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viernes, 2 de agosto de 2013

KEVIN MacNEIL [10.331]


Kevin MacNeil
Kevin MacNeil, (Escocia, 1956) es un escritor y poeta escocés, también dramaturgo, sus obras se desarrollan principalmente en Escocia. Su primera novela, Love and Zen in the Outer Hebrides (El amor y el zen en las Hébridas Exteriores), ganó el Tivoli Europa Joven a la mejor obra de poesía publicada en Europa por autores menores de 35 años.






Cada mes

Cada mes su rondante fantasma en miniatura sangra en tu
cuerpo. Iba a ser mi pequeña princesa por lo que, 
durmiendo acurrucada en el blanco lechoso, ultrasónico panorama de mi 
pantalla de sueños, porta una pequeña corona.

Dorada, absurda e inútil, esta corona, pienso, es como la esperanza. 
Ella (vaga, lúcida, frágil ,transparente) me recuerda una lágrima, una burbuja 
acuosa, pequeña, pálida, que el jazz del tiempo y el 
El libre fluir del clima vital podrían transformar en un puro 
copo de nieve danzarín, único y mío, de huellas perfectas.

Pero este copo, como un beso, se transformó en una lava de labios rojos. 
¿Fue aquello deliberado de su parte? ¿Por el valor de unas pocas libretas de poesía,
de sangre lunar?

El que olvide usted algo no significa que no haya sucedido.

¿Recuerda usted acaso el haber pasado los primeros nueve meses 
de su vida rodeado de agua?

Yo recuerdo el latido de su corazón palpitando como las olas
más pequeñas en 
la piscina más pequeña que nunca haya existido.

Mi pequeña sirena entre velos como un abrazo de concha, 
el hipocampo-perfecto; fue asesinada.

Ella siempre está conmigo, mi hija cuya mirada confiada 
y mano solitaria son un torno invisible cuya respiración es el 
el silencio que pregunta en el contestador automático cuya boca es
la estampilla no besada en la tarjeta de condolencia que nadie sabe enviar.






Las alcobas muertas

Dos hipocampos han hecho su casa en un cajón que sobresale de debajo de una cama en un barco que yace sumergido en el fondo del mar. 
Han sido muchos años desde su hundimiento y todas las señales de caos-huesos, espejos, maletines, relojes – se han asentado como polvo lento. 
Un día se inicia la visita de un hombre de mirada encaretada y un espinazo hecho de oxígeno. como un escritor en quiebra, ha desarrollado 
una segunda piel más especial. 
Él observa silenciosamente a través de pesadas cubiertas, barras ponderosas, alcobas muertas. 
No se asusta por los huesos y relojes, mas si por lo tranquilos, limpios 
e indiferentes que ellos permanecen 
El ahondado silencio amplifica su latido extrañamente tranquilizador 
A esta profundidad y presión el barómetro se ha estropeado, como una mente que
sucumbe a la gravedad. 
Cuando advierte a los dos hipocampos, sus colas entrelazadas, 
sus cabezas apuntando 
hacia direcciones opuestas, sugiriendo de manera irresistible la imagen 
de un corazón dorado y transparente, salta hacia atrás en la densa 
melosidad del mar, abrumado por el impacto y la belleza, su corazón 
latiendo jazzísticamente. Intenta no deslumbrarlos con su linterna, 
pero en realidad es él, el deslumbrado. 
Estas criaturas, de semblante tan inteligente y de creación perfecta, 
invocan en él el deseo de comunicar. 
Él les cuenta de sus visitas a los Centros de Vida Marina con Delfines, 
de cómo él 
piensa que el visitar una nave hundida en el que moran hipocampos se semeja a lo
que un hipocampo siente al vivir en una caja miniatura de océano muchas brazas arriba de aquí en un espacio pleno de cielo. De cómo los hipocampos no son, según dijo alguna vez, como palabras de amor o diminutos saxofones flotantes, porque, en este mundo submarino, el tiempo es demasiado lento incluso para el jazz y ella - la única muchacha que él había amado de verdad- nunca le había amado. De cómo sus más sinceras palabras la habían casi ahogado. 
Él extiende la mano. Los hipocampos parten, forzándole a asir una presencia 
ausente,
el peso vacío de sus corazones invisibles. 
Una vez más él es dejado a la deriva, abandonado, incluso por la imagen de traición de aquella mujer. 





Palabras, hipocampos

Soñé que yo era el fondo del mar y tú el peso del océano gravitando
en mi, tus palabras de amor silenciosas en mis oídos ahora y siempre, doradas,
elegantes y extrañas, como los hipocampos, notas suaves, pequeños
saxofones flotantes.

Traducción del inglés de Raúl Jaime

http://www.festivaldepoesiademedellin.org/





I dreamt i was the seafloor and you were the weight of the ocean pressing down on me,your quiet words of love in my ears now and again, golden, elegant and strange, like seahorses, like grace-notes, tiny floating saxophones 




Corneal Graft

For all the eye specialists I’ve seen – in varying degrees of haziness – over the years, 
and for the anonymous donor who gifted me his/her vision, in something like the way 
succeeding generations of writers do

My vision’s been where I haven’t. I’m but a go-between.
When my cornea frosted over, I saw an optician (blurred).
A part of me has seen things I have never seen.

My eye lost its glistering green, took on a foggy sheen
Like that of a dreamish moonbeam, oceanly stirred.
My vision’s been where I haven’t. I’m but a go-between.

That whiteness eclipsed my eye when I was thirteen.
Words on pages slurred; even girls turned smudgy, wayward.
A part of me has seen things I have never seen.

Keratoconus, intoned the specialists. The word seemed
Vague as the world around me. Faces looked the same. Absurd.
My vision’s been where I haven’t. I’m but a go-between.

If the cornea’s a tiny jellyfish in the gene
Pool blind fate stirs, then blind luck also occurs.
A part of me has seen things I have never seen.

The doctors grafted while I was drugged and dreamed
- I still do - of the life-before-me my cornea’s conferred.
My eye is like a mind’s eye. I’m but a go-between.
A part of me has seen things I have never seen.












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