RENÉ ANTEZANA JUÁREZ
(Oruro, Bolivia, 1953).- Poeta y gestor cultural. Hizo estudios de administración de proyectos culturales. Ha trabajado en numerosas instituciones vinculadas al fomento cultural y la comunicación alternativa. Ganador del Primer Premio del concurso nacional de poesía organizado por la UTO en 1987. En términos de Alberto Guerra y Edwin Guzmán, “su poesía recupera la visión de un mundo en que se tejen la historia y el mito, no sin dejar de explorar las regiones cálidas de lo amoroso y lo entrañable a partir de los signos que confluyen en su universo personal”. El autor en entrevista realizada en 1999, decía: "La poesía es mi manera de estar en el mundo y gracias a su vientre pude conocer gente maravillosa, tener buenos amigos, comprender -obviamente a mi manera- que finalmente el arte 'no sirve para nada' y que por eso es maravillosamente útil". El poema ‘Cuatro’, antologado por Humberto Quino, dice: "Hace mucho tiempo / prestaba mis ojos a un niño / que le agradaba jugar con ellos. / Ahora busco a ese niño / que en un momento de distracción / huyó por mis ojos".
LIBROS
Poesía: Imaginario (1979); Memoria de los cuatro vientos (1986); Viento verbal (1988); El labrador insomne (1990); La flecha del tiempo (Premio ‘Franz Tamayo’ 1992, ed. 1993), Cielo subterráneo (2008).
Por Elías Blanco Mamani
Poema
Hay una noche que no pude salvar
Hay este día que me deja
Hay aquella palabra que siempre huye
Hay tu ausencia como un estigma
Hay otra noche que se salvó, a pesar mío
Hay un rumor que ya no me habla
Hay alguien que estuvo y ya se ha ido
Hay un olor que desconozco siempre
Hay una hora que se va conmigo
Y yo los veo irse.
El desencuentro
No hay tiempo para vivir
No hay soledad posible a ser compartida
No hay el otro sino el vacío del otro
No hay nosotros en verdad
No hay verdad en nosotros
No hay sino errancia de un desconocimiento
No hay sino algo que encuentras
No hay sino eso que encuentras pero no es
No hay nada o hay otra cosa
No hay otra cosa sino un espejo vacío
No hay sino un espejo vacío en su rostro
No hay yo porque tú no eres yo.
Lluvia...
Gotas que
al caer
caen sobre
algún recuerdo
que el tiempo
ya no
me devuelve
pedazos
de otra vida
no la mía
no esta
en la que
sin serlo
ya es olvido.
La espera en el andén
He olvidado cosas
Hubieron seres, tal vez
rostros, días
He olvidado que olvido
Veo mi mano
y la sombra de mi mano
veo la sombra del lápiz
y la sombra de la sombra
del lápiz que corre
Debo olvidar para olvidar
debo recordar que olvido
Mas nadie llega
pasajero sin memoria
y sin trenes
Calendario
Ayer fue inevitable
como lo es hoy
Más allá de mí
todo se corroe
Yo, más allá de mí
Mentir me salva
Matinée
Era sólo una sala
de cine
y allí
supongo
estaba
estábamos
digo
fugaces
como un
argumento
permanente
como un final
y fugitivos
como aquel
beso.
Acerca de Cielo Subterráneo
Por Edwin Guzmán Ortiz
Este 2008 y Plural, dentro sus multiples sorpresas, nos hacen llegar en esta oportunidad, Cielo subterráneo, último libro de poemas de René Antezana Juárez.
No son pocos los libros de poesía publicados por René. Imaginario (1980), Memoria de los Cuatro Vientos (Premio UTO, 1985), El Labrador Insomne (1990), La Flecha del Tiempo (Premio Nacional de Poesía Franz Tamayo, 1992) y Viento Verbal (1998), constituyen la ruta poética que ha transitado Antezana en casi treinta años de compromiso indeclinable con la creación poética.
Cielo subterráneo, sin dejar de recuperar antiguas preocupaciones del poeta, asume una identidad propia y una ubicación particular en el tiempo. Es una obra publicada después de 10 años de silencio, y reúne una poesía segregada de manera lenta y persistente, confirmando esa indeclinable vocación del poeta a este oneroso oficio que exige una fidelidad radical.
Los 22 poemas se aglutinan a partir de cuatro espacios más o menos afines para, de este modo, configurar un retrato del tránsito y la germinación poéticas de la obra. Cada espacio parte de un epígrafe (un fragmento poético) que orienta y ampara la tesitura del acápite. Poetas familiares y entrañables al autor se encargan de presentar y prefigurar los poemas elegidos.
Estos espacios asemejan círculos, los que a su vez se imbrican en una sucesión significativa de temas signados por la diversidad y, es más, por la complementariedad. Una estructura de círculos concéntricos los define, cada círculo engendra a otro, que a su vez es regido por el precedente. No, círculos indefinidos sino más bien pulsiones móviles que terminan disolviéndose en la plenitud de un espacio preciso. Círculos que fundan atmósferas afines, dentro la materia grávida de una poética sostenida.
Un primer círculo pone en escena la condición del encuentro y el desencuentro. La distancia como imposibilidad de ser en el otro marca la identidad de la mayor parte de los poemas. Escribe Antezana, en el primer poema Tango:
Debajo las olas, el tiempo/ Una remota voz que golpea los cristales/ A media luz la sospecha de su sombra
O, en Blues para Gil de Viedma, expresa:
-No me nombres, deja el teléfono / muerto al otro lado, / en tu orilla
En Cada abrazo es una despedida, leemos:
Se alza una bandera detrás de los vientos / huelo el último perfume tuyo / y te digo adiós interminablemente .
Una metáfora plasmada de manera recurrentes encarna en la palabra “puerta”. Dice el poeta, en Al otro lado de la mesa:
simplemente una mesa / contigo al otro lado, derramando puertas / entreabiertas, cerradas, entreabiertas . . .
Por su parte en el poema Copa:
En el olor del cielo vertical / ella es mi puerta / y es mi habitación:/ Gritos / Gritos sobre las sábanas / donde todos los cielos / mueren.
A propósito, Gastón Bachelard, en su obra La Poética del Espacio, señala que la “La puerta es todo un cosmos de lo entreabierto. Es, su imagen, el principio mismo del ensueño donde se acumulan deseos y tentaciones, la tentación de abrir el ser en su transfondo, el deseo de conquistar a todos los seres reticentes… Diríamos toda nuestra vida si hiciéramos el relato de todas las puertas que hemos cerrado, que hemos abierto, de todas las puertas que quisiéramos volver a abrir”. En realidad, cuando una puerta se abre, el destino se dibuja.
Este primer círculo, revela la condición de despojamiento y la dificultad de abrazar la materia de lo entrañable. Prevalece el sentimiento de un tiempo inasible, que se escapa y que solo hace y deshace las rutas impredecibles de un destino imposible. Signado por la intimidad, lo amoroso, y la cercanía de un interlocutor sostenido, el poeta refleja sus percepciones en el espejo roto que, retrata Borges, en el epígrafe inicial.
Un segundo círculo, se aboca a recuperar seres y personajes entrañables, dentro el aura de la creación. Adhemar Uyuni, Fernando Pessoa son los poetas con los que René Antezana crea una atmósfera de trascendencia poética; al evocarlos restituye tanto una ontología vital forjada en la memoria, como una ontología cuya materia es la escritura.
Dice Antezana: en el poema Aun aquí, viejo amigo:
Es que la otra noche en otro sueño, mezcla de pesadilla y fiesta / Te ví viajar por los aires, llevándote para siempre mis días.
Por su parte, en Madrugada, evidencia su identidad de pertenencia a la comarca de las letras, escribe:
Despojado de alas caigo / en el inmenso vacío / donde las sílabas se quiebran.
Este círculo se cierra con un Arte Poética, que en el marco general del libro viene a constituirse en un centro, un taipy, del cual equidista una poesía ya intima, en un tono más personal, traducido sobretodo en lo pasional; y en el otro polo, una poesía abierta a la historia, a lo social. Al respecto leemos en este poema:
Abrir el sello de la desmesura / Eso, desatar la sepultada nube de Magritte / Llamar a susurros al trueno vencido / No callar, dejar que la herida sea
Escribir es siempre un acto de transgresión, una operación que permite cuestionar la naturaleza y la propia historia. No es menos, una vocación árdua que trastroca la convención de toda forma de representación, y en esa medida pone en entredicho el orden civilizatorio y la rigidez de todo absoluto. Antezana, confirma esta vocación de la palabra poética y la proyecta en el tiempo.
El tercer círculo, asume la critica como una forma de subvertir los sentidos sociales, y la propia historia. Los poemas parten de una incertidumbre definida, de la expansión instantánea de un concepto, algo que parece un concepto pero se arma, palabra por palabra, como una enunciación que el lector sólo tiene ocasión de ver en su proceso de cristalización como frase, como encadenamiento de frases. Tanto “La Oración del Escarabajo” como “Las dudas del Escarabajo”, desde diferentes perspectivas apuntan a ese blanco. En el primer poema, señálase:
Que no me falte guerra para cambiar el mundo / ni para amanecer a su lado
En cambio en el segundo, a la manera del Libro de las Preguntas de Neruda, y a partir de una estética imaginista, al modo huidobriano, Antezana, en un tono existencial inicia el poema:
Por qué el devenir es triste? / Dónde murió el primer beso?
Y culmina con:
Siempre fuimos una danza en el vacío?
El cuarto círculo se abre con una lectura crítica de la historia. El verdadero poeta - si es posible todavía hablar en estos términos- tiene la obligación ética de ser testigo de su tiempo, más allá del diálogo difícil que siempre ha habido y habrá entre poesía y mundo, entre poesía y realidad. Debe arreglárselas para, desde el entramado verbal del poema, dar una imagen no mentida de la realidad, al margen de la cuota de “mentira” que requiere todo arte. En esa perspectiva son paradigmáticos los poemas: La memoria herida, La niña de Warizata y 1879.
En la Memoria herida, René escribe:
Alguien grita y escupe sobre la Historia / por lo vivido y vivir / por el largo viento de manchas / heredado / saco de aparapita el país / duerme sus siglos en una sola / pesadilla
El cuarto círculo se cierra con los poemas Altiplano y Salar. El círculo se expande hasta tocar los límites de la quietud y el silencio absoluto. Altiplano es una zona de pasaje en el libro, donde el espacio no deja de cobijar marcas tenues de un tiempo labrado por la historia. Escribe el poeta:
Historia no acabada murmullo de arena / velo sobre la memoria
Cielo Subterráneo, se abre con el poema Tango – en rigor, una danza que convoca la intimidad y la posesión- y culmina con el poema El Salar, que implica la apertura total, metáfora de la página en blanco y del silencio absoluto. Esto nos recuerda al egipcio, Jabés, que sentenció alguna vez “siempre se escribe al borde de la nada”.
De este modo, Cielo Subterráneo prefigura una estructura y una dinámica de círculos concéntricos. Círculos que operan por continuidad y así expresan los avatares del tiempo traducidos fundamentalmente en la memoria y la historia. Y por contigüidad, donde se manifiesta el juego de distancias, y los escenarios en que acaece el teatro de la consumación poética. Además, el más allá de los circulos que supone el salar y la muerte, ésta última protagonista señera de los poemas de Antezana.
Un poemario de indagación, autoindagación, interpelación y crítica. Un poemario que traduce los signos de un tiempo personal y colectivo, un poemario que cierra con ese anhelo de silencio, como teleología deseante de la palabra poética.
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