José María Cumbreño (Cáceres, 1972) es licenciado en filología hispánica y profesor de secundaria. Ha publicado los poemarios Las ciudades de la llanura (ERE, 2000), Árbol sin sombra (Algaida, 2003, Premio de poesía Ciudad de Badajoz), Estrategias y métodos para la composición de rompecabezas (El Bardo, 2008), Diccionario de dudas (Calambur, 2009), Breve biografía apócrifa de Walt Disney (Algaida, 2009, Premio de poesía Alegría/José Hierro) y, en Portugal, la antología bilingüe Teorias da ordem (Edições Sempre-em-pé, 2009). Es también autor del libro de relatos De los espacios cerrados (Fundación José Manuel Lara, 2006, Premio de narrativa breve Generación del 27), del ensayo literario Retórica para zurdos (ERE, 2010) y del diario Límites y progresiones (Baile del Sol, 2010).
El peso del aire
Esta mañana, en el parque, Irene me ha pedido que le compre un globo.
Un lazo alrededor de su muñeca evitaba que Bob Esponja saliese volando.
Ato el nudo con una fuerza contradictoria:
suficiente como para que no se deshaga,
pero no tanta como para que le duela.
Después abro mucho los ojos.
El frío. Su abrigo nuevo.
Las botas con los pantalones de pana por dentro.
No se me puede olvidar esta forma de sonreírme.
Un nudo que no se deshaga.
Porque el aire pesa más que algunos gases.
Y la vida, menos que los recuerdos.
Pensión compensatoria
Mi padre y mi madre se separaron unos años antes que yo.
Mi madre se quedó con la casa y los garajes.
Mi padre debe pasarle todos los meses a mi madre una pensión compensatoria.
Mi madre se sacó el carnet de conducir.
Mi madre se compró un coche nuevo.
En la puerta del frigorífico de mi madre hay un montón de imanes que se ha traído como recuerdo de sus viajes.
Mi madre tiene el salón lleno de portarretratos con fotos suyas: en Atenas, en San Petersburgo, en Malta, en Varsovia …
Mi madre ha estado en sitios cuyos nombres ni recuerda.
La especialidad de mi madre son los cruceros por el Mediterráneo.
Mi madre presume de todas las amigas que se ha echado.
Mi madre ha conocido a un señor viudo que la trata como a una reina (dicho por ella).
Mi madre ve a sus nietos una vez cada dos meses.
Más o menos lo mismo que a mí.
Mi madre escucha por las noches música clásica.
Deutsche Grammophon.
En la colección de discos de vinilo que hizo mi padre.
(De Genealogías, en prensa)
ESTRATEGIAS Y MÉTODOS PARA LA COMPOSICIÓN DE ROMPECABEZAS
Ir de fuera hacia dentro
resuelve algunos dilemas iniciales:
por dónde comenzar,
qué hacer con un buen número de piezas
(aquellas que al menos tienen
uno de sus cantos liso)
o cómo conocer
el tamaño del tablero.
El orden implica
que existe un lugar
para cada cosa.
Los colores no se diferencian de las manchas.
La forma de pintar
es el cuadro mismo.
La caja ofrece permanentemente
el modelo
que habrá de intentarse componer.
De modo que, a simple vista,
la dificultad,
superadas las primeras dudas,
no parece tan grande,
porque se diría que, por una vez,
la solución precede al problema.
Pero, al igual que el reloj
no es el tiempo
(y sin embargo lo contiene),
la figura propuesta
no está en ninguna de sus partes,
aunque todas son ella.
Llevan los niños el nombre
que seguirán llevando
cuando sean adultos.
Se supone que un juguete
sirve para divertirse.
Y de paso aprender.
Los adultos recuerdan
cómo los llamaban cuando eran niños.
Pero, mientras que todos los juegos
se quedan siempre en ensayos,
con el reloj sólo es posible
(una tribu necesita símbolos)
perder y jugar en serio.
El número de fracciones
en que se divide una imagen
altera la percepción de la imagen
y a la imagen en sí.
La erosión convirtió
las rocas en desiertos;
el viento, los desiertos en arena.
Particiones sucesivas y constantes.
Asusta saber
que, si no hubiese rozamiento,
las hélices
continuarían moviéndose
hasta el infinito.
En conclusión, un somero estudio
de las teorías de lo fragmentario
basta para demostrar:
a) Que las combinaciones aleatorias de cifras,
tarde o temprano,
dan como resultado cero.
b) Que los que habríamos sido
(por un cálculo de probabilidades)
terminan devorando
a los que hemos llegado a ser.
c) Que el sentido del rompecabezas,
en condiciones normales
de presión y temperatura,
lo aporta
no lo que poco a poco
va mostrándose,
sino aquello que los huecos no muestran.
ESTADOS DE LA MATERIA
El cuchillo existe porque hiere.
Porque quema existe el fuego.
O quizá no.
No estoy seguro de que lo contrario
no sea también verdad.
Aún no he aprendido
a reconocer las setas venenosas.
Hay hombres que se comen a las vacas
y hombres que las consideran sagradas.
El oído de los ciegos
se desarrolla más.
Los sordos saben leer los labios.
Cuando un imán se rompe,
cada trozo se convierte
en un nuevo imán.
La materia tiene estados
como los tiene la conciencia.
En una progresión ascendente
cualquier término
posee mayor valor que el anterior.
Las fases son partes de un proceso.
Pero con los procesos ocurre
como con el cuchillo y el fuego,
que para ser necesitan
algo que quemar
o alguien a quien herir.
Las líneas verticales …
¿caen o se elevan?
El orden, combinatoria y fábula,
se inventa.
Es un mecanismo de ficción
que a su vez crea ficciones.
Miles de personas se han levantado
al mismo tiempo para ir al trabajo.
El orden, oposición y fábula,
se inventa.
Teje redes imaginarias
que atrapan vidas reales.
De diez a dos y de cinco a ocho
para pagar una hipoteca
durante treinta años.
La falsa proporción
entre el delito y la pena.
Los herederos aguardan su turno
en el registro de la propiedad.
Muere el creyente confiando
en la resurrección de la carne.
Hay hombres que se comen a los cerdos
y hombres que los consideran impuros.
Ya no quiero entender lo que digo.
Si escribiese de derecha a izquierda,
el hielo del que están hechas las letras
comenzaría a derretirse.
El cuchillo existe porque hiere.
Porque quema existe el fuego.
O quizá no.
No estoy seguro de que lo contrario
no sea también verdad.
Aún no he aprendido
a reconocer las setas venenosas.
Hay hombres que se comen a las vacas
y hombres que las consideran sagradas.
El oído de los ciegos
se desarrolla más.
Los sordos saben leer los labios.
Cuando un imán se rompe,
cada trozo se convierte
en un nuevo imán.
La materia tiene estados
como los tiene la conciencia.
En una progresión ascendente
cualquier término
posee mayor valor que el anterior.
Las fases son partes de un proceso.
Pero con los procesos ocurre
como con el cuchillo y el fuego,
que para ser necesitan
algo que quemar
o alguien a quien herir.
Las líneas verticales …
¿caen o se elevan?
El orden, combinatoria y fábula,
se inventa.
Es un mecanismo de ficción
que a su vez crea ficciones.
Miles de personas se han levantado
al mismo tiempo para ir al trabajo.
El orden, oposición y fábula,
se inventa.
Teje redes imaginarias
que atrapan vidas reales.
De diez a dos y de cinco a ocho
para pagar una hipoteca
durante treinta años.
La falsa proporción
entre el delito y la pena.
Los herederos aguardan su turno
en el registro de la propiedad.
Muere el creyente confiando
en la resurrección de la carne.
Hay hombres que se comen a los cerdos
y hombres que los consideran impuros.
Ya no quiero entender lo que digo.
Si escribiese de derecha a izquierda,
el hielo del que están hechas las letras
comenzaría a derretirse.
DEMOLICIONES
He vuelto a colocar en el armario
la ropa de invierno.
El frío es un animal transparente.
El hielo es sed endurecida.
La luz, al chocar contra una superficie
que no la absorbe, se refleja
o cambia de dirección.
Penélope no tejía y destejía:
tejía para destejer.
Los bolsillos de los abrigos
se comunican
con los inviernos anteriores.
El sonido metálico
de las perchas que se cuelgan
y se descuelgan de las barras.
Cambiar una cosa por otra.
Límites y progresiones.
La luz, al pasar del aire al agua,
se desvía.
El destinatario
ya no vive aquí.
Caminaba a oscuras por tu casa
(sabía dónde estaba todo)
sin golpearme contra los muebles.
Cambiar una cosa por otra.
Cambiar una casa por otra.
Mudanzas.
Mitad irse, mitad estar.
La ciudad separa su basura.
El plástico, el papel y el vidrio
(una tribu necesita símbolos)
se tiran en contenedores distintos.
La luz, a medida que la vidriera
iba filtrándola,
se convertía en palabra de Dios.
Recuperar, reemplazar, recobrar.
La forma del edificio
descansa en los materiales utilizados.
O una verdad
dicha una sola vez
o una mentira
contada muchas veces.
Los rascacielos construidos
después del incendio.
Las catedrales levantadas
en el solar donde antes
hubo otros templos.
Apuntalar, restaurar, reforzar.
Me he mirado en demasiados espejos.
Las empresas de demoliciones
ofrecen sus servicios
en las guías de teléfonos.
Crece la ciudad a costa
de alimentarse
de sus propios escombros.
Puede que vivir se reduzca a eso:
a doblar y desdoblar ropa,
a vaciar y llenar armarios.
Mitad irse, mitad estar.
Tejer para destejer.
Las fórmulas matemáticas
definen las proporciones de la utopía.
He vuelto a colocar en el armario
la ropa de invierno.
El frío es un animal transparente.
El hielo es sed endurecida.
La luz, al chocar contra una superficie
que no la absorbe, se refleja
o cambia de dirección.
Penélope no tejía y destejía:
tejía para destejer.
Los bolsillos de los abrigos
se comunican
con los inviernos anteriores.
El sonido metálico
de las perchas que se cuelgan
y se descuelgan de las barras.
Cambiar una cosa por otra.
Límites y progresiones.
La luz, al pasar del aire al agua,
se desvía.
El destinatario
ya no vive aquí.
Caminaba a oscuras por tu casa
(sabía dónde estaba todo)
sin golpearme contra los muebles.
Cambiar una cosa por otra.
Cambiar una casa por otra.
Mudanzas.
Mitad irse, mitad estar.
La ciudad separa su basura.
El plástico, el papel y el vidrio
(una tribu necesita símbolos)
se tiran en contenedores distintos.
La luz, a medida que la vidriera
iba filtrándola,
se convertía en palabra de Dios.
Recuperar, reemplazar, recobrar.
La forma del edificio
descansa en los materiales utilizados.
O una verdad
dicha una sola vez
o una mentira
contada muchas veces.
Los rascacielos construidos
después del incendio.
Las catedrales levantadas
en el solar donde antes
hubo otros templos.
Apuntalar, restaurar, reforzar.
Me he mirado en demasiados espejos.
Las empresas de demoliciones
ofrecen sus servicios
en las guías de teléfonos.
Crece la ciudad a costa
de alimentarse
de sus propios escombros.
Puede que vivir se reduzca a eso:
a doblar y desdoblar ropa,
a vaciar y llenar armarios.
Mitad irse, mitad estar.
Tejer para destejer.
Las fórmulas matemáticas
definen las proporciones de la utopía.
ÚLTIMA NOCHE EN SODOMA
No me lo reproches.
Además,
¿quién sino tú me enseñó la costumbre
de dejar siempre unas nueces
y un poco de vino caliente sobre el mantel?
¿Quién sino tú ponía sábanas limpias
en la habitación de los invitados,
a pesar de que nadie, lo que se dice nadie,
podía llamar a la puerta a tales horas?
¿Quién sino tú?
Así que, por favor, deja de repetir
que debo darme prisa,
que para qué me entretengo en hacer todo esto
si sé que no voy a volver.
Aún no ha amanecido.
Aún me queda algo de tiempo,
lo presiento,
para regar la higuera del jardín
con la paciencia con que tú solías,
para dar de comer a los perros.
Fíjate.
Fíjate en lo quieta que está
el agua del estanque.
En la manera que tiene
de aceptar su destino
de océano triste
cubierto por la hojarasca.
Fíjate.
El lugar de la devastación
ha de ser algo semejante
a esas sillas de mimbre
olvidadas por descuido bajo la tormenta.
No, no me lo reproches.
¿No entiendes que es preciso
que todas las luces de la casa
permanezcan encendidas?
¿No entiendes que sólo así,
cuando por última vez vuelva el rostro
desde el último recodo,
me marcharé convencido
de que en efecto hubo una ciudad?
Y será esta ventana lo que brille a lo lejos.
Mientras dure el aceite en las lámparas.
Y resultará sencillo creer que tú me esperas
detrás de su indolencia.
Que me pedirías que entrase
como si hiciese mucho
que estuvieras esperando
y me lavarías los pies en silencio.
Y es que aún no ha amanecido.
Y es que aún puedo pararme a coger
unos cuantos higos verdes por el simple deseo
de notar la quemazón de mi esqueleto
entre la inercia de las sombras.
Así que, por favor, deja de repetir
que debo darme prisa,
que para qué me entretengo en hacer todo esto
si sé que no voy a volver.
A fin de cuentas,
tampoco sé cómo comprenderé,
qué señal
(un cambio en el color del agua,
un frío repentino)
me indicará que he llegado
por fin.
Y tú eras quien insistía,
acuérdate,
en que los preparativos de un viaje,
aunque lo parezcan,
no son las corbatas ni los pocos libros
que uno decide meter en la maleta.
No me lo reproches.
Además,
¿quién sino tú me enseñó la costumbre
de dejar siempre unas nueces
y un poco de vino caliente sobre el mantel?
¿Quién sino tú ponía sábanas limpias
en la habitación de los invitados,
a pesar de que nadie, lo que se dice nadie,
podía llamar a la puerta a tales horas?
¿Quién sino tú?
Así que, por favor, deja de repetir
que debo darme prisa,
que para qué me entretengo en hacer todo esto
si sé que no voy a volver.
Aún no ha amanecido.
Aún me queda algo de tiempo,
lo presiento,
para regar la higuera del jardín
con la paciencia con que tú solías,
para dar de comer a los perros.
Fíjate.
Fíjate en lo quieta que está
el agua del estanque.
En la manera que tiene
de aceptar su destino
de océano triste
cubierto por la hojarasca.
Fíjate.
El lugar de la devastación
ha de ser algo semejante
a esas sillas de mimbre
olvidadas por descuido bajo la tormenta.
No, no me lo reproches.
¿No entiendes que es preciso
que todas las luces de la casa
permanezcan encendidas?
¿No entiendes que sólo así,
cuando por última vez vuelva el rostro
desde el último recodo,
me marcharé convencido
de que en efecto hubo una ciudad?
Y será esta ventana lo que brille a lo lejos.
Mientras dure el aceite en las lámparas.
Y resultará sencillo creer que tú me esperas
detrás de su indolencia.
Que me pedirías que entrase
como si hiciese mucho
que estuvieras esperando
y me lavarías los pies en silencio.
Y es que aún no ha amanecido.
Y es que aún puedo pararme a coger
unos cuantos higos verdes por el simple deseo
de notar la quemazón de mi esqueleto
entre la inercia de las sombras.
Así que, por favor, deja de repetir
que debo darme prisa,
que para qué me entretengo en hacer todo esto
si sé que no voy a volver.
A fin de cuentas,
tampoco sé cómo comprenderé,
qué señal
(un cambio en el color del agua,
un frío repentino)
me indicará que he llegado
por fin.
Y tú eras quien insistía,
acuérdate,
en que los preparativos de un viaje,
aunque lo parezcan,
no son las corbatas ni los pocos libros
que uno decide meter en la maleta.
LA ESTATUA DE SAL
Y la rueda resbala sin avanzar,
resbala sin avanzar ...
- Pablo García Baena -
Se han ido las aves acostumbrando
a anidar en mi boca.
Han descubierto al fin
que al tronco aquel, retorcido y nocturno
en lo alto del cerro,
jamás suben las serpientes.
Bajo la lluvia, Sodoma conserva
el candor de las piras apagadas.
Veo ciegos que se sientan alrededor de un pozo.
Veo mujeres con el vientre
abierto por el eclipse.
Veo panes sin cocer.
Veo niños que derraman
su saliva sobre los hormigueros.
Veo dátiles y nueces encima de una mesa
donde no hay comensales.
Veo el rumor oculto de las premoniciones.
Veo la higuera, los perros.
Veo el sigilo, transparente y dócil,
del veneno en las copas.
Me veo a mí misma,
caminando sin entender nada:
huyendo; simplemente huyendo.
No conoce la sombra el rostro de su esclavo
ni el fuego es rama que arde.
Ninguna puerta puede cerrarse por completo,
porque no volver no es no regresar.
Bajo la lluvia, Sodoma
va rindiendo sus piedras como bosques al fuego,
va olvidando, gota a gota,
el lugar al que sus calles llevaban.
Hay días en los que aún me pregunto
por qué miré hacia atrás.
Puede que algo asustase a los asnos.
Puede que Lot no me oyera.
Ya no lo recuerdo.
Desde aquí, la llanura cobra su dimensión
de hoguera y aljibe,
de espacio donde las aves
se reúnen y emprenden el camino del sur
para pasar otro invierno.
Llueve.
Llueve como si el agua
pesase más que la piedra,
más que el esfuerzo del carro
atrapado en el lodo.
Llueve.
Llueve como si nada fuese a sobrevivir
a la lluvia, como si esta lluvia
se llevase consigo
lo que ni tan siquiera la sal pudo quitarme.
Y la rueda resbala sin avanzar,
resbala sin avanzar ...
- Pablo García Baena -
Se han ido las aves acostumbrando
a anidar en mi boca.
Han descubierto al fin
que al tronco aquel, retorcido y nocturno
en lo alto del cerro,
jamás suben las serpientes.
Bajo la lluvia, Sodoma conserva
el candor de las piras apagadas.
Veo ciegos que se sientan alrededor de un pozo.
Veo mujeres con el vientre
abierto por el eclipse.
Veo panes sin cocer.
Veo niños que derraman
su saliva sobre los hormigueros.
Veo dátiles y nueces encima de una mesa
donde no hay comensales.
Veo el rumor oculto de las premoniciones.
Veo la higuera, los perros.
Veo el sigilo, transparente y dócil,
del veneno en las copas.
Me veo a mí misma,
caminando sin entender nada:
huyendo; simplemente huyendo.
No conoce la sombra el rostro de su esclavo
ni el fuego es rama que arde.
Ninguna puerta puede cerrarse por completo,
porque no volver no es no regresar.
Bajo la lluvia, Sodoma
va rindiendo sus piedras como bosques al fuego,
va olvidando, gota a gota,
el lugar al que sus calles llevaban.
Hay días en los que aún me pregunto
por qué miré hacia atrás.
Puede que algo asustase a los asnos.
Puede que Lot no me oyera.
Ya no lo recuerdo.
Desde aquí, la llanura cobra su dimensión
de hoguera y aljibe,
de espacio donde las aves
se reúnen y emprenden el camino del sur
para pasar otro invierno.
Llueve.
Llueve como si el agua
pesase más que la piedra,
más que el esfuerzo del carro
atrapado en el lodo.
Llueve.
Llueve como si nada fuese a sobrevivir
a la lluvia, como si esta lluvia
se llevase consigo
lo que ni tan siquiera la sal pudo quitarme.
SOMBRA SIN ÁRBOL
¿Quién no lleva un nombre que antes
no haya sido el de un muerto?
El agua de la desembocadura
no ha regado ningún jardín.
Impide la cría más fuerte que la otra coma.
Las flores trasplantadas
no arraigarán.
La mujer que no sobrevive al parto.
Una palabra dicha entre la luz
no proyecta luz.
El pescador está cebando los anzuelos.
Dibuja el compás un círculo
cuyo eje delimita magnitudes
como el tiempo o la distancia.
Son opacas las puertas de madera.
La esterilización de los sementales.
Las raíces han atraído a la noche.
El célibe mira al sol fijamente.
Un niño marca con cal
el contorno de la sombra
que dan los árboles que aún no han talado.
¿Quién no lleva un nombre que antes
no haya sido el de un muerto?
El agua de la desembocadura
no ha regado ningún jardín.
Impide la cría más fuerte que la otra coma.
Las flores trasplantadas
no arraigarán.
La mujer que no sobrevive al parto.
Una palabra dicha entre la luz
no proyecta luz.
El pescador está cebando los anzuelos.
Dibuja el compás un círculo
cuyo eje delimita magnitudes
como el tiempo o la distancia.
Son opacas las puertas de madera.
La esterilización de los sementales.
Las raíces han atraído a la noche.
El célibe mira al sol fijamente.
Un niño marca con cal
el contorno de la sombra
que dan los árboles que aún no han talado.
MÚSICA PARA CASTRATI
Antes se castraba a la gente para que su voz
sonase mejor; ahora, para que no suene.
-Ángel Crespo –
Si escribiese que leo
en dirección contraria a como escribo,
o no sería cierto que leo
o no sería cierto que escribo
o ambas cosas serían ciertas
o ninguna.
En cualquier caso,
la verosimilitud del argumento
tiene mucho más que ver
con las contradicciones
que con las evidencias.
De igual modo que el camino que asciende
debe más a las curvas
que a las rectas.
Los libros habría que empezarlos
por el final.
Entre el cero y el nueve
ocurren todas las variantes
del límite y del infinito.
Contar y perder la cuenta.
Mejor aún,
contar hasta perder la cuenta.
Porque la escala no ordena notas,
sino cifras y silencios.
Un número dividido por sí mismo.
La melancolía
es una incógnita sin despejar.
Y es precisamente la melancolía
el material dúctil y extraño
del que está hecha la música.
Ha habido soldados que,
mientras agonizaban,
han comenzado de pronto
a susurrar, delirando,
la letra de las nanas
que sus madres les cantaban.
De noche las puertas
se cierran por dentro.
A los indecisos se les repetía
(el poder se consigue
con figuras retóricas)
una fábula de renuncia y pureza:
la poda sacrifica unas ramas
para que el resto del árbol
conozca la altura.
La diferencia entre nosotros y ellos
estriba en que nosotros tenemos
un cuchillo.
Y ellos no.
El flautista continúa tocando
a cambio de unas monedas.
Los actores, en efecto, mienten de memoria.
Pero el público, que ha pagado
la entrada, sabe que son actores.
Sin embargo, aunque la función
no nos guste o ni siquiera
hayamos ido al teatro,
nunca ha de dejarse
de pagar al flautista.
De nuevo otra fábula.
Los instrumentos de viento
deforman la boca.
El mal menor no existe.
Puedo decir que leo
en dirección contraria a como escribo
o puedo de verdad leer al revés
lo que ya está escrito
y tener así el valor
de darle la vuelta al argumento
de este relato de vencedores
que (al tiempo que el himno suena
reforzando la identidad del grupo)
castran a sus prisioneros.
Antes se castraba a la gente para que su voz
sonase mejor; ahora, para que no suene.
-Ángel Crespo –
Si escribiese que leo
en dirección contraria a como escribo,
o no sería cierto que leo
o no sería cierto que escribo
o ambas cosas serían ciertas
o ninguna.
En cualquier caso,
la verosimilitud del argumento
tiene mucho más que ver
con las contradicciones
que con las evidencias.
De igual modo que el camino que asciende
debe más a las curvas
que a las rectas.
Los libros habría que empezarlos
por el final.
Entre el cero y el nueve
ocurren todas las variantes
del límite y del infinito.
Contar y perder la cuenta.
Mejor aún,
contar hasta perder la cuenta.
Porque la escala no ordena notas,
sino cifras y silencios.
Un número dividido por sí mismo.
La melancolía
es una incógnita sin despejar.
Y es precisamente la melancolía
el material dúctil y extraño
del que está hecha la música.
Ha habido soldados que,
mientras agonizaban,
han comenzado de pronto
a susurrar, delirando,
la letra de las nanas
que sus madres les cantaban.
De noche las puertas
se cierran por dentro.
A los indecisos se les repetía
(el poder se consigue
con figuras retóricas)
una fábula de renuncia y pureza:
la poda sacrifica unas ramas
para que el resto del árbol
conozca la altura.
La diferencia entre nosotros y ellos
estriba en que nosotros tenemos
un cuchillo.
Y ellos no.
El flautista continúa tocando
a cambio de unas monedas.
Los actores, en efecto, mienten de memoria.
Pero el público, que ha pagado
la entrada, sabe que son actores.
Sin embargo, aunque la función
no nos guste o ni siquiera
hayamos ido al teatro,
nunca ha de dejarse
de pagar al flautista.
De nuevo otra fábula.
Los instrumentos de viento
deforman la boca.
El mal menor no existe.
Puedo decir que leo
en dirección contraria a como escribo
o puedo de verdad leer al revés
lo que ya está escrito
y tener así el valor
de darle la vuelta al argumento
de este relato de vencedores
que (al tiempo que el himno suena
reforzando la identidad del grupo)
castran a sus prisioneros.
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