Jonio González nació en Buenos Aires en 1954. Reside en Barcelona desde 1982. Cursó la carrera de letras en la facultad de Filosofía y letras de la Universidad de Buenos Aires. En 1977 fundó el grupo Onofrio de Poesía Descarnada, junto a Miguel Gaya y Javier Cófreces. Desde 1981 y hasta el 2001 codirigió la revista de poesía La Danza del Ratón, editada en Buenos Aires. Como traductor publicó: Tres Mujeres, de Sylvia Plath (Zaragoza, 1992) y El asesino y otros poemas, de Anne Sexton (Barcelona, 1996); ambos trabajos en colaboración con Jorge Ritter. Preparó varios prólogos para ediciones espaolas de poesía; entre ellos a Poesía Escogida, de Blanca Varela (Barcelona 1993). Publicó los siguientes libros de poesía: El oro de la república (1982); Muro de máscaras (Tierra Firme, 1987); Cecil (1991); Últimos poemas de Eunice Cohen (Plaza y Janés, Barcelona, 1999); El puente (Emboscall, Barcelona, 2001 y Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2003) y Ganar el desierto (Ediciones en Danza, 2009).
Fue traducido a varios idiomas y aparece en antologías argentinas y extranjeras. Colabora asiduamente en publicaciones dedicadas a la poesía y se desempea como columnista en revistas especializadas en jazz.
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en mitad del festín
llaman a los muertos les piden
que sucumban al sueño de la infancia
que dirijan la mirada hacia el frío
de los campanarios y recuerden
que junto a la ventana avara de luz
abran los libros de la lluvia
la cabeza inclinada hacia el agua que cae
hacia la espera
donde crecen las piedras
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la elocuencia es un estuario
también la máscara de la piedad lo es
y la prisa por burlar
la inteligencia del que acecha
la urgencia de matar
y ser amado
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sobrevives entre los pensamientos
que pueblan la casa
entre las briznas de la hierba
arrancada a conciencia
tienes un lugar en la tierra yerma
debajo de la escarcha
en la obcecación de los insectos
un puerto aguarda
pero la nave
ah la nave
Virago
I
los niños caminan delante
de algún lugar llega
la voz del que iba a ser mi esposo
sus alas se cierran como la noche
y sólo permanece el brillo de la perla
en mi cuello
hay un animal extraviado
en cada hombre
en cada mujer
una roca tallada por el agua
II
la próxima palabra
será incomprensible
ah corazón deja de hablar
no me aturdas una y otra vez
con tu mirada decente
con tu camisa limpia
se sienta a la mesa
bruñido por el sol de mis batallas
III
era su consuelo
su predilección
el aliento de su vida
una eternidad
mira al cielo
cada estrella zigzaguea
en busca de su lugar
y ahora cierra la casa
vete
de Muro de máscaras:
John Cage: palabras para Marcel Duchamp
Parece que hubiera avanzado
mucho, pensó, pero no puedo
haber llegado lejos porque
aún estoy con vida.
Ambrose Bierce
hazte a la medida
de tu incertidumbre
Juguete rabioso
Acaba de comprenderlo todo.
Jules Verne
¿No era ésa la ley de la vida?
Jack London
dispón las redes
y husmea
la losa arde
el vientre del comercio humano
15, Avenue Junot, de Tristan Tzara a Adolf Loos
yo descubrí que mi casa se hallaba
ubicada precisamente en una parte así
del universo, retirada y siempre nueva y sin mácula.
Henry David Thoreau
querido amigo:
este palacio
es un árbol para mí
en cada rincón aún perdura
el esfuerzo de un hombre
tengo a bien gozarlo
como una presa fugaz
un artefacto de mi organismo
cuando abandone
la clandestinidad de mi negocio
prometo visitarlo
con los ojos inesperados
de la tierra
de Últimos poemas de Eunice Cohen:
Rabino
si todo peso es ligero
con respecto a otro
y la moneda en la mesa
es un signo del hambre
si una vara de oro
mide igual
que una vara de sueño
¿por qué apoyar la frente
en la luz
a la hora doméstica
en que la verdad se revela?
sólo el hombre justo
sabe que no lo es
Atropos
si enciende la luz
estas flores pierden su color
indiferente
la penumbra esparcía
su aroma por la casa
estoy de pie frente al espejo
y oigo sus pasos en la sala
también en la penumbra
se marchitan
Tigresa
una mirada
dos miradas
su respiración apenas si se agita
este mesías
yace mudo a mi lado
inválido
en su inteligencia
Verónica
el párpado es un grito
la boca apesta
y hay espinas
donde la llama desciende
nublando la vista
mírate
despojo con tu nombre
al margen del camino
hacia tu cuerpo verdadero
en cada llaga la promesa
que simule el silencio
Perro negro
el hacha de los actos
semeja el pensamiento
una palabra es una palabra
yo disipaba tu realidad
te esperaba cada tarde
eufórica
doméstica
una palabra es una palabra
y la cuerda que te até al cuello
fue la cuerda que me até al cuello
un señuelo
una palabra es una palabra
no deja deuda sin cobrar
Retrato de Annie
algunos conocen la aventura
están sujetos a la tierra
como a un espanto
yo no soy mía
más que de esta mano
que recorre mi cuerpo
frente al espejo
ah oscura luna desheredada
desazón del oro en la moneda
Alibi
no estaba lejos
aquel resplandor alado
aquel susurro de luz
que ponía fin a todo
(avísame cuando se hayan ido)
y yo
aferrada al pasamanos
como al liquen
que muerde las rocas
me apartaba del silencio
para regresar al silencio
me desvanecía como la hierba
en el estrépito del fuego
Festín salvaje
sobre el plato una batalla
en que no alcanzas a oírte
los labios se cansan de reír
hay un cadáver dispuesto
que no profetiza su belleza
le hincas el diente y sabe a tierra
le hablas pero no responde
y el sendero se arrastra bajo tus pies
buscando otra mesa
donde justificar el hambre
de El puente:
a cielo abierto se hundían los barcos
en el limo verde y espeso los veíamos desaparecer
-el agua hervía en torno a ellos-
y creíamos que sus viajes los habían justificado:
jamás nos preguntamos si semejante pensamiento
respondía a alguna clase de ignorancia.
el encuentro de los náufragos
suele ser silencioso
explican su participación en la tragedia
con frases intercambiables
pasado el tiempo pretenden olvidar
o no pueden olvidar
o no se permiten olvidar
viven sedientos del agua
que les llega al cuello.
¿con los ojos de quién me miro
cuando me miro en el espejo
quién lee las palabras que leo
me roza al pasar
toma mi muñeca por un fugaz instante
y se pierde
en el recuerdo del deseo?
cuando llaman a otro
es a mí a quien llaman.
mientras esperábamos que el enemigo temblase
él iba haciendo el recuento de nuestros rostros
sin separar un día de otro
un acto de otro
una mirada
todos éramos uno
al fin.
La laguna
no busco mi sombra
en las sombras que proyectan los palacios
sin embargo
mi silencio apenas se distingue del rumor de las islas
con cada palada se precipita una estrella
entre la oscuridad y el abismo
GANAR EL DESIERTO
A continuación ofrecemos una breve selección del último poemario de Jonio González, publicado en Buenos Aires (2009) por las Ediciones En Danza.
los templos se cierran
a la hora del rito
de nada vale echar la llave:
nadie oye los pasos
del oficiante
la luz que atraviesa la vidriera
muere en la cara del que acude
en busca de los hechos
no hay camino a esa hora
que no conduzca al destierro
roza con los dedos
la lisa superficie del banco
a su lado
levanta la vista hacia la cúpula
reconoce su rostro
entre los frutos
que ha dado la ceniza
viajar
respirar la madera
ardiendo
en otros bosques
derramar los lamentos
en otros dioses
y reír en vano
ante los párpados del alba
un niño juega
entre las piedras
que de mayor arrojará
a la frente del recuerdo
no sabe nada
del ligustro
y los horneros
de la sombra que proyecta
sobre las roderas
no interroga la hierba
ni a las avispas que liban
el agua de la bomba
despierta una mañana
y está en otro lugar
en otro tiempo
le dicen que es el mismo
que si mira hacia atrás verá el camino
se detiene
y mira
lo enceguece el brillo del sol
en la moneda
¿has visto el fuego
entre la nieve
los pájaros
en los ladridos
del humo?
venían
hacia nosotros
enviaban sicarios
éramos
el nido que se escarba
la ventana que se ciega
el paso perdido
más allá del cerro
las balas
olían a huerto
tras la lluvia
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