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martes, 16 de octubre de 2012

CARLA PRAVISANI (8217)



Carla Pravisani nació el 8 de octubre de 1976, en Misiones, Argentina. Fue en El Territorio, el principal diario misionero, donde publicó sus primeros cuentos y notas. Luego se trasladó a Buenos Aires y cursó estudios de publicidad, recibiéndose de directora de Arte en la Escuela superior de Creativos Publicitarios. Publicó numerosas entrevistas a escritores argentinos en la sección "Cómo escriben los que escriben" de elaleph.com. Su cuento "La Promesa" apareció en la antología Pasajeros en Arcadia (Editorial de Belgrano, 2000).
Escritora, directora de arte y periodista. Publicó el libro de cuentos Y el último apagó la luz (Perro Azul, 2004) y el poemario Apocalipsis íntimo (mención de Honor en el VI Premio Mesoamericano de Poesía “Luis Cardoza y Aragón 2010”). Algunos de sus cuentos y poesías aparecen en las antologías Pasajeros en Arcadia (Ed. Belgrano, 2000, Argentina), Poetas y Narradores del 2010 (Instituto para la Cultura Peruana, 2010, Miami), Poetas y Narradores Contemporáneos 2011 (Editorial Cuatro Vientos, Argentina).





FAMILIA DE CEREAL

Cada anuncio imaginado
para mostrar vidas mejores
drena mi existencia
como una tortura perpetua.

Veo esas caras brillantes doradas alegres
de hombres mujeres familias satisfechas
compartiendo el desayuno el almuerzo la cena
viviendo una felicidad mansa quimérica superflua.

Del otro lado de la pantalla
en cambio
veo a papá dando portazos largándose de casa
y mamá todavía en la mesa con sonrisa tibia
evitando nuestros ojos a punto del naufragio.

Cuánto hubiera deseado en ese entonces
atrapar a mi familia con mi red de publicista
y arrojarla
adentro de un comercial
aunque fuera treinta segundos.
—Ojalá a los ocho años me hubieran permitido
desdibujar el mundo—.






PUEBLO

Mi corazón se convirtió en un mapa
que observo a la distancia.
Sobrevuelo la tierra que habité hace tiempo,
hoy no es más que un punto.

Fabrico aquel pueblo como me sale.
Vale decir que mi labor es mejor
que la de cualquier político que por allí ha pasado.

Ninguno le dedicó tantas horas
al oficio de reconstruir sus calles; y mucho menos
a querer las chicharras del paisaje, o al sol
que se te pega al cuello como un novio adolescente.

A menudo soy un Dios Creador un poco aprendiz.
Los olores son más precisos que los números de las casas.
Los nombres a cada rato cambian de cara.

Pero en mi recuerdo de arcilla todo es posible:
hasta escuchar a los muertos cuando me hablan de infancia.






DEL DESEO DE LA FECUNDIDAD

Hace años una perra
—Pamela—
caminaba por el patio
barriendo el piso con las tetas.

Recuerdo mi burla
ante el diagnóstico de Fritz:
“Un embarazo imaginario”.

La pobre alistaba sus trapos sucios,
daba vueltas como una parturienta
esperando por fin el momento
de ver a sus cachorros.

¡Qué absurdos me parecían
aquellos síntomas!
¡Un sinsentido de la naturaleza!
Esa perra y su preñez ficticia.


Hoy la recuerdo nuevamente
tirada panza arriba para dar de mamar,
y quisiera volver el tiempo
para recostar
mi cabeza sobre su pecho
y escuchar —yo también—
esos latidos.





Plegaria

Dios, sálvame
de las paredes blancas minimalistas
del piso laminado imitación madera
de las persianas romanas
de la grifería italiana que saqué de la revista Su casa
de los finísimos acabados y las luces dicroicas
de la ampliación y el guardarropa 
del segundo piso —ay, mi espacio para estar sola—
de la inmejorable vista a las montañas y las vacas
de la alarma las rejas los sensores infrarrojos
de los marcos y los cuadros a tono con la alfombra
de los electrodomésticos Oster

Dios, sálvame
de esta segura morada
que construí para salvarme.






Triste Estado de las Cosas

No hay para Dios 
peor designio que el de ser bueno.
Ni para el Diablo, el de ser malo.
Ambos destinos irremediables.




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