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martes, 11 de diciembre de 2012

EUGEN DORCESCU [8856]



EUGEN DORCESCU  (originario de Timisoara, RUMANIA)
Poeta, prosista, ensayista; miembro de la Unión de Escritores de Rumanía; Doctor en Letras; nació el 18 de marzo de 1942. 

Ha publicado:

-Omul de cenu?? (El hombre de ceniza, L’homme de cendre, The ashes man), antología de autor que incluye los ocho libros de poesía, aparecidos entre 1972 y 2001, 2002;
-Biblicele (Las Bíblicas, Les Bibliques, The biblicals), 2003;
-Elegii (Elegías, Elégies, Elegies), 2003;
-Moartea tat?lui (La muerte del padre, La mort du père, The father’s death), 2005;
-În Pia?a Central? (En la Plaza Central, Dans la Place Centrale, In the Central Square), 2007 ;
-Omul din oglind? (El hombre del espejo, L’homme du miroir, The man of the mirror), antología de autor (2003 – 2008), con comentarios y bio-bibliografía, 2009;
-Abyssus abyssum invocat, 2009;
-drumul spre tenerife (el camino hacia tenerife, le chemin vers tenerife, the way to tenerife), 2009;
-el camino hacia tenerife, Santa Cruz de Tenerife – Las Palmas de Gran Canaria, 2010.
-Poemas del viejo, 2012. 

De él ha dicho Virgil Nemoianu: "¿Cuándo el mundo se dará cuenta de que Eugen Dorcescu es uno de los grandes poetas contemporáneos?"






POEMAS DEL VIEJO


1

El viejo
ha simplificado,
ha hecho un gráfico
de sus afectos. Dice
que la jerarquía de sus amores
comienza con Iah Elohim, continúa
con su esposa, con los nietos, las hijas, con
los parientes y los hermanos – los según la carne,
los según la fe –,
se detiene en los semejantes,
diluyéndose enormemente, para
repartirse por igual en cada uno,
vuelve luego, regresa a
sí misma, confiada,
pero el viejo no quiere
recibirla, sabe
que amar a alguien entre los hombres
significa
desear vivir en lugar del otro,
para protegerle contra los horrores de la vida,
sabe
que odiar a alguien significa
desear hacerle vivir
en lugar tuyo,
y el viejo ni se ama a sí mismo
ni se odia,
hace mucho que ya no vive en
su lugar,
ya no vive
en lugar alguno
y aún no ha muerto.


2

Los cadáveres aún vivientes de
la ciudad
le dieron al viejo una
acogida indiferente, una acogida
amistosa,
hacía sol, calor,
los coches menudeaban por todas partes,
los árboles se estremecían,
cubriendo tumbas de
aire,
olía, sutilmente, a pasaje, a
descomposición, a
podredumbre,
en los escaparates el sol
- sacristán diligente –
encendía candiles, apagaba
candelas,
cada vez hacía más calor,
los cadáveres estaban llenos,
de pies a cabeza,
de largos gusanos
de sudor.


3

Incompatible con
el espacio, con el tiempo,
el viejo se complace, en
soledad, acrónico,
obligado, sin embargo, por la palanca
implacable de la gravitación,
a quedarse fijado en un sitio,
a un topos, al espacio
al cual ya nada le vincula,
excepto la repulsión.
Pero incluso el tiempo deshace y
desgarra – el tiempo, criminal invisible,
profundamente clavado
en el corazón del espacio, profundamente
clavado en el cuerpo
del viejo,
mordiéndole el alma,
ensangrentándole el alma,
por la noche sobre todo,
tarde por la noche,
recorriendo las pesadillas,
como una hiena.


4

El viejo está tan
solo, que
ha llenado, con su delicada
sustancia, el espacio y
el tiempo,
el viejo está tan
solo, que
no halla lugar en
el espacio y en el tiempo,
se ha agachado en
su antigua carroza de
ceniza,
con un cochero de
ceniza,
con dos caballos de
ceniza,
está respaldado por la tapicería
de ceniza,
recorre un paisaje
inimaginablemente desierto,
inimaginablemente bello,
obra de la incineración universal,
recorre un paisaje sobre el cual
la noche desciende definitivamente,
una sola pequeña llama, un resto
de incendio cósmico,
alumbra,
desde muy lejos,
su blanco camino
de ceniza.


5

Las hijas del viejo no
le han olvidado, aunque, de hecho,
casi no le recuerdan.
Él no las acusa, nunca
acusa
a nadie (quizá incluso
no le recuerdan por eso),
contempla tranquilo el gran
río del tiempo (se parece a
Ibru, se dice a sí mismo),
espera el momento de
abrazar a su mensajero en
llamas,
cuando entre y se
haga invisible en la familia
del fuego,
cuando las hijas del fuego,
los nietos del fuego
lleguen a ser
su propia
familia.


6

Al viejo
le asquea
el día
lluvioso, el
aspecto de la ciudad,
el mercado hediondo,
los semejantes sucios, pobres,
erizados, desesperados,
se asquea de sí mismo,
de su propia vida,
que, recogida en casa,
ha borrado, con
un gesto decidido, decisivo,
ha borrado, sobre
la tela vacía del día,
su estatura, su sombra
y sus huellas –
igualmente hacia atrás
y hacia adelante.


7

El sol – con su luz,
esparcida, desigualmente,
sobre la ciudad –
le da al viejo
un porte de esfinge.
No podría explicar la fuente y
la génesis de esta analogía,
ni se afana en explicarla,
vive, sencillamente, la inmensa
fatiga del enigma,
la inmensa carga de los rayos
entretejidos,
el inmenso terror
del sol hermético, extraño, pesado,
agobiante, inexistente,
querría, tímido,
arrancarse de sí mismo,
ser libre, ligero,
mirar desde el aire el panorama
de la primavera florida,
y luego,
regresar al secreto país,
a sus flores de
ceniza.


8

El viejo se
obstina en ser
fiel
a su misantropía
generosa,
el viejo es tan
noble, que, podría
afirmarse, como
ya se ha dicho,
que es justamente cruel,
el viejo ama a los otros, y
se odia a sí mismo,
odia su presencia en la
promiscuidad de la ciudad,
en la amalgama de los borrachos,
de los canes, mendigos
e inversionistas estratégicos,
odia su ausencia en
otro siglo, en
otro mundo,
odia su día de ayer,
porque se rebajó a vivirlo,
odia
su día de mañana,
porque podría rebajarse
a abandonarlo.


9

El viejo se complace con
antelación
en el tedio sin par
de la muerte,
ese festín fúnebre
comenzó hace mucho,
casi en la infancia,
el viejo ha vivido frenéticamente,
ha amado, se ha divertido, ha trabajado,
pero, ni siquiera por un momento,
ha abandonado la mesa de niebla y humo
de Thanatos,
a través de sus sombras miró
a sus comensales,
en su oscuridad devoró
su aburrimiento, su náusea, su asco,
en ese festín se encuentra él
ahora,
cuando la primavera no es otra cosa, sino
una invasión soterrada de
gusanos
y una explosión celestial
de ceniza.


10

Vislumbro una sola
fiesta existencial, se dice
a sí mismo el viejo,
saliendo de la pesadilla
nocturna y
entrando, vacilante, taciturno, a
la pesadilla que precisamente
comienza,
una sola fiesta, solamente
una, ubicada
al final de este periplo
más tajante que cualquier tortura,
una sola fiesta, un
canto que une cuerpo,
alma y cosmos, un
himno,
dirigido a la solidaridad astral,
a la liberación, al dolor, a la luz,
una fiesta que se inicia en
ti y acaba en
ti,
en ti, ser trágico y desgraciado,
pero una fiesta después de la cual
sigues dividido:
en el aire – llama,
y abajo, sobre la tierra – ceniza.


*(Traducción del rumano – Elegii, Editorial Mirton, Timi?oara, 
Rumanía, 2003 - : Rosa Lentini y Eugen Dorcescu)



POEMA DE LAS ELEGÍAS DE BAD HOFGASTEIN
6

En una habitación débilmente
iluminada,
como en una niebla de
talco,
la madre se halla estirada sobre
el catafalco.
A su alrededor,
caras diluidas en
la penumbra, apagado
rumor,
las puertas que se cierran, se
abren, con cuidado,
vida, movimiento.
Siento cómo nos estrecha,
con su sombría tenaza,
cómo nos amuralla,
con negros y muertos
coágulos de sangre,
la noche siniestra
afuera.
Si presto bien
atención,
la más presente,
en su inmensa
ausencia,
es la madre.

Traducción de Coriolano González Montañez




An Arch-Remembrance (O arhi-amintire)

Like now, the day was sunny and serene
(You, inmost essence of serenity!)
Upon the hills, a hazy, smoky screen
Of ghostly trees was fading behind me.

A weary, westbound traveler was I,
Upon a long and all too winding road,
When widening ahead of me it showed
A sunken, shaded valley lying by.

And there you were. Far off, in sunset beam,
And following the twilight with your eyes,
As over castles, to the day's demise,
The sun was gently ebbing past the seam.

Beneath the walls, against the bridge's side,
You were. We were. And crazy love we made.
Then in the citadel with you I stayed,
And that, I think, is where I also died...

The road, the burg, the bridge, your kisses too,
So long ago sailed off my mem'ry's shores...
But now I see them coming back anew
On this serene and sunny smile of yours.

translated by Paul Abucean   





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