José María Pinilla (1951-2009)
Autor de numerosas letras de canciones editadas desde 1968. En 1971 escribe su primer libro de poemas “poemas a través de un amigo”. En 1972 presenta al concurso “La mano en el cajón” su libro de poemas “Huellas Ocultas”. En 1973 escribe “Cantos con piel”. En 1983 da a luz su libro de poemas alegóricos “Poemas antigeométricos”. Colaborando siempre en diversas revistas del sector. En transito fue una de sus obras mas recientes (2002) tras un necesario paréntesis literario a esta obra le siguieron ; Renacer (2003). Terraza de Verano, (2004); Umbral de Tolerancia, (2006), Los Subtítulos del Corsario, (2007), Las palabras del náufrago, (2007); El libro de las excusas: 2007, Erratas de Fe, (2007). Presente en Diversas antologías. Premios Literarios: “Poesía en el Corral” 2007, “Premio de Poesía Luys Santa Marina”2007, Certamen de Poesía “José María de los Santos”, 2006, Ciudad de Órgiva, 2006, “Carta Puebla”, 2006, “Certamen literario Benferri, 2006, Premio Internacional de Poesía “De las Dos Orillas”, Montevideo, 2007, Distinción “Salomé Ureña de Henríquez”, 2007, de la República Dominicana, en reconocimiento a su trayectoria e invalorable aporte a las letras. Medalla de oro, 2006 (Lima – Perú), por sus méritos literarios y de unión entre los pueblos hispánicos. El 26 de Marzo a las 7 de la tarde, se le haría entrega en Aranda del Duero (Burgos) El Premio Villa de Aranda por su obra: “Caminos Invertebrados”
Hablando conmigo, sin ti.
Anoche conversé con mi pasado
en el secreto que da la intimidad,
—ese silencio lento, no amaestrado que junta pasos—
cuando las alforjas se vacían de proyectos
y faltan los disfraces de mis dedos
en tus dedos.
Ya nada impide el beso, salvo el beso.
Nos besamos en los besos, no en los labios.
Porque los labios que quiero están distantes.
No son mis labios. Son tus labios.
Son cómo pájaros que vuelan disimulos,
ordenan las cosas distraídas
y archivan los olvidos de tu frente
en mis manos de ciego, cuando callas.
Anoche conversé con mi pasado
en medio de los puntos cardinales.
Le hablaba de tu entrega, de tu talle,
de cómo yo inventaba tus caricias,
abotonando la sorpresa que dormía
en el secreto sin secreto
de tu almohada imaginaria;
ya sin traje de descanso,
perfilando los colores de la huida,
en el dibujo de la esencia,
escaparate desnudo del tiempo,
buzón de los abrazos, todo entero,
caminando hacia el mañana.
Anoche, conversé con mi pasado,
y en la arruga del silencio
faltaban tus palabras.
La polilla de la inocencia
Porque bebimos cucharadas de álgebra
entre nubes de colores,
el escaleno y la esfera alborotaban
el agua dormida de las pizarras.
La circunferencia era una mentira de lluvia,
confundimos adverbios con pronombres
y la aritmética bostezaba
ante el párpado rojizo de la mañana.
Porque el recreo traía gotas de nieve azucarada
y disimulos de niña soplando granos de arroz,
la tarde nos llenaba los dedos
de tinta china, cerrando pupitres
y compases, al abrigo de la pausa,
mientras natillas y dulces de leche
volvían libros del revés.
Porque era la época del alma,
y aún lejana
la linterna de las cuentas vencidas
y el centro inmóvil del fracaso.
El secreto nocturno de la pasión por un libro,
los eclipses de luna
y el reloj de los préstamos.
¿Por qué colgamos la inocencia
en un armario?
Las polillas siempre arañan
el silencio de la ropa abandonada.
Del libro En tránsito (Barcelona, Atenas, 2002)
¿Dónde estás?
Considerando que nos movemos por impulsos,
antes de andarse
era el camino;
y tu frase llega desnuda, tan sin voz
ni maquillaje,
rasgando la noche
entre dos chasquidos despiertos,
a encender la pupila del mensaje:
¿Dónde estás?
Y la pregunta,
esa pregunta,
se convierte en instrumento esencial,
en justo equilibrio,
un marco de principios generales
para el silogismo del amor.
Los colores de la ausencia se disuelven,
igual que un nada que lo fuera todo,
y es en ese instante, todavía,
cuando las penas transeúntes del olvido
vuelven a casa cabizbajas,
como sombras de lo que fueron.
¿Dónde estás?
Y apareces tú, detrás de la palabra,
vestida de blanco,
con el perfume que da la libertad,
amante, amada,
en el borde dulce del miedo ausente,
juntando las partículas de un mañana
en busca del después.
Es la frase, sin respuesta inminente,
una llamada de auxilio
en el bosque del silencio
y una lágrima hueca que nace
en la esquina exacta de tu nombre.
Dime,
dime dónde estás.
Del libro Renacer (Barcelona, Atenas, 2003)
Amándote, ignoro
Las manos de la mar envejecen por devotas
y hay gente que ni siquiera ve su cuerpo
ni su pelo alborotado en pesadumbre;
en modo alguno. Casi cerca
las claras olas del olvido
suman y restan presagios mentalmente,
hasta agotar de refranes su aritmética
de muecas calladas y suspiros.
A lo mejor, es el claro azote de la piel
que nace de hora en hora
y se santigua, antes de la muerte,
entre los ojos y el alma,
los dos puntos y la coma, el ayer o el después.
los medios días y el disturbio,
la soledad, la historia y los caminos...
Por eso amo el acertijo imperfecto
y los zapatos rotos del idiota,
bebedores de lluvia como si de rioja se tratara,
el santo que no llega,
los pobres locos que inventan ilusiones,
los incendios que se enamoran del agua
y a quien celebra el cumpleaños tan solo que se asusta.
Amo las cerillas que no queman
y las uñas pintadas del profeta
y la sed que tiene el amuleto
para seguir siendo tan sólo un amuleto.
Y amo el trabajo mientras dura
y al patrón que desquicia mi salario.
La vergüenza y la pena y los ruidos de la noche
y también a quien roba sin sombrero.
Amo el final de una película
y la espalda de mi amante;
amo mi niñez y amo las espinas,
amo los llantos que perdieron el honor
y el honor que suena a sobresalto.
Amo el silencio sin respuesta
y las incógnitas de la pregunta improcedente,
amo el día y las horas compartidas.
Y de tanto amar, a veces, ignoro
que los ángeles no sangran, no lloran ni se caen,
sin alas ni venas.
Ni siquiera tienen sexo.
Del libro Umbral de tolerancia (Barcelona, Atenas, 2003)
Todo mi sacrificio es la palabra:
andar a tientas,
en el cálculo nefasto del valor de cada frase conseguida;
guardar el secreto en una plica,
como se guardan los truenos y se archivan tempestades
o se borra el camino que dejaron los insectos
y se apaga el sonido atroz
que destraba la caballería
entre la bala, el trueno y el galope.
Ahora, todo el silencio se convierte de pronto en estandarte,
una pelea de gallos, una bitácora de endechas,
resuelta con brasas de viento y lluvia;
un talismán, una piedra tan imposible, como la herida sobre el tiempo,
como esa cifra exacta que regula
cada instante aleatorio,
uno por uno, el eco de los pasos
que asume la marea,
ese color de espejo, de aguas abiertas como manos;
ese blanco de arena,
tan blanco como el alma que despierta
al impermeable bautismo del olvido.
Todo mi sacrificio es la palabra que me falta,
un rumor de constelaciones,
donde cada ciclo
repite siempre sus cadenas y adulterios,
letra a letra, como una conspiración o un desencanto.
Un aullido de gatos en celo
se pasea por los patios y los viejos muebles,
obstruye las cañerías
con el grito de las mentiras que estrangula,
asfixiando las paredes y su entorno.
Y aún nos quedan las sombras y rincones,
las azoteas,
el viejo tranvía renovado,
ese grifo y su sonido afónico que nos persigue,
mientras, en el mar de la duda va cayendo la noche,
con sus aristas de amante reposado.
Masa de agua y de cielo,
extracto de rocas y de asfalto,
bandadas de gaviotas, sobre el papel.
Todo mi sacrificio es la palabra
y ese mar que revela imperfecciones.
De Libro de las excusas (Madrid, Vitruvio, 2007)
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