Julián ALONSO. (Palencia, 1955). Licenciado en Geografía e Historia. Su actividad creativa se dispersa por diversos medios (radio, prensa, exposiciones de fotografía y poesía visual, diseño gráfico, coordinación de publicaciones y eventos culturales, etc). Su obra, figura en varias antologías y obras colectivas y ha publicado, entre otros, el libro de relatos radiofónicos República de los Sueños (1991), los de poesía Diario de Abril (1992), Arquitextura (1993), Trampas de la memoria (1999), Veranos (2001), Puntos de Sutura (2003) Pasos en la arena (2008) …, los dípticos Café (con
L.E. Aute) y El tiempo es un pájaro amarillo (con Pablo Guerrero), los de poesía visual y experimental Collage poemas (1993), Disolución (1994), Diez poemas banales (1997). Disidencias (1998), Pentagrama (2000), Lengua de máquina (2004), etc. En el CD-Rom Golpes de Viento (Palencia, 2004), se reúne prácticamente toda su obra visual,
excepto la fotográfica. Entre sus propuesta colectivas, destaca la caja de poesía visual Señales de humo y el CDRom Tod@s…. o casi tod@s (muestra de poesía visual, experimental y mail-art en España, que reúne más de 160 autores). Traducido a varios idiomas, colabora con el diario “El Norte de Castilla” y en revistas culturales diversas, habiendo sido distinguido, entre otros, con el “Premio de Periodismo Mariano del Mazo” de la Diputación de Palencia en 2001.
Actualmente es coordinador editorial del proyecto cultural FORCAL. Es miembro de ACYLCA (Asociación Castellana y Leonesa de Críticos de Arte), AECA (Asociación Española de Críticos de Arte) y A.V.A. (Artistas Visuales Asociados Castilla y León).
Poemas
El altavoz goteaba Charly Parker.
Las notas discurrían lentamente
en su trompeta de agua.
Casi duele el recuerdo
junto a un café caliente
en esta hora
de cielo gris plomizo.
El bar está vacío,
con la justa penumbra de una tarde
tan triste como otras.
La música no fluye,
se detuvo
perdida en el recuerdo de unas notas
en clave de pasado.
El café está frío.
Lo tomo
como una medicina.
Me levanto.
En mí sigue goteando Charly Parker.
Cuando era más joven
coleccionaba cajas.
Una a una
las apilaba sobre la repisa
por formas y tamaños.
Llegué a tener muchas,
grandes,
pequeñas,
redondas,
alargadas,
forradas de colores,
todas vacías.
Día a día la colección
iba creciendo
con nuevos ejemplares.
En las tardes de lluvia
las abría al azar
con la intención
de encontrar algo en ellas.
Nunca lo hallaba,
sin embargo, volvía,
siempre en tardes lluviosas,
a intentarlo.
Una vez,
tocó mi mano
un objeto impensable.
Allí están desde entonces
apartadas
y cubiertas de polvo.
Aquí los días se confunden.
No es cierto que sea jueves.
Discurre el calendario como un río
de días imprecisos
que se vuelven semanas,
meses,
años
y no sé cuál de ellos
es hoy precisamente.
Nunca pasará nada
que no haya sucedido por enésima vez.
Mañana será martes.
Seguiré atrapado
dentro del almanaque
mientras pasan las horas
en sus barcos oscuros.
LA SONRISA DE KROYSOS
“Permanece triste y en pie junto a la tumba
del fallecido Kroysos, luchador de primera
línea a quien el tempestuoso Ares ha arrebatado”
(Estela funeraria griega - siglo VI a.C.)
Me río de vosotros que me creísteis héroe
porque entregué mi vida en una guerra inútil.
¡Si supierais que el Hades es un mundo de hielo,
que no hay ningún Caronte aguardando en la orilla
y el óbolo en mi boca es un cobre oxidado!.
¡Cómo echo de menos la brisa de la tarde,
el suave balanceo de las naves cargadas,
el calor de una hoguera, las laderas de olivos!.
Si esta quietud azul me traspasa los huesos
¿por qué alzáis en mi tumba estelas de victoria?.
¡Si supierais que nada vale más que una brizna
barrida por el viento!. Me río de vosotros
que me creísteis dios, que me creísteis héroe.
Nunca supisteis nada, no quisisteis saberlo.
Era un joven cobarde llamado por la muerte.
Sólo soy una sombra. Seré ceniza y viento.
Cuando el recuerdo sea una noche de lluvia,
una calle vacía y sin paraguas,
el olvidado nombre adolescente
por quien dijiste estar dispuesto a todo
y a quien no diste nada,
te pesarán los años -vacíos y anodinos-
como losas de hielo.
Con ese escalofrío que da el presentimiento,
transcurrirá tu vida.
Lamentarás no haber quemado naves
cuando aún tenías fuego entre las manos
que hoy contemplas vacías,
porque el tiempo se ocupa de apagar las hogueras,
de secuestrar la luz que brilla en las miradas
de quien no supo un día alimentarlas.
ESTAS PIEDRAS
I
LA CIUDAD
Blandas caen
las hojas
en la noche.
La ciudad
es otoño.
Estrellas de plata en las paredes,
cierto silencio extraño
que se quiebra.
Sonido moribundo de campana,
vidrio ronco.
Las ventanas son ciegas,
no se sienten.
La vida discurre
-río sin agua-
y no cesa.
II
EL PAISAJE
Espiga a espiga
voy cortando el campo.
Espiga a espiga.
Arbol a árbol
voy haciendo el monte.
Arbol a árbol.
Piedra y adobe
voy creando el pueblo.
Piedra y adobe.
Luz fugitiva
discurriendo entre chopos
al filo de la tarde.
Luz de la tarde
discurriendo en el filo
de los chopos.
Luz afilada
discurriendo en la tarde
de chopos fugitivos.
TAPIA DE ADOBE
En el lugar sin nombre
se ha instalado el olvido
a la sombra del tiempo.
Dejaron las gaviotas
su caligrafía,
palabras de un idioma
negado a los humanos.
Pisábamos sus líneas
ocultando un mensaje
que volverían a escribir
la mañana siguiente.
EL PAJARÓN DE CAMPOS
Loma tras loma,
una y otra vez
aparece la torre
encaramada al aire,
apuntando a la nube
con su flecha de piedra.
Sólo vi una nube
Calle Mayor
Con lento tomavistas
repasas las fachadas
de la Calle Mayor,
el balcón oxidado
en que no reparabas,
la oscura galería
de los cristales rotos
donde reina el pasado
y la devastación,
los atlantes de yeso
sustentando la tarde.
Te preguntas por qué
no te fijaste nunca
en aquella ventana
de raídos visillos,
el rótulo anticuado
de la ferretería,
las repetidas placas
del “Seguro de incendios”,
los números tachados
de los viejos portales
tenazmente cerrados.
Detienes tu periplo
en el escaparate
que refleja la imagen
de un ser desconocido
con tus mismas facciones.
Le miras a los ojos.
Piensas que la ciudad
envejece contigo.
(Del libro:
Estas piedras.)
Camareras
Como un arcángel leve, se deslizan
sin posar en el suelo
sus pies de bailarina.
A veces, te preguntas si serán de este mundo,
si son de carne y hueso,
si esos ojos de sueño,
que clavan insolentes
en tu rostro azorado,
son puertas que conducen a paisajes lejanos.
Quisieras columpiar en su sonrisa,
arder en el incendio de su pelo rojo,
cruzar ese desierto
de rubias intenciones,
irrumpir en la noche, más allá de la noche,
de sus negros cabellos,
mas, no pueden ser ciertas.
Realidad virtual, las tocas y se esfuman
entre el humo del bar.
Te dejan de recuerdo un plato inoxidable,
y un güisqui en vaso alto.
A veces la cirrosis
con que acabar tus días.
(Del libro Poemas del perdedor)
El fracaso es un río de aguas estancadas.
Alguien te arrojó al agua, y más valiera
que te hubieses ahogado lentamente,
con mansa aceptación, sin resistencia.
Te debates ahora sin saber con certeza
lo que va a ser de ti en estos tiempos
de niebla y desazón. Sólo ves sombras
danzando a tus espaldas, mariposas
de alambre en un cielo sin luz.
Y quisieras llorar pero no puedes.
No quieres aceptar ese silencio
que se instala en tu pecho sin llamarlo.
Te gustaría gritar, pero no sabes
dónde se esconde el grito, su refugio
secreto, el lugar de la sangre.
La ciénaga te oculta y estás solo.
“Quedará de vosotros lo que queda
de los que vivieron antes”
(Lucrecio)
Descubrimos un día que todo es ya recuerdo,
que el presente es un roce fugaz, imperceptible;
el futuro, aquel aire que acaso traiga lluvia.
Y yo a merced del tiempo
a la deriva
mi cuerpo naufragado.
Preguntamos entonces qué será de nosotros,
si permaneceremos en alguna memoria
o seremos ceniza tan sólo,
paja al viento
que abonará la tierra,
el eco de un sonido perdiéndose en la noche.
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