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viernes, 2 de agosto de 2013

ROBERT BRIDGES [10.329]

Robert Bridges

Robert Bridges
Robert Bridges nació el 23 de octubre de 1844 en Walmer; y falleció el 21 de abril de 1930. Fue un poeta inglés gran amigo de Gerard Manley Hopkins. Obtuvo la Orden de Mérito.
Nació en Walmer, en el condado inglés de Kent, al sureste de Londres. Se educó en el Colegio Eton y en el Colegio Corpus Christi de la Universidad de Oxford. Allí conoció a Gerard Manley Hopkins, con el cual mantendría una amistad hasta la muerte de éste en 1889. Realizó estudios de medicina en el Hospital St. Bartholomew de Londres. Ejerció como médico en el hospital para niños Great Ormond Street, pero después de contraer una neumonía, tuvo que retirarse en 1882. Tras haberse recuperado se dedicó plenamente a la escritura, aunque su carrera literaria no comenzó ahí, sino que unos años antes, en 1873, ya había publicado un libro de poesía. En 1913 fue nombrado poeta laureado.
En 1884 se casó con Monica Waterhouse, que era hija de Alfred Waterhouse, con la que tuvo tres hijos, de los cuales se encuentra la poetisa Elizabeth Daryush. Vivieron en Yattendon, después en Boar's Hill, y finalmente en Oxford, donde Robert Bridges fallecería en 1930.
Fue gracias a él que la poesía de su amigo Gerard Manley Hopkins fue reconocida después del fallecimiento de éste, ya que publicó, en 1918, un libro donde se recogía prácticamente la obra completa de Hopkins

Himnología

Robert Bridges también contribuyó de forma notable en la himnología con la publicación de Yattendon Hymnal en 1899. Se considera que esta colección de himnos hace de puente entre la himnología de la época victoriana y el final de la segunda mitad del siglo XIX; y la himnología moderna de principio del siglo XX.
Bridges tradujo himnos históricos importantes, de los cuales muchos se encuentran en sus libros Songs of Syon de 1904 y English Hymnal de 1906. Muchas de las traducciones de Bridges siguen siendo utilizadas, como son:
Ah, Holy Jesus (Johann Heermann, 1630)
All My Hope on God Is Founded (Joachim Neander, c. 1680)
Jesu, Joy of Man's Desiring (Martin Jahn, 1661)
O Gladsome Light (Phos Hilaron)
O Sacred Head, sore wounded (Paulus Gerhardt, 1656)
O Splendour of God's Glory Bright (Ambrose,4th cent.)
When morning gilds the skies (stanza 3; Katholisches Gesangbuch, 1744)

Sus obras principales

Poesía

1876-89: The Growth of Love (1876;1889)
1884: Prometheus the Firegiver: A Mask in the Greek Manner (1884)
1885: Nero (1885)
Eros and Psyche: A Narrative Poem in Twelve Measures (1885;1894). Una historia basada en Apuleyo.
1890: Return of Ulysses
1890: Shorter Poems, libros I - IV
1894: Shorter Poems, libros I - V
Ibant Obscuri: An Experiment in the Classical Hexameter
1918: The Necessity of Poetry
1920: October and Other Poems
1925: New Verse
1925: The Tapestry: Poems
1929-30: The Testament of Beauty

Críticas y ensayos

1893: Milton's Prosody, With a Chapter on Accentual Verse
1895: Keats
1916: The Spirit of Man
1927-36: Collected Essays, Papers, Etc.







Amo las cosas bellas

Amo las cosas bellas,
Las busco y las adoro;
Son la mejor alabanza para Dios,
Y para el hombre de estos apresurados días
Son el mayor honor.

También yo haré algo
Y disfrutaré de ellas mientras tanto,
Aunque mañana parezcan ser tan solo
Como palabras de un sueño
Débilmente recordado al despertar.






Barómetro bajo

Vientos del Sur fortalecen el vendaval,
Las nubes vuelan veloces atravesando la Luna,
La casa es golpeada con violencia,
Y la chimenea se estremece en la explosión.

En esta noche, cuando el aire ha desatado
Su abrazo guardián en sangre y mente,
Viejos temores de Dios o de fantasmas
Se arrastran de nuevo desde sus cuevas a la vida.

Y la vaga razón que todavía queda
Una casa frecuentada, arrendatarios desconocidos
Afirman su escuálido arriendo de pecado
Con un título más temprano que el propio.

Presencias incorpóreas, condensadas,
La polución y remordimiento del Tiempo
Resbalaron entre olvidos
Los horrores de crímenes pasados.

Algunos sofocarían la angustia con una oración
De quien los ciegos pasos forran el suelo,
De quien las montañas traspasan ilegales barreras
O estallan una prohibida puerta cerrada con llave.

Algunos han visto los cadáveres anhelando descanso eterno,
Escapando de un santificante control
Forman un pálido conjunto, nunca escuchado
Es el chillar de almas en pena.

Así vagan hasta cruzar el alba
Con dolorosa oscuridad o desde la profunda herida de la Tierra,
Más cerca cada vez de la tormenta protectora, y empujando
Esos fantasmas malsanos bajo tierra.







He amado flores que se marchitaron

He amado flores que se marchitaron,
Dentro de cuyos mágicos pétalos
Ricos colores se mezclan
Con olores de dulces esencias:
El deleite de la luna de miel,
La alegría de un amor a primera vista,
Sensaciones que envejecen en una hora
¡Mi poema es como esa flor!

He amado aires que mueren
Antes de que su encanto haya sido escrito
A lo largo de un cielo líquido
Que tiembla para recibirles.
Notas que, con el pulso de fuego,
Proclaman el deseo del espíritu,
Y entonces mueren, y se van a ninguna parte
¡Mi poema es como ese aire!

Muere, poema, muere como una exhalación,
Y marchita como una flor;
No temas una muerte florida,
¡No temas una tumba de aire!
¡Vuela con deleite, vuela!
Es este el sentido de tu amor.
Para festejarlo, ahora en tu féretro
La Belleza verterá una lágrima.






La tarde va oscureciendo

La tarde va oscureciendo
Después de este día tan luminoso,
Olas bravías descubren
Que salvaje será la noche.
Suena a lo lejos un profundo trueno.

Las últimas gaviotas cubren el horizonte
A lo largo de la pura altura del precipicio;
Como vagos recuerdos en la memoria,
Los últimos estremecimientos de deleite,
Las alas blancas ya perdieron su blancura.

No queda una sola nave a la vista;
Y, cuando el sol se va ocultando,
Las espesas nubes conspiran para cubrir
A la Luna, que debe subir más allá.
Únicamente vida, anhelada amante.







Mi deleite y tu deleite

Mi deleite y tu deleite
Caminando, como dos ángeles blancos,
En los jardines de la noche.

Mi deseo y tu deseo
Danzando en una lengua de fuego,
Brincando viven y riendo crecen,
A través de la disputa eterna
En el misterio de vida.

El amor, desde el cual surgió el mundo,
Guarda el secreto del Sol.

El amor puede decir y amar exclusivamente
Donde, entre millones de estrellas,
Cada átomo se sabe a sí mismo;
Cómo, a pesar de las penas y la muerte,
La vida es alegre y dulce es la respiración.

Esto que él nos enseñó, esto que nosotros supimos
Cierto, en su ciencia verdadero,
Mano sobre mano, como estábamos
Entre las sombras del bosque,
Corazón con corazón, como nosotros nos poníamos
En el alba del día.







Qué dulce parecía el amor esa mañana de abril

Qué dulce parecía el amor esa mañana de abril,
Cuando por primera vez nos besamos junto al espino.
Tan extrañamente dulce, que no fue extraño
Pensar que el amor nunca cambiaría.

Pero he de decir – la verdad sea dicha –
Que el amor cambiará con el tiempo;
Aunque día a día no pueda verse,
Tan delicados son sus movimientos.

Y al final vendrá a ocurrir
Que olvidaremos casi lo que una vez fue;
Ni siquiera en la fantasía recordaremos
El placer que había en todo.

Su pequeña primavera, que dulce encontramos,
En las inundaciones de verano, profunda, se ahoga.
Me pregunto, bañado en completo gozo,
Cómo un amor tan joven pudo ser tan dulce.







Ruiseñores

Bellas deben ser las montañas de las que vienes
Y luminosos los arroyos de esos fructíferos valles,
Aprendo tu canción:
¿Dónde están esos bosques estrellados? Puede que yo vague por allí,
Entre esas flores de aire celestial
Que florecen todo el año.

No, se han consumido esas montañas y se han secado los arroyos:
Nuestra canción es sólo la voz de un deseo que frecuenta nuestros sueños,
Un trozo del corazón,
De quien afligiéndose las visiones, oscuras esperanzas prohíben sueños profundos,
Ninguna cadencia agonizante, ningún suspiro largo puede permanecer
Para todo nuestro ser.

Solos, resonando los oídos de arrebatados hombres,
Vertemos nuestro secreto nocturno y oscuro; y entonces,
Cuando la noche se retira
De estos dulces licores saltando y estallando ramas de mayo,
Sueña, mientras el inabarcable coro del día
Da la bienvenida al alba.








Eros

Why hast thou nothing in thy face?
Thou idol of the human race,
Thou tyrant of the human heart,
The flower of lovely youth that art;
Yea, and that standest in thy youth
An image of eternal Truth,
With thy exuberant flesh so fair,
That only Pheidias might compare,
Ere from his chaste marmoreal form
Time had decayed the colours warm;
Like to his gods in thy proud dress,
Thy starry sheen of nakedness.

Surely thy body is thy mind,
For in thy face is nought to find,
Only thy soft unchristen’d smile,
That shadows neither love nor guile,
But shameless will and power immense,
In secret sensuous innocence.

O king of joy, what is thy thought?
I dream thou knowest it is nought,
And wouldst in darkness come, but thou
Makest the light where’er thou go.
Ah yet no victim of thy grace,
None who e’er long’d for thy embrace,
Hath cared to look upon thy face.








I Love all Beauteous Things

I love all beauteous things,
      I seek and adore them;
God hath no better praise,
And man in his hasty days
      Is honoured for them.

I too will something make
      And joy in the making;
Altho’ to-morrow it seem
Like the empty words of a dream
      Remembered on waking.










London Snow

When men were all asleep the snow came flying,
In large white flakes falling on the city brown,
Stealthily and perpetually settling and loosely lying,
      Hushing the latest traffic of the drowsy town;
Deadening, muffling, stifling its murmurs failing;
Lazily and incessantly floating down and down:
      Silently sifting and veiling road, roof and railing;
Hiding difference, making unevenness even,
Into angles and crevices softly drifting and sailing.
      All night it fell, and when full inches seven
It lay in the depth of its uncompacted lightness,
The clouds blew off from a high and frosty heaven;
      And all woke earlier for the unaccustomed brightness
Of the winter dawning, the strange unheavenly glare:
The eye marvelled—marvelled at the dazzling whiteness;
      The ear hearkened to the stillness of the solemn air;
No sound of wheel rumbling nor of foot falling,
And the busy morning cries came thin and spare.
      Then boys I heard, as they went to school, calling,
They gathered up the crystal manna to freeze
Their tongues with tasting, their hands with snowballing;
      Or rioted in a drift, plunging up to the knees;
Or peering up from under the white-mossed wonder,
‘O look at the trees!’ they cried, ‘O look at the trees!’
      With lessened load a few carts creak and blunder,
Following along the white deserted way,
A country company long dispersed asunder:
      When now already the sun, in pale display
Standing by Paul’s high dome, spread forth below
His sparkling beams, and awoke the stir of the day.
      For now doors open, and war is waged with the snow;
And trains of sombre men, past tale of number,
Tread long brown paths, as toward their toil they go:
      But even for them awhile no cares encumber
Their minds diverted; the daily word is unspoken,
The daily thoughts of labour and sorrow slumber
At the sight of the beauty that greets them, for the charm they have broken.
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