Carlos Ramírez Vuelvas
Nació en Colima, México en 1981. Egresado de la licenciatura en Letras y Periodismo de la Universidad de Colima y la maestría en Letras Mexicanas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Director de la Facultad de Letras y Comunicación.
Ha publicado el cuaderno de poesía Calíope (SCC, 2001) y los libros Brazo de sol (SCC, 2002), con el cual mereció el Premio Estatal de Poesía, Cuadernos de la lengua y el viento (en coautoría con Avelino Gómez Guzmán) (2007) y El poeta ebrio y otras tormentas de verano (2007).
En el 2002 recibió el Premio Estatal de Poesía y un año después la mención honorífica del 35 Concurso Nacional de Poesía Punto de Partida. Además ha sido distinguido con el Premio Estatal de la Juventud 2003 y la beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (1999-2000). Algunos de sus poemas se incluyen en las antologías: Los extremos que se tocan (SCC, 2004), Un orbe más ancho (UNAM, 2005) y La luz que va dando nombre (SCP, 2007).
Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Complutense de Madrid. Es director e investigador de tiempo completo en la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima. Ha publicado: Índice de revistas culturales del siglo XX en coautoría con Fernando Curiel y Antonio Sierra García; Regino Hernández Llergo entrevista a Pancho Villa, Notas para el estudio de la historia de la cultura escrita en Colima, Los rostros del héroe en la caverna y Mexican Drugs. Cultura popular y narcotráfico (Premio Caja Madrid de Ensayo, Lengua de Trapo, 2011). Ha sido editor de los libros de Balbino Dávalos: Nieblas londinenses y otros poemas, Musas de Francia y Memorias. Digresiones de un pasado lejano. Autor de los libros de poesía Brazo de sol, Cuadernos de la lengua y el viento, Ruleta Rusa, Calíope baila con el poeta ebrio y Casa de tres patios.
Última balada de John Lenon para Yoko Ono
La luz de ti se aleja porque no soporta el verte
Por qué de mí también te vas mujer
cuando más te amo y dejo en pentagrama cinco líneas de mis venas
Por qué de mí como ceniza que lleva el brazo del aliento del verano
en un campo incendiado por la furia de mis manos
que imagino en la ciudad
Eres lo más oscuro y de ti la luz emigra
Porque viene de ti la enfermedad estoy bendito
de locura o ebriedad que a veces es lo mismo
Por una mancha venérea que la humedad tatuó
si he nacido si amé si estoy herido
Por eso cuando miro en las páginas del tiempo las letras de mi vida
encuentro mi nombre escrito tres veces en un cuerpo femenino
Eres la vida amor la muerte
Y hay días que confundo el sayón de tu piel blanca
con la falda favorita de mi madre
o el vestido rosa que usaba los domingos
para mi padre que olvidó su cinturón
en casa de una peluquera
Otras tardes crecen de tus piernas espléndidos eneros
en los que reconozco las canciones del cimiento del hogar materno
¿Es que cuando te enfadas hablas de mi infancia o sólo de tu sexo?
Tú me has visto cómo es que soy la vibración en tanto llega tu respuesta
como la fruición violenta del que ignora el reposo porque estás cerca
Hay días que tu carne ―siempre en ciernes―
tiene el olor de las agujas y el estaño
Y tus nalgas asemejan una mecedora
donde el sueño dibuja polvorones y tazones de té
Pero digamos que una noche al fin estoy contigo
completamente libre
Complaciente como alguien dispuesto a otorgar su olvido
a cambio de tenerte Oh sapientísima
y desquiciada como una cuerda de guitarra rasgando la garganta
como una cerda enfurecida que destroza mi almohada
Entonces quién por mí podrá cambiar la pesadilla
si muy lejos de ambos la luz emigra
Ah me dueles hasta lo más profundo que un hombre honrado puede soportar a la desgracia
Hasta lo más cercano a mi origen de pies sobre la tierra
Oh dulcísima qué puedo para ti sino una larga balada
en la que el escozor del corazón humano hinche su valor contra el vacío
que cruzan pájaros boreales como bajo un cielo cobrizo
donde bailas desnuda para ordenar el mundo
Sé que tampoco entonces mi vida tendrá algún sentido
y que habrá una lira rota más en el bodegón de casa
Pero así tú sabes la tribu podrá llamarte reina
en este instante y en la eternidad.
Thelonius Monk escucha el aguacero
Es la primera lluvia de junio y el aguacero se llama Thelonius Monk
Lumbre de ébano sobre el fuego blanco del alcohol
El acorde de carmín donde la melancolía asienta el reino
Porque no hay luz más clara y más intensa que aquella
sangrando de las manos de un sabio
Que aquella que de tan negra es la sangre de la luz
Su lamento es una almohada para reposar los huesos cansados del alma
Escucho a Thelonius Monk y cruza la cervical un relámpago de ron
Una infancia con los miembros amputados
Un muñón del que se burlan mis hermanos
Pero que sea dulce el beso de la armonía para saciar la piel erizada del silencio
Que la vida vista sus trajes favoritos como niña
para decirnos que todo es muy sencillo
Porque Monk le teje un abrigo a Nellie
Un pedazo del corazón le deja en piel
con ciertas partes de un crepúsculo de octubre y la pupila de la lluvia
mirándola por dentro
Porque Monk desteje el corazón de Nellie y lo hace delgadísimas notas de música
que penetra y sangra y danza y muelle y lacera
como una nota de piano carcomiéndonos el alma
Para qué preguntar por la rabia en medio de este aguacero
Qué luz podría encontrar el desconsuelo
en un hombre que prepara la entrada de su amada al Infierno
Un bourbon un whiskie una cerveza bastan
Y una trompeta de oro negro vibra y estalla en el cielo
Hay un hombre pudriéndose por dentro
mientras deja huellas de la luz más clara y más intensa
La tormenta se sonroja de su estruendo
Avanza el oscuro tapiz del aguacero
Después la melodía se hace más lenta
Alguien espera el obús para volarse la cabeza.
Agua en la memoria de junio (fragmentos)
I
Qué me dicen las cosas
si corto es su nombre breve.
Se vuelven hacia mí con tantas manos
como si antes de tocarme supieran qué me duele.
Cada elemento de este cuarto me habla en el desierto.
No he de nombrar la tristeza de la fuente
ni he de llenar con sortilegios la palabra,
que sólo mana agua del poema
cuando rompe, labrada de cantera, la frente.
La cosa se arrepiente y deja en el vacío
todo lo que siento. Muerde palabra tu sitio inasible.
Canta para que de nuevo el mundo nos habite.
Que otros den su maldición o ennoblezcan lo que miran,
mía es la memoria de las cosas.
Ahora están vibrando.
II
Pueble de nuevo la fantasía la piel del mundo.
Que se llene otra vez de figuras fantasmales,
con la belleza arrogante de la terrible
y dulce mano de la naturaleza.
Puéblese el camino de música nocturna
porque sagrado es lo primitivo.
No importe la mirada del futuro
ni se nombre la memoria tras cristales.
En toda esencia de las cosas un Dios nos nombre,
que cada instante sea uno.
III
Ah los nombres olvidados en el recuerdo que soy.
Terrestre, terriblemente humano entre las calles,
me acostumbro a no dormir, a llenarme de todo lo que veo,
y no sentir la mesa sino lo que la mesa siente
y escuchar palabras en la ventana habitada por memorias,
penetrada siempre por estaciones y equinoccios.
Porque un día descubrí mi temor a la muerte, con un miedo de montaña,
como una palabra enorme aún no escrita.
Y siento mi corazón tan lleno de todo esto, tan plenamente humano,
que alza su mirada nocturna todos los días para salir de la ventana que soy.
Dejen ahí mi cuerpo, mi nombre. Denme el olvido y el silencio.
Sólo quiero un saludo de porcelana, un rumor ajeno de mariposa,
para levantarme siempre entre el ruido cotidiano.
Intermedio frente al Pacífico
Sentado sobre el farallón donde principia el mundo,
sobre el filón de dientes del mar,
viendo la inmensidad de la ola y la bahía,
el resplandor funesto de la sombra de sal.
Aquí, lejos del manglar, a lengua abierta
del corredor marino, bajo la amenaza del sol,
del estallido azul y del rencor violento del tropel del mar.
El tiempo muerto, la pulcritud del silencio
que recorre al trópioo en invierno.
Haber cantado antes con el colmillo del curricán
prendado a una efigie solar. Haber degustado
todo el acontecimiento de la fauna marina.
El mar inolvidable de la infancia, frenética embestida del que fui.
Ah el que vio anochecer con un dejo de fósforo en la playa.
El que nunca supo del tamaño del miedo, la ostra salina que es la piel,
el derredor lúgubre del estallido.
Y allá, en la orilla, el dedo índice de la nube
escribe un nombre que se parece al mío.
Un río que empieza en la premonición de la muerte
estremece mis pies.
Y vienen cormoranes y gaviotas trazando un aguacero de cristal sobre el cielo.
Las runas del mar son el aposento de la sal y el recuerdo,
dentro de la inmensidad azul que todavía la memoria no puede ahogar.
Y todas las reminiscencias de hembra que guardan las playas.
Por eso, cuando la marea baja, una mujer prepara té de albahaca
y los hombres descienden la frente en señal de luto.
Y el mar se arrepiente de no haber conocido nunca cuerpo de virgen.
La mar como una incisión amarga en la frente de los niños.
Los peces de calor que crecen en el trópico
lamentando su pasmosa densidad de agua sexual.
Y cómo se anticipa el olor salobre de los barcos,
el dolor herrumbre de las pequeñas barcas, de los navíos enormes que habitan
lentamente la piel del agua como tatuajes en la bahía.
Y la vela que atiende el sentido del viento,
como una larga cabellera expuesta en las palmeras,
que aprende el ritmo norte y el vaivén repentino de la soledad.
Cómo no llorar entonces, cómo no recurrir al nombre de una mujer amada,
al cuerpo que una noche fue tormenta en nuestro mar,
a la palabra que no se ha dicho y está ahí, flotando como un presentimiento de muerte.
Y pensar que la nostalgia es una canción aprendida por los marineros antes de nacer,
o una mancha de aceite, la invocación de las ancianas sobre las sábanas de la playa,
entre dunas de oro que un dios benigno puso en la manifestación del llanto.
Y nuevamente el mar sobre la arcilla, sobre el resto de los cocoteros
y en el sudor de los hombres confiados a bien morir.
La insondable soledad recorre nuestros pies
en busca de aquellas piernas de adolescente.
El silencio de la bahía como una costumbre de velorio.
Nuevamente cormoranes cruzan los mares del sur
para escribir por siempre la luz del asfódelo.
La flor del trópico en la boca es la pluma de otra ave
que también ahora llamaremos desasosiego.
Darío
Donde tu nombre es luz boreal para invocar
la fatalidad de la belleza, una oblación envenenada
por la vida. Un ardiente recorrido que principia
al final de las heridas de tu nombre en el camino.
Y nada basta, ni siquiera es suficiente cuando un tambor
anuncia el cortejo de Maligna, irrumpiendo solares
prometidos por la buena e inocente mano de Dios.
Y llega la Maligna con su voz de lijas y su legión
de espasmos y sus metales asesinos, para tatuar
su nombre en la singladura del cuello.
Donde tu nombre acumula noches clandestinas
de caballos de miedo que erizan la piel al viento,
con la yugular embravecida por una hiperestesia
ancestral como el terror humano. Porque viene
al acecho el pánico corriendo soledades terrestres
en dos piernas terribles como la fiebre hepática,
presentida en tus llagas, limpias úlceras del rencor de los días.
Donde desfallece el corazón, trémulo temblor
en la lujuria de unos cuadros sobre la falda marrón.
El cuerpo es una casa vacía, lujuriosa y vacía
donde sólo palpita la lira alerta y luces encendidas
por temor a que venga la Maligna, que siempre llega
con un perfume de premoniciones de rabia en los trenes,
entre accidentes de muchachas que pulverizaron su herencia.
Donde tu nombre es anatema y el oro de Mallorca,
la llave en los sentidos que abre las puertas del infierno, como se abre
el negligé de las piernas abiertas. Como piernas dulces
de las más dulces hembras, de un jueves anclado
en el bar de Verlaine. Pero hay que huir
porque te persigue la culpa de Francisca, un campo
sembrado con cadáveres de niños regados con sed de la Maligna
como un tiro de gracia.
Si tu nombre todo era, por qué no te dejaron morir cuando pediste
la alcoba y el balcón en el hotel de La Habana. Quién putas te salvó
en la casona de Jalapa, donde estaba el cianuro
para calmar el vértigo del hambre de Rosario.
Si tuya era la luz del nombre
que con sangre y sombra escribía siempre
de Maligna también el santo nombre.
Carta a Yeats
Yo también, hermano William Butler Yeats,
contemplo arder la vida con fría precisión de alba
y niebla de diciembre, mientras lentos tragos de coñac
me beben (¿hay otra forma perceptible
de admirar cómo marcan la piel
los granos férreos del tiempo?).
De fondo, adentro y a los lados, un rock and roll
que lamenta el perdido amor –aullidos,
fuegos en el cielo– de fulminante cabellera roja
sobre los hombros que prometía la nieve.
Aquellos pechos ondulantes de signo doble
de interrogación lanzada con la certeza a la segunda
persona de la yugular. La curva alarga el filo
en hoz horizontal de amplias caderas
y un abismo hundido al centro que sabemos
retorna siempre primavera en musgo leve y azafrán.
Yo también, padre Yeats, quisiera para mis días
el poema, y un labriego campesino en mis huesos
que en firme rosa de voluntad pudiera
escribir con versos sus arados, sobre el mármol
bravo, para el homenaje de la buena vida
a cambio de la bendición de la Poesía.
Ulises vuelve a casa con seis postales del vacío
I
En noches como esta
ella ha recorrido los cuatro puntos cardinales
de mi cuerpo con las manos
Así mientras el frío es premonición de lluvia
Tierra
que huele a tabaco lamido por el llanto
ella ha dejado constancias de verano
con la punta de los dedos
Ella tejía y destejía el lecho antes de verme
Ella que me conoce
como un mapa trazado con la lengua
Me sabe cúmulo de sombras
0 luz intermitente como estrella
Soy su herencia y el nombre se lo debo
Bajo su lengua vivo y hablo
Pero un día intuyo
tomará la cosecha y me llamará abandono
Entonces la buscaré en medio de la hoja
hasta que Legión se apodere de mis huesos
III
Alguien ajeno a mí combatió este trabajo / puso en mi cuerpo escamas de sirena / giró mis ojos en la barca de Caronte / Borró música donde escribí destino / Quitó el color / los árboles sembrados / el azogue / cerró los párpados para prohibir la luz / Quebró mi lápiz en tu espalda / Quiso aprender la piel y llamó cementerio a tus miembros de agua / La primera canícula de mayo dejó sentir su odio más interno / Yo cultivé otros huertos / letras que son más letras dulces y más amargas según el sitio de tu cuerpo / para que la rosa en el intestino de la noche / arda y sea ceniza y fruto / en el nombre del día / Mira cómo de tus ojos nace la mitad de eta historia / La otra la guardo yo / entre estas hojas y mis manos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario