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miércoles, 17 de abril de 2013

JESÚS TOMÉ [9743]



Jesús Tomé
Jesús Tomé (* Ciudad Rodrigo, Salamanca (España); 1 de febrero de 1927 –), poeta español. Reside desde 1963 en Puerto Rico.
Nació el día 1 de febrero de 1927 en Ciudad Rodrigo, una ciudad amurallada de la provincia española de Salamanca. Realizó sus estudios primarios en su pueblo natal. En 1940 inició el estudio de Humanidades. Ingresa en la congregación Claretiana en Segovia. Tomó los cursos de Filosofía a partir de 1945, y los de Teología desde 1949. Fue ordenado sacerdote el 3 de mayo de 1953. En 1961 completó estudios de Humanidades Clásicas, con diploma de capacitación pedagógica, en la Universidad Pontificia de Salamanca. Impartió cursos de Literatura en colegios y seminarios de España. Llegó a Puerto Rico en 1963. Amplió estudios en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, donde fue profesor. Dio cursos también en la Católica de Caguas y en el Sagrado Corazón. En Puerto Rico, ha colaborado como crítico literarioa para conocidas revistas de literatura y periódicos locales Zona Carga y Descarga, Reintegro, La Torre, Mairena, El Reportero, Claridad...Desde 1986 es el editor erudito de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico. En los medios editoriales profesionales de la isla es una referencia indispensable, ya que además de su participación en la vida cultural del país y de su obra poética ha sido clave como asesor de libreros y editores.

Obras

Mientras amanece Dios (su primer libro de poesía publicado en Caracas) (1955)
Poetas españoles con tonsura cantan a la Navidad (Venezuela) (1957)
Hijo de esta Tierra (premio "Lírica Hispana" de Venezuela) (1958)
Senda del hombre (1959)
Traigo esta tristeza (premio "Ciudad de Barcelona") (1960)
Poemas para un exilio (premio "Luis Palés Matos") (1976)
La ciudad (premio "Julia de Burgos") (1978)
Antología (Ciudad Rodrigo-Salamanca) (1981)
Mitos y Leyendas de Puerto Rico (Ed. Huracán, Puerto Rico) (1985)
Panorama histórico de la Poesía en Lengua Castellana (Ed. Huracán, Puerto Rico) (1987)
Como el caer del agua sobre el agua (1996)
Veinte poemas desesperados y una canción de amor (1996)
Poemas de amor (1996)
Se oye un sueño crecer bajo la arena








Mientras amanece Dios

Qué despacio la flor de la mañana; 
se la siente crecer en tierra y cielo,
se la siente agitar, desperezando 
su luz dormida -su licor sediento, 
donde toda la noche diluida, 
precipita sus posos de silencio. 
Todo empieza a ser calma en sobresalto: 
sin dejar de ser brisa, es casi viento, 
todo empieza a romperse, intactamente, 
sumergido en la luz. Todo es, de nuevo, 
de la lenta mirada que acaricia 
y de los labios que desangran besos.

Porque todo otra vez me va llevando, 
de la mano, a la luz, mientras el cuerpo
 me represa el mirar, como una venda 
de carne; y nada sé, pero presiento 
que camino de todo va esta senda 
que inventan, al andar, mis pasos ciegos.

Porque todo, otra vez, me está pesando, 
transiéndome de gozo hasta el ensueño,
y el alma es el aroma en que se amasan 
las cosas que me salen al encuentro
 para decirme adiós. Y, mientras ando,
 se apenumbra el Señor en mis recuerdos 
haciéndome más sitio en su mirada 
cuando miro detrás de tal deseo 
que me tiembla el mirar en carne viva,
 casi rota la venda de mi cuerpo.
Porque, todo, otra vez, se está nublando 
de claridad, y es todo un libro previo 
que se debe cerrar porque en el alma 
se está escribiendo Dios por fuera y dentro.
 Me está escribiendo Dios, y maniatando 
la carne, desprendida con el peso 
de sus labios que embisten mi alegría 
que se encuentra en el día de su estreno.
Ya no soy mariposa de mis dudas, 
y en este día que se está encendiendo, 
la presencia de Dios me está quemando 
haciéndome ser El a fuego lento.

(Del libro Mientras amanece Dios, 1955)






Mañana será el mar

Mañana llegará nuestro descanso; 
no ceses de latir, corazón mío; 
mañana será el mar, será el remanso 
en que mi afán se tienda como un río.

Mañana será el pan de nuestra hambre, 
mañana a nuestra luz huirá el ocaso, 
no existirá mañana esta cochambre 
de la tierra, que enloda nuestro paso.

Hoy sentimos el peso de lo triste, 
corazón, sobre el hombro balbuciente, 
sobre el hombro infantil que se resiste 
a llevarle a la vida la corriente.

Hoy nos muerden las víboras, nos ciegan 
tenebrosos murciélagos, nos chillan 
mal agüero los búhos que segregan 
presagios ciertos que en la noche brillan.

Muchos ojos atónitos nos gritan, 
con órbitas de pánico, en las venas; 
mil manos erizadas nos crepitan 
debajo de lo que es conciencia apenas.

Pero todo es un día; y el descanso 
ya viene del mañana sin desvío: 
Mañana será el mar, será el remanso 
en que mi afán se tienda como un río.

(Del libro Mientras amanece Dios, 1955)






El cielo baja y se hace otoño

El cielo baja y se hace otoño. Tiemblan 
entre la niebla los castaños. 
La lluvia se deshoja mansamente.
Con prisa humana la neblina cruza 
las detenidas calles. Entra. Sabe 
que encuentra abierto el corazón de todo.
Cuando lejos del mar abra este libro, 
hallaré disecado 
un pétalo de mar entre sus páginas.

(Del libro Hijo de esta tierra, 1958)






Ensoñación en la catedral 
                                                            (Al Doncel de Sigüenza)

...Y, mientras voy conmigo, voy sintiendo  
toda mi vida así como un aroma  
denso y amargo; mientras llevo,  
con resignados pies, mi pesadumbre  
por medio de la sombra y el silencio  
de estos claustros y naves, como nave  
sola en el mar, batida y hecha astillas  
de recuerdos -mis náufragos que, a trechos,  
se pueden ver flotar sobre las olas-.  
Hay un ala volando entre la sombra  
o a punto de llegar, como venida  
a despertar con aletazos ciegos,  
rotos contra columnas y sepulcros,  
todo el sabor de historia que han tenido  
nuestros cansados sueños: la memoria  
de todo lo que fue no más que acaso... 

...Porque acaso he vivido demasiado,  
o demasiado solo, y solo he sido  
mi escultura yacente, y he vivido  
guardando , a solas, mis difuntos sueños  
igual que este Doncel desmadejado  
que parece vivir, aunque  está muerto,  
y que ahora levanta la mirada  
del libro en que leyó su propia muerte  
-cuando el sueño o vivir se le hizo piedra-  
para escuchar atento mis palabras.  
.......................................................  
Hace tiempo que vengo de camino,  
pero sólo mis ojos se aventuran  
a soñar en la piedra en que algún día,  
tal vez, me tienda con las manos llenas  
de mi propio vivir. Para contarlo  
Y ver que no me falta ningún día... 

Cuando me tienda  
sobre la piedra aquella, estoy seguro  
que algún hombre abrirá, para vivirse,  
este libro que yo voy escribiéndome  
y que entonces tendré sobre las manos...  
Igual que este doncel ya derramado  
que pareció morir, pero está vivo...  
                                
(Del libro Hijo de esta tierra, 1958)






Si no viviera triste moriría 

        (Nostalgia de Dios)

Defiende su derecho a la tristeza. 
"Si no viviera triste moriría". 
 A fuerza de tristeza queda ileso 
de su amarga acritud.
 En cales vivas

tapiado su rencor, perdona el mundo 
y puede soportar tanta mentira.

 (si sólo la ternura es lo que salva, 
la ternura es tristeza que adivina...).

¿Dónde tiene los ojos su tristeza? 
Siempre mira detrás de lo que mira. 
 Se ausenta hacia lo oscuro y verdadero. 
 Allí el amor existe. Y se confirma, 
 doliendo, la esperanza.
La tristeza

  Lo que de Dios nos queda todavía

(Del libro Hijo de esta tierra, 1958)






Luz en el pozo

En nuevas oleadas llegan. Hombres.  
Son hombres. Y preguntan. Nunca gritan.  
Caminan en un pozo de tinieblas  
donde la noche se hace y se divisan  
estrellas. La pequeña luz sin brillo  
de la esperanza se desprende y gira.  
Nunca sale del pozo, se empareja  
con el redondo límite. La miran.  
Ella no para. Horada en alta noche.  
(¡Los pies en tierra y el camino arriba!)  


                               II 

-Vosotros los sabréis. ¿Dónde se encuentra  
quien viene a dar la paz? El mundo ignora  
su olivo verdadero. Pero viene  
quien la puede afilar como una estaca  
para clavarla en medio de la tierra.  
Y girará  la tierra en torno suyo.  
En ella apoyaremos nuestra espalda  
para mirar a Dios sin fatigarnos.  
Nuestro dolor de siglos la reclama.  
- Hemos puesto el deseo contra un muro  
condenado a morir a engaño lento.  
¿Quién desea la paz? Su agudo nombre  
en labio de los hombres suena a tiro.  
Con ella fusilamos a los muertos.  
De cada muerto nace un árbol torvo.  
La paz no tiene savia. Su madera  
crece sobre los ojos de los muertos.  
A veces en su tronco dos amantes  
quieren grabar su corazón flechado.  
Pero los muertos crecen y se rasga.  
Debajo de la tierra hasta los muertos  
se buscan y se matan sordamente.  
¿Quienes buscan la paz?  
                                              - Pero nosotros  
hemos visto su estrella desde el pozo.  


                               III 

- Nuestra carne está rota. Paja a paja  
debajo del dolor, como un alero,  
cada pájaro negro hace su nido.  
Ellos hacen la noche con su canto.  
Pero la carne vela. Se desvela, cruje.  
Papel rugoso sobre el pecho de alguien  
que se arropa con todos. Alguien sufre.  
Necesita en su exceso nuestra llaga.  
¿Dónde está que le demos lo que es suyo?  
- No preguntéis por nadie. Sois vosotros.  
Solos. A solas. Solamente.  
                                                                Cada muerto  
que se arrolle en su sombra y se duerma.  
Si no puede dormir mate su noche.  
Desengañe su luz.  
                                                               - Pero nosotros  
hemos visto su estrella desde el pozo.  


                               IV 

- Ha de encontrarse en algún sitio. El mundo  
no puede, sin cimiento, sostenerse.  
Tanto sentido, en surcos tan mal hechos,  
es grande como Dios. Y Dios no basta.  
Necesita su amor. Dios y su amor.  
Lo que vale decirle a Dios dos veces.  
Y nosotros venimos preguntando  
por la piedra sangrante. Preguntamos.  
Porque existe el amor y su respuesta.  
Y todos somos casa. Y lo que pesa,  
para dar solidez es el latido.  
El duro corazón sin argamasa.  
- No encontraréis amor. La tierra es dura.  
Perdura sin sostén Para estar muerta  
no necesita amor sino más muertes.  
Y cada día muere una esperanza. 
Muerte a muerte la tierra está más honda.  
Más hondo el corazón y su gusano.  
Y es poco de Dios lo que devoran,  
cada día, sus dientes voracísimos.  
Ya queda poco Dios. Y está podrido.  
Ya queda poco amor.  
                                                             - Pero nosotros  
hemos visto su estrella desde el pozo.  


                                 V 

- Y vosotros también. Los embotados  
por el placer. Los saturados. Todos  
los que tenéis el corazón al día,  
convidados del gozo a sueño fácil.  
¿Vosotros no sabéis dónde ha nacido?  
Porque viene a dar clases de esperanza.  
A enseñarnos los miedos cardinales  
y a no tenerle miedo a la alegría.  
Cubrirá nuestro amor de telarañas  
donde pueda enredarse su grandeza.  
Florecerá el  temor, y entre sus manos  
hondas madurará en sabiduría.  
Y cumplirán los ojos palpitantes  
con su oficio de lágrimas. Las lágrimas  
encontrarán su cauce verdadero:  
Cada dolor, canto rodado, cante,  
¡Si el alma suena, mucho Dios que lleva!  
Con él valdrá la pena haber nacido:  
Si la vida es un grito a tumba abierta,  
dentro de Dios rebotarán los ecos.  
Hechos de muerte acumulada y honda,  
moriremos a vida verdadera,  
que, si fuerza es morir, encontraremos  
siete palmos de Dios para enterrarnos.  
- Es en vano esperar. Vuestros dolores  
tienen color de Dios que se equivoca.  
Cuando se rompa, cárdeno, el latido,  
Dios manará hecho pus desesperado.  
Porque Dios nunca es más que una gangrena  
lenta. Carcoma voluntaria. Miedo  
de que la sombra llegue tras la sombra.  
Desembocados turbios en la muerte,  
no podréis regresar a maldeciros  
la ignorancia. ¿Qué esperan vuestros ojos  
si la luz es mortal?  
                                                            -Pero nosotros  
hemos visto su estrella desde el pozo.  


                               VI 

Y en nuevas oleadas pasan. Hombres.  
Son hombres. No preguntan. Y se ciegan.  
De tanta luz como en el pozo brilla  
se les colman las manos de tinieblas.  
Y se palpan. Y la herida de que sangran  
es un rasguño de palpar la estrella.  
En sangre caen sus sangres. Y se guían  
por sangriento goteo que tantea  
sobre charcos de amor. Sobre la sangre  
de Dios. Única sangre verdadera.  
Y les crece el amor. Cada latido  
se apresura a invadirlo una Presencia:  
La esperanza es Dios mismo que se esconde  
dentro de la ansiedad de los que esperan. 


(Del libro Hijo de esta tierra, 1958) 







Autobiografía

Aspiro a que digáis tan sólo: Un día 
estuvo aquí de paso; su torpeza 
tropezaba en palabras de belleza 
y llamaba tristeza a su alegría.

Nos revolvió el espíritu; insistía 
que fuéramos de Dios; y con franqueza 
 nos dijo una mitad de su tristeza..., 
 la otra con los ojos la decía.

 No supo nunca administrar su suerte.

 Se arriesgó con los hombres. nunca pudo

ser un niño. Y ser hombre no sabía.

 Y ahora que ya está, vivo, en la muerte, 
 sabemos que un amor ciego y desnudo 
 fue la sola verdad de que vivía. 

 (Del libro Senda del hombre, 1959)






Esta lluvia dulcísima

Esta lluvia dulcísima que cala 
y unge mi corazón por dentro y fuera 
tiene una insinuación de primavera 
o de canción de amor. Cómo resbala

su lentitud herida, como un ala, 
lentamente abatida, que cayera 
dentro del corazón y humedeciera 
de sangre nuestra sangre. Se me exhala

poco a poco la vida porque siento 
que la lluvia me va borrando el nombre 
y la humedad ablanda mi cimiento.

Cuando el agua suavísima me escombre, 
flotará, diluida por el viento, 
esta hermosa locura de ser hombre.

(Del libro Senda del hombre, 1959)







La nieve es verdadera

La nieve es verdadera. Mansamente 
se aquieta su blancura y se reposa. 
Yo también soy verdad, y se me posa 
un ansía de azucenas en la frente.

El aire es tanta luz, tan transparente, 
que siento la unidad de cada cosa: 
palabras de una voz maravillosa 
que a todas las dijera juntamente.

Todo es verdad debajo de la nieve, 
comunión de quietud y de presencia, 
oración hecha a tacto sin antojos;

lo mismo que si Dios con soplo leve 
me atizara la luz de la evidencia 
o estuviera besándome los ojos.

(Del libro Senda del hombre, 1959)







(Homenaje a Antonio Machado)

"Tú me acompañas en la senda fría".
Va cayendo la tarde. Lentamente 
por empinadas calles descendemos 
hacia el río sin voz o hacia la muerte. 
Tú vienes junto a mí. Siento tu sombra, 
siento tu mano de hombre por mi frente. 
Siento a todo callar. Sin asustamos 
el tiempo nos desgasta. Un árbol vierte 
por los caminos de la tarde -no hay  caminos
las hojas de un otoño. Otoño es siempre.
(Las esperanzas caen. Se van haciendo 
recuerdo y pesadumbre). Tú que vienes
de desandar el paso equivocado, 
di si duele vivir, si te arrepientes 
de haber nacido. Pero nada es vano.
Hilos del bastidor en que se teje 
la armonía del mundo, estamos solos;
pero la luz ya tiene nombre, viene 
para llenar el grito y la esperanza. 
Se llama Dios. El corazón lo siente. 
Por eso me acompañas en la senda, 
como ríos al mar, hacia la muerte. 
Tú temiendo dudar, tal vez temiendo
 creer. Yo con mi fe. Vamos. El viene.

(Del libro Traigo esta tristeza, 1960)
     
    




Nos dejó

Nos dejó de recuerdo la tristeza. 
Ausente era su voz. Y su palabra 
parecía mirar. Cuando, a la tarde, 
a luz se hace recuerdo, se quedaba 
tan solo que en sus ojos 
le nacía la niebla. Y escuchaba. 
Quién sabe si la muerte le hablaría…  
De repente a los hombres y a la casa 
 los poblaba un secreto. 
                                     (Una sonrisa 
arrepentida andaba 
pidiéndonos perdón por sonreírse).
Y nadie conocía tanta alma.
¿Pero por qué, de pronto, estamos tristes 

(A veces recordamos su mirada .. )






El suicidado

Cuántos años o siglos suicidado.

 Ignoro en qué ocasión me puse al cuello 
 la soga en que ha crujido mi garganta, 
 ni cuándo fue el momento en que, despacio, 
la tierra fui empujando, hasta quedarme 
suspendido del aire y sin aliento.

Me quedé sin palabras y sin mundo, 
braceando en las sombras, intentando, 
con pavor, hacer pie sobre la roca 
de cualquier esperanza: sólo pude 
apretar más el nudo que me ahoga.

Y así de estrangulado me convivo 
como muerto farol en la desierta 
 plaza del mundo. Sólo el viento a veces 
viene a mecer mis pies. Me sobresalto, 
 me agito levemente, me convierto 
en el pesado péndulo que mide, 
con un ritmo que no tiene sentido, 
 mi eternidad de suicidado.

(Del libro Poemas para un exilio, 1976)






Cielo-Luz

Allí es más alto el cielo y más profundo,
 un hondo pozo azul que se derrama 
en amansada luz.
Y desciende la luz, y espolvorea
sus tenues mariposas que, pausadas, 
se posan y se aquietan y se esfuman 
hasta la linde de su reino, 
porque la luz respeta la frontera 
de su hermana la sombra, 
y se nacen la una de la otra 
para afirmar al mundo en su armonía 
y hacer que cada cosa esté en su sitio, 
presentes en su luz para los ojos, 
ausentes en su sombra para el sueño, 
y eternas en su ser para la vida.

(Del libro La ciudad, 1959)







Paisaje-Reino

Desde aquí todo es mío. 
Pero nada he tenido que robarme; 
en qué tranquila eternidad sin pensamiento
se funden la mirada y lo mirado.


El paisaje que abrazo con los ojos, 
que aprisiono, soñando, con los ojos 
-que esta noche se cierran para hacerse
un espacio vacío que, de pronto, 
pueda ser invadido por el sueño-; 
el paisaje que sueño se confunde 
con el hombre que soy y he sido siempre:
 nunca he logrado ser sino universo, 
.y, si una voz narrara mi leyenda, 
me habrá de describir como un paisaje,
como el paisaje aquel que soy yo mismo
cuando soy de verdad sin las escamas
que de ajeno y falaz me disfrazaron. 
Sería una meseta que han barrido
 los siglos y los vientos, para darle
 más espacio al silencio en que, fundidas, 
 la eternidad del cielo y de la tierra 
crean la eternidad del horizonte. 
No es espacio vacío, ni silencio
desollado. Es el reino instaurado
 por la hormiga y el hombre; donde tiende 
su penumbra el rocío, y las espigas
 preparan la invasión de los manteles, 
bajo la luz del día que se quiebra 
en el sordo rumor de los insecto 
y en el inmóvil vuelo de la alondra.
Sería una hondonada entre las rocas 
que ha suavizado el musgo, hondo barranco
de mis despeñamientos, hendidura 
por donde, gota a gota, la esperanza 
se traza su sendero de serpiente 
socavada y hendida, muchas veces 
vaciada en una rúbrica de polvo. 
Sería la colina que, a lo lejos, 
encrespa su oleaje de visiones 
ganando a cada impulso más espacio, 
y quieta, vigilante, pastorea 
escalonados horizontes.
O solamente el cerro encalvijado
que horadaron los hombres como orugas
 para hallar, en el seno de la madre
germinal, un refugio contra el celo 
tenaz de la otra madre: la que, oculta,
 hacer crecer un muerto en cada vivo
 hasta darle el tamaño de la sombra 
que penetra en un sueño sin fronteras: 
el sueño mineral pulverizado.
(La muerte que he vivido que, de pronto,
me sorprende despierto y me convierte
en vivo que se aterra de estar muerto, 
ha reptado conmigo en las trincheras
entre hierros, estacas y terrones, 
bajo el estruendo atroz de la metralla,
donde el hombre se obstina en darse muerte
a manos de otros hombres, concediendo
más amor a la muerte que a la vida).
Sería la montaña y el secreto 
de la contemplación, la solitaria
 cumbre donde la luz se hace llamada
 mientras la niebla apaga y enmudece
 las solicitaciones engañosas. 
Allí se eleva el corazón y vibra 
con todo lo que vive, y se universa
 fundiéndose en amor y resonancia
 con el mundo al que vuelve renacido


trayéndole la fuerza acumulada 
en la expansión armónica del mundo.
Desde aquí todo es mío y compartido, 
lo mismo que una hogaza que se parte
y centra en comunión a los vivientes, rescatados de todo lo vivido 
bajo el terror difuso en que se teje
la desintegración de la esperanza, 
rescatados también de los recuerdos
 torcedores que un día y muchos días
 hicieron de su pan un pan amargo.
Desde aquí todo es nuestro, recobrado
por el ansia de ver, que se confunde
con la naturaleza contemplada, 
por la urgencia de hacer en que la vida 
y el mundo se hacen obra para el hombre,
por la pasión de amar en que el instante 
se deja visitar por lo infinito, 
hasta que todo esté reconciliado 
en un presente intenso y sucesivo.

(Del libro La ciudad, 1959)







Coda

(hacia el futuro) 

¡Cuánto he peregrinado sin salirme
del rincón de la carne! Sin sosiego,
de visión en visión,
como de cumbre en cumbre, he recorrido
 regiones inauditas, casi siempre
desoladas, pues nunca se entendieron 
el tiempo en que he nacido, ni el espacio
en que quedé afincado, con el tiempo 
y espacio que busqué para refugio 
de unos sueños nacidos a destiempo.

Sólo por un instante, algunas veces, 
de manera imprevista, en el momento
de doblar un recodo en el camino
cansado de la vida, se han alzado,
frente a mis ojos ávidos, paisajes
como sólo en los sueños aparecen, 
y un placer, como en onda repentina, 
recorre las estancias de mi alma, 
los aposentos lábregos del cuerpo, 
y me arrastra el espíritu hacia cumbres
en que se absorbe todo en un instante, 
desbonrdando alegría en el abismo 
de un silencio que clama por la muerte:
 ¡toda la eternidad es presentida 
en este leve roce de su sombra!


Pero igual que se enfría y que se abate 
el entusiasmo que tensó la música 
-cuando cede su espacio a los rumores
que se han hecho costumbre-, los instantes
de alegría inaudita se me extinguen
como el humo en el viento, y me abandonan
en más profundo abismo derribado.
Y entonces, desinflado, más vacío
que nunca, con la boca resentida 
y seca por el áspero y amargo 
sabor de lo perdido, persevero 
buscando una salida al laberinto.

Sólo ausencia y distancia delimitan
 este paisaje abrupto que han barrido
 los desolados vientos, bajo el ojo 
de un implacable sol que centellea
 contra breñas y cardos: el desierto 
se expande, y cada paso que aventuro 
logra que el horizonte retroceda. 
¡No aparece ninguna zarza ardiendo!

y todo será así, tan desolado, 
si no se escuchan las celestes voces
que unirán lo disperso en una rama 
de concordia y plegaria, florecida 
con los himnos sagrados que estimulan
a vivir una vida de piadosa 
fidelidad sin cólera a la tierra, 
y a esperar, avanzando, que la muerte, 
trasmutada la clave, nos conceda 
nueva voz para nueva melodía.

Si entonces los quebrantos persistieran
en extender su tienda entre los hombres
colgarán sus laúdes de los sauces,
 ensancharán los ríos con sus lágrimas
 y enlutarán los soles del desierto; 
pero hallarán la paz en su trabajo 
que los hace crecer, colaborando 
con la promesa fiel en que se esfuman
 las nieblas del futuro: 
  La tristeza 
sólo el nombre será que adopte, a veces, 
la alegría, al pensar que la esperanza
 se cumple en el rodeo de la espera.

Con temor y temblor, con reverencia 
al huésped invisible de los seres, 
se afanarán los hombres en su oficio 
de dar al mundo una apariencia humana,
 porque, tierno y salvaje, nuestro mundo
vive para nosotros, sometido, 
como nosotros, a la ley sagrada 
por la que nadie a nadie le es ajeno: 
y el mundo es compañero que se ofrece, 
que se cede a sí mismo cuando el hombre 
ordena con respeto las potencias 
a las que nunca puede sustraerse 
para entrar libremente en su destino 
y levantar, con piedras inmortales, 
la ciudad en que el sueño abre los ojos.

Una fe vencedora de la muerte, 
desplegará -aunque pálidas- imágenes
de una vida sin bordes en que todos,
 inmersos en la luz, se reconocen 
y se confiesan nota sostenida 
del eterno silencio en que se canta 
la plenitud de todo lo existente. 
y existirá un afán de hallar el ritmo
de esa vida en la vida, reduciendo
los contrarios destinos al destino
 común que nos iguala y nos exige
 edificar sobre el amor un mundo 
en el que el hombre llegue a ser un hombre,
 idéntico a sí mismo, igual a todos, 
servidor y señor al mismo tiempo, 
heredero del mundo, 
y de la vida 
que ha de llenar el hueco de la muerte.

(Del libro La ciudad, 1969)
  






VII

Aunque los claros días se sucedan 
y nuevamente el cielo desenrrolle 
-para escribir la luz- su pergamino,
 no saldrá de la noche quien convive 
la presencia insidiosa de una sombra
furtiva que jamás muestra su rostro
 ni revela su nombre. Todo late 
con acuciosa actividad y vibra 
sintiéndose viviente bajo el halo 
con que la luz anima y da relieve; 
pero la sombra agazapada insiste 
y va tapiando el corazón, sin ruido, 
que se siente caer hacia la noche 
donde la luz tropieza, y se destroza 
el cristal de la dicha.

(Del libro Veinte poemas desesperados y una canción de amor,  1969)


XV

Va llegando el otoño y ya no quedan 
sino escasos adioses en las ramas. 
A punto de volar hacia el olvido, 
¿qué sirve recordar? En la memoria, 
calcinada por soles implacables, 
sólo pudo crecer la lejanía. 
Nada valió, para aliviar ausencias,
 elevar espejismos voluntarios. 
Todo está yerto y mudo. Las estrellas
 clavetean la lámina del cielo 
que han dejado los hombres se oxidara.
 ¿ Quién a nuestro clamor respondería? 
¿ Quién podría llegar hasta nosotros 
si estamos, de tan solos, tan ausentes 
que no nos hallaríamos?


(Del libro Veinte poemas desesperados y una canción de amor,  1969)





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