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miércoles, 7 de noviembre de 2012

CARLOS MELLADO [8428]



Carlos Mellado (1934) proviene de una familia de vinateros del valle central de Chile. Forma parte de la promoción universitaria del 65, junto a Jesús Ortega, Óscar Hahn, Hernán Lavín Cerda, Eduardo Embry Morales, Rubén Jacob Carrasco y Renán Ponce. Ha sido secretario y luego presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, ha dirigido un taller de escritura en el Goethe Institut, de Santiago de Chile, y hasta su jubilación trabajó en la Compañía de Teléfonos. 
Su primer libro se tituló Poemas (México, 1981) y tras él sólo ha publicado Poemas prepóstumos (2002), libros ya míticos e inencontrables.





Soliloquio

Creía haber hablado con tanta gente
cuando descubro
no haber hablado con nadie.

Sólo repetía palabras ajenas; 
de mí captaban sonidos, 
motivos de recuerdo, en realidad
completaban su elemental puzzle. 

Pero nunca reclamé.
¿Cómo iba a hacerlo
si estaba hablando para mí
que tampoco me escuchaba
ni entendía?





No es difícil ser inglés

Vuelvo sobre poemas ya escritos, en tu calle,
mientras abro la niebla con pasos de sonámbulo,
y de la niebla salgo, niebla de calle estrecha,
pero aquella me moja con sus llorados vidrios
y me vuelvo a tu calle, que en todas las esquinas
van hacia a donde estás.

Vuelvo sobre poemas ya escritos, pero truncos
y para no encontrarte me amortajo en neblina. 






Soledad y compañía


A una mujer a quien hablé de la soledad
diciéndole que era un ropaje desagradable
con algo de ataúd y ensayo de final
le pareció que me equivocaba, mucho
pero no dijo más
porque debía irse
a no sé dónde. 







Dúo

Tú, que me amaste sólo por mi ropa,
mis alegres mentiras
y el asustado animal que soy bajo la ropa,
sólo la ropa me dejaste,
las entradas del cine
el lápiz con que escribo,
y es como para pensar
- ahora que soy un pantalón apenas,
una camisa -
que lo que en mí amabas,
apasionadamente a veces,
era ese diente de oro
que tampoco era mío.






Reconstitución

Un tanto como viudo de las cosas
y de ti,
entro al modesto cine de las viejas películas,
a tientas a la silla, entre penumbras,
respiraciones y movimientos de búsqueda,
envoltorios de dulces.

Como antes,
soy el hombre que ha bebido un vaso de vino
antes de entrar a un cine
rastreando en la pantalla la huella de tus ojos
y buscando en la oscuridad
la tibieza que fuiste.







Mea culpa

Escribir poesías
es un defecto como cualquier otro
es
como tener espinillas
o furúnculos.

El poeta
es un animal delicado,
que,
como los del zoológico
debe tener un trato especial:
no se le debe privar de alcohol,
alabanzas,
ni sexo.

Mantenido en el lugar apropiado
es inofensivo como cualquier alimaña







Ex

Hay que reconocerlo: me han domesticado.
Me lustro los zapatos, me baño y me afeito,
leo los periódicos, no me rasco
públicamente si me pican zonas erógenas,
marco tarjeta en todas partes,
no hago el amor de pie,
me he vuelto caballero, caballero,
me emociono mesuradamente
me enojo sólo por cumplir y suelo saludar.

Soy un empleado de la vida
yo que de la tristeza fui funcionario,
cónsul ad-honorem de la muerte,
domador general, sexólogo entusiasta.

Alejado de los caballos y los árboles,
muerto mi perro, sin amigos altivos
ni borrachos intrépidos como mis primos,
siento que me traiciono,
que a alguien engaño, además de mí,
a mis mujeres de diversos ojos y piernas,
a las irracionales razones de ser,
al vino y a las grescas en las cantinas,
la esencia de la tierra con sus bestias,
a los violentos hijos que me viajan el cuerpo
montados en espermatozoides chúcaros,
hasta a mis ancestros muertos,
mis amigos lejanos,
las noches trascendentes, lo atesorado en años.

Mientras esto siga así, como no ha de seguir,
que en paz no descanse.






Vejez del ojo

Han pasado ya muchos años
desde que veíamos las cosas como son,
árboles y hierbas desentendidos de la clorofila,
perros elementales que se muerden la cola
ríos surgidos una noche
iniciando torrentes
sólo para el oído lejano y acucioso del veraneante
extendido como un lagarto entre calores y poderosas
acechanzas del instinto.

El átomo, sin nombre siquiera,
lo ignorábamos hecho pan en los hornos de barro,
en la manzana de la más peligrosa rama,
en el vino merodeador de bodegas
y en la pierna fugaz de la campesina ordeñando.

Era el mundo en que creíamos,
superpuesto hábilmente
como la piel abandonada de la culebra,
cuando la luz no se reconocía onda ni partícula
sino que era sol reptando matinal hasta la cama de tablas
o la luna entre nubes
lengüeteando una charca de barro.

Ya no habrá tiempo de repasos, ni para el descubrimiento
maravillado de la luciérnaga, de los rincones y los túneles
dirigidos al centro del misterio,
el pueblo húmedo de los brujos,
ni para la evocación de lluvias y temporales
sin más pronóstico
que el aire tibio rozando nuestras mejillas de niños,
también puestas en duda y desmintiéndose desde entonces.







Pedagogía

Me gustan, me entusiasman y divierten
las jóvenes profesoras recién egresadas o recién
ejerciendo,
de senos incipientes ortográficamente débiles,
chasconas y superiores
para el baile que la enseñanza,
carentes de un orientador como yo
para aprender de veras,
todavía no agrias
en el arte de domesticar pequeñas bestiecitas humanas,
ganando sueldo para “rouge”,
zapatos, regalos familiares
y, sobre todo, ropa interior minúscula.

(Las profesoras se conciben
con austera ropa interior, espesas enaguas,
medias gruesas, franelas apropiadas).

Pero ya no hay tradiciones, no hay
apostolados, la severa sabiduría
de la docencia anglo-sajona, por eso
ver a una profesora actual y querer hacerle el amor
con su diploma como almohada,
para mí es una sola cosa.





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