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viernes, 23 de noviembre de 2012

NILTON SANTIAGO [8640]





NILTON SANTIAGO 
Nilton Santiago nació en 1979 en la ciudad de Lima (Perú) donde cursó estudios de derecho y ciencias políticas y donde vivió hasta el 2005, año en el que pasó a residir en Mallorca, España. En el 2003 obtuvo el segundo Premio Nacional de Poesía Copé 2003 que mereció la publicación de El libro de los espejos (Ediciones Copé, Lima, 2005), certamen del que ha quedado finalista en su última edición (2011) con su libro Porque morir no es para tanto. Finalmente, en el 2012 obtuvo el II Premio Internacional de Poesía Joven de la Fundación José Hierro (2012) por La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad, libro de reciente aparición con el prólogo y varios grabados de Juan Carlos Mestre. En la actualidad vive y trabaja en Barcelona.




La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad,  
II Premio Internacional de Poesía Joven Fundación Centro de Poesía José Hierro, 2012


ESTA NOCHE HA VUELTO MI ÁNGEL A HUSMEAR LOS DESECHOS

En vano das de comer a las palomas del parque muertas hace años
de hambre y sed.
Es triste, lo sé, pero es posible que también tú tengas que morir
como los tristes animales de los laboratorios,
(como los desprestigiados chimpancés o los amables conejos albinos,
que, por sus grandes ojos y por su “bajo precio”,
son los más solicitados para el test Draize).
También ellos conocen el contenido de los cuchillos
y el contenido de los espejos cuando nos miramos y no nos vemos
y también las camillas repletas de bisturís y herrumbre
sobre la que los humanos, esos extraños seres, expiamos sus sueños.
Entonces, como un ridículo pelícano soñoliento,
entiendo, finalmente, la soledad de los grandes edificios abandonados
(sí Adam, como declaraciones de amor de las ciudades)
o el suave corazón de los gorriones al pronunciar tu nombre.
También tú has visto cómo las mariposas trabajan la soledad del hombre,
cómo su escalofrío penetra en nuestra espina dorsal
y en nuestros relojes blandos, perdidos en las horas,
entre desayunos fríos y camareros, muy mal pagados,
que cada día te hablan del atroz ángel que todos sabemos vive contigo
pero que, según dices, nunca has visto.
De pronto pienso en ti, en el blanco músculo de azúcar
que brotó de la piedra
para que la veas volar o, mejor aún, para que tan sólo lo imagines.
Sí, pienso en ti, como una fotografía recién nacida que se diluye entre mis manos
o como ese amable ángel que cada noche husmea mis deshechos
y me susurra al oído ese poema que nunca escribiste:
“entre la niebla
una barca hundiéndose / también yo parto”.








TAMBIÉN EL CORAZÓN DE BORIS VIAN ERA UNA ROSA ENFERMA

También el corazón de Boris Vian era una rosa enferma.
Venia cada noche a nuestras largas sobremesas, porque nos conocía muy bien
como el cuchillo de eviscerar conoce el intersticio de luz
en el vientre del pescado,
también Vian conocía la teología de los peces
y de los centauros y de las bicicletas, porque fue él
quien le dejó la moneda a Rimbaud cuando se le cayó su primer diente de leche.
Es cierto, Boris, quién conoce su corazón está enfermo
pero también el que arroja su tristeza en la boca del pescado,
como una moneda de hielo dentro de una valija de fuego,
o los que tienen el oscuro oficio de sacrificar a los caballos heridos.
Sí Boris, tuvimos amigos y heridas y amigos heridos,
quizá ahora pueblen los jardines que crecen
en esos mismos corazones que se negaban a bombear la sangre de los que fuimos
sí también tuvimos padres
y un nombre que preferimos olvidar a cada instante.
Ahora que te conozco bien, ya no compartimos nada
y si nos encontramos algún día en el mercado o quizás en la parada de bus,
es casi un milagro, eso que compartimos ahora que estamos juntos
y que ya no necesitamos el uno del otro
porque después del segundo suicido o del tercero,
es mejor acostúmbranos al oficio de sacrificar a los pobres caballos heridos,
a las rosas enfermas.





BUSCANDO LA SOLEDAD EN CORAZONES DE SEGUNDA MANO

Entonces, ante mi insistencia, fuimos directos desde el 24 de Russell Square
hasta el 23 de Fitzroy Road (Chalk Farm tube station)
sorteando, durante el camino, a cientos de calaveras de paraguas
y bicicletas
y también a frías mujeres con el desayuno / el amor del día anterior a cuestas.
El cielo no era un cielo, era más bien un cenicero repleto de colillas
(ciertamente, era un cielo “panza de burro”,
como llamábamos al cielo de Lima).
2000 turistas japoneses sacaban fotos de un vagabundo dormido bajo un coche
del siglo pasado
y otros cientos limpiaban sus aletas de pescado
bajo el inmenso mar que era la ciudad.
Aquellos días amanecía de a pocos, palabra, como si una gran ballena
se hubiera tragado el sol y hubiese luz tan sólo cuando bostezara.
Ah sí, pero finalmente llegó el día que amaneció del todo y los queridos animales
(invertebrados) que ahora somos
olíamos a esos huesos de pollo que mamá arrojaba a la sopa, en silencio,
mientras se desvanecía como un escarabajo solar.
No teníamos dinero ni para yerba (felizmente)
y por eso decidimos quemar el coche de alquiler en el baño
tirar todo el Pentotal que te quedaba por el wáter.
Hoy el coche sigue ardiendo y ya has terminado de pasar mi corazón
por el ojo de una aguja.
Cosas interesantes pasaron esa noche.
Sí, por ejemplo,
vimos rabiosas nubes meterse en el hígado de los asesores políticos de Dios,
vertimos nuestros fantasmas, uno a uno, malheridos e insomnes
sobre nuestros labios
y no sólo lloramos por el paro o el recibo de teléfono, sino también
por los corazones de segunda mano que esperan su turno en los supermercados,
(ese aparato subversivo de algunos estados liberales).
Lo sé, estás cansada y ahora duermes envuelta en la barba de tu padre,
allí, donde ambos nos conocimos
como una sola gota de alguna materia
de la que ya jamás hablamos.
Es cierto, vale, esta mañana nos ha pillado desnudos y sin huesos,
mientras tu corazón se desvanecía
como un cubo de azúcar en un café caliente, pero…
quién diría que hemos dormido noches enteras sin despertar
con el solo pensamiento de tu abuelo mirando la luna con dos gorriones
en los pulmones / quién diría que éramos como peces
que ya en las redes se dan besos antes de morir.
Te parecerá absurdo, pero por en ese entonces
tenía la mala costumbre de buscar tu soledad en el invierno que llenaba los cafés
baratos
(donde la sonrisa de los amigos de alquiler
era tan falsa, como el juicio a un afroamericano en Norteamérica)
mientras que veía tus ojos sobre el espejo del baño, allí
donde no me veía hace siglos,
sino como esa larga grieta que se parece al contenido del corazón de Mestre
o de Mark Strand. Sí, te buscaba
como buscabas tú la soledad en un billete Barcelona –Lima /
Lima- Ayacucho
o en el aliento del pescado que nos sonríe ya en el mercado con su último suspiro.
(Antes de morir / el salmón, conmovido, / saborea el agua).

Pero de nada nos servía y ahora lo entiendo,
era yo el que buscaba tu soledad para encontrar la mía.

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