Sergio Giuliodibari
Nació en Vicente López, ARGENTINA en 1964. Está radicado en Campana (Bs. As.) desde 1999. Forma parte del Consejo Editorial de la revista “Álgebra y fuego”. Publicó tres libros de poesía: Retrato de familia (1993), Bacardi Carta Blanca (1995) y La metamorfosis del objeto (2005).
Decalcomanía
(óleo sobre tela, 1966)
Desearás haber nacido
el día mismo de tu nacimiento
y verás crecer los helechos con nostalgia.
El tiempo habrá lanzado su canción penosa, ya,
en ese instante desbocado,
en ese viento;
el tiempo se dirá para los niños esa tarde
y lo comprenderás, te sentirás muy viejo,
muy odiado;
necesitarás buscar tu espejo
e ir hacia la costa
para ver correr las aves bajo el brillo lechoso
de la arena,
y frente al mar
querrás mirarte, detenidamente, como una joven incompleta:
cada surco en tu rostro será una herida nueva,
cada labio un sendero de sangre que no se cierra
y el espejo, sólo pedazos, trino
de un gorrión blanco, desbordado por su vuelo.
Entonces, volverás a tu casa, descubrirás
que jamás has salido de ella
y que no hay mar
ni gaviotas,
ni años, siquiera, sobre tus ojos;
volverás a ese espejo al que nunca has ido
y hurgarás en él tu imagen.
La tomarás del cuello
y con todas tus fuerzas le harás brotar
rosas rojas
de sus oídos
y furia
de sus dientes agrietados.
Luego, romperás el espejo y, con él, la sombra
que es la savia de tu mirada de cera.
E irás a dormir. Y soñarás con el mar.
Y extrañarás tu rostro.
La puerta abierta
Te acordás, alguna vez
me dijiste: la muerte
es la única duda;
conozco todo
lo demás.
De tanto tomar mate
con el diablo
me he hecho sabio
en cosas inútiles,
me dijiste;
y yo te creí.
Y respondí:
loco,
eso es lo que yo llamo
tener suerte,
la próxima vez
podrías invitarme.
Y no hablaba de las olas del mar,
ni de todo lo que vos
sabías.
El modelo rojo
(óleo sobre tela, 1937)
La violencia nos golpea contra una pared
y perdemos nuestro nombre, no sabemos
cómo hemos alcanzado este infierno.
Los pies, desatados, nos duelen como un mal silencio
y no es de mucho caminar que nos pesa el alma.
Desde el centro de una mirada sin retorno
la realidad disfruta nuestros pasos heridos
y nos arrebata unas pocas pertenencias:
un par de monedas sin valor,
un recorte de diario,
un cigarrillo
siempre a punto de morir.
Y no nos queda nada sino la violencia,
ese modelo rojo de aullidos
que nos obliga a caminar la sangre,
descalzos,
orgullosos sobre nuestros propios restos.
Los presagios felices
(óleo sobre tela, 1944)
Vanamente,
en la sombra,
golpeado por mi peso,
busco entre la noche
un trozo de carne
de quien me ha
precedido.
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