Jorge del Rio, Cartagena, Colombia (1977). Poeta, Ensayista, miembro de la Unión de Escritores de Sucre UES. Ha publicado, “Derrota Otra Vez Del Olvido” (2004) y “Los Cuadernos del Descreído” (2011). Cofundador del Taller literario Ágora de la ciudad de Sincelejo-Colombia y gestor cultural. Sus trabajos literarios y sus poemas han aparecido en diferentes diarios, revistas colombianas y en portales de Chile, El Salvador, España y Colombia. En la actualidad es miembro del consejo directivo de la revista Signo de Tierra. Ejerce la cátedra universitaria y acompaña trabajos de investigación social en áreas de pedagogía y ciencias administrativas.
Fusilamiento
(México 1915)
La hora del condenado…
Rumor de polvo por el sueño
Soldados que apuntan a una leyenda cimarrona
Fragor de pólvora rondando la viudez de los espejos
Luna manchada del aljibe que se despeina
Mediodía del caballo que tiembla y busca
Polea del relincho sobre piedras ocultas
Rota muralla hasta el fin del mundo
Sonido y sombra de la bala que pregunta
Por una fiebre más fiebre que no predica olvido
Mujeres que sorprenden al otro sueño
cruzar sus patios mascando trinitarias
Pergamino que da de beber la tierra al vencido
Caliente y rudo corazón que detiene los relojes
Gloria que se puebla élitro por élitro
y vuela siempre más allá de la palabra ¡fuego!
porque la muerte arroja en nosotros
el antiguo oráculo de la sangre profanada
La visita
Hay muertos solos
que el ojo de una vela no consuela
Hay cementerios de pena llorando
que acaso el cielo ha extraviado
¡Mamita hay mucho silencio aquí!
Pálidos ruegos desandan la tarde
cenizas de oraciones
para lavar la culpa de estar vivos
¿Es verdad que me iré contigo?
Latido de la maleza que irrumpe
fuerte de tanta savia derramada
por almas sorprendidas
ante lo elemental de la muerte
Pájaros negros vuelan su sombra
luto largo del tiempo dormido
La nada nos apuñala
con inútiles vocales de arena
Mamita mamita…ya no escucho tu voz.
Tratado inútil
Te hablo de cosas sencillas
como rasurarse la barba
ver la telenovela
estarse en casa
Te doy el agua coagulada de lo cotidiano
su azar de encantamientos
hecho de materias fáciles
donde siempre desamas
No hay tregua
ya el grito de la loza herida por la espuma
la piel aprendida de ciertos picaportes
o el asalto silente de esos olores indescifrables
de una cena repetida tantas veces…
Ya la conversación gastada al hombro
el gesto que ha remplazado a la palabra
la tibieza del día que cruje en las maderas dormidas
la muerte que vive entre nosotros
y no es extraña por las alcobas…
Te hablo de esto
de un agua que conoces
y que llamas vida
Poema de las calles
Las hay que te caminan pleno
son las mismas que te asaltan
luego en un lecho de inquilinato
o en la penumbra de una mujer sin rostro
Calles de una sola mirada
que la muerte no te devuelve jamás
por eso loco se miran
y vuelves los ojos pavorosos
hacia un punto una luz una ventana
Pero calles... calles aladas
calles lloviendo... La virgen de la cueva...
para un triciclo o un caballito de palo
...silencio... ya nadie responde
Seis líneas por las ciudades perdidas
Pompeya Petra Palmira Persépolis...
no era más que polvo la voluntad de los dioses
el enigma guardado tras la ruta del sol
y el llanto antiguo de la raza Tierra enceguecida
Arcos del más allá Ebriedad del tiempo
que no tiene sino polvo en su reloj de arena
Cartagena de Indias (1695)
Sucede este 1695 y te amo...
la herradura tatúa la piedra
y cabalga la noche al fondo de la vida
El mar regresa en la voz de los almendros
fundando olas en tu pelo
La estación de los muertos
llueve vientos en tu falda
manchada de olvidos rumorosos
Una raza encadenada abre la ciudad antigua
Getsemaní llorando es un solo tambor
Grito en las cuatro direcciones del mundo
“de aquí tome mi barro primero”
y tiemblas como misa amándome
desde el farol de tus cien soles conquistados
Quién bebió este azul
Quién bebió este azul
Cavilación de la luz desposeída
Trueno de arena No castillo
Ronda de la raza anochecida
Vosotros ¡ay! Tan mortalmente residentes
Desnudos bajo el día primigenio
Mercaderes de sueños glandulares
Decid por el siglo roto del hombre
Esta vuestra arcilla de ser Jorge o Carlos
Aquí vuestros cuerpos para muletas o acordeones
Y los otoños... de tal modo
que un luto de palomas pueble la tierra
Quién bebió este azul
Mineral de campanas que traigo
Zapatillas rotas de Dios
donde me miro irreparablemente destrozado
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