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sábado, 2 de julio de 2011
4255.- ROBERT MAX STEENKIST
Robert Max Steenkist (Bogotá, 1982) Estudió literatura en la Universidad de los Andes en Colombia y completó una maestría en la Universidad de Leiden en Holanda. Es fundador del colectivo fotográfico Foto.MUST. Su trabajo en este ámbito ha sido expuesto en Bogotá y Nueva York y publicado en varios medios escrito y virtuales.
También trabaja en el Colegio José Max León. Tiene una empresa que fomenta el turismo por las rutas fluviales de Colombia y es socio de la Fundación Bogotham Arte y Cooperación, que se dedica a gestionar recursos por medio del arte para fortalecer proyectos educativos en las zonas más vulnerables de Colombia. Las excusas del desterrado, su primer poemario, fue publicado en el 2006 en la colección Los Conjurados.
Emigrante
Empuñas la escoba de cada día.
Barres los restos de las manifestaciones que acaban a la hora indicada,
las flores que dejan los sepelios de cabildos nunca tuyos,
los anuncios de temporadas de descuentos a los que tampoco alcanzas.
Lo que te hubieras ahorrado,
piensas
a veces mientras la gente sigue caminando con los mismos pies
que en tu país estallan
o unos arrancan siguiendo meticulosidades de odio.
Y sonríen y pasan y pasan y pasan
mientras tú ya te ves,
distante de los antiguos reyes cuyas caras de tierra imprimen en volantes
de propaganda,
mientras tú ya te ves,
no como alguien que resiste y lucha contra la opresión,
mientras tú ya te ves,
casi ajeno a quienes defienden las multitudes puntuales,
con toda su propaganda de papel reciclado y proclamas biológicas
que tu empujas hasta atorar los flujos subterráneos
Eres el dócil trabajador
distinto
el de la sonrisa incómoda de no entender y de tanto asentir cuando preguntan algo que se responde con palabras. Y no con gestos.
Con Palabras. Con Palabras.
Emigrante.
Silencio para pedir, preguntar, responder órdenes, contraatacar.
Te fuiste perdiendo en chaquetas y abrigos y bufandas que no sabías usar pero que te ponías pues decían que el invierno y te empujó hacia el borde de las esquinas y tus plegarias se llenaron de marcas y de nombres de ciudades que no supiste como explicarles a tus padres, cuando les hablaste primero cada semana, luego cada mes…
Y así
tu lengua se arrastró fuera de ti,
un feto muerto.
Qué importa ahora de donde venías
si has perdido
esas palabras
con las que antes elevabas el sol,
si te limitas a repetir el idioma del mundo
buscándole nuevas posiciones a los labios,
rumiando sabores que no digieres.
Aquí aprendes que la boca es un estorbo,
un pájaro muerto que antes llenaba el cielo.
No han emigrado contigo las palabras.
La ciudad crece con tus pérdidas diarias.
Voz de dolor y refugio
batalla perdida
que se trenza con el ritmo de todos esos pasos que se alejan sin verte
y te dejan su basura.
Sin Soledad en el frente
Para Linda Rosa y con ella a todo Puerto Rico
La revelación llegó
de la mano de una mujer Boricua
que me arrastró por las notas de la salsa y de la bomba
como a un Ícaro en picada:
“Puerto Rico es el frente
más digno de todo Hispanoamérica”,
dictaron los tambores y una flauta traversa.
Día a día,
y en el deseo,
se libran aquí batallas
entre las palabras:
unas fuertes y empalagosas
marchan al ritmo de las prohibiciones
sobre los puertos violados.
Como una catarata de anilina,
se han logrado instalar en las instrucciones de los aires acondicionados
y les ordenaron renovarse cada tanto
así no hubieran cumplido el ciclo de su derrota.
También cayeron
cierto hotel de Isla Culebras,
los saludos por teléfono
y algunas tiendas
que aumentan ahora sus precios
ante los ojos del turista.
Los teclados secuestraron a la letra Ñ y a los acentos.
Quienes aún extrañan su música
deben redimirlos
negociando con la tecla ALT y sus secuaces numerosos.
Todo esto es reciente.
Pero nuestros fuertes están acostumbrados
a resistir el apetito
de los piratas.
Nuestras palabras son esa plegaria de fuego
que abre amores entre los continentes,
una miel oscura más amplia que los océanos,
la sal menuda y seca
que nos enseñó a armar sueños con las líneas de lo imposible.
Hoy, a pesar de que visten sus pechos
con consignas en otro idioma,
los hijos acuden a los brazos de la madre
en busca de
“Consuelo”.
El hombre que trabaja para un laboratorio
sigue sintiendo
“nostalgia”
cuando derriban el árbol
que lo ocultó para ser vaquero
y cuyos vértigos lo hicieron astronauta.
Acolitados por las velloneras,
los amantes reinventan la palabra
“idilio” y Willie Colón (un secreto cómplice de nuestro bando)
alumbra sus pasos mareados.
Yo quiero que en Puerto Rico
la cerveza se pida en español,
que la sonrisa de una niña del hospital San Jorge
siga opacando la entrada de los cruceros.
Quiero que esta isla se mantenga fuerte y soberana
como el pájaro de mil alas
que resiste un viento huracanado.
Quiero que aquí se hable inglés, holandés, sueco y mandarín,
nuyorican, portuñol y esperanto y finlandés
pero que siga siendo el español
el puente de nuestras ilusiones.
Quiero, Puerto Rico, ver más calabazas tuyas en las mesas del mundo,
que ramilletes de guajanas marquen la ruta de las novias ilusionadas,
quiero que tu café acompañe al mío en las mañanas
y que tus gandules sean declarados los héroes definitivos del Caribe.
Que desde los campanarios de luz
el bolero llame a los campesinos
de regreso a los sembrados,
que esta cabriola del cuerpo y del idioma
sea el atenuante de jornadas duras de trabajos bajo el sol,
Quiero que reviva tu campo.
Todo esto, Puerto Rico, quiero de ti:
faltan esfuerzos
y sobrarán caídas sobre el fango,
pero seguiremos junto a ti en este frente de batalla,
entre aires de mar y rimas de caníbal.
Por ahora dejo aquí
todas mis palabras
para que sigamos bailando.
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