Julio Llinás (Santa Cruz) nació en Buenos Aires en 1929. Su infancia transcurrió en Martínez, por entonces un paradisíaco suburbio a orillas del Río de la Plata. Pasó gran parte de su adolescencia en la llanura pampeana y las serranías cordobesas. Su obra poética se remonta a 1950 con Panta Rhei. Con Enrique Molina, Aldo Pellegrini, Francisco Madariaga y Carlos Latorre, fundó las revistas A Partir de Cero y Letra y Línea. En la década del cincuenta residió en Francia durante largo tiempo. De regreso en Buenos Aires, fundó la revista Boa, en 1958. En 1959 publicó La ciencia natural. En ese mismo año, junto con Alberto Girri y Raúl Gustavo Aguirre, fue convocado por el Instituto Di Tella para escoger a los poetas que completarían la antología Poesía Argentina. En 1964 se publicó su ensayo Clorindo Testa. Entre 1966 y 1986, Llinás se apartó de la vida literaria para dedicarse a la publicidad. Luego abandonó toda actividad y se consagró por entero a la literatura. Sus obras, que han sido traducidas a diversos idiomas, son: Panta Rhei (1950), La ciencia natural (1959), Clorindo Testa (1962), De eso no se habla (1993), Fiat Lux (1994), Inocente (1995), El esperador (1996), La ciencia natural II (1996), El fervoroso idiota (1999), Sombrero de perro (1999), Crepúsculo en América (2000), Circus (2000), La kermesse celeste (2001), Antología poética 1950-2002, Sonrisa de gato (2003), Desnudos pintados (2004) y Cuentos para grandes y chicos (2005).
La alondra
El niño rompe sus juguetes
en busca de la alondra.
la oveja con ruedas,
el caballo de lechero,
el oso negro de la tía Blanca,
el tíovivo con música,
la locomotora alemana
y hasta el fonógrafo infantil
con aquella marcha espantosa
norteamericana.
Lo rompes todo,
le dice su padre.
Todo lo rompes,
le dice su madre.
Busco la alondra,
dice el niño.
Y, claro está, pasa el tiempo.
Y el niño, que ya está crecido,
busca la alondra en los campos,
en las bestias, en los libros,
en las mujeres.
Y todo lo destruye
en busca de la alondra.
Se ha convertido
en un hombre rodeado
de juguetes rotos,
de libros inútiles,
de mujeres destrozadas.
Hasta que llega el momento
en que se hace viejo
y camina por las calles,
distraídamente,
buscando siempre la alondra.
Pero una tarde, empuña
su bello Colt 38
y se pega un tiro.
Entonces,
de su cabeza ensangrentada
sale volando la alondra.
Es lástima que no haya
nadie para verlo.
Cholo vallejo
Si el mundo fuera cuerdo,
si lo fuera –digo, es un decir-
acaso yo sabría, después de tantos años,
de tantos accidentes, catástrofes, combates,
humillaciones, navajazos, intoxicaciones,
pánicos, muertes, esperanzas,
caídas de caballos, de dientes, de cabellos,
y esa legión de oscuridades,
si el mundo fuera, entonces, cuerdo,
-digo, es un decir-
tal vez acaso yo sabría
por qué me ha condenado la letra
en que nació la pena
a estar aquí de pie, a solas con la vida.
Rencores
País,
¿quién es feroz
sino tu niño acurrucado
en la pureza del desierto?
País, ¿quién ha quemado
tu carne de luz negra,
quién es el príncipe en tu fiesta
de rencores podridos por el sol?
Yegua sagrada
de los grandes vientos,
sé bondadosa y terrible,
¡oh roja! ¡oh despedázanos
y sangra
como una fuente de inocencia
a cada lado de un pueblo
y su miseria.
Sombrero de perro
No hemos tenido suerte,
amigo mío,
aunque haya quienes digan
que siempre la tuvimos.
Cuando miramos hacia atrás
y recordamos las calles
de ese París que se ha ido
con nosotros,
no sabemos ya qué hemos tenido,
no sabemos siquiera
si hemos tenido alguna cosa
o si todo ha sido solamente
nuestro disfraz de saltimbanqui,
nuestro sombrero de perro
y nuestras ganas de vivir.
Algo sabemos sin embargo
de los fulgores del mundo:
no nos va bien la bufanda
de seda pelirroja
de los directores de asuntos,
no nos convienen
los parajes idílicos,
las mansiones augustas,
las torpes limosinas.
No estamos ya para esa farsa,
viejo perro.
Hemos querido cantar
y sólo hemos gritado.
(¡Cuánto mejor hubiera sido
ser un oso que baila!)
Hemos enfrentado a Dios
y él ha escapado
brincando por los bosques.
Hemos querido mostrarnos
y nadie nos ha visto.
Hemos querido ser grandes
y sólo fuimos los mismos,
los de siempre.
Acaso hayamos tenido,
únicamente,
la delicada suerte
de no haber sido nadie
ni nada.
Festejo
Señora de alta pluma,
la noble Tierra se ha secado
bajo el orín de tus preciosas amenazas.
Mi terror es verte en los paisajes,
sobre un caballo afeminado,
desdichada y gloriosa
como una lengua herida.
Soplando un hálito de sangre
en las jornadas de gran paz,
sobre las hondas plantaciones.
Un día el viento
destruirá tu tribu,
tus dioses, tus orgullos.
Su coz de aceite virgen
en las márgenes humanas.
Tu piel será un festejo
majestuoso.
Yen el comercio
De una antigua infancia,
todas las hordas
estarán presentes.
Mi corrupción hara la gloria
de esa gran mañana.
No llores, américa...
No llores, América
No llores, América, no llores
por la sangre vertida en las
esquinas
del Sur, no llores por los hijos
de tus mercenarios, no llores
por tus bombas, tus cohetes,
tu napalm,
tus viajes a la luna, tus calles
de navaja,
tus dólares amargos, tus negros
de precinto
con sus bastones relucientes como
krugers
golpeando a sus hermanos de
algodón,
no llores por los amos de Wall
Street,
su polvo del mejor, sus trajes bien
cortados,
sus tiradores de pelo de gacela,
no llores América, no llores,
tu atronadora voz es la más bella
entre los tules del sol,
no llores, dueña del mundo,
amada América, no llores,
irás al cielo cuando mueras,
tienes los ojos azules como Dios.
Donde yo estoy
Los ojos blancos,
la piel paralizante:
me buscaréis en vano
entre mis bestias.
Mi roja música
ha triunfado.
(Ah la frenética infancia
junto al médano
y la esmeralda polar,
surcando nuestra casa).
Me encotraréis
en lo más hondo del bosque,
temblando al grito de la lava,
sirviendo a un mágico idiota.
Raíces
El hombre que habla
y devora sus palabras,
teje una fábula en su Tierra.
Y el aire invade
los verbos de su raza.
Así cayó esta zarpa
en mi inocencia.
Así creció mi orgullo
en este mundo.
Delicias
Escapaba hacia los grandes templos,
catedrales del Gin,
santuarios del comercio la política,
puentes y cárceles, delicias.
Y el astillero sagrado
de la Ciencia.
Abandonaba
algunas plantas amistosas
y una morada invisible.
Amaba el brillo de esas fieras
que se descubren en el canto
y que son dueñas de la guerra.
Caía,
como los reyes en el trópico
en un tornado indescriptible.
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