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viernes, 1 de julio de 2011
4245.- CARLOS ALCORTA
Carlos Alcorta. Torrelavega, (Cantabria, 1959) Ha publicado los siguientes libros de poemas: Lusitania (Biblioteca del Vigía. 1988), Condiciones de Vida (Editora Regional de Extremadura.1992), Cuestiones Personales (Colección Árgoma. 1997), Compás de Espera (Servicio de Publicaciones de la Universidad de Zaragoza. 2001), Trama (Algaida Poesía. 2003), Corriente Subterránea ( DVD Ediciones. 2003), Sutura (Poesía Hiperión. 2007) y Sol de Resurrección (Calambur, 2009) y las siguientes plaquettes: Doureios Hippos, (Scriptum. 1986), Un Lugar en la Memoria, (Publicaciones de la Librería Anticuaria El Guadalhorce. 1988), Pormenor (La Horadada. 2005), A la intemperie (Centro de la Generación del 27. 2007) y Ritual de la luz (Ediciones del 4 de agosto, 2008). Ha obtenido premios como el Ángel González, El Alegría/José Hierro, el Hermanos Argensola o el José Luis Hidalgo y ha sido accésit de los premios Fray Luis de León y Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en revistas y otros medios de comunicación.
Ha escrito textos para catálogos de artistas como Chema Madoz, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Juan Manuel Puente. Tiene en preparación un libro titulado Propios y extraños que recoge una selección de reseñas y breves ensayos literarios y artísticos escritos en los últimos años. Codirigió la colección de poesía SCRPTVM desde 1985 hasta 1991 y desde 1997 hasta 2007 la revista de literatura ULTRAMAR y las colecciones de cuadernos poéticos El Astillero y Travesías. Desde el año 2006 es corresponsable de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander y actualmente es codirector de la colección de poesía de la editorial Quálea.
ROTACIÓN
Criaturas ignorantes de la soledad, gente de horda, lo
estorninos viven en la proximidad de los estorninos.
ANTONIO CABRERA
Expulsados con saña de jardines
y lujosas terrazas arboladas
de la ciudad por un sofisticado
artefacto que emite graznidos
desenfrenados e intimidatorios
de pájaros atrozmente hostigados,
inquietos estorninos se acomodan
en un poblado y tenso cable eléctrico
que corre paralelo a la costa vecina.
Con cautela me observan cuando palmo
a palmo, pero familiarizado
ya con el escenario, me aproximo
al precipicio con el objetivo
inicial de avistar olas batiéndose
contra los farallones que fielmente
reconstruyen el cuerpo arrinconado
de un pesado mamífero.
Esa es la realidad, mi reino, aunque se sientan
vigilados y la pasión traicione
el infalible instinto de su especie,
porque no voy tras ellos.
Quietas están mis manos, y mis ojos
no se detienen en su algarabía
innecesaria, tratan tan sólo de entender
lo inentendible para describirlo
más tarde: lo que oculta al otro lado
ese horizonte abovedado,
si es verdad o no que en la lejanía
una luz espectral marca la cinta gris
que separa el presente del futuro.
¿De qué les sirve entonces levantar
violentamente el vuelo, agitando sus alas
en el aire enlutado que se extiende
ante mí, si esa imperceptible red
que despliega el temor, la molicie
que disimula su peregrinaje
infinito, acobarda y zarandea,
como a un enjambre de hojas
resecas la amaestrada polvareda,
a la bandada precavida
y en la naturaleza ya no pueden
reconocer la alianza con el cielo,
el paraíso en que se reinventaban
las formas regulares de la calma,
de su lejano origen?
NECESIDAD DEL HÉROE
“Producir, por la fuerza, pruebas de valor, de devoción y de grandeza.”
RAINER MARIA RILKE
“Es grande todo aquel que procura ser lo que ya es por naturaleza.”
RALPH. WALDO EMERSON
Desmiente a Hegel el desinteresado
gesto del hombre anónimo.
Desde lejos no puedo distinguir
su rostro, enmarcado en el espejo
retrovisor en el que se revela
la luz ya acontecida, el desnivel
falseado por la lente entre costumbre
y asombro.
¿Cuándo, cuándo se acalló
la inmaculada voz del instinto animal,
la piel, la grasa, el polvo de los días,
los astros de la noche y sus confines
borrados por la niebla?
De repente ha regresado el espíritu
a su naturaleza, a su forma primera.
No ha prescrito el impulso
solidario, el horror a la injusticia,
esa potencia de la fe que mueve
el mundo, porque cuando le desborda
la realidad, le espolea con la furia
de un relámpago, con un exigente
mandamiento, en otro se transforma,
otro postrado ante las arbitrarias
leyes de la supervivencia
otro en quien la mecánica
de sus actos precede al pensamiento.
Enraizado en la periferia, ese gesto
busca la redención sin pretenderlo.
Hay algo en el aire que lo certifica.
Yo mismo, que jamás he consumado
nada que tenga un mínimo valor,
y sumergido en la desesperanza
sólo accidentalmente he estimulado
el coraje y la generosidad,
puesto a prueba, en la misma situación,
como si ese acto fuera rutinario,
puedo representar fielmente al héroe
que describo.
CABALLOS DOMÉSTICOS
Descienden lentamente, olisqueando
con su hocico aterido fríos tallos quebrados
por el granizo y el hielo de la noche,
hacia gargantas y llanuras fértiles
cuando prevalece la primavera.
Protegida del viento la manada
por un tupido muro de follaje,
de bardas enrolladas al alambre de espino,
el único horizonte que sus ojos
divisan es un cielo encapotado
y sucio que somete sus instintos.
No ansía mansedumbre
ni prisión el deseo.
Dentro de ti, ese mismo cielo gris
cobija grandes playas, lejanías
del alma que en la adversidad se crece.
A la intemperie el corazón salvaje
se hace más fuerte. Sólo la traición
que impunemente rompe coaliciones,
y pactos y deroga el juramento
sagrado de lealtad a los que amamos,
puede obligarte a renunciar sin lucha
a esa parte de ti insumisa, indócil
que mantiene despierta tu conciencia.
OLIMPIADAS
El cántaro de arcilla que contemplo
en la zona mejor iluminada
y prominente del escaparate
muestra el esfuerzo de un atleta en plena
disputa, infibulado para proporcionar
una mínima resistencia al aire.
No trasmite la imagen vigorosa
información alguna sobre sus pensamientos,
pero es fácil concluir que la victoria
significaba mucho más que honor
y reconocimiento ciudadano.
Un campeón olímpico merece
el inefable don de la inmortalidad.
En las Odas ensalza Píndaro al vencedor,
comparándolo en ánimo y belleza
a fabulosos héroes o dioses.
Esa antigua veneración me aturde.
No le interesan a la poesía
actual agotadores desafíos.
Las carreras de fondo cuentan menos
que los velocistas de los cien metros.
Arranque súbito y final confuso.
Eso es lo que celebran en la línea
de meta, más que peculiaridad,
la verificación del duplicado,
otra variante ociosa de la nada.
LA FRAGANCIA DEL VASO
Orientada al sudeste, en las primeras
horas de la mañana repta el sol
por la ventana de la cocina entre
setos anormalmente verdecidos,
depositando sobre la encimera
invadida por restos de la cena
y vajilla grasienta el esplendor
de un cielo anaranjado que comienzan
a surcar nubes y tempranos pájaros.
Tú duermes, contrariada por esa adversidad
que no crees merecer, con las extremidades
enmarañadas sobre la sumisa
almohada esponjosa en el balasto
del sueño y escucho tu respiración
irregular, profunda igual que si surgiera
del subsuelo arenoso
y contemplo la luz reciente acariciando
el cristal fileteado con la delicadeza
de una mariposa, su sigiloso
tránsito, la osadía de su triunfo
diurno que se prolonga
por las frías paredes hasta llenar el vaso
antes vacío de una sustancia inmaterial,
mientras en la terraza se disipa
como una emanación el insano
rocío mañanero y en la eucaristía
de su deslumbramiento, detenida
en un instante eterno, se dispensan
los favores del gozo, la gracia de la ausencia
que me empuja a confiar en lo que no
veo, porque el recipiente dio forma
a lo impalpable, y sólo cuando vuelve
la noche a su dominio, soy capaz
de perseguir el rastro de orín, de óxido
que tras de sí deja la luz ya ida.
STUPOR MUNDI
Estaba adormilado en el vistoso
sofá recién comprado, imposibilitado
en la práctica para emitir algún juicio
sino ecuánime, frío e irrefutable,
sobre las trágicas contradicciones
morales que me afligen y torturan
cuando estoy más despierto. No pensaba
en nada establecido de ante mano,
deambulaba mi mente por oscilantes
crujías salpicadas de recuerdos
propiciatorios, aunque al parecer
los tentáculos de la percepción
se mantenían vigilantes porque
el fugaz aleteo enloquecido
de un canario, adquirido
la víspera, en la jaula
común, me ha conducido
al patio acristalado y reluciente,
atiborrado siempre de flores llamativas,
de mi casa natal. Trinos, cadencia,
colisiones de plumas con el rígido alambre
de la enlazada celda suspendida
pellizcan el oído. Poco importa
desde qué parte llega ese galimatías,
si de afuera, infiltrándose
como un virus letal en lo que soy,
o estaba en mí, callado, razonándome.
Cuando expira la infancia se revela
el mundo como intransitable ciénaga
y sé que en mi memoria, ya menguante
aunque se oigan las voces del pasado
rectificando errores de por vida,
retumbará su eco, buscando el fin,
como salmones envalentonados
que remontan el río ignorando sedal
y zarpa hasta llegar al oscuro naciente
y allí, sus branquias dilatadas
y casi eviscerado,
en el centro de su aniquilación
en brillar la luz que alumbra su principio.
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