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jueves, 15 de noviembre de 2012

CELIA FONTÁN [8536]



CELIA FONTÁN 
Nació en Rosario, Argentina, en 1946. Coordina Talleres de Escritura en la “ Casa de la Poesía” ( Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Rosario). Formó parte, desde sus inicios en 1993 y hasta 1998 de la Comisión Organizadora del Festival Internacional de Poesía de Rosario. Colabora en diarios y revistas literarias del país y del exterior.


Ha publicado: 

- Ha crecido el césped (1974)
- Los árboles rebeldes (1975)
- De cruces y señales (1976)
- Hijas del mar, Premio Edición de la Fundación ARCIEN (Santa Fe,1981)
- Los habitantes de Valdrada, Premio Municipal “Manuel Musto” (Rosario, 1989) 
- Restos del navío (1995).
-Un taxi a Bucarest (2007) Ediciones Juglaría



La frontera

Como un sueño
recordado al ras del alba  ,
donde hemos estado viendo el mar:
un remoto paisaje
de acantilados,
el agua de las rompientes
cayendo sobre los automóviles,
en una ruta de paso de frontera
así,
de ese modo,
hasta ella llegaban
las palabras perdidas
de una conversación lejana
y ahora irrepetible.
En esa textura del oleaje,
como si fueran 10 mismo el sueño, el mar,
una vieja conversación
sobre amoríos
devastados por la inutilidad y el tiempo,
con un fondo de ruidos
de mar
de carreteras.
En esa levedad,
entre los materiales
apenas legibles de los sueños
alguien cruza de nuevo la frontera
vuelve a oír el agua
en las rompientes.




Tatuajes

Llevaba esa ciudad como una herida,
pero también como un reverbero,
puentes dormidos sobre un rio sin fin,
frias diademas.
Llevaba tatuada esa ciudad,
ingrávida en la piedra deMagritte,
si derruida,
restaurada en su fe.
Adonde quiera que fuese
llevaría
ese fulgor,
los íntimos trazados,
los tejados oscuros
penetrando la noche






AUTOMÓVILES

                            a Julia Mántica

Guardo la fotografía
en que mi abuela
conduce un Buick sedan
 y lleva a su madre en el asiento trasero.
A menudo pienso
que quise hacer lo mismo:
conducir un automóvil
y llevar a mi madre a donde ella quisiera,
quizás hacia la escena lejana en que la abuela
condujo el viejo Buick.
Mi madre
nunca tuvo automóvil ni manejó ninguno,
mi abuela fue algo serio:
condujo como en sueños,
lo que no existió nunca.






BARCOS EN LA NOCHE
                                       A Antonio Di Benedetto

No puedo ver 
los barcos en la noche,
es un llamado salvaje,
un alarido,
verlos levitar
sobre lo oscuro.
No hay cielo, ni agua,
ni sostén,
sólo el olor del río,
las luces que avanzan 
mientras llaman
¿Oyes, Zama?
¿quién vendrá por ti?
¿quién vendrá  por mí?      






Cañadón de los muertos

             (Santa Cruz, 1921)

Los muertos cavan al amanecer
tumbas de lava,
cava la pala
al ras del suelo
la costra helada,
más tarde, el viento descubrirá los cuerpos apenas recubiertos
para que los viajeros se santigüen
al pasar,
porque son jóvenes
y no quieren morir,
porque están muertos
y no quieren cavar,
porque no hay,
ni habrá
tierra
más dura de labrar
que este suelo








El tanque australiano

Sobre el agua flotan hojas de eucalipto
y, a lo lejos, la casa iluminada
recorre las sutiles arterias
del follaje,
al tras luz,
árbol por árbol.
No recuerdas, vigilas,
acechas los fragmentos,
los rápidos registros de la noche
en la que al final todos nos perdimos.
El fin de otro verano,
regresan tras su paso,
las voces, los abrazos,
en el relumbre
del acontecer.
Oh, cuántas veces se ha dispersado
un centro hacia los cuatro vientos,
hacia las direcciones contrarias del albur.
Nada puede reunir lo que el viento ha cardado,
ni siquiera el rumor,
ni el balanceo
de los cuerpos
que rompen en la noche
la tersura helada
del agua
en el estanque





UN  TAXI  A  BUCAREST

Por aquel tiempo 
solía sentir cuando subía a un taxi 
que entraba en una zona secreta. 
Las calles se enrarecían, 
olvidaba de pronto mi destino, 
había una extraña iluminación de set, 
iba hacia la peripecia, 
desde la periferia al centro de un revelación, 
cuando la luz enceguecía 
el taxi entraba a Bucarest. 







LA MUJER MÁS VIEJA DEL MUNDO

La mujer más vieja del mundo,
la negra
nacida esclava,
que padeció castigos,
vejaciones,
el tormento del cepo,
pide cumplir 
un último, 
un íntimo deseo, 
emblema de su alma: 
ver el mar.
Y allá va
seguida
de un alegre  cortejo 
de hombres jóvenes
que se mueven
como en una película muda
en blanco y negro.
La esclava, ahora vieja liberta,
la negra
mínima, agudísima, encorvada,
la mujer más vieja del mundo 
llega al mar 
y lo oye, 
y lo aspira 
y sumerge sus negros pies en esa espuma
y ella,
que es en ese instante el universo,
dice:
hasta aquí he llegado.

Los poemas pertenecen al libro "Un Taxi a Bucarest"

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