoco la oigo. La matamos.
MUJER
Con la menopausia engordó
y en camisón parece una matrona.
Sentada en la cama
después de la siesta
le gusta recordar.
Viejos amores
viejas lecturas.
Vive de eso
ahora que los amantes se han ido
y los libros nuevos le niegan el paso.
Recuerda consciente de que algo olvida.
“Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar”
- se dice -
O algún hermoso muchacho de veinte años
allá por los años 70
70 y tantos…
- se dice –
temblando por las pérdidas
la mujer sola que parece una matrona.
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