Edwin Brock, Dulwich, London 1927-1997
OBRA:
An Attempt at Exorcism (poetry collection, 1959)
The Little White God (novel, 1962)
Here, Now, Always (autobiography, 1977)
Five Ways To Kill A Man (poetry collection, 1997)
Cinco maneras de matar a un hombre
Hay múltiples y complicadas maneras de matar a un hombre.
Se lo puede obligar a cargar un madero
hasta la cima de un monte y entonces clavarlo en él.
Para hacerlo apropiadamente es necesaria una muchedumbre
en sandalias, un gallo que cante, un manto
para disecarlo, una esponja, algo de vinagre y un
hombre que martille los clavos en su sitio.
O es posible tomar un trozo de acero
modelado y montado a la manera tradicional
y tratar de agujerear la jaula metálica que él viste.
Pero en este caso, hacen falta cabellos blancos,
árboles ingleses, hombres con arcos y flechas,
al menos dos banderas, un príncipe y un
castillo donde celebrar el banquete.
Dejando a un lado los escrúpulos, también puedes, si el viento
lo permite, asfixiarlo con gas. Pero entonces necesitas
una milla de fango tallada entre trincheras,
sin olvidar las botas negras, los cráteres de bombas,
más fango, una plaga de ratas, docenas de canciones
y algunos cascos de acero.
En la era de la aviación, puedes volar
millas por encima de tu víctima y liquidarla
con sólo apretar un botoncito. Todo lo que se requiere,
en este caso, es un océano que te separe, dos
sistemas de gobierno, los científicos de una nación,
algunas fábricas, un psicópata y un pedazo de
tierra que, durante años, nadie va a necesitar
Estos son, como dije antes, métodos complicados para matar a un hombre.
Más sencillo, directo, e impecable es asegurarse
de que vive en algún lugar a mitad
del siglo veinte, y dejarlo ahí.
versión © silvia camerotto
fuente: The poetry archive
Five Ways to Kill a Man
There are many cumbersome ways to kill a man.
You can make him carry a plank of wood
to the top of a hill and nail him to it.
To do this properly you require a crowd of people
wearing sandals, a cock that crows, a cloak
to dissect, a sponge, some vinegar and one
man to hammer the nails home.
Or you can take a length of steel,
shaped and chased in a traditional way,
and attempt to pierce the metal cage he wears.
But for this you need white horses,
English trees, men with bows and arrows,
at least two flags, a prince, and a
castle to hold your banquet in.
Dispensing with nobility, you may, if the wind
allows, blow gas at him. But then you need
a mile of mud sliced through with ditches,
not to mention black boots, bomb craters,
more mud, a plague of rats, a dozen songs
and some round hats made of steel.
In an age of aeroplanes, you may fly
miles above your victim and dispose of him by
pressing one small switch. All you then
require is an ocean to separate you, two
systems of government, a nation's scientists,
several factories, a psychopath and
land that no-one needs for several years.
These are, as I began, cumbersome ways to kill a man.
Simpler, direct, and much more neat is to see
that he is living somewhere in the middle
of the twentieth century, and leave him there.
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