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lunes, 29 de julio de 2013

IRINA BOGDASCHEVSKI [10.273]


IRINA BOGDASCHEVSKI
Irina Bogdaschevski, hija y nieta de rusos, nació en Belgrado, Yugoslavia, en 1927. Es lingüista, especialista en idiomas eslavos, traductora, escritora, poeta. Ella y su familia en 1944 fueron llevados por los nazis a trabajar a Austria, haciéndolos pasar antes por el campo de concentración de Matthausen, donde murió su madre por falta de atención médica. Después de la guerra comenzó sus estudios universitarios, se casó con Igor y en 1949 con su esposo y su pequeño hijo viajaron a Argentina. En nuestro país trabajó para el diario La Opinión, para el Centro Editor de América Latina y luego para otras editoriales. Escribió estudios preliminares y realizó traducciones de muchos escritores y poetas rusos de todos los tiempos: Pushkin, Turgueniev, Goncharov, Tolstoi, Dostoievski, Chejov, Ajmátova, Blok, Maiacovski, Tzvetáieva, Mandelstam, Pasternak, Tarkovski, Bródski, Ajmadúlina. En sus traducciones Irina siempre intenta preservar la rítmica armonía y el estilo de la prosa y de los poemas originales. Publicó en 1991 un libro de cuentos cortos, Imágenes al negativo, y en 2001 la plaqueta Impreso por ardor.  FOTO: Irina en la redacción de El espiniyo, City Bell, 2006.

Vive serena en su casa del arbolado barrio San Jorge, en Villa Elisa. Rodeada de libros, de pájaros, de amigas poetas que la acompañan. Cerca de allí residen su hijo, Fedor, y sus dos nietos. Y está también en ese hogar el recuerdo del marido ya fallecido, que llegó con ella al país -sin un solo recurso- y que trabajó como albañil primero y pudo ser años después un cotizado ingeniero en organismos técnicos de la Provincia. Lingüista, especializada en idiomas eslavos, admiradora de Dostoievsky, de Pushkin, de Mogol, de Eisenin, traductora del ruso de obras de Nabokov, Brodski, de Marina Tzevétaieva y Osip Mandelstam. 
Su vida podría darle argumento a más de dos novelas y películas representativas del siglo XX. Nació en Belgrado en 1927 y a los diecisiete años de edad años se vio envuelta como víctima en lo más abyecto de la Segunda Guerra Mundial: estuvo prisionera en el campo de concentración nazi de Mauthausen, donde moriría su madre. 
Se llama Irina Bogdaschevski, tiene 85 años, fue alumna de Borges, al que alguna vez corrigió cuando hablaba de escritores rusos y Borges le admitió el reto. Se convirtió de hecho en una suerte de embajadora literaria de la gran Rusia, su país adoptivo. Pero lo cierto es que su vida de jovencita, casi bucólica, se había visto de pronto amputada por el absurdo del autoritarismo. “Los nazis perseguían a los judíos, pero también buscaban trabajadores en el Este... A los judíos les obligaban a llevar la estrella amarilla, con la palabra “jude”. A nosotros nos ponían un cartelito que decía “Ost” (Este). Nos llevaron a todos nosotros a trabajar por la fuerza en aquel campo de concentración en Austria” 
“Un día me enteré en el campo de concentración que mi mamá había muerto. Fui a verla a una pieza que estaba arriba. Los guardias me encerraron con llave en esa pieza durante horas. De pronto se abrió la puerta y apareció un francés, otro prisionero, que era sólo piel y huesos. Se asustó, se conmovió, al verme tan sola. Y se ocupó de llevar el cuerpo de mi madre a otra sala… Cuando volvió me dijo preocupado: “¿usted rescató el anillo de su madre?”. Le dije que no. El hombre, que no me conocía, que no me debía nada, me dijo, “ya voy a buscarlo yo”. Al ratito volvió con el anillo de mamá y me lo dio. Pobre hombre, supongo que habrá muerto dos o tres días después. No podía ni tenerse en pie”. 
Cuando terminó la guerra, Irina, su marido y los padres de éste decidieron quedarse en Austria. Llegaron los aliados y ellos fueron luego a Salzburgo, ya como emigrados rusos. Hubo un tiempo de calma e Irina se inscribió en la facultad de Medicina, ya que su madre había sido médica. Pero luego siguió estudios literarios en Insbruck. Se abrían entonces primeras puertas de salida para los refugiados. Para Irina y su familia los destinos posibles eran Australia, Argentina o Chile. Finalmente eligieron nuestro país y salieron de Hamburgo. 

Llegaron y se hospedaron en el Hotel de Inmigrantes. “Lo más difícil del idioma para mi fue discriminar entre las palabras “cuánto” y “cuándo”. Muchos bebés, entre ellos su hijo, que habían viajado en el barco que los trajo llegaron con varicela o sarampión, así que dividieron a los 44 bebés en dos grupos, los internaron en el Muñiz y a Irina le tocó atender a uno de esos grupos. “No sabíamos el idioma, pero un médico que hablaba bien el francés me dio indicaciones muy valiosas, en un hospital que carecía de casi todo. Además veníamos del orden total de Austria…” 
“Finalmente conseguimos una casilla en Gerli. Allí mi marido comenzó a trabajar de albañil y, al mismo tiempo, estudiaba en La Plata, en Ciencias 
Exactas. Mientras tanto yo fui aprendiendo cosas de este querido país. Por ejemplo pude ver que el gaucho argentino se parece mucho al cosaco. Hasta en los pantalones que usan y en eso de moverse por grandes extensiones, las enormes pampas y estepas” 
Pudieron comprar una pequeña radio y escuchar allí “Las dos carátulas”, en Radio Nacional. Empezaron a comprar diarios y ella, Irina, comenzó a escribir. “Ahora me quieren publicar parte de esos escritos. El libro se llamará Apuntes al margen de la vida”. Tengo un solo libro publicado. Pero traduje del ruso al argentino y también del argentino al ruso: en este último caso, traduje cuentos de Gabriel Báñez, de Griselda Gambaro, de Sara Gallardo, de Leopoldo Brizuela y de Paulina Juwsko”.
Colaboró en el emblemático diario La Opinión y cayó, otra vez, víctima del autoritarismo militar: “estuve prohibida durante el Proceso”. Comenzó a ser valorada en muchos círculos literarios, a pesar de que su bajo perfil se mantuvo como siempre. “Me llaman por teléfono escritores de muchas partes”, dice. Recibió premios pero se resiste a hablar de eso. La embajada rusa en la Argentina la distingue. 
Su hijo Fedor le dio dos nietos, Rodolfo y Pablo. ¿De toda esta historia, qué es lo que la hace feliz Irina Bogdaschevski? “Me hace feliz que mis nietos estudien ruso y puedan hablar y leer en ese idioma tan bello”.
http://www.eldia.com.ar/especiales/130laplata/serbia.html





Irina Bogdaschevski: 
Reflejos (Selección)

Publicado en el espiniyo, revista de poesía nº 5/6

Por siempre Igor

Nieve

Grandes, alegres copos de nieve caen y caen, y cubren senderos, árboles, cabezas y hombros de personas... El ralo parque invernal ilumina con su blancura el melancólico atardecer... La pareja muy joven corre, ríe, moja sus botas de felpa, salteando montículos de nieve, no cree en el futuro, ¡le basta su endeble felicidad! No presiente aún que después de vivir largamente juntos, uno morirá antes y el pequeño parque, sumido en la nieve, brillará para el otro como una promesa perenne.





Ternura

Suben la colina boscosa, a través de la enmarañada vegetación. Hay ya pocas hojas en los árboles, pero las coníferas permanecen lozanas, con ramas hasta el suelo. Se acurrucan debajo de un abeto, muy abrazados, guareciéndose del viento nórdico y se hablan en susurros hasta que se encuentran dormitando, cansados de pronto.
Él se despierta primero y a la luz de la borrosa luna mira el rostro de niña desnutrida y contiene la respiración para no despertarla. Ella no duerme ya, pero sigue con los ojos cerrados, sumida en la tibieza de su mirada, de su abrazo... No sabe todavía que ese es el momento más feliz de su vida.





Vida

¿Te he soñado, vida? Pasaron meses, años de cotidiano apuro; imperceptiblemente cambió el ser, la sonrisa, se opacaron los ojos, se apagó su luz interior. La pesada carga de la desesperación arqueó los hombros y arrancó el llanto de las entrañas ¿Habrás apoyado alguna vez la cabeza en su hombro, besando la curva de su mejilla? ¿O sólo lo soñaste? ¡Gracias, oh, gracias por el sueño!





Conjuros

Todo el tiempo en mi alma está presente tu ausencia, ya nunca, nunca seré feliz... Están tan cerca, -¡y tan lejos!- la serena vida, encendidas discusiones y pequeños gestos amables, tu risa, las manos grandes y tibias... Para aprender a conjurar los recuerdos que se amontonan en mi cabeza y me torturan, recurrí a simples palabras, a voces y verbos que me salvan y me socorren... a veces. Porque en la vil memoria se yerguen similares conjuros que usé antes -tan efectivos durante muchos años- para alejar de ti todo mal, toda desgracia. Pero ahora.., ¿para qué?





Anochece

Se prenden velas del anochecer y tu imagen resplandece... Percibo el hilo milagroso e invisible de distancias, despedidas y encuentros, y me parece que ya no tendré angustias ni dolor, porque las ánimas nuestras se sumergen en la primavera, como en una fuente purificadora. Estas conmigo caminando por el estrecho sendero, canturreando ensimismado... Allí está la piedra, enorme piedra limítrofe, donde nos vamos a separar…, pero ¿a dónde irás? ¿a dónde? Ahí, en la piedra está escrita la palabra.





Desolación

En el horizonte lívido del amanecer se dibujan nítidamente las líneas paralelas del cableado. Es el cuadro perfecto de la desolación que no se sabe por qué produce un espasmo en la garganta. La sensación de la soledad es total, no parecen existir personas, árboles, hogares... Sólo una fina raya rosada extendida a lo largo de la nube transparente, que promete vida nueva.



Villa Elisa, 2001-2003

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