Jorge G. Aranguren nació en San Sebastián en 1938.
Es poeta, narrador y articulista.
En 1976 obtuvo el Premio Adonais por su libro De fuegos, tigres, ríos. Antes, en 1972, le había sido otorgado el Ciudad de Irún por Largo regreso a Ítaca y otros poemas.
En su faceta de narrador, obtuvo el Premio de relatos Ciudad de San Sebastián en 1974 por Ultimas imaginarias y el de novela Villa de Bilbao en 1976 con El cielo para Bwuana.
Fue uno de los fundadores de la revista Kurpil (1973-1977) y de su continuadora Kantil (1977-1981).
Durante los años ochenta ha sido colaborador habitual de prensa y radio.
Su literatura se ha traducido al inglés, alemán, italiano y euskera.
En 2005, la revista La Ortiga de Santander le dedicó un número monográfico.
LIBROS PUBLICADOS POR JORGE GONZÁLEZ ARANGUREN
POESÍA
La vida nos sujeta, Barcelona, Campos, 1971
Largo regreso a Ítaca, San Sebastián, Caja de Ahorros Provincial de Guipuzcoa, 1972
Vivir con Proserpina, San Sebastián, Ed. de la revista Kurpil, 1974
De fuegos, tigres, ríos, Madrid, Rialp (colección Adonais), 1977
Itinerario ocioso, Ediciones Vascas, 1979
Doce para un fagot, Madrid, 1981
Una cuarta persona, Gijón, Noega, 1983
Fuego lento – Gar Mantsoa (Antología), Universidad del País Vasco, 1989
Aquellas casas, Zarautz, Olerti Etxea, 2003
Qué perezosos pies, Gijón, Trea, 2007
NOVELA
El cielo para Bwana, Bilbao, Albia, 1977
En otros parques donde estar ardiendo, Barcelona, Destino, 1981
Un hueco en el mundo, San Sebastián, Txertoa, 1992
Cuarto de luna, San Sebastián, Ttarttalo, 2002
CUENTOS
Últimas imaginarias, Durango, Leopoldo Zugaza Editor, 1977
Ibaiko dama, Donostia, Erein, 1996
Sur, Santander, Ed. Antonio Montesino, 1997
Campo de besos, Burgos, Dossoles, 2000
De un abril frío, Palencia, Menos cuarto, 2007
SELECCIÓN DE POEMAS
De Aquellas casas. Estos cinco poemas se reprodujeron en el número 4 de la desaparecida revista de literatura ANCIA, de la Fundación Blas de Otero. Los presentamos junto con la pequeña viñeta que se utilizó para marcar el final de cada poema y que es una variante de la segunda viñeta original del cuadernillo de Blas de Otero 4 Poemas publicado en Pamplona 1941. Conservamos alguna otra característica gráfica de la edición de los poemas en Ancia, como los títulos en azul. La revista ANCIA utilizaba una letra Bodoni en lugar da la Arial que empleamos aquí.
JORGE GONZÁLEZ ARANGUREN
5 CALLES
CALLE DE ECHAIDE
En este mundo de las palabras nos hemos ido
[perdiendo
como unos niños en un lugar nemoroso,
a veces de la mano y con el candor
que te pasan de una boca a la otra
los parajes desconocidos
donde sólo suena tu levedad
y recompones las cosas vivas
que mediste calladamente
y tomas en los brazos, allí fulgen
con una paz de redil.
Bajo esa lamparilla has descubierto
la longitud de este bosque,
su fondo de verdor,
la lividez de sus densidades,
los frutos dulces y las hojas;
después quebramos las cortezas
arrancadas en una fina película
con un descuido insolente.
El dolor es firme y muy profundo,
llega del sofoco de los árboles,
de la linfa verde y seminal, pegajosa
como casi todo lo que nutre,
comprimida desde un estanque sellado
hasta una forma ulterior.
En esta selva de las palabras nos hemos ido perdiendo
los niños tontos, en el claro del bosque.
Con el farol en la mano
merma nuestro pabilo, se nos achica, se ofusca.
¿Aún queda tiempo de volver?
CALLE DE SORIA
Mucho antes de que te hicieran trozos,
ya eras un hombro físicamente triste
y delicado, de ámbar,
el amor de las mujeres fue para ti una palabra sombría,
una languidez para llevar en el hueco de la mano,
como una hoja, y arrimarla al triquitraque del corazón;
físicamente, dije,
y con una mórbida aureola en ese rostro ojeroso,
espeso el frunce de unos labios
que, con sorpresa, descubríamos sensuales,
la sonrisa del hospiciano con las lanas de los domingos,
y la sospechosa rendición ante el hombre de la capucha
de hule: una eternidad al seis por nueve.
Te hemos supuesto
–hombre triste, hombre acelajado–
dedos lunares, lupias de nicotina en el chaqué,
surcos para unas lágrimas que fueron yéndose muy
[adentro,
ronchas de mugre y pupitre de pino,
de cera crucificada sobre la palmatoria.
Creo que te gustaron los pequeños trenes de vapor
apareciendo en las cárcavas florecidas
por abril, y envidiaste de las abejas
la tenacidad de sus amores,
su eficacia así de dulce;
languideciste en los plenilunios de las plazas,
sobre poyetes de piedra
de un tono calabacilla, blanqueados
por el creciente de la noche,
y apaciguándote el pecho con unos dedos terrosos,
oías, casi a ciegas, voces que te llevaban hasta la
niñez:
-La mejor es una rosa
que se viste de color,
del color que se le antoja,
y verde tiene la hoja…
CALLE ZUBIETA
Tengo una estampa de las habitaciones
con poco sol, de los dibujos de la alfombra:
sus imagos.
Pasé deprisa por la casa,
ajeno cuerpo receloso, sin la aparente solicitud
que reconocen quienes se saben queridos.
Y sonaba el timbre del teléfono,
daba la vuelta su aguijón, iba por las paredes,
sus hilos, alguna vez,
fueron un instante para el pájaro,
un apoyo en el aire para poder respirar,
entre las patas de filástica van pasando consejas
desmayadas, desmenuzadas,
desde una orilla hasta la otra.
Una tarde, el cielo boca abajo
por las calendas de julio,
llovieron piedras, en las ventanas
su furia fosca llamando a los rincones,
a sus caramancheles.
El granizo en los patios de luz efímera,
la quemazón del teléfono,
una boca por el auricular,
¿pero eres tu...?
Paso a menudo junto a ese piso tan grande, refulgente
por un rescoldo de toronja, suntuoso
en repetidas puestas de sol.
Sube la calima desde los confines de la playa,
desde el voladizo.
Me oigo suspirar;
huele el perro al hombre ensimismado, le silbo suave, sin fe.
SAINT JULIEN LE PAUVRE
Por los ahogados de la última noche
no es conveniente que recemos,
ni remover algunas cosas de corazón a corazón.
Ellos se deslizan con decoro
por los labios del río, se confunden
con la pereza de los derrubios.
Oscilan en posturas desmayadas
e insólitas, sometidos a las gravitaciones de la corriente,
[a sus cambios de humor;
se acercan y se alejan, se precipitan
los unos contra los otros, con dejadez.
Lo que resulta demostrable es esa caminata
hacia abajo, con el flujo del Sena,
en sus orillas menos profundas, donde a veces
ellos giran durante horas.
En alguna ocasión se topan con los útiles
que codiciaron en el otro río,
salvaje y sin apenas reposo: el de la vida
(unas gasas, un lienzo,
unos estuches de marfil,
una libreta con recados que se debieron hacer:
filias del pueblo superior,
de quienes se mueven en el polvo
y ven cambiar la luz tras el paso de las estaciones,
leves encuentros que les resultan baldíos
fuera de tan caritativa soledumbre).
Por los ahogados de Saint Julien
no es conveniente rezar mucho;
ellos recorrerán el Sena, emperezándose
a través de noches subterráneas,
bajo los puentes que la lluvia vuelve levadizos,
lejos de romas bestezuelas domésticas
y los bistrós,
de los cruces metropolitanos
junto a las piedras que dan apoyo
a farolillos,
a verandas.
Hay que olvidar. Con nuestras preces no se remendarían
ni las fundas de sus viejos mitones.
CALLE DE ECHAIDE (II)
Con la luna de abril
como un remache de hojalatero,
más que blanca, de dulce
y muy bajo color, iré por la ballena.
Ni arpón ni cabos, por allí sopla
será mi grito;
en la madera de San Telmo
iluminada, descolgándose
con lentitud de parásitos,
las palabras reblandecidas por el viento de tierra.
Será un olor lo que me lleve
hasta los días sumergidos
bajo una costra de hielo puro
donde veo mi rostro
y la sonrisa mortal, los ojos habituados
a su horizonte de nieve,
en un tiempo sin horas, sin el trascielo de unos labios
que se inclinen hacia los míos,
el perfume que escapa desde la amura,
en el mar de los trópicos,
en un aceite de cocotero.
En el arrecife fondeamos para raer la obra viva,
sobre las dunas, los leones,
la vulneraria en flor;
surge la noche en los arenales,
la luna equinoccial apareciendo
pide unos fondos donde ponerse:
esa lumia
contándome al oído, por entregas, cuanto supe de mí.
Con la luna de Pascua, en su piel suave de gazapo,
recordaré las pías
persecuciones, por allí sopla;
el mar, bajo la noche,
es una fruta calentada, en el sextante
la Osa Mayor, humean en el amanecer
los perfiles de Cabo Verde.
Busco los lomos leporinos, chispeando
con la luna de abril,
llegaré a tiempo, me demoro bajo esta lente de encaje.
Corre una nube su aguacibera.
Del libro inédito ZOOM
(Poemas enviados por el autor)
- I -
Para Fco. Javier Irazoki y Bárbara L`Oyer
Como dejar la uña
en la pizarra
y que corra suelta,
o chupar una pila alcalina;
casi el mismo ruido, la cosa mala, el vientre
de la pared,
sus nervios y arteriolas,
su caligrafía.
Posar desnudo. Frente a la ventana
la sombra en hilos, que soy sombra,
que soy pila de cinc.
Siempre las diez y diez
en la pulsera; si llegara a verte
sería un golpe
de electricidad, una picana,
y no es fácil, no es
nada fácil, amor de la entretela.
No te llamo, te pido.
¿Y para qué? -me vas a preguntar-,
lo rancio permanece, no descuelgues
esa bombilla,
con su nervio, émula de la llama.
Que no la encienda, pero tú
ardes lentamente desde lejos
dándote besos fríos y girando,
a segundos apenas de las diez y diez.
Desde muy lejos, y la movilidad
ahora de la uña, pues la noche es ancha,
no recurre a su carne.
Se acoplan en el techo
los negativos de otras noches;
sobre sus andamios, las estrellas fijas.
Apetece raspar;
lúnulas de la mano, y los cinco dedos.
-IV-
Pájaro pitarroso,
quédate en el atril.
En esta biblioteca,
entra la lumbre del Españoleto
(quisiera ser Jacob en el ensueño bajo el manzano);
raboseo las páginas, piso unas alas ya rendidas,
acomodo volúmenes
por caridad,
Ulises, en el nivel más noble, paredaño
a la fábrica de embutidos, el primero
en ver ponerse la luna vieja;
bajo azules de Jericó,
los cables y clavijas.
Se colmata la luz entre los juncos:
el porche y la miniatura, los sonidos
vaporizados,
y que tú no estás.
Últimas
hojas, y se caen del cielo.
-V-
Se fueron todos;
zonas más claras en la oscuridad,
un vuelo, un polipasto,
una risa llegada desde los fondos del pasillo.
El cuerpo nada dice: sueña,
porque los muertos sueñan abruptamente.
durante días con sus noches,
una voz
los va llamando muy quedito
y los requiere desde lejos.
Se van las sombras declinantes,
se derriten; espíritus
nos dejan poco de su olor,
la mosca ajena,
el alma
del fluorescente.
Reza, Esaú, poned las flores en su sitio.
El cuerpo
que nada dice. Sueña.
-VIII-
De arqueo bruto, solamente un alma;
arrecida, va contemplando el río
de Patinir,
la pértiga se apoya en el hombre huesudo, zanquituerto,
Böcklin, desde un boquete
de la pintura, me alcanza a ver; al lado izquierdo, las ergástulas.
Bajo la lengua, ¿qué oculta el peregrino?,
¿el óbolo?,¿un doblón?
Masca el barquero su tabaco
y lo escupe, los círculos son verdes, son concéntricos,
no se oye el ladrido
del perro fiel
con sus cabezas en la penumbra. Quiero irme de aquí.
Estuve ayer en otro cauce, y los apaños,
y los vaniloquios, y las lágrimas;
como granizo, los adioses,
la luna iba poniéndose,
ascendía sin aire
tras las chimeneas del ambulatorio.
Fue ayer
o hace tantos siglos,
que la memoria se adormece, queda tan lejos como tú…
Solamente un alma.
-X-
Sol en las bardas o
restos menguantes,
tan escaso, tan pocos.
Y me pregunto: ¿Qué podremos hacer?,
¿dónde el alivio?
Por dentro, una almadía sobre el pobre
mar de la senectud,
salitre acuoso, dulces
lagrimales.
Choca la mano,
que casi todo suene, hasta el consuelo
y su caparazón, y las miradas,
ya sin fulgores en la sobretarde.
En las bardas, el pájaro
limpia sus plumas,
revive trozos de su primavera;
pero tú y yo,
aun a trueque
de los impredecibles trasquilones,
probamos el sancocho
y la sopa boba
para descubrir algún sabor, lo fugitivo
que nos aleje de las certidumbres
estabuladas en la fecha fija,
o las disimule.
Si hay poca luz, las penas
se harán casi invisibles, y mañana,
sobre la pared,
las borraremos en el enlucido.
-XI-
Eielson, el limeño, nos dejó
su biblioteca sepultada,
como un mar jaspeado
bajo las hojas del otoño.
Eguren, un sermón que trata de la muerte;
con su traje,
vio al andarín oscuro de la noche.
Vallejo, el cholo, el de los jueves,
a Dativa, a Miguel, a gallinazos
a los que todavía
no les llegó la hora de acostarse;
un hombre pasa con un pan al hombro.
Rafael de la Fuente Benavides,
con su paraguas bajo la garúa o ese solecito
ocelado de Lima
(él se firmó Martín Adán),
no quiso maldecir
a ese dios ciego que se recreaba
con el tejido de sus rosas.
En la triste loquera, fue Oquendo de Amat
quien supo que sus ojos se vestían
con pantalones largos,
y habló con César Moro.
el cual habló, en la ciudad lumière,
con Tanguy y Max Ernst,
y con Remedios Varo.
También fue visto en Roma
Emilio Adolfo de Westphalen;
iba del Coliseo
a las zahúrdas del Trastíber,
donde rememoraba el abrirse el día.
Amigo suyo fue un poeta
de origen vasco, Sologuren,
sabedor de ciertos exabruptos
del veintisiete
y sus niños bitongos; pudo oír
el murmullo del mimbre en los tabiques,
el golpear de las ventanas
cerca del corazón.
Boquiabiertos, todos se atiborraron
de poesía: la pendeja,
en aquel médano en lo oscuro,
en el inacabable
corro de la patata.
-XII-
Maliciarse, malquisto, malvezar, mamotreto,
maniluvio, mandoble, dar de manos, margoso,
maritornes, marjal, mascujar, matagallos
(o aguavientos),
matraco, mazamorra,
maulería, mayéutica, mapache, matacán,
mentís, mejana
y
que todo es menester,
metalescente, moña, por lo que mira a,
mondadura, mohíno, de mogollón, mohiento.
navazo, negrear, nictálope, nevisca,
nocherniego, negrote, nubarrada.
Esto me ocurre cuando se me anudan,
sobre la duermevela, la Eme y la Ene,
como polillas, en los labios.
Ni DDT, ni golpe.
Os quiero, tontilocas.
-XIII-
Pelitieso rebusca los rincones
en donde se entretuvo alguna vez
extendiendo las manos.
Si no hay respuesta, llora
sus lágrimas de cera;
el loro del Brasil
-o cacatúa-
sabe de estas pesquisas, intuye el más allá.
Llueve por los pianos,
sin que se note, suena
el mal de otrora, y
los niños muertos resplandecen
bajo la plata.
Pelitieso reincide, ¡ahueca plumas,
pobre hombre enfrascado!;
la luz, a trompicones,
por las claras del día.
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