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sábado, 27 de agosto de 2011

4705.- ENRIQUE CEBRIÁN ZAZURCA


ENRIQUE CEBRIÁN ZAZURCA
(Zaragoza, 1978)
Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Zaragoza.
Accésit en el Concurso de Literatura Joven del Gobierno de Aragón 2006 con el poemario Amor y otros desórdenes (publicado en el volumen Literatura Joven 2006, Gobierno de Aragón, Zaragoza, 2006).
Primer Premio en el Concurso de Literatura Joven del Gobierno de Aragón 2008 con el libro de prosas Espuma en los zapatos (publicado en el volumen Literatura Joven 2008, Gobierno de Aragón, Zaragoza, 2008).
Accésit en el Concurso de Literatura Joven del Gobierno de Aragón 2008 con el poemario Recaída (publicado en el volumen Literatura Joven 2008, Gobierno de Aragón, Zaragoza, 2008).
Autor del poemario Tercera convocatoria (Editorial Eclipsados, Zaragoza, de próxima aparición).
Artículos de opinión, creación y crítica literaria en las Revistas Eclipse, Riff Raff y Aragón en Portada (con la sección “Recado de escribir”), en el suplemento cultural “Artes & Letras” de Heraldo de Aragón y en el periódico digital Diario Aragonés.
Miembro del Consejo Editorial de la Editorial Comuniter, para sus colecciones “Voces de Margot” (prosa) y “Resurrección” (poesía).









TODAS AQUELLAS COSAS

La ropa que te pones
para quedarte en casa, con esos
calcetines, tu piel desmaquillada.
Esas gafas
que no usas en la calle,
tu pelo despeinado como un país
sin leyes ni gobierno
ni nombre.
Restos de pasta de dientes
que han quedado en el lavabo.
Todas aquellas cosas que no cuentan
los poemas de amor.









OCTUBRE

Leyendo un poema de Juan Antonio González-Iglesias
comprendí muchas cosas de repente.
Un poema mucho más bello que éste
(y sólo aún conozco sus tres primeros versos).
En él cuenta el poeta
que octubre es, para los japoneses, el único mes
en que, como descanso, no celebran a dioses.
No hay ninguna presencia
luciendo en esos días su testa coronada.
Los hombres solos. Sólo los hombres
sin ruego y sin excusa.
Leyendo ese poema, comprendí tantas cosas de repente…
Supe en ese momento por qué los dos llegamos
a esta tierra desnuda en ese mes del año.
Entendí aquellas tardes, alegres y absolutos,
sobre las ruinas ásperas besándonos protagonistas
de la historia, de nuestro absurdo paso por el mundo.
La dulce iconoclasia.
Comprendí nuestros cuerpos unidos en la noche
como una afirmación de nuestra estirpe
y también –¿por qué no decirlo?–
como un signo de interrogación entre las sábanas
lanzado hacia la nada o a nosotros
o al cielo luz de octubre azul y limpio.











SICILIA

A Elena, que me contó cosas de la isla antes de visitarla yo, y me hablaba de cuando Sicilia era aragonesa

Este sol de miles de años, las colinas abrasadas de esta Sicilia que hoy visito, un calor sagrado de humedad antigua subiendo del asfalto de las mal asfaltadas carreteras de esta isla –mientras conduzco y tú estás a mi lado– me recuerdan al viejo Salina camino de su recreo en Donnafugata. Últimas pompas ofrecidas, esforzadas complacencias para un príncipe de un tiempo que marchita.

En la radio escuchamos los compactos que trajiste de España y éste que hemos comprado esta mañana al abandonar Palermo; es de canciones populares sicilianas. Folclore autóctono para turistas despistados. Acabará estallando este coche alquilado como sigas girando la rueda del aire acondicionado. Acabaremos cogiendo una pulmonía. En agosto y con las brisas insólitas que llegan de África tan cercana.

Acabarán estallando los caballos exhaustos de este carruaje de Salina. Tendrías que cambiar para que pudiéramos seguir tan felices como siempre, me dices. Hemos programado este viaje porque creemos ingenuos que abandonar un país es rectificar un mundo.

No vayamos al interior de la isla, es una hoguera. Cambia de dirección y marchemos a las playas aristocráticas de Taormina.

Hoy encuentro esta vieja foto y te veo surgir de las aguas del Jónico –como un Etna de espuma– con la piel estallada de una diosa de sal.




TERRAZA

Habíamos llegado a la ciudad
hacía apenas una hora.
Atrás quedaba
un viaje velocísimo en el AVE
en el que, sin embargo,
nos dio tiempo de divisar
el mar, poderoso
bajo el cielo de marzo,
allá donde terminan los pinos
que adornan
el litoral de Tarragona.
Con el rumor de fondo de la tele,
sacamos nuestras cosas de las bolsas,
colgué de una percha
la camisa que llevaría aquella noche
en la fiesta sorpresa
que David le había preparado a Míriam.
Daba la habitación
a uno de los patios de manzanas de Cerdà,
con una terraza soleada
como un extraño oasis.
Cogimos dos libros, unas sillas
y algo del mueble-bar.
Yo me quité la camiseta
y me quedé descalzo, con sólo unos vaqueros.
Versos de Margarit, una cerveza fría,
tus piernas apoyadas en las mías
y nada de misterio en ser feliz así.








DISCURSO DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS

Peor que la sensación
de escribir siempre lo mismo,
es la de no estar escribiendo nada.
Siempre lo mismo y siempre nada.
¿Pero qué otra cosa puedo hacer
si no son estos cantos a la luna,
este decirte que te espero en casa,
a la hora convenida,
la mesa puesta y estas ganas de amar,
como si en ello nos fuera la vida?

Los pocos hombres con los que peleé,
son hoy mis mejores amigos.
No esperes que te cuente excitantes
batallas, grandiosos sucedidos.
Acabé la EGB,
bebí Martini etcétera.
No esperes que te traiga la épica.
Ni siquiera recuerdo
dónde metí la lírica,
de qué armario ha de salir.
No olvides que ni siquiera hice la mili.
Servicio militar obligatorio.
Los liberales progresistas
españoles lo trajeron, allá en el diecinueve,
y Aznar se lo llevó.
La vida es tan confusa…
Te confieso
que no sé qué os hago
si hace sólo tres días
me decís que meto a Aznar en un poema mío.
Pero esto no es un poema, ni nada, es el vacío.
Poemas, los que hacía Garcilaso.
Yo sólo hago macarrones.
Macarrones y pechugas a la plancha,
mientras te espero en casa
–la mesa puesta–
a la hora convenida,
y tú te retrasas,
y mis tripas ya suenan,
y estas ganas de amarnos
que tengo y no se van,
amar,
como si en ello nos fuera la vida.










GUÍA

Compras, como antes de cada viaje,
una guía de El País-Aguilar
de nuestro destino.

Marcamos los lugares que visitaremos,
elegimos un restaurante para cenar un día,
nos previene de los trucos
de los rateros en el metro, la moneda
del país nos dice.

No cuenta, sin embargo
(y eso es un descuido imperdonable),
que te amaré de agua
en las noches más limpias de la isla.










MUSI

Dieciséis versos durará este poema,
dieciséis años –casi diecisiete– fue tu vida.
Llegué tarde a ella,
apenas hace cuatro. En la paz
de tus días,
cansado y algo enfermo.
Escuché las historias que contaban
tu juventud perdida, tus hazañas, terrazas
en Salou y en Zaragoza.
Y ahora que recuerdo
tu calma entre dos sueños
pienso que, a nuestro modo,
nos entendimos.

No olvidaré sus ojos y su pena
la tarde de tu muerte.
Menos mal que te quedan seis vidas.











YO CONOCÍ

Yo conocí tu época dorada
José Mateos
(del poema Julia Reis, musicado por Gabriel Sopeña
e interpretado por José María Sanz Loquillo)


Yo conocí tu época dorada
cuando desafiante convocabas
con tu nombre de espuma
los humores más dulces de la noche.

Rendidas a tus pies las capitales,
alzados como faros
de sol los adjetivos.









BANDERAS BLANCAS

A la memoria de Francisco Umbral

Ordenando la casa
el azar nos devuelve trozos de memoria
que creímos perdidos. La carta
de esa novia
que se fue con el frío
y con otro,
la entrada de un concierto
con la que entré también
en una cama, las fotos
de una noche.

Inquietos aparecen,
ordenando la casa, esperando su turno,
los poemas antiguos que creímos perdidos,
inquietantes, bilis como preguntas
de una comisaría, marchados para siempre pensaste.
Hacen muecas forzadas y tratan
de parecer amables, mueven banderas blancas
y has de admitir que a veces
te causan la sonrisa.

Encuentro, como un beso robado que provoca
y huye,
aquellos versos que decían la noche oscura
y suave de dos cuerpos.
Me asalta, niña rubia perdida
en la noche del agua,
aquel poema que se abría
con una cita de Fernando Sanmartín
y que hablaba
de un siete de espadas clavadas en la arena.
O aquella habitación en Santander,
ascética y triste
como la sopa de un convento.

Encontrarme con ellos. Reconocer
su aspecto
como alguien presentado en una fiesta antigua,
familiar e insólito,
como el hombre que,
con un plumero en la mano,
y rodeado de cientos
de libros y de trastos,
se mira en el espejo.








AGENDA

¡Oh, sí! ¡Trazamos tantos planes…!
Consumimos auroras a la espera
de no sé qué festejos anhelados,
focos y parusías
se estrellaban al pie de la autopista
rotos a doscientos kilómetros por hora.
Aún no nadaban en mi semen los espermatozoides
que te harían fecunda
y ya habíamos escogido
los nombres de toda nuestra tribu, la casa junto al mar
en la que envejecer como dos sabios,
la piedra de las lápidas.

Mientras los días morían tibios y malgastados,
tú y yo nos afanábamos à la recherche du temps futur.








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