Georg Heym
Georg Heym (Hirschberg, 30 de octubre de 1887 - Berlín, 16 de enero de 1912) fue un escritor expresionista alemán.
Nació en Hirschberg, en la Baja Silesia (actual Jelenia Góra). A lo largo de su corta vida estuvo constantemente en conflicto con las convenciones sociales. Sus padres, miembros de la clase media guillermina, tenían problemas para comprender el comportamiento rebelde de su hijo. La propia actitud de Heym hacia sus padres fue paradójica: por una parte tenía un profundo afecto hacia ellos, pero, por otra, una fuerte resistencia a cualquier intento de suprimir su individualidad y autonomía.
En 1900 se trasladó a Berlín, y comenzó, sin éxito, a asistir a una serie de diferentes escuelas. Finalmente, llegó al Friedrich-Wilhelms-Gymnasium de Neuruppin, en Brandemburgo. Estaba muy insatisfecho, y como una forma de lograr alguna liberación comenzó a escribir poesía. Después de su graduación se fue a estudiar derecho a Würzburg, comenzando a escribir también obras de teatro. Sin embargo, los editores ignoraron su trabajo.
En 1910 conoció al poeta y escritor Simon Guttmann, quien invitó a Heym a unirse al recién fundado Der Neue Club, círculo literario fundado por Kurt Hiller y Erwin Loewenson que se reunía en el Neopathetisches Cabaret, donde también acudían Else Lasker-Schüler, Gottfried Benn y Karl Kraus. Aunque el club no tenía un objetivo declarado real, todos sus miembros compartían un sentimiento de rebelión contra la cultura contemporánea y poseían un deseo de agitación política y estética. Allí la poesía de Heym atrajo inmediatamente elogios. En enero de 1911, Ernst Rowohlt publicó el primer libro de Heym y el único que aparecería en vida: Tag der ewige.
Heym pasó por varios puestos de trabajo de tipo judicial, ninguno de los cuales ocupó durante mucho tiempo debido a su falta de respeto a la autoridad. El 16 de enero de 1912, Heym y su amigo Ernst Balcke se fueron a patinar sobre el helado Havel, donde murieron ahogados; unos días más tarde encontraron sus cuerpos.
Obras
Poesía
Der Gott der Stadt (1910)
Der ewige Tag (1911)
Umbra vitae (1912)
Marathon (1914)
Prosa
Der Dieb. Ein Novellenbuch (1913)
Drama
Der Athener Ausfahrt (1907)
Otros
Versuch einer neuen Religion (1909)
Ah, tus largas pestañas...
Ah, tus largas pestañas,
el agua oscura de tus ojos.
Déjame hundirme en ellos,
descender hasta el fondo.
Como baja el minero a la profundidad
y oscila una lámpara muy tenue
sobre la puerta de la mina,
en la umbría pared,
así voy yo bajando
para olvidar sobre tu seno
cuanto arriba retumba,
día, tormento, resplandor.
Crece unido en los campos,
donde el viento reside, con embriaguez de mieses,
el alto espino delicado
Contra el celeste azul.
Dame tu mano,
y deja que creciendo nos unamos,
presa de todo viento,
vuelo de aves solitarias.
que en verano escuchemos
el órgano apagado de las tempestades,
que nos bañemos en la luz de otoño
sobre la orilla de los días azules.
Alguna vez iremos a asomarnos
al borde de un oscuro pozo,
miraremos el fondo del silencio
y buscaremos nuestro amor.
O bien saldremos de la sombra
de los bosques de oro
para entrar, grandes, en algún crepúsculo
que roce tu frente con suavidad.
Divina tristeza,
ala de eterno amor,
alza tu cántaro
y bebe de este sueño.
Una vez alcancemos el final
adonde el mar de manchas amarillas
calladamente invade la bahía
de setiembre,
reposaremos en la casa
donde las flores escasean,
en tanto entre las rocas
tiembla un viento al cantar.
Pero del blanco álamo
que hacia el azul se eleva
cae una hoja ennegrecida
a descansar sobre tu nuca.
Versión de Ernst Edmund Keil
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998
Después de la batalla
En los sembrados yacen apretados cadáveres,
en el verde lindero, sobre flores, sus lechos.
Armas perdidas, ruedas sin varillas
y armazones de acero vueltos del revés.
Muchos charcos humean con vapores de sangre
que cubren de negro y rojo el pardo campo de batalla.
Y se hincha blanquecino el vientre de caballos
muertos, sus patas extendidas en el amanecer.
En el viento frío aún se congela el llanto
de los moribundos, y por la puerta este
una luz pálida aparece, un verde resplandor,
la cinta diluida de una aurora fugaz.
Versión de Jenaro Talens
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998
Duermevela
La tiniebla cruje como un vestido,
los árboles vacilan en el horizonte.
Refúgiate en el corazón de la noche,
excava dentro de la oscuridad un escondrijo
como la abeja en el panal. Hazte pequeño,
baja de tu yacija.
Algo desea atravesar los puentes,
piafa curvando las pezuñas,
descarriadas, empalidecen las estrellas .
Como una anciana la luna se mueve
de un lado para otro
con el lomo encorvado.
Versión de Jenaro Talens
Ofelia
I
Ratas de agua anidan en su pelo,
y anillos en sus manos, que como aletas son
sobre las olas; nada en la sombría
selva grande que en el agua reposa.
El sol postrero que va errante y a oscuras
se hunde profundamente en su cabeza.
¿Por qué murió? ¿Por qué tan sola nada
sobre el agua que enreda los helechos?
El viento acecha en los espesos juncos
como mano que espanta los murciélagos.
Húmedos por el agua, con sus alas sombrías
en el oscuro río se alzan como humo,
como nocturnas aves. Largas anguilas blanquecinas
sobre el pecho resbalan. Una luciérnaga aparece
en su frente. Sus hojas llora un sauce
sobre ella y su pena silenciosa.
II
Granos. Sembrados. Y el rojo sudor en la mitad del día.
Los amarillos vientos de los campos duermen silenciosos.
Ofelia quiere dormir, un pájaro, se acerca.
Le abrigan, blancas, las alas de los cisnes.
Los párpados azules sombrean dulcemente
y entre el aire que brilla en las guadañas
sueña en el carmesí de algún abrazo
sueño eterno en su eterna sepultura.
Pasa, vuelve a pasar. Donde la orilla sueña
con el bullicio de la ciudad, y el río blanco
rompe diques y el eco largamente
retumba. Donde se oye, río abajo,
el son de llenas calles. Repique de campanas.
El silbido de un tren. Lucha. Cae al oeste
sobre cristales empañados una sorda luz crepuscular
en que con brazos gigantescos una grúa amenaza,
tirano poderoso, la frente ennegrecida,
Moloc al que rodean sus siervos de rodillas.
Carga de puentes que atraviesan con pesadez el río
tal si lo encadenaran, dura condenación.
Nada invisible que acompañan las olas.
Pero allí donde cruza ahuyenta multitudes,
con grandes alas, un pesar profundo
que ambas orillas ensombrece a lo ancho.
Pasa, vuelve a pasar. Cuando se entrega tarde a la tiniebla
el alto día oeste del verano,
donde en el verde oscuro de los prados reposa
el cansancio sutil de la tarde lejana.
Lejos la arrastra el río, mientras se hunde
en luctuosos puertos invernales.
Tiempo abajo. Por entre eternidades
cuyo horizonte humea como fuego.
Versión de Ernst Edmund Keil
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998
Última vigilia
Qué oscuras son tus sienes,
tus manos, qué pesadas.
¿Tan lejos ya de mí
que no me escuchas?
Bajo las llamaradas de la luz
estás tan triste y tan envejecida.
Tus labios cruelmente
crispados en eterna rigidez.
Mañana será ya todo silencio,
y quizá esté en el aire
todavía el crujir de las coronas,
y un olor a podrido.
Pero las noches cada año
se vacían aún más.
Aquí, donde yacía tu cabeza
y ligera fue siempre tu respiración.
Versión de Ernst Edmund Keil
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998
Umbra Vitae
Adelante se inclinan los hombres por las calles,
contemplando los signos de los cielos,
en donde los cometas, con narices de fuego,
amenazantes se deslizan en torno de las torres.
Los astrólogos llenan los tejados
y clavan en el cielo largos tubos,
y hay hechiceros: brotan de desvanes
retorcidos, a oscuras, conjurando los astros.
Los suicidas andan en grandes hordas
buscando entre la noche su existencia perdida,
encorvados sobre los puntos cardinales,
barriendo el polvo con escobas como brazos pobres.
Polvo que apenas dura,
perdiendo en el camino sus cabellos,
brincan, aprisa mueren
y yacen en el campo con la cabeza rota,
pataleando, a veces, todavía. Y las bestias del campo
alrededor transitan ciegamente y les clavan
los cuernos en el vientre. Se enfrían sepultados
bajo salvias y espinos.
Pero los mares se detienen. Los barcos,
suspendidos en olas, con aflicción se pudren,
dispersos, y no hay corriente móvil
y los patios celestes están todos cerrados.
Los árboles no cambian estaciones,
eternamente muertos en su fin
y abren sus largas manos, sus dedos de madera
por caminos ruinosos.
Quien va a morir se sienta para levantarse
y acaba de decir sus últimas palabras.
Se desvanece de pronto. ¿En dónde está su vida?
Sus ojos se quiebran como el cristal.
Muchos son sombras. Escondidas y turbias.
Sueños que rozan sobre puertas mudas.
Quien despierta agobiado por otras madrugadas
debe quitar la pesadez del sueño de sus párpados grises.
Versión de Ernst Edmund Keil
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998
El suburbio
En su barrio, del callejón en el lodazal,
donde la gran luna se abre paso entre vapores
y hundiéndose, pende de cielos inferiores,
blanco y muerto, un cráneo colosal,
allí se sientan, en tibia noche de verano,
ante el negro submundo de sus cuevas,
en harapos, que en polvo se disgregan
e hinchados hacen ver cuerpos malsanos.
Un morro se abre aquí, desdentado y atrayente.
Aquí, negro, el muñón de dos brazos se eleva.
Ronco, canciones huecas un loco balbucea,
y un viejo se agacha, de lepra el cráneo luciente.
Juegan niños, a quienes se amputó temprano
los pequeños mïembros. Saltan en las muletas
lejos como las pulgas y encantados cojean
por un centavo, detrás de un extraño.
Sale de un sótano olor a pescado:
mendigos miran las espinas con amargura.
Ellos dan de comer a un ciego asaduras,
que él en negra camisa pronto ha vomitado.
Con vïejas mujeres sacian su apetito
abajo los ancianos, en brillo de candil;
de cunas carcomidas suena el clamor pueril
de criaturas enjutas por un pecho marchito.
Un ciego toca, en negra cama espacïosa,
la caramañola con organillo,
que con plantas vendadas danza un tullido:
en la mano, la castañüela sonorosa.
Una turba vetusta hace eses, de hondos huecos
saliendo con linternas atadas en la frente:
viejos vagabundos, no de una mina la gente;
los puños tomando un bastón, desnudos y secos.
La mañana, cerca. Noche en que claras sollozan
campanillas de maitines por los condenados.
Se abre una puerta . En negra vislumbre recortados,
eunucos, de cabeza trasnochada y rugosa.
Ante escarpado peldaño oscila la bandera
del patrón: calavera con dos huesos en cruz.
Caídos, se ve de los durmientes la quietud,
diabólicos arcanos ciñéndolos, en rueda.
A la puerta del muro, inválido en fatuidad,
se infla un enano en chaqueta de seda roja,
que a la verde campana, al cielo, la vista arroja,
donde cruzan meteoros mudos la vastedad.
(Traducción: Héctor A. Piccoli)
In ihrem Viertel, in dem Gassenkot,
Wo sich der große Mond durch Dünste drängt,
Und sinkend an dem niedern Himmel hängt,
Ein ungeheurer Schädel, weiß und tot,
Da sitzen sie die warme Sommernacht
Vor ihrer Höhlen schwarzer Unterwelt,
Im Lumpenzeuge, das vor Staub zerfällt
Und aufgeblähte Leiber sehen macht.
Hier klafft ein Maul, das zahnlos auf sich reißt.
Hier hebt sich zweier Arme schwarzer Stumpf.
Ein Irrer lallt die hohlen Lieder dumpf,
Wo hockt ein Greis, des Schädel Aussatz weißt.
Es spielen Kinder, denen früh man brach
Die Gliederchen. Sie springen an den Krücken
Wie Flöhe weit und humpeln voll Entzücken
Um einen Pfennig einem Fremden nach.
Aus einem Keller kommt ein Fischgeruch,
Wo Bettler starren auf die Gräten böse.
Sie füttern einen Blinden mit Gekröse.
Er speit es auf das schwarze Hemdentuch.
Bei alten Weibern löschen ihre Lust
Die Greise unten, trüb im Lampenschimmer,
Aus morschen Wiegen schallt das Schreien immer
Der magren Kinder nach der welken Brust.
Ein Blinder dreht auf schwarzem, großem Bette
Den Leierkasten zu der Carmagnole,
Die tanzt ein Lahmer mit verbundener Sohle.
Hell klappert in der Hand die Kastagnette.
Uraltes Volk schwankt aus den tiefen Löchern,
An ihre Stirn Laternen vorgebunden.
Bergmännern gleich, die alten Vagabunden.
Um einen Stock die Hände, dürr und knöchern.
Auf Morgen geht's. Die hellen Glöckchen wimmern
Zur Armesündermette durch die Nacht.
Ein Tor geht auf. In seinem Dunkel schimmern
Eunuchenköpfe, faltig und verwacht.
Vor steilen Stufen schwankt des Wirtes Fahne,
Ein Totenkopf mit zwei gekreuzten Knochen.
Man sieht die Schläfer ruhn, wo sie gebrochen
Um sich herum die höllischen Arkane.
Am Mauertor, in Krüppeleitelkeit
Bläht sich ein Zwerg in rotem Seidenrocke,
Er schaut hinauf zur grünen Himmelsglocke,
Wo lautlos ziehn die Meteore weit.
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