Francisco Alba (Barcelona, 1967)
-Teoría de la culpa, Oviedo, Colección Texu, 1995.
-El contrario, Valencia, Pre-Textos, 2008
Rogad a Dios por el soldado López
In God We Trust
parcere subiectis et debellare superbos
Virgilio
Rogad a Dios por el soldado López
que cayó reventado por la bomba
a la orilla del Tigris
como cayó en Germania
el legionario hambriento
rodeado de árboles y frío
en el desatre de Quintilio Varo.
Soldado de la 101º Aerotransportada
con base en Fort Campbell (Kentucky)
y de la Legio XII Fulminata
Un mismo símbolo de fuerza: el águila.
Mascando chicle
o regaliz de Acaya farfullaban
en inglés o latín escuetas órdenes.
No querían morir.
El Capitolio,
la curva de su bóveda imponente.
Mirad los templos de Minerva y Júpiter
coronando la Urbe milenaria.
Ese reflejo pétreo del poder,
la austera geometría. Los magnates
los mandan como ovejas a la carnicería
hablándoles de Lincoln,
de Escipión y la guerra de Cartago.
Su sagrada misión: civilizar.
Allí donde esté el Mal llegan las águilas.
En cada intervención los protegían
Marte y el Dios cristiano.
Confundidos
en los gélidos bosques de Germania
o en las ardientes arenas del Golfo Pérsico
recordaban el juego del amor
aprendido deprisa en un burdel.
A miles de kilómetros de casa
cachorros de centauro,
cayeron maldiciendo su bandera.
Al Orco descendieron, indignados.
El contrario, Valencia, Pre-Textos, 2008.
LA LONGITUD DE LA MUERTE
También los muertos morirán un día.
Unamuno
No habláis ya de mi ausencia como si fuera un
muerto.
Mi nombre ya no existe ni tampoco mi tumba.
(No hay timbales que retumben donde estoy
ni trompetas que puedan despertarme).
Rehacer sería más fácil el mundo con un soplo
que juntar en las manos lo que he sido.
Estoy más allá de la putrefacción
y de los símbolos.
Teoría de la culpa, Oviedo, Colección Texu, 1995.
parcere subiectis et debellare superbos
Virgilio
Rogad a Dios por el soldado López
que cayó reventado por la bomba
a la orilla del Tigris
como cayó en Germania
el legionario hambriento
rodeado de árboles y frío
en el desatre de Quintilio Varo.
Soldado de la 101º Aerotransportada
con base en Fort Campbell (Kentucky)
y de la Legio XII Fulminata
Un mismo símbolo de fuerza: el águila.
Mascando chicle
o regaliz de Acaya farfullaban
en inglés o latín escuetas órdenes.
No querían morir.
El Capitolio,
la curva de su bóveda imponente.
Mirad los templos de Minerva y Júpiter
coronando la Urbe milenaria.
Ese reflejo pétreo del poder,
la austera geometría. Los magnates
los mandan como ovejas a la carnicería
hablándoles de Lincoln,
de Escipión y la guerra de Cartago.
Su sagrada misión: civilizar.
Allí donde esté el Mal llegan las águilas.
En cada intervención los protegían
Marte y el Dios cristiano.
Confundidos
en los gélidos bosques de Germania
o en las ardientes arenas del Golfo Pérsico
recordaban el juego del amor
aprendido deprisa en un burdel.
A miles de kilómetros de casa
cachorros de centauro,
cayeron maldiciendo su bandera.
Al Orco descendieron, indignados.
El contrario, Valencia, Pre-Textos, 2008.
LA LONGITUD DE LA MUERTE
También los muertos morirán un día.
Unamuno
No habláis ya de mi ausencia como si fuera un
muerto.
Mi nombre ya no existe ni tampoco mi tumba.
(No hay timbales que retumben donde estoy
ni trompetas que puedan despertarme).
Rehacer sería más fácil el mundo con un soplo
que juntar en las manos lo que he sido.
Estoy más allá de la putrefacción
y de los símbolos.
Teoría de la culpa, Oviedo, Colección Texu, 1995.
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